¡Aprender!
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¡Aprender!

Emociones, inteligencia y creatividad

Eduardo M. Andere

  1. 312 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Emociones, inteligencia y creatividad

Eduardo M. Andere

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La mejor fórmula para el aprendizaje es la buena crianza. De esta manera, la me­jor educación primaria es una buena educación preescolar y así sucesivamente.Vivimos una época de cambios. Las escuelas y los sistemas educativos buscan la mejor forma de educar a los niños y jóvenes que ahora leen menos, duermen menos, interactúan menos con mamá y papá, comen menos alimentos nutritivos, salen menos al parque, hacen menos ejercicio, conviven menos con los amigos y se pasan frente a las pantallas alrededor de diez o más horas al día.El cambio de hábitos de los niños del siglo XXI ha sido radical. La digitaliza­ción es una navaja de doble filo: por un lado, facilita la cotidianidad y potencia habilidades; por el otro, reduce el desafío del cerebro, cambia la realidad por una virtual. El resultado es que los niños y jóvenes llegan a las escuelas con una mentalidad diferente. La escuela les parece aburrida y anacrónica en compa­ración con las pantallas. ¿Para qué estudiar si uno puede hacerse rico con un video, un par de fotos o una ocurrencia? El futuro llegó muy rápido. Ante este escenario, han surgido nuevas propues­tas pedagógicas. Como nunca antes, las ciencias que estudian al cerebro y a la mente han evolucionado en el entendimiento de lo que construye los pensamien­tos, las emociones, la inteligencia y la creatividad.¡Aprender! Emociones, inteligencia y creatividad te llevará por un recorrido para que, si eres mamá o papá, entiendas mejor lo que sí y lo que no funciona en la crianza; si eres maestra o maestro, para diseñar mejor la enseñanza-apren­dizaje; si eres médico, pediatra, psicólogo o educador, para enriquecer tu co­nocimiento; y, si eres autoridad, para rediseñar los modelos educativos y los programas de formación de maestros. Asimismo, este libro nos invita a comprender la forma en la que interactúan cerebro y mente con nuestros organismos y el medio ambiente."Este maravilloso libro nos encamina en una senda de aprendizaje a través de las neurociencias, la inteligencia y los modelos educativos, desde el mayor rigor científico, pero con el don de hacerlo tan simple que se vuelve una lectura ame­na y fluida. En mi opinión, debería ser un libro de cabecera para las personas que tienen contacto con niñas, niños y adolescentes, como médicos, psicólo­gos, profesionales de la educación y, en especial, padres y madres". Antonio Rizzoli Córdona, neurólogo pediatra

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Información

Año
2020
ISBN
9786070310607
Edición
1
Categoría
Education
1. ¿QUÉ SOMOS?
CEREBRO Y MENTE
La vida es un paseo, ajetreado. Somos nuestra amígdala (simplificado), no nuestro cerebro. Somos pura emoción con intentos de razón. Pensamos que pensamos, pero en realidad actuamos. “El cerebro evolucionó para actuar y no necesariamente para pensar” (Tiger y McGuire, 2010: 29). Pensamos que razonamos, pero en realidad racionalizamos para satisfacer nuestros impulsos más básicos. Primero tomamos la decisión con impulsos emocionales y luego la justificamos con elucubraciones racionales.
No sorprende, entonces, que todas las campañas publicitarias, ya sean de mercado, políticas o amorosas, exploten las sensaciones y no las razones. Como sapiens sapiens tan sólo tenemos 40 000 años de evolución, pero el cerebro primitivo tiene 7 millones de años de monarquía. Esta cronología de miles y millones de años ha producido un órgano extremadamente complejo cuyo uno de sus productos es la mente y, con ella, la conciencia.
El cerebro es complejo, pero la mente es complicada, y es complicada porque trata de darle sentido a un “aparato” hasta ahora indescifrable en sus aspectos más profundos y diseñado para vivir y aprender. Primero fuimos cerebro y luego seres humanos. No fue el ser humano quien bautizó al cerebro sino el cerebro, a través de la mente, el que nos bautizó con el nombre “ser humano”. El ser humano, es un despistado tratando de seguir a un ente sagaz (el cerebro), pero sin conciencia de sí mismo. La mente es la despistada y el cerebro, el autómata. Cerebro y mente participan en una danza misteriosa donde el primero produce al segundo, y el segundo, a través de la conciencia, lucha por entender, embobinar y rebobinar al primero. Aunque muchas veces esa lucha es fútil porque el proceso mental depende de un complejo e intricado sistema de redes neuronales que le dan origen. Entonces, lo que la mente trata de hacer es, mediante cambios de hábitos, provocar nuevas redes o sistemas de redes o conexiones para que la mente sea capaz de tomar nuevas decisiones y aprender nuevos aprendizajes como aprender a aprender.
En esa danza el cerebro nunca deja de trabajar, pero la mente sí, al menos en su estado de mayor conciencia. El cerebro sigue trabajando aún cuando la mente duerme. Cuando uno duerme, el cerebro da vueltas (conexiones de redes neuronales) a tantas cosas… unas de ellas, los pensamientos. En este estado, el cerebro, en ciertas ocasiones, presenta la imagen como sueño; a veces como imaginación y, otras, como ocurrencia; a veces al azar; a veces “de repente”, como cuando uno se acuerda de un nombre que no podía recordar y, haciendo otras cosas, brinca y dice “ya me acordé” o “ya encontré la respuesta”.
¿Por qué sucede así o qué sucede adentro cuando sucede? No se sabe. Sabemos dónde ocurre, pero no sabemos cómo ocurre. Es un sistema de activación automática del cerebro o algo así. Lo que sí se sabe es que todo ocurre dentro de conexiones de células cerebrales, neuronales o gliales, o la ausencia de algunas de ellas. Por ejemplo, la imaginación y los sueños están directamente relacionados con lo que sabemos y experimentamos. El cerebro conecta, pero no piensa. La mente (que en realidad es un filtro que le da sentido a las innumerables experiencias, sensaciones y emociones que se producen por la actividad cerebral) piensa, pero no conecta. Los procesos y resultados mentales ocurren dentro del cerebro, pero no sabemos cómo las conexiones de memorias y experiencias se transforman en pensamiento, emoción y acción. En este sentido, el cerebro es un enigma (Swaab, 2014). Por lo tanto, en este intricado esquema vivimos tratando de darle sentido a las cosas y a nuestras vidas; antes de ello, el cerebro trata de darle sentido a las experiencias nuevas con base en las experiencias anteriores. No sorprende que seamos tan complicados, es decir, tan humanos.
En este marasmo crecemos mediante un proceso innato que llamamos aprendizaje. Así deambulamos, mejoramos o empeoramos hasta que finalmente dejamos de existir y el mismo proceso continúa en nuestros descendientes. A través de los años evolucionamos biológica y culturalmente. Ahora somos más racionales y, quizá, más inteligentes que hace algunos siglos, y somos culturalmente más sociales, menos salvajes que hace algunas décadas. Pero, en esencia, somos profundamente emocionales.
“¿Qué somos?” Somos seres confusos.
En la literatura de la era de la “preneurociencia” era común afirmar una teoría evolucionista que sostenía que el cerebro humano estaba conformado por tres cerebros compartimentalizados. Esta teoría identificaba, anecdóticamente, a los tres cerebros, como automático o reptiliano, límbico o emocional y humano o racional. Los primeros dos contaban con millones de años de evolución mientras que el racional, formado por la parte más frontal de la corteza cerebral, en su forma más humana (intelectual), con tan sólo 40 000. En la era de la neurociencia, esta teoría evolucionista es descartada por una teoría que tiene que ver más con un solo cerebro que evoluciona y en ciertas funciones se especializa, pero se organiza por estructura, redes y funciones.
Mapear la emoción dentro de la parte media del cerebro, y la razón y la lógica dentro de la corteza es tontería plena.1
Entonces, cuando D.F. Swaab sostiene “somos nuestro cerebro” debemos considerarlo como el órgano del cuerpo humano capaz de producir funciones automáticas, emocionales y racionales, pero no como la integración de tres cerebros independientes e interconectados. Claro que no somos nuestro cerebro nada más desde el punto de vista orgánico-biológico porque el cerebro, sin cuerpo y sin entorno o ambiente, simple y sencillamente no funcionaría o funcionaría a medias.
El cerebro nace con la capacidad de hacer crecer a la persona, pero si la persona no se nutre adecuadamente, la persona no crece, o crece limitadamente; el cerebro nace con la capacidad de hacer caminar a la persona, pero si la persona vive atada a una cama o a una silla, la persona no caminará; el cerebro nace con la capacidad de leer y escribir, pero si no interactúa en un proceso de enseñanza-aprendizaje no aprenderá, en la mayoría de los casos, a leer o escribir. Nutrirse, gatear y luego erguirse, e interactuar para aprender, son las experiencias ambientales que potencian o inhiben las capacidades innatas.
Entonces somos, de acuerdo con las propuestas de diversos investigadores: 1] el producto de cerebro, cuerpo y ambiente (Jasanoff, 2018); 2] el producto de una genética (que actúa a través de las células cerebrales) y un ambiente (Rutter, 2006); 3) el producto de genotipos (composición genética del organismo), ambiente, detonadores (como la edad, exposición, otros genes y la suerte o el azar) (Mukherjee, 2016).
Genes y ambiente están en el centro. Los genes no sólo interactúan con el ambiente sino con otros genes “interacción gengen (Rutter, 2006).” Esto hace todo el sistema muy complejo.
Los trabajos de la mente deben estar basados sobre el funcionamiento del cerebro, y la estructura y funcionamiento del cerebro (como cualquier otro órgano del cuerpo) será conformado tanto por los genes como por el ambiente (ibid., 2006).
El aprendizaje inteligente, un rasgo innato al ser humano, el único capaz de estudiar y darle nombre a todos los demás seres conocidos, es la herramienta que irónicamente poseemos para estudiar al cerebro. La mente que parece independiente al cerebro es producto de la intricada operación del cerebro y al mismo tiempo la única capaz de influir sobre sus funciones a través de acciones y hábitos para rediseñarse a sí misma y tratar de moldear o controlar a las sensaciones y sus emociones que la acompañan: el calor es una sensación, la pasión una emoción; el frío es una sensación, la frialdad una emoción. Tanto calor y frío si no son muy extremos pueden producir sensaciones placenteras. Las sensaciones son emociones, pero en un nivel muy primario.
Que la mente elucubre y manipule al cerebro (a partir de sí mismo) es un arte producto de una ciencia. El arte del ser y hacer, y la ciencia de entender y proponer. Es como la mano de Escher que se dibuja a sí misma. Aún así, ¿cómo trabaja la mente? Es algo que todavía está por descubrirse.
La naturaleza de la mente, desde el punto de vista científico, todavía permanece como un tema abierto (Siegel, 2017).
¿DÓNDE OCURRE TODO?
Todo ocurre en un extremadamente complejo órgano de alrededor de 1 500 gramos (Herculano-Houzel, 2016) lo que representa, más o menos, 2% de una masa corporal de 70 kilos y que consume alrededor de 20-25% (ibid., 2016; Gopkin, 2016) y hasta 30% (Herculano-Houzel, 2016: 170) (o sea, unas 500 kilocalorías por día) (ibid.: 17 y 143) de toda la energía consumida por la totalidad de la masa corporal. Sin embargo, los bebés de un año de edad queman mucho más de esta energía. Para los cuatro años de edad, en el tope de consumo de energía por parte del cerebro, los niños usan 66% de sus calorías (Gopkin, 2016: 50). El cerebro de un infante de un año de edad tiene el doble de conexiones neuronales que las de un adulto. Pero cada una de esas conexiones es débil, porque las que no se usan se podan y desaparecen (ibid.: 34-35), cosa que los adultos sabemos cuando nos dictan un número telefónico y si no lo repetimos, asociamos y recordamos constantemente, se nos olvida.
Existe una explosión bibliográfica sobre lo que hace y no hace el cerebro, y sobre la relación entre el cerebro y la mente. Mi intención no es hacer una relatoría o metaevaluación de la actividad cerebral. Sin embargo, para efectos de este libro, lo siguientes son los hallazgos más importantes:
Sabemos dónde ocurren las cosas más que cómo ocurren las cosas.
La mente es producto del cerebro y es la expresión de la interacción entre este órgano y todo el sistema encefálico nervioso, con su ambiente o entorno.
Por lo tanto, los pensamientos son un fenómeno físico y no espiritual (que existe fuera de lo material o físico) (Eagleman, 2011: 3 y 15-16). El impresionante avance de la neurología con otras ciencias como la Inteligencia Artificial y la Robótica ha generado esquemas en los que seres humanos que sufren paraplejia o tetraplejia son capaces, con la ayuda de un conjunto de elementos físicos conocidos como Brain Computer Interface (BCI) mover objetos físicos como el ratón de una computadora o un brazo de un robot para acercarse un vaso con agua a la boca.2
El cerebro se desarrolla durante toda la vida; las habilidades no son fijas, el trabajo y la práctica educadas (retroalimentadas para mejorar) permiten el desarrollo cerebral y la reafirmación o adquisición de nuevas habilidades y conocimientos.
El deterioro de las funciones cerebrales es ineluctable, pero un cerebro activo, bien nutrido y en movimiento –desafiado–, puede, bajo condiciones ceteris paribus (todo lo demás constante, como genética, por ejemplo), posponer la decadencia natural.
Los 86 000 millones de neuronas (Herculano-Houzel, 2016: 79), conectadas, entrelazadas y protegidas por complejas redes, producen las funciones cerebrales y mentales. La mente es producto del cerebro y éste de sus células y éstas de los genes y otros componentes.
A los 86 000 millones de neuronas anteriores habría que agregar otro tipo de células cerebrales conocidas como células gliales o neuroglias a razón de hasta 10 gliales por cada neurona que participan en el funcionamiento de las redes y conexiones del cerebro, aparentemente, no sólo como soporte (pegamento) a las neuronas sino como parte sustancial para el desarrollo de funciones cerebrales (Jasanoff, 2018: 42). Sin embargo, el número de células gliales es cuestionado, a sólo una célula glial por cada neurona (Herculano-Houzel, 2016: 150). La forma en la que funcionan en comparsa estas células se describe mejor con la siguiente metáfora: “Una pared de ladrillos sin mortero es como una combinación de neuronas sin células gliales” (Jasanoff, 2018: 42).
Esos 86 000 millones de neuronas se distribuyen así: 16 000 millones en la corteza cerebral, 69 000 millones en el cerebelo y un poco menos de unos 1 000 millones en el resto del cerebro (Herculano-Houzel, 2016: 79).
Cada neurona típica (Eagleman, 2011: 1) tiene la capacidad de conectarse con 10 000 (Fox, 2012) y hasta 100 000 (Herculano-Houzel, 2016: 22) neuronas más.
En cada milímetro cúbico de un cerebro adulto se estiman entre 35 y 70 millones de neuronas y al menos 500000 millones de sinapsis (conexiones neuronales) (Bronson y Meerryman, 2009: 110).
Además, cada célula contiene los 35000 genes (el genoma entero) con los que los humanos estamos equipados (Jasanoff, 2018: 55). Aunque cada célula contiene todos los genes no todos hacen lo mismo y no todos están activos al mismo tiempo3 y el proceso es muy complejo: aun y cuando cada célula comparte el mismo genoma y secuencia de ADN, cada célula no enciende, o expresa, el mismo conjunto de genes. Cada tipo de célula necesita un conjunto diferente de proteínas para llevar a cabo su función. Por lo tanto, sólo un pequeño subconjunto de proteínas es expresado en una célula. Para que las proteínas sean expresada...

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