El camino abierto por Jesús. Marcos
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El camino abierto por Jesús. Marcos

José Antonio Pagola Elorza

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  1. 272 páginas
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El camino abierto por Jesús. Marcos

José Antonio Pagola Elorza

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Segundo de una serie de cuatro libros, que recoge algunos de los muchos comentarios a los textos del Evangelio de Marcos publicados por el autor. Está redactada con la finalidad de ayudar a entrar por la senda abierta por Jesús, centrando nuestra fe en el seguimiento a su persona. Un libro que nace de la voluntad de recuperar la Buena Noticia de Jesús para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Obra de gran éxito y que se trabaja tanto personal como grupalmente.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825313
1

COMIENZA EL EVANGELIO DE JESUCRISTO

Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino».
Una voz grita en el desierto: «Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos».
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
–Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarles las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo (Marcos 1,1-8).
MARCHAR AL DESIERTO
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Este es el inicio solemne y gozoso del evangelio de Marcos. Pero a continuación, de manera abrupta y sin advertencia alguna, comienza a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el pueblo para acoger a su Mesías y Señor.
En el desierto aparece un profeta diferente. Viene a «preparar el camino del Señor». Este es su gran servicio a Jesús. Su llamada no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno. Lo que busca Juan va más allá de la conversión moral de cada persona. Se trata de «preparar el camino del Señor», un camino concreto y bien definido, el camino que va a seguir Jesús defraudando las expectativas convencionales de muchos.
La reacción del pueblo es conmovedora. Según el evangelista, desde Judea y Jerusalén marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero sobre todo es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión.
Allí toman conciencia de la situación en que viven; experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos, «confesaban sus pecados» y Juan «los bautizaba».
La conversión que necesita nuestro modo de vivir el cristianismo no se puede improvisar. Requiere un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo.
Esta puede ser hoy nuestra tentación. No ir al «desierto». Eludir la necesidad de conversión. No escuchar ninguna voz que nos invite a cambiar. Distraernos con cualquier cosa, para olvidar nuestros miedos y disimular nuestra falta de coraje para acoger la verdad de Jesucristo.
La imagen del pueblo judío «confesando sus pecados» es admirable. ¿No necesitamos los cristianos de hoy hacer un examen de conciencia colectivo, en todos los niveles, para reconocer nuestros errores y pecados?, ¿es posible sin este reconocimiento «preparar el camino del Señor»?
EL CAMINO ABIERTO POR JESÚS
No pocos cristianos practicantes entienden su fe solo como una «obligación». Hay un conjunto de creencias que se «deben» aceptar, aunque uno no conozca su contenido ni sepa el interés que pueden tener para su vida; hay también un código de leyes que se «debe» observar, aunque uno no entienda bien tanta exigencia de Dios; hay, por último, unas prácticas religiosas que se «deben» cumplir, aunque sea de manera rutinaria.
Esta manera de entender y vivir la fe genera un tipo de cristiano aburrido, sin deseo de Dios y sin creatividad ni pasión alguna por contagiar su fe. Basta con «cumplir». Esta religión no tiene atractivo alguno; se convierte en un peso difícil de soportar; a no pocos les produce alergia. No andaba descaminada Simone Weil cuando escribía que «donde falta el deseo de encontrarse con Dios, allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés».
En las primeras comunidades cristianas se vivieron las cosas de otra manera. La fe cristiana no era entendida como un «sistema religioso». Lo llamaban «camino» (hodos en griego) y lo proponían como la vía más acertada para vivir con sentido y esperanza. Se dice que es un «camino nuevo y vivo» que «ha sido inaugurado por Jesús para nosotros», un camino que se recorre «con los ojos fijos en él» (Hebreos 10,20; 12,2).
Es de gran importancia tomar conciencia de que la fe es un recorrido y no un sistema religioso. Y en un recorrido hay de todo: marcha gozosa y momentos de búsqueda, pruebas que hay que superar y retrocesos, decisiones ineludibles, dudas e interrogantes. Todo es parte del camino: también las dudas, que pueden ser más estimulantes que no pocas certezas y seguridades poseídas de forma rutinaria y simplista.
Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Cada uno es responsable de la «aventura» de su vida. Cada uno tiene su propio ritmo. No hay que forzar nada. En el camino cristiano hay etapas: las personas pueden vivir momentos y situaciones diferentes. Lo importante es «caminar», no detenerse, escuchar la llamada que a todos se nos hace de vivir de manera más digna y dichosa. Este puede ser el mejor modo de «preparar el camino del Señor».
PREPARAR EL CAMINO AL SEÑOR
«Preparad el camino al Señor». Tal vez esta es la primera llamada que hemos de escuchar hoy los cristianos. La más urgente y decisiva. Estamos tratando de hacer no pocas cosas, pero, ¿cómo preparar nuevos caminos al Señor en nuestras comunidades?
Antes que nada hemos de pararnos a detectar qué zonas de nuestra vida no están iluminadas por el Espíritu de Jesús. Podemos funcionar bien como una comunidad religiosa en torno al culto, pero seguir impermeables a aspectos esenciales del evangelio. ¿En qué nos reconocería hoy Jesús como sus discípulos y seguidores?
Además, hemos de discernir la calidad evangélica de lo que hacemos. La palabra de Jesús nos puede liberar de algunos autoengaños. No todo lo que vivimos viene de Galilea. Si no somos un grupo configurado por los rasgos esenciales de Jesús, ¿qué somos exactamente?
Es esencial «buscar el reino de Dios y su justicia». Rebelarnos frente a la indiferencia social que nos impide mirar la vida desde los que sufren. Resistirnos a formas de vida que nos encierran dentro de nuestro egoísmo. Si no contagiamos compasión y atención a los últimos, ¿qué estamos difundiendo en la sociedad?
Hay un «imperativo cristiano» que podría orientarnos en la búsqueda real de la justicia de Dios en el mundo: actuar en nuestras comunidades cristianas de tal forma que ese comportamiento se pudiera convertir en norma universal para todos los humanos. Señalar con nuestra vida caminos hacia un mundo más justo, amable y esperanzado. ¿Cambiaría mucho la sociedad si todos actuaran como lo hacemos en nuestra pequeña comunidad?
Seguramente sería enriquecedor introducir entre nosotros aquel lema incisivo y sugerente que circuló hace unos años en comunidades cristianas de Alemania: «Piensa globalmente y actúa localmente». Hemos de abrir el horizonte de nuestras comunidades hasta el mundo entero; aprender a procesar la información que recibimos, desde la mirada compasiva de Dios hacia todas sus criaturas. Luego, abrir caminos de compasión y justicia en el pequeño mundo en que nos movemos cada día.
REORIENTAR LA VIDA
A veces se piensa que la diferencia entre creyentes y no creyentes es clara. Unos tienen fe y otros no. Así de sencillo. Nada más lejos de la realidad. Hoy es frecuente encontrarse con personas que no saben exactamente si creen o no creen. Basta escucharles: «¿A esto que yo siento se le puede llamar fe?».
Esta situación de ambigüedad puede prolongarse durante años. Pero lo más sano es reaccionar. Lo primero no es «volver a la Iglesia» y comenzar de nuevo a «cumplir» unas prácticas religiosas sin convicción alguna. Lo importante es clarificar la propia postura y decidir cómo quiere uno orientar su vida.
Antes que nada es necesario aclarar dónde es...

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