Capítulo V
Obsesores
Denominamos obsesores a un tipo de entidades en particular y obsesión al efecto que provocan en la persona a la cual invaden. Definimos la obsesión como la acción persistente que una entidad espiritual ejerce sobre un individuo vivo con la firme intención de provocar un perjuicio en éste. El alma perdida causa trastornos en una persona por su sola presencia, porque es un elemento extraño en el campo vibratorio de ésta, pero no tiene, al menos inicialmente, la intención premeditada de dañar a la persona. Por el contrario, lo que caracteriza al obsesor es la intención. El propósito del obsesor es decididamente hostigar o causar daño a una persona determinada. No obstante, cualquier alma perdida, ya sea familiar u oportunista, puede convertirse en un obsesor cuando comienza a interferir adrede en la vida de la persona en quien se está hospedando. De hecho, ya hemos visto algunos ejemplos de esta naturaleza.
La mayoría de los obsesores tienen un origen kármico. Esto significa que la entidad que está hostigando a la persona ha estado en relación con ésta en existencias previas y lo más probable es que busque vengarse de la persona en cuestión por algo que ésta le hizo en una vida anterior. Así, acosará a la persona haciéndole la vida imposible, confundiéndola, llenándole la cabeza con pensamientos destructivos, desvalorizándola, etc. Es posible que el obsesor sea alguien conocido de la vida actual de la víctima. Por ejemplo, un ex-socio que falleció luego de que se disolviera la sociedad, un marido que no quiere que su esposa vuelva a casarse, un pretendiente rechazado, una mujer despechada, una suegra rencorosa, la víctima de un crimen o, incluso, el alma de un bebé que fue abortado. La venganza es el primer móvil de un obsesor y, en la búsqueda de la sanación, en algún momento la persona afectada tendrá que hacerse responsable de la acción original. Puede que el obsesor y la víctima necesiten alcanzar una comprensión mutua sobre la causa de su situación desde el punto de vista del otro. En ocasiones, la enemistad puede venir de varias vidas en las cuales se han estado persiguiendo alternativamente uno al otro. Generalmente el obsesor tiene sus razones para fastidiar a la persona, pero a menudo no tiene otro interés que provocar el mal y se divierte al hacerlo. Otras veces, el obsesor ha sido enviado por otra inteligencia para provocar el daño, como si se le hubiese encomendado esa misión en particular. Sobre estas entidades hablaremos más adelante.
Es necesario comprender cómo despliega su accionar el obsesor, ya que esto puede llevar muchos años. El punto que el obsesor alcance en esta acción dependerá de su propósito inicial y del grado de consciencia y de la voluntad de la persona afectada.
Allan Kardec describió tres variedades principales de obsesión: la obsesión simple, la fascinación y la subyugación. Estas variedades describen lo que puede acontecerle a un médium, pero la obsesión es algo que puede ocurrirle a cualquier persona. Por ese motivo, considero que hay una etapa anterior a la obsesión simple y ésta es la obsesión inconsciente.
La obsesión inconsciente tiene lugar porque nuestra conciencia está focalizada mayormente en las preocupaciones cotidianas y porque en general ignoramos o desconocemos la realidad del mundo espiritual. El obsesor no necesita de nuestro permiso para actuar y nuestra ignorancia y escepticismo facilitan su tarea. Es posible que una persona tenga uno o más obsesores y transcurra toda su vida sin que nunca se dé cuenta de ello. Pero, ¿cómo se puede manifestar esto? En los inconvenientes cotidianos, en pequeños accidentes, sobre todo accidentes tontos, usualmente accidentes domésticos. Por ejemplo, subirse a una silla para cambiar una bombilla eléctrica e, inexplicablemente, perder el equilibrio y caerse. O subir por una escalera, trastabillar y rodar por los escalones. La persona no se cae de casualidad, sino que la empujó el obsesor. Otro ejemplo: una persona va a la cocina, abre la llave del gas para encender la hornalla y justo, en ese momento, suena el teléfono. La persona no alcanza a encender la hornalla, corre a atender el teléfono y olvida que dejó la llave del gas abierta. Más tarde enciende un fósforo y... ¡pum! Para el obsesor es suficiente un segundo de distracción y eso es lo que él aprovecha. La persona no se da cuenta de que hay alguien más allí que está provocando todo esto. Otra forma de reconocer la obsesión inconsciente son las dificultades o inconvenientes constantes y repetidos para todas las cosas que se quieren hacer o experimentar un freno o un bloqueo al llevar a cabo determinadas acciones. También es posible que se pierdan objetos o que no se recuerde dónde se los guardó. A veces, algunas personas se dan cuenta de que algo extraño está sucediendo, pero no saben cómo explicarlo. Inclusive, hasta sienten que alguien las ha empujado, pero, ¿quién les va a creer?
La obsesión simple es el siguiente grado. La persona comienza a escuchar voces al oído o siente como si alguien hablara dentro de su cabeza o puede identificar pensamientos extraños que no le pertenecen. Las voces pueden insultar al individuo o desvalorizarlo diciéndole cosas como “no servís para nada” o “sos un inútil” o “no valés nada”, pero también pueden darle órdenes como “hacé tal cosa” o “no hagas eso” o “no vayas a tal lugar” o “no vayas a la consulta del terapeuta”. Recuerdo a un muchacho que vino a la consulta veinte minutos antes de la hora establecida. Le pedí que aguardara unos minutos en la puerta de calle y, cuando bajé a abrirle, el muchacho ya no estaba. Más tarde me dijo que, mientras estaba esperando en la puerta, las voces que escuchaba habitualmente lo convencieron de que se fuera porque Cabouli era un charlatán y que no le convenía verme.
En ocasiones, las voces pueden ser más agresivas e incluso incitar al suicidio. Algunos pacientes relataron que las voces les decían cosas tipo: “matate”, “¿por qué no te pegás un tiro?”, “tirate por la ventana”, “dale, aprovechá ahora”. Con el tiempo, las voces acaban obsesionando a la persona de distintas formas, según el tenor de las expresiones.
En esta etapa, si la persona que escucha las voces es un sensitivo que ya tiene conocimiento, es el momento en el cual puede dominar y apartar al obsesor. Hay muchos médiums que experimentan este acoso, pero saben cuál es la causa que lo origina y pueden controlarlo. Pero si esto le ocurre a una persona que no tiene idea de lo que está sucediendo, ¿a quién recurrir? ¿Quién me va a creer? ¿Y si piensan que estoy loco?
No siempre el obsesor se presenta en forma agresiva. En ocasiones, la entidad trata de seducir al individuo explotando ese talón de Aquiles que todos tenemos: la vanidad. El obsesor comienza así un trabajo de largo aliento cuyo verdadero objetivo es el siguiente paso: la fascinación.
La fascinación es una ilusión producida por la acción directa de la entidad espiritual sobre el pensamiento del individuo. Comienza con la obsesión simple cuando la entidad, en lugar de hostigar a la persona, procura adularla exaltando sus cualidades y, sobre todo, estimulando su vanidad. Es así como la persona puede escuchar lisonjas de este tipo: “tú eres el mejor terapeuta del mundo”, “ya estás preparado para cumplir con tu misión”, “yo soy el guía designado para guiarte en esta nueva etapa” o “tú eres un iniciado en los misterios ocultos” y cosas por el estilo. En particular, esto sucede con médiums escribientes o personas que reciben mensajes canalizados. La entidad procura ganarse la confianza de la persona hasta que ésta queda fascinada con aquélla y pronto pierde su juicio crítico, aceptando como verdadero todo lo que el ser le dice o le dicta. En este estado la persona está totalmente fascinada con el obsesor y hace lo que éste le dice, pudiendo llegar incluso a realizar acciones ridículas. Allan Kardec describe claramente la consecuencia de la fascinación:
“...A favor de esta ilusión el Espíritu conduce a aquel a quien ha logrado dominar como lo haría con un ciego, y puede hacerle aceptar las doctrinas más extravagantes y las teorías más falsas como siendo la única expresión de la verdad...”
Un ejemplo sencillo de fascinación es lo que le ocurría a un hombre joven que veía una imagen insólita al tiempo que una voz seductora le hablaba al oído. La imagen correspondía a Jesús visto de espaldas, pero cuando Jesús se volvía, este hombre veía su propio rostro en la imagen de Jesús. El hombre llegó a la consulta confundido y angustiado al mismo tiempo porque la voz le decía que él era Jesús. “¿Cómo puedo ser Jesús? —se preguntaba— si yo sé que no puedo serlo”. No obstante, tampoco quería dejar de creer en esto. Finalmente, el obsesor que estaba provocando esta ilusión se manifestó y lo dijo claramente: Lo que pasa es que su vanidad lo traiciona; yo le hablo y a él le gusta que yo se lo diga.
El grado máximo de obsesión es la subyugación. Este es el estado más grave de obsesión. Aquí, el individuo objeto de la obsesión está bajo el yugo del obsesor que ha logrado someter a la persona a su voluntad. Esto es lo que el obsesor buscaba desde un principio: un instrumento, el control y el dominio total de la voluntad de la persona a su antojo. En la subyugación, la voluntad de la persona está restringida y, en el peor de los casos, anulada. Esto no sucede de un día para otro y requiere de ciertas condiciones, ya que el obsesor no puede hacer esto con cualquier persona. Para lograrlo el obsesor necesita que la persona elegida...