Vida de perro
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Vida de perro

Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. Conversaciones con Diego Sztulwark

Horacio Verbitsky, Diego Sztulwark

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Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. Conversaciones con Diego Sztulwark

Horacio Verbitsky, Diego Sztulwark

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La noche en que Macri venció a Scioli en la segunda vuelta de las presidenciales, Diego Sztulwark le escribió a Horacio Verbitsky para insistirle en que era el momento de encarar un libro de balances. No de inventario de lo mal hecho, no de pase de facturas o de revisión frívola del pasado. De balances políticos. Vida de perro es ese libro. Más de medio siglo de historia argentina desde la mirada de un personaje memorioso, selectivo, intolerante a la ambigüedad y a la estupidez, celoso de su trabajo. Un viajero político en el tiempo. De militante en las FAP a presidente del CELS. Crítico y autocrítico, pero no arrepentido ni nostálgico.Y es a la vez un libro de conversaciones entre personas de distintas generaciones y posiciones ideológicas. Diego Sztulwark, interesado en el pensamiento político y la tradición de las izquierdas, pregunta sin pelos en la lengua porque quiere entender cómo llegamos al gobierno de Cambiemos, porque quiere reemplazar el "misterio" Verbitsky por el "método" Verbitsky, aprovechar su mirada sistemática y documentada sobre el presente para relanzar la investigación y la lucha política sobre bases más vitales, menos engañosas. Juntos recorren los años en que Verbitsky fue militante en Montoneros, el tiempo de la clandestinidad, sus posiciones frente a la discusión sobre la violencia revolucionaria, frente a la corrupción kirchnerista, sus críticas a la izquierda trotskista, su lectura –a contrapelo de tantos– de Bergoglio, del peronismo y de Macri, su trayectoria periodística, desde la prensa militante en los setenta hasta Clarín, Página/12 y El Cohete a la Luna.En el curso de una conversación honesta y sin desperdicio, que los habilita a discrepar y a hablar sin tabúes, fluyen las anécdotas que cruzan vida-política-oficio, la tensión constante entre pragmatismo y principismo. Un Verbitsky desconocido y sorprendente. Un libro central para los tiempos que vienen.

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1. “En el 55 todos los chicos éramos peronistas. El peronismo es mi infancia”
Familia. El peso de la cuestión judía. Los bombardeos en la Plaza de Mayo. Movilizaciones de la Iglesia contra el peronismo. Bernardo Verbitsky y Villa Miseria también es América. Inicios en el periodismo. Rodolfo Walsh y el Semanario CGT. Operación Masacre. Los puros y los pragmáticos en la política.
Me encaminaba a nuestro primer encuentro. Marzo de 2016. En esa conversación me interesaba hacer la genealogía del método de investigación política de Horacio Verbitsky. Las preguntas que llevan a recuerdos biográficos son inevitables para suscitar una reflexión sobre esos inicios. Su familia, hijos del Yiddishland, pequeña burguesía intelectual de las afueras de la ciudad. Su infancia durante el primer peronismo. El secundario, en el tradicional Colegio Nacional de Buenos Aires, próximo a la Plaza de Mayo, desde la que presenció los bombardeos de 1955. Sus comienzos en el periodismo, en la lectura, en la escritura, en la conversación con amigos. Su paso fugaz por la carrera de Sociología de la UBA. Me gustaría pasar de sus años de formación al primer contacto con Rodolfo Walsh. Y una vez allí, preguntar cómo comenzó su militancia política. Cómo era su modo de trabajo. Cómo era el de Walsh. Cómo se fueron organizando, entre ellos y con sus respectivos colectivos, en sucesivas tareas. Walsh venía de Cuba, era quince años mayor que él. ¿Qué aprendió de él? ¿Prensa Latina fue una inspiración importante? ¿Cómo circulaban entre ellos los nombres de John William Cooke, Jorge Masetti, el Che Guevara? ¿Cómo se trabajaba en el Semanario de la CGT de los Argentinos? ¿Cómo vivió durante esos años la relación entre periodismo y política?
En esto intentaba ocupar mi cabeza, en medio del tumulto matinal de un vagón repleto del subterráneo línea B, rumbo a Leandro N. Alem, cuando vi en mi teléfono que la revista Playboy anunciaba un reportaje a Horacio Verbitsky. Imaginé que muchos lo estarían leyendo. La nota era eficaz: situaba al Perro en el poskirchnerismo. Me pregunté si sería el fin del gobierno de Cristina lo que lo había decidido a dar entrevistas. La foto de su oficina que ilustraba la nota no lograba captar la atmósfera de intimidad, de aislamiento y de trabajo en la que conversaríamos luego.
Llegué a la hora convenida, y Horacio unos minutos más tarde, mochila al hombro. “¿Se te hizo temprano?”, saludó. Nos acomodamos –agua y café– y nos adentramos por dos horas en los comienzos.
Le hablo de mi interés por su método de trabajo. Pienso que ese método (o tal vez antimétodo, puesto que Verbitsky es completamente renuente a formalizar un “camino”) responde a un ensamblado de procedimientos concretos provenientes de experiencias precisas. Sus fuentes más evidentes serían al menos tres: la tradición de la contrainformación antiimperialista, a propósito de la cual la fundación de Prensa Latina –con la participación de Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo y Jorge Masetti– es un momento clave, tanto por su vínculo con la Revolución Cubana como por el modo en que esa experiencia se prolonga en la inteligencia de las organizaciones revolucionarias; el periodismo de escuela, su oficio de toda la vida –de lo que dan testimonio su padre primero, y luego Timerman, Walsh, Noticias y más tarde Página/12–; y finalmente, la experiencia de los organismos de derechos humanos, que ligan el uso del archivo con la búsqueda activa de una condena social, política y estatal del plan represivo de la última dictadura en todos sus niveles de responsabilidad: militar, empresario, político, eclesiástico, intelectual.
DS: ¿Fuiste peronista desde niño? Tus padres en todo caso no lo eran. ¿Cómo fue eso?
HV: Mis padres no eran peronistas y vivían el imaginario de la clase media intelectual, con temor por los aspectos que ellos entendían como represivos del gobierno. Tampoco simpatizaron nunca con el antiperonismo gorila. Mi padre me contó que, en los comienzos del peronismo, él veía con mucha simpatía ese nuevo movimiento. Incluso llegó a escribirle una larga carta a Perón con una serie de ideas, carta de la cual no había guardado una copia, ni recibió respuesta.
En la década de 1950, mi padre escribía una serie de artículos sobre el Segundo Plan Quinquenal en el diario Noticias Gráficas, que yo coleccionaba y llevaba al colegio cuando se hacían “trabajos de extensión”, como se diría hoy. Eran artículos sin firma, muy elogiosos. Mi padre tenía muchas contradicciones por entonces: no era peronista, tenía miedo, pero al mismo tiempo no dejaba de ver lo que ocurría. Yo estaba orgulloso de esos artículos que él escribía. Recuerdo anécdotas del colegio. Una vez, para el Día del Camino –siempre me acuerdo que es el 5 de octubre porque es el día del cumpleaños de mi abuelo–, con la clase dedicada al Plan Quinquenal y la construcción de caminos, en un momento a la maestra le dio un poco de pudor y dijo: “Quiero aclararles que antes de Perón había caminos en la Argentina”.
Ese es el recuerdo de mi colegio primario, que era un colegio de un pueblo de la provincia de Buenos Aires, donde existía la enseñanza religiosa, que el peronismo había reimplantado por ley en 1947. La alternativa para quienes no quisieran ir a las clases de religión por razones de conciencia eran las “clases de moral”. Eran clases de religión pero sin Cristo, y en consecuencia la única alternativa real era salir del aula. Éramos tres judíos en mi grado, salíamos al patio, nos cagábamos de frío en esos inviernos, cuando existía el invierno, y teníamos sabañones. Cuando salían los de las clases de religión, invariablemente alguno decía: “Ustedes mataron a Cristo”, y nos agarrábamos a trompadas “a primera sangre”. Yo he vuelto varias veces a casa con sangre en el guardapolvo, de mi propia nariz o de alguna ajena. Siempre estábamos en minoría. Nosotros éramos tres, los otros eran más de veinte, y encima uno de los tres tenía unos anteojos “culo de botella” que lo descalificaban para cualquier combate, de modo que siempre la ligábamos. Supongo que esas cosas también influyeron en mi padre. Yo no tenía idea, no podía asociar esas cosas con el peronismo, pero mi padre sí. Esto lo estudié y lo descubrí de grande.
La diferencia generacional –Horacio nació en 1942– adquiere un peso específico a la hora de comprender la comodidad del hijo y la incomodidad del padre con el peronismo.
Su relato pausado se desenvuelve en un espacio de suma concentración. No pierde el hilo. No importa la cantidad de senderos laterales que incluya en su recorrido, va siempre al punto de la pregunta. Casi todo lo que cuenta ha sido ya narrado por él otras tantas veces y, sin embargo, no responde mecánicamente. Busca en sus recuerdos, va y vuelve del pasado, elige con cuidado las palabras. Se diría que se autoedita. Para cada respuesta emplea una locución precisa; más que frialdad, es rigor lo que se advierte en el modo de evocar sus afectos. Amor intenso por su infancia y sus padres, rechazo profundo a los aspectos conservadores de lo católico con los que vivió siempre en conflicto: en la escuela, en la cultura, en los bombardeos de la Plaza de Mayo y en la historia política posterior.
HV: Todos los chicos éramos peronistas. Creo que se trata de una experiencia de la infancia que muchos años después pude reconocer. En 1987, fui a un congreso de periodistas en Venecia. Había gente extraordinaria de todo el mundo, como Uri Avneri, el periodista israelí que abrió los contactos con Arafat en la época de mayor cerrazón israelí, previa a la actual, que supera a todo lo anterior. Salíamos a recorrer Venecia a la noche, después de las sesiones, a tomar vino y a conocer lugares asombrosos. En el grupo había dos periodistas españoles: uno vivía en España y había viajado especialmente para el congreso y la otra era corresponsal en Italia. Él era comunista y ella socialista. Una noche, en la sobremesa, se pusieron a cantar “De cara al sol”, abrazados y llorando. Me resultó tan raro que un comunista y una socialista cantaran el himno falangista, que les pregunté el porqué –tal vez yo tenía alguna copa menos que ellos y todavía podía preguntar–, y me dijeron: “Es nuestra infancia. Esto no es político, es nuestra infancia”. El peronismo es mi infancia, y con esto no intento hacer un paralelo entre el falangismo y el peronismo, aunque hay muchos para hacer, y muy interesantes. Muy interesantes, porque si hubo un elemento formativo para los jóvenes peronistas, este ha sido la obra de José Antonio Primo de Rivera, no la acción de la Falange, sino su obra. José Antonio fue fusilado en el primer año de la guerra, de modo que todo lo que hizo la Falange después, como parte del oficialismo franquista, no se le puede achacar a José Antonio. Él era una derecha católica revolucionaria pero con muchos puntos de contacto con lo que después sería el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Desde el punto de vista de la concepción ideológica, de la práctica política, tiene que ver con una coyuntura histórica determinada y no se puede traspolar. Yo tengo por ahí las obras de José Antonio marcadas, llenas de anotaciones, y fueron una influencia fundamental en la formación del peronismo, primero, y de los jóvenes peronistas, después. Esto, por supuesto, no lo leí en mi infancia. Cuando digo “los chicos éramos peronistas” me refiero a la Fundación Eva Perón, al regalo de las pelotas de fútbol, al discurso de los “únicos privilegiados son los niños”, a los Campeonatos Evita, a todo eso que muestra Favio de modo tan extraordinario en la película Perón. Sinfonía del sentimiento. Vos me preguntás por mi padre y yo recuerdo claramente el 31 de agosto de 1955.[1] Era un día frío pero soleado, yo estaba jugando a la pelota en el fondo de mi casa. Tenía un pequeño huerto, había unos árboles. Los postes de la parra delimitaban un arco. A dos metros estaba la pared del cuarto del fondo. Yo cabeceaba la pelota contra la pared, rebotaba y me tiraba para atajarla. Y jugaba, hacía campeonatos interminables con todos los equipos habidos y por haber. Y en todas las casas del barrio se escuchaba el discurso de Perón del “cinco por uno”. Y yo, transpirado por el partido y con ese sol de fines del invierno, sentía mucha excitación. Cuando terminé de jugar, entré a la casa y mis padres estaban ensombrecidos. Es un recuerdo sobre las contradicciones de esa época.
DS: ¿Es cierto que tu padre bautizó los barrios pobres de migrantes con la expresión “villa miseria”?
HV: Mi padre hizo una serie de notas donde por primera vez usó las palabras “villa miseria”. Primero escribió esas notas en el diario y después publicó una novela que llamó Villa Miseria también es América.[2] Ese título es una paráfrasis de una poesía de Langston Hughes,[3] que es el gran poeta del Renacimiento de Harlem. Además, se trata de un recuerdo muy fuerte, imborrable, formativo: nosotros vivíamos en Ramos Mejía y tomábamos el Ferrocarril Sarmiento. Antes de llegar a Ciudadela, el tren corre sobre un terraplén de un metro y medio por encima del nivel de la calle. Desde la ventanilla veíamos algo que nos impresionaba, un universo de casillas, totalmente distintas a las edificaciones, que nos llamaba mucho la atención. Un día mi viejo me dice: “Vamos a ver qué es eso”. Teníamos como referencia una fábrica, una papelera que se llamaba Fumagalli, que siempre recuerdo porque tenía como logotipo un efecto óptico de una serie de cubos que según mirabas los veías o no los veías. Entonces caminamos varias cuadras, llegamos a Fumagalli y no veíamos nada, lo que habíamos divisado desde el tren no lo encontrábamos. Empezamos a caminar, a dar vueltas, hasta que nos metimos por una calle lateral y ahí abrimos una puerta mal cerrada. No era una típica puerta de una casa, era la puerta de acceso a la villa, y entramos. Estuvimos recorriendo, hablando con la gente. A partir de ahí, mi viejo fue todos los fines de semana para hablar con la gente y yo lo acompañaba. En esa villa recopiló el material e hizo la investigación para las notas y para el libro, que se publicó en 1957. Esa también es una historia que me marcó: había muchos paraguayos y además eran todos peronistas. Esas son, de alguna manera, las experiencias que yo recuerdo.
Bernardo Verbitsky fue un escritor prolífico, publicó veinte títulos. Villa Miseria también es América cuenta la historia de Villa Maldonado, uno de los nuevos barrios pobres poblados por migrantes del norte argentino y de países limítrofes, en su mayoría peronistas, que surgieron en torno al proceso de industrialización posterior a la década de 1930. Esa experiencia parece haberse grabado en Horacio Verbitsky de un modo profundo y haber desempeñado un papel determinante en la organización de una cierta coherencia adulta, en la que esas masas migrantes entrarán en una síntesis propia con la curiosidad política y literaria paterna.
DS: ¿Qué recuerdos tenés de la época de los bombardeos?
HV: Yo iba al colegio a dos cuadras de la Plaza de Mayo: tomaba el tren Sarmiento hasta Once, ahí combinaba con el subte, salía en la estación Perú, y a las tres cuadras estaba el colegio. El 16 de junio, en el momento en que salgo del subterráneo, empieza el bombardeo. Yo veo que caen las primeras bombas. No entendí qué era eso, si bien había un clima muy denso: en la semana previa se había realizado la procesión de Corpus Christi, y en el colegio había mucha discusión y mucha pelea por eso. Los que nos identificábamos con el peronismo éramos pocos y los que se identificaban con el antiperonismo eran todos los demás. Sin embargo, estaban muy divididos entre ellos, y los más activos eran los de la Acción Católica con el escudito y todo. Por entonces yo era compañero de división de Antonio Abal Medina, el mayor de los hermanos Abal Medina. Todos ellos participaban activamente de todas las movilizaciones en contra del peronismo, en las cuales la Iglesia Católica tenía el rol central, decisivo.
El golpe de 1955 es el golpe de la Iglesia Católica. Ellos lo organizaron, proveyeron las armas, dispusieron los lugares para la conspiración, pusieron en contacto a algunos conspiradores con otros, dieron el aporte de difusión a través de los panfletos, almacenaron armas en los conventos, organizaron los comandos civiles. No fue un golpe militar, fue un golpe eclesiástico, con un débil brazo militar. El general Eduardo Lonardi, cuya contraseña era “Dios es justo”, estaba retirado desde hacía cuatro años, y se fue a Córdoba en ómnibus, con el uniforme y el sable en la valija, y no tenía ni plata para el pasaje de regreso.
Ahí empezó la tarea de sublevar, de persuadir, cuando las fuerzas militares eran todavía leales al peronismo, hasta que vieron que no había decisión de luchar por parte de Perón. Entre las fuerzas militares que no se plegaban al golpe no había un Alais[4] que no quisiera llegar. Llegaron, fueron, el que no quería era Perón. Se puede discutir largamente si hizo mal, si hizo bien, hay argumentos a favor y en contra. Cuando se estudia a fondo este tema, uno se da cuenta de que estuvimos a un paso de una guerra civil como la de España. En Córdoba, había sacerdotes que estaban en la trinchera con los fusiles. La “Marcha de la libertad”, la marcha de la Revolución Libertadora, se grabó en el sótano de una iglesia e incluye algo más que una paráfrasis del himno falangista “De cara al sol”.
Ese grupo de Acción Católica quemó ejemplares del libro de Eva Perón, La razón de mi vida, en el baño del colegio, donde se armó una trompeadura. Los aviones que bombardeaban la plaza tenían el “Cristo vence” pintado en las alas, al igual que los tanques que consiguió Lonardi en Córdoba. Ese proceso es interesantísimo por todo lo que viene después. Entre los que participaron de eso estaban el pelado Angelelli, Jaime de Nevares, Carlos Mugica, Miguel Mascialino. Esta gente tuvo un rol fundamental en las décadas siguientes, tanto en la formación de los curas obreros como en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Muy rápido entendieron lo que la caída de Perón había significado para el pueblo. Hay un documento firmado por trescientos sacerdotes cordobeses en el que piden que dejen de insultarlos por las calles, porque ellos estaban a favor del pueblo y no en contra.
Su padre había sido comprensivo con ciertas políticas modernizantes del peronismo, pero no había adherido a la figura de Perón,...

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