Campo de los almendros
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Campo de los almendros

El laberinto mágico, 5

Max Aub

  1. 560 Seiten
  2. Spanish
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Campo de los almendros

El laberinto mágico, 5

Max Aub

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El Laberinto Mágico de Max Aub nace y se desarrolla, como habrá tenido la ocasión de comprobar el lector de los anteriores Campos, bajo el doble signo de la fragmentación y de la totalidad, de lo que siendo parte en apariencia autónoma está destinado a conjuntarse en un todo unitario. El Laberinto Mágico, inmerso en un continuo proceso de investigación de la realidad, va presentando sus resultados a través del tamiz de la transposición literaria. Y lo hace de manera escalonada, sin descanso, con la fijación de quien necesita, palabra tras palabra, novela tras novela, Campo tras Campo, alcanzar a todo trance una meta omnicomprensiva.

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SEGUNDA PARTE

Muchos hay que no ven estas verdades, porque viven en tinieblas, y las padecen mucho mayores que las padecían los gitanos (Éxod., cap. 10), que les duraron tres días, y hay muchos a quienes les duran cincuenta años.
Miguel de Mañara Vicentelo de Leca
Discurso de la verdad (XVI)1

I2

Bajo un tinglado del muelle de Levante, sentada en unos sacos de lentejas, Asunción mira el Stanbrook, cuya chimenea humea levemente y que, dicen, levará anclas a las tres de la tarde.3
–No antes de las cinco –indica un cojo.
–A las seis –asegura contundente un carabinero.
–¿Cuántos cabrán ahí?
–¿Cuántas toneladas te parece a ti que tenga?4
–Pues... unas mil quinientas.
El embarcadero está lleno de gente.5 Frente a la Aduana se agolpan dos o tres mil personas. Los mirones, en el muelle de Poniente, en el de la Costa, de la Lonja del Pescado a la Plaza de Joaquín Dicenta pasando por el Club de Regatas, no pasan de curiosos.
–¿Y ese otro?
–Se llama Maritima, también inglés.6
–En ese no.
–Dicen que no.
–El capitán ha declarado terminantemente: «Este es un barco de carga que no admite ni criminales ni asesinos.»7
–No dejan pasar a nadie.
Dos marinos, rifle en mano, en lo alto de la escalera, cuidan de ello.
–No.
–No.
–No.
Gritan y amagan apuntar; muchos –solos, en grupo– han intentado, intentan subir. Los tripulantes no se atreven a bajar al muelle para echar a una mujer que se ha sentado en el escalón más bajo, desde la noche anterior. Deja pasar a los demás.
Get out!
El otro había empezado, más decorosamente:
Where are you going?
Go on!
La mujer, de mediana edad, parece no escuchar. Por de pronto no hace caso. Se forma un corro que la mira. Es una mujer de pueblo: falda negra, blusa negra, pañuelo negro. Abraza dos paquetones. Mira sin mirar, fijo.
–Son tan hijos de puta como otros cualquiera –le dice uno de los que no dejan subir–. Con ellos no se puede.8
Unos carabineros miran la escena sin atreverse a intervenir, a pesar de que un contramaestre, desde lo alto de la pasarela, les requiere para ello.
–No sé por qué se empeñan –dice un viejo, al lado de Asunción–. Barcos no han de faltar, lo dicen por radio.
El cielo encapotado, el agua mansa, gris, verde, parda, sucia, con cien clases de detritos flotando. Todo huele a mar, hasta la ropa.
Hora de comer, Asunción regresa lentamente hacia la ciudad. Por la calle de San Telmo llega a la calle Mayor, toma la de Pi y Margall, sale arriba del paseo de Méndez Núñez. Va a una guardería donde le dan algo de comer, a mediodía.
Sentado en el borde de una acera encuentra a Miguel Hernández.9 Este la mira sorprendido, con sus ojos de uva madura con reflejos azules claros, la epidermis asurcadillaa de siempre: de los campesinos de su tierra cercana.
–¿De dónde vienes?
–De Madrid.
–¿A dónde vas?
–A Cox. A ver a Josefina y al niño.
–¿Cómo viniste?
–Unas veces a pie y otras andando.
Trae los pies deshechos. Ríe, tristón.
–Otras veces en carro. ¿Y Vicente?
–En Valencia. Le estoy esperando. ¿Has comido?
–No.
–Vente conmigo.
–No, gracias. Voy a descansar un rato y luego sigo. Ya me han dicho que no hay trenes.
–Pero alguien habrá que vaya a Orihuela.
–Eso espero.
–¿Qué vas a hacer?
–¿Cómo que qué voy a hacer? Ya te lo dije: ir a Cox. Pensaba ir a Valencia. A ver a los Soler.
Los Soler, la Tipografía Moderna.10
–Ya debe de estar listo El hombre acecha. Ahora sí: listo para sentencia.11
Hace una pausa, la mira.
–Entraron esta mañana en Madrid.
–Ya lo sé. ¿No te vas a ir?
–¿A dónde?
–No lo sé: a Francia, a África.
–¿Qué se me ha perdido allí?
Asunción no sabe qué decir.
–Bueno. Pues, hasta luego.
–Recuerdos.
Está delgado, con la nariz más pronunciada por el hundimiento de las mejillas, pero sonríe como le sonríe siempre a Asunción. Tan tostado como ayer. Hace tal vez más de un año que no se han visto. ¿El niño? ¿No se le murió? Asunción no sabe que nació otro, hace dos meses y medio.12 Por si acaso no preguntó. ¿Cuándo llegará Vicente? Si han entrado en Madrid, lo harán mañana en Valencia. O pasado. Entonces, Vicente tiene que llegar hoy o mañana. Tal vez esta noche. ¿A quién preguntar? Todavía son unos apestados, aunque dicen que los soltaron a todos. ¿Dónde dar con sus compañeros de partido? ¿Dónde estará Etelvino Vega?13 Pero ¿qué sabría de Valencia? De todos modos, por si acaso, esta noche no volverá a San Juan. Ya se las arreglará como pueda, en el Puerto.
Vuelve allí después de comer lo poco que le dan. Hay más gente que antes.
–¿A dónde vas?
–A ver.
–¿No embarcas?
–No.
–Pasa.
El Maritima leva anclas.14 La mujer, todavía sentada en el último escalón de la escalera, se debate entre los brazos de un marino. Se suelta, da un salto, se ase a una maroma que pende del costado del barco.
–¡Súbanla! –gritan.
Mal agarrada, cae al agua; se hunde, va a dar contra la hélice.15
–¿Quién era?
–Nadie lo sabe: una mujer de negro.
El barco pasa entre los muelles, tuerce algo a la derecha, en la dársena exterior, y enfila hacia la mar abierta. Asunción se acerca a la farola, mira el puerto, la ciudad, la mole tostada del Castillo. Se acoda en unas cajas. La muerte ya no le impresiona; sí la gente apiñada allá enfrente que va subiendo, lentamente en el Stanbrook. ¿Cómo van a caber todos?16
Desde allí, el puerto le parece un enorme escenario. El encuentro con Miguel Hernández le trae el recuerdo del de la Zarzuela, el ensayo de la Numancia, modernizada por Alberti.17 (¿Dónde estarán Rafael y María Teresa?)18 De Josefina recitando; de Vicente, de pronto, a su lado... Allá, al fondo, en vez de la muralla alta de Numancia está el muelle de piedra verdadera, la verja, las palmeras asesinadas, los hoteles heridos: el Reina Victoria, el Gran Hotel Simón, el Hotel Restaurante Samper...19 El Paseo de los Mártires. Oye todavía, que su memoria es buena:
Alto, sereno y espacioso cielo,
que con tus influencias enriqueces
la parte que es mayor de este mi suelo
y sobre muchos otros le engrandeces:
muévate a compasión mi amargo duelo,
y pues al afligido favoreces,
favoréceme en hora tan extraña,
que soy la sola y desdichada España.
¿Será posible que continuo sea
esclava de naciones extranjeras
y que un mínimo tiempo yo no vea
de libertad tendidas mis banderas?
Con justísimo título se emplea
en mí el rigor de tantas penas fieras,
pues mis famosos hijos y valientes
andan entre sí mismos diferentes.
Jamás en su provecho concertaron
los divididos ánimos briosos,
antes entonces más los apartaron
cuando se vieron más menesterosos;
y así con sus discordias convidaron
a estos cobardes pechos codiciosos
a herirme y a robarme mis riquezas,
usando en mí y en ellos mil crudezas.
Estos tan viles, pérfidos romanos,
que buscan de vencer cien mil caminos,
rehuyen de venir más a las manos
con los pocos, valientes numantinos.
¡Oh, si saliesen sus intentos vanos,
y esta pequeña tierra de Numancia
sacase de su pérdida ganancia!20
Y al río Duero, contestando:
Adivino, querida España, el día
en que pasados muchos siglos lleguen,
cómplices del terror y la agonía,
los mismos españoles que te entreguen21
a otro romano de ambición sombría,
haciendo que tus hijos se subleven.
Serás un son pesado de cadenas,22
cárcel, castillo funeral de penas.
Mas al fin vendrá un tiempo en que se mire
estar blandiendo la española espada
sobre el cuello romano, y se respire
la dura libertad reconquistada.
Te verán las naciones extranjeras
tendidas en el viento tus banderas.
¿Qué le costaría decir a España:
Y esta pequeña tierra de Alicante
sacase su perdida grey adelante...?23
Y al Duero:
El fatal, miserable y triste día,
según el disponer d...

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