III. El asentimiento y el sentido ilativo
Si la inferencia formal no ofrece suficiente evidencia para asentir a proposiciones reales, ¿cómo es posible que estos asentimientos ocurran? En otras palabras, ¿con qué material cuenta la mente para pasar de la conclusión, que nunca rebasa las probabilidades cuando se trata de realidades concretas, al asentimiento absoluto e incondicional? Newman responde: “Es la acumulación de probabilidades, independientes unas de otras, que surgen de la naturaleza y las circunstancias del caso particular que se examina; probabilidades demasiado finas para servir por separado, demasiado sutiles y enrevesadas para ser convertibles en silogismos, demasiado numerosas y variadas para tal conversión, incluso si fuera posible”.
Para profundizar en lo que Newman quiere decir, conviene revisar brevemente la influencia que tuvo sobre él Joseph Butler.
Newman y Butler
“Las obras de Joseph Butler –nos recuerda James W. Lyons– fueron atesoradas por la mayoría de los estudiosos de Inglaterra en el siglo xix”. Entre los interesados en su trabajo se encontraba Newman, quien a la edad de 22 años leyó por primera vez Analogía de la religión y pronto consideró que Butler se encontraba a la misma altura que Newton, Atanasio, Agustín o Aquino.
Butler comienza su Analogía explicando que “la evidencia probable se distingue esencialmente de lo demostrativo por el hecho de que admite grados […]. La evidencia probable, por su propia naturaleza, no ofrece más que una clase imperfecta de información […]. Para nosotros [seres limitados], la probabilidad es la guía misma de la vida”. Según Butler, existe evidencia a favor de la fe, pero en última instancia ésta se reduce a evidencia probable, y con ella nos tenemos que conformar. Para él, la certeza a la que el ser humano puede aspirar siempre estará acechada por una sombra de duda. Como explica George E. Horr, para Butler, “nos tenemos que conformar con una cantidad de evidencia que se queda muy lejos de ser una demostración”. La razón debe determinar hacia qué lado se inclina la balanza de la evidencia, la cual, por sí misma, se queda corta para valer como prueba demostrativa. No obstante, una vez que se determina la inclinación de la balanza, debemos actuar “como si la evidencia hubiera de hecho alcanzado el punto de la demostración”.
Para Butler, la certeza es constructiva. En otras palabras, dado que las razones para alcanzarla son insuficientes, el sujeto tiene que aportar el resto para poder actuar como si la evidencia hubiera sido conclusiva. Y precisamente ésta es, según Horr, la principal objeción que se le puede hacer: si la certeza es constructiva, entonces no es real, pues no está genuinamente justificada. Si bien es cierto que el balance puede ser suficiente para producir una certeza práctica, es decir, para poder actuar como si fuera conclusivo, no puede sin embargo producir una creencia cierta real, pues “la mente no puede dar honestamente su asentimiento a menos que esté convencida”.
En la Apología, Newman confiesa: “La doctrina de Butler de que la probabilidad es la guía de la vida me condujo […] a la cuestión de la coherencia lógica de la fe”. Newman valora seriamente el esfuerzo de Butler por ofrecer soportes racionales para sostener la creencia religiosa y adopta de él la idea de “razonamiento probable”; por otro lado, no está dispuesto a detenerse a medio camino y resignarse a permanecer en la sombra de las probabilidades y las dudas. Para el cardenal, cuyo interés principal es mostrar la legitimidad de la certeza religiosa, la probabilidad no es suficiente, pues la verdad quedaría reducida a una opinión y la religión a una condicional, como lo expresa el dicho popular: “¡Oh Dios, si acaso hay un Dios, salva mi alma, si es que tengo alma!”. Pero, “¿quién puede realmente rezarle a un Ser de cuya existencia duda seriamente?”.
Al comentar a Butler, Horr sostiene que la creencia religiosa no puede admitir dudas y ser meramente práctica, pues “en religión, la convicción misma es el asunto principal. En religión, la acción que no procede de una mente convencida y de un espíritu en paz consigo mismo, es de una naturaleza magra y prudencial, y se encuentra totalmente desprovista de esa confianza exultante y ese abandono de sí mismo son los frutos de una devoción y el heroísmo cristianos”. Podemos suponer que Newman estaría de acuerdo con la crítica de Horr, pues la religión —al menos la cristiana— es primordialmente una relación personal en la que se establecen vínculos de amor, amistad, confianza, etcétera, y no se puede mantener una relación personal real con alguien de quien se duda seriamente acerca de su misma existencia. Una relación con alguien de quien se duda sería una relación con una hipótesis, no con una persona. Pero para el cardenal no se puede amar a alguien si no se tiene certeza de que ese alguien existe verdaderamente.
Independientemente del caso de la religión, para Newman es imposible que las creencias de una persona se reduzcan a meras probabilidades, pues las probabilidades mismas suponen previas certezas que las posibiliten. En el séptimo capítulo de la Gramática, Newman evalúa si la probabilidad es efectivamente la guía de la vida. En general, le parece que la máxima, explicada correctamente, es verdadera. Sin embargo, se encuentra lejos de la verdad si perdemos de vista que cualquier probabilidad necesita arraigarse en primeros principios ciertos, sin los cuales “no puede haber conclusiones en absoluto y que, por lo tanto, la probabilidad presupone y requiere la existencia de verdades que son ciertas”. Esto quiere decir que, para poder evaluar algo como probable, requerimos de al menos una previa certeza –aunque sea virtual– que le ofrezca soporte a esa evaluación.
¿Cómo podríamos considerar que algo es probable, es decir, verosímil y cercano a la verdad, si no contamos con un previo paráme...