El zapato de raso
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El zapato de raso

Versión completa

Paul Claudel

  1. 406 páginas
  2. Spanish
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El zapato de raso

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Paul Claudel

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"La más poderosa teatralización de lo espiritual que conoce el teatro contemporáneo"(Siegfried Melchinger).Por primera vez se publica en castellano la versión íntegra de la monumental obra de Paul Claudel, El zapato de raso, que significó el culmen de la creación poética y dramática de su autor, y ha llegado a ocupar un lugar propio en la historia del teatro del siglo XX. En ella están presentes desde lo burlesco hasta lo místico, desde lo trágico hasta lo poético, con influencias del teatro medieval y barroco, pero también de la tragedia clásica y el teatro japonés.Situada en el Siglo de Oro español, a través de grandes adversidades, cambios de fortuna, acontecimientos increíbles, luchas de poder, viajes por los océanos y mil peripecias más, Claudel muestra el hilo sutil que concede unidad a una historia llena de aventuras: la adhesión de los personajes a un destino amoroso al que se ofrecen libremente.

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Información

Año
2011
ISBN
9788499205953
Edición
1
Categoría
Literatura
EL ZAPATO DE RASO
Versión completa

PRIMERA JORNADA

PERSONAJES DE LA PRIMERA JORNADA
EL ANUNCIADOR
EL PADRE JESUÍTA
DON PELAYO
DON BALTASAR
DOÑA PROEZA (Doña Maravilla)
DON CAMILO
DOÑA ISABEL
DON LUIS
EL REY DE ESPAÑA
EL CANCILLER
DON RODRIGO
EL CHINO
LA NEGRA JOBÁRBARA
EL SARGENTO NAPOLITANO
DON FERNANDO
DOÑA MÚSICA (Doña Delicias)
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
EL ALFÉREZ
SOLDADOS
Suena brevemente un clarín.

ESCENA I

EL ANUNCIADOR, EL PADRE JESUÍTA
EL ANUNCIADOR. Y ahora, amigos, hacedme el favor de fijar la vista en este punto del océano Atlántico que se encuentra unos cuantos grados por debajo de la línea ecuatorial, equidistante del Antiguo y del Nuevo Continentes. Hemos representado aquí con toda propiedad el cascarón de un navío desmantelado que flota a la deriva. En lo alto, como enormes girándolas o como gigantescas panoplias alrededor del cielo, se han colgado ordenadamente las grandes constelaciones de uno y otro hemisferios: la Osa Mayor, la Osa Menor, Casiopea, Orión, la Cruz del Sur... Podría tocarlas con mi bastón... Alrededor del cielo. Y aquí abajo, si un pintor hubiera querido representar el abordaje de los piratas —ingleses, probablemente— a esta pobre nave española, seguro que habría imaginado ese mástil caído y atravesado sobre el puente con todas sus vergas y aparejos, esos cañones volteados, las escotillas abiertas, grandes cuajarones de sangre y cadáveres por todas partes, en particular los de ese grupo de monjas desplomadas unas sobre otras. A lo que queda del palo mayor está atado, como podéis ver, un padre jesuita, alto, flaquísimo. La sotana desgarrada descubre su hombro desnudo. Ahí lo tenéis, que dice: «Señor, os doy gracias por haberme atado así...» Pero ya hablará él. Estad atentos, no carraspeéis y tratad de captar el intríngulis. Porque lo que no entenderéis es lo más hermoso, lo que os parecerá prolijo es lo más interesante y aquello a lo que no le encontraréis ninguna gracia es lo más chusco.
Se va el Anunciador.
EL PADRE JESUITA. ¡Señor, os doy gracias por haberme atado así! Vuestros mandamientos me han parecido a veces penosos, y ante vuestra regla mi voluntad se ha sentido perpleja, insumisa...
Pero hoy no puedo estar más unido a vos de lo que estoy y, por más que examino uno por uno mis miembros, veo que no hay ninguno capaz de separarse siquiera un poco de vos.
Verdad es que estoy atado a la cruz, pero la cruz en que me hallo no está atada a nada: flota en la mar, la mar libre, allí donde se pierden los límites del firmamento conocido, a igual distancia del mundo viejo que he dejado y de otro mundo nuevo.
Todo ha expirado a mi alrededor, todo se ha consumado en este angosto altar que embarazan los amontonados cuerpos de mis hermanas...; porque sin duda era imposible vendimiar sin desorden. Pero, tras el desorden, todo ha vuelto a la gran paz paterna.
Y si por un instante me sintiera abandonado aquí, no tengo más que aguardar el retorno de esa marea indefectible que late bajo mis pies y que me alza en su subida cual si yo mismo formara parte inseparable del gozoso empellón del abismo: de esa ola, la última, que pronto va a llevárseme.
Tomo en mis manos, asumo toda esta obra indivisible que Dios creó a la vez y a la que estoy íntimamente amalgamado, conforme a su santa voluntad, tras haber renunciado a la mía; tomo el pasado que forma con el presente una misma tela inconsútil; tomo este mar puesto a mi disposición, este viento cuyo ir y venir siento en mi propio rostro; estos dos mundos amigos y estas grandes constelaciones que brillan allá arriba en el cielo, para bendecir la tierra deseada que mi corazón intuía allá en la noche.
¡Que la bendición que se derrame sobre ella sea la de Abel, el pastor, y se extienda por sus ríos y bosques! ¡Que la respeten la guerra y la discordia! ¡Que el islam no contamine sus riberas! ¡Que jamás prenda en ella esa peste aún peor que es la herejía!
Me he entregado a Dios y ya ha llegado el día del descanso y la paz, la hora de abandonarme a las ligaduras que me atan.
Lo llaman sacrificio, cuando apenas se trata de un gesto imperceptible ante cada elección. Sólo el mal, en verdad, exige esfuerzo porque va contra la realidad, porque implica desgajarse de las constantes y poderosas fuerzas que de todos lados nos engloban y mueven.
Y ahora, Señor, he aquí la postrera oración de esta misa que celebro mediante el pan que soy yo mismo y el vino de mi muerte tan próxima: ¡Dios mío, os ruego por mi hermano Rodrigo! ¡Dios mío, os suplico por mi hijo Rodrigo!
No he engendrado ningún otro hijo, Señor, y para él soy su único hermano.
Le habéis visto seguir mis pasos y alistarse bajo el estandarte que ostenta vuestro nombre; y que ahora, sin duda porque ha dejado vuestro noviciado, imagina haberos vuelto la espalda y que lo suyo no es esperar, sino conquistar y poseer cuanto abarque..., ¡como si hubiera algo que no os perteneciera y como si pudiera estarse en algún sitio donde no estéis vos... !
Pero, Señor, no es tan fácil huir de vos... Si no va a vuestro encuentro por lo que hay de claro en él, que vaya por lo que hay de oscuro; si no por lo directo, que vaya por lo que en él hay de tortuoso; si no por lo sencillo, por lo múltiple, lo trabajoso, lo complejo. Y si desea el mal, que sea éste de tal naturaleza que sólo con el bien pueda ser compatible; si desea el desorden, un desorden que haga temblar y desmoronarse los muros que lo rodean y le cierran el camino de la salvación; la suya y la de la multitud que de un modo confuso se le asocia. Porque él es de esos que no pueden salvarse sino salvando al mismo tiempo a la masa que tras sus huellas toma forma.
Ya le habéis enseñado a desear... , pero aún ni se imagina lo que es ser deseado.
Enseñadle que vos no sois el único que puede estar ausente. Ligadlo con el peso de ese otro ser bellísimo que sufre su ausencia y que lo llama en la distancia. ¡Haced de él un hombre herido porque una vez en esta vida vio el rostro de un ángel!
Colmad a ambos amantes de un deseo tal que comprometa, con la exclusión de su presencia en los azares cotidianos, la prístina integridad de sus seres y aun su misma esencia, tal como Dios las concibió en el origen en una relación inextinguible.
Y cuando a él no le salgan las palabras, ¡dejadme ser delante de vos el intérprete de sus balbuceos!

ESCENA II

DON PELAYO, DON BALTASAR.
Fachada de una mansión nobiliaria en España.
A primera hora de la mañana.
Un jardín lleno de naranjos. Bajo los árboles,
una fuentecilla de mayólica azul.
DON PELAYO. Ved, don Baltasar: dos caminos se alejan de esta casa. Si la mirada pudiera abarcar éste en todo su recorrido, lo veríais ir derecho al mar pasando por numerosas ciudades y aldeas, subiendo, bajando, como la madeja de hilaza que el cordelero tiende en sus caballetes, hasta desembocar en la costa no lejos de una posada que conozco, medio escondida entre grandes árboles. Que un caballero armado dé escolta por ahí a doña Proeza. Sí: es mi voluntad que sea precisamente ese camino el que la arrebate a mis ojos. Yo, mientras tanto, por ese otro que discurre entre retamas, que serpentea y sube entre peñascos, acudiré allá arriba, adonde me reclama esta blanca llamada de la viuda de la montaña, esta carta que he recibido de mi prima y que veis en mi mano.
Mi señora doña Maravilla no tendrá más cuidado que escudriñar atentamente el horizonte por Levante, a la espera de divisar en él las velas que han de llevarnos a los dos a nuestra gobernación en tierras de Africa.
DON BALTASAR. ¿Vais a partir tan pronto, señor? Después de tantos meses en aquellas tierras bárbaras, ¿abandonáis de nuevo la casa en que crecisteis?
DON PELAYO. El único lugar del mundo en que me siento comprendido y aceptado, sí... Esta casa adonde acudía en busca de silencio y refugio en la época en que era el juez terrible de su majestad, azote de bandidos y rebeldes.
Nadie ama a un juez... Pero yo entendí pronto que no hay amor más grande que dar muerte a los malhechores. ¡Cuántos días he pasado aquí sin otra compañía, de la mañana hasta la noche, que la de mi viejo jardinero, de estos naranjos que yo mismo regaba y de esta cabritilla que no se espantaba de mi presencia, sino que jugaba a embestirme y venía a comer pámpanos de vid en mi mano!
DON BALTASAR. Y ahora tenéis a doña Maravilla... Mucho más para vos que la cabrita...
DON PELAYO. Cuidad de ella, don Baltasar, en este difícil viaje. La confío a vuestro honor.
DON BALTASAR. ¿Cómo, señor? ¿Me vais a encomendar la custodia de doña Proeza?
DON PELAYO. ¿Por qué no? ¿No me habéis dicho que vuestras obligaciones os reclaman en Cataluña? No tendréis que desviaros demasiado de vuestro camino.
DON BALTASAR. Os ruego que me excuséis, pero... ¿no podríais encargar esta misión a otro caballero?
DON PELAYO. A ningún otro.
DON BALTASAR. ¿Por ejemplo a don Camilo, que es vuestro primo y vuestro lugarteniente en la gobernación, y que también está a punto de partir... ?
DON PELAYO. (Con dureza). Partirá solo.
DON BALTASAR. ¿O disponer que doña Proeza os aguarde aquí?
DON PELAYO. No tendré tiempo de regresar por ella.
DON BALTASAR. Pues ¿qué deber tan imperioso os reclama?
DON PELAYO. Mi prima doña Viriana, que se está muriendo sin ningún hombre a su lado. Un hogar noble pero humilde en el que no hay dinero y apenas pan, y donde quedan seis hijas por casar, la mayor de las cuales acaba de cumplir veinte años.
DON BALTASAR. ¿Una a la que llamábamos doña Música porque iba a todas partes con una guitarra que jamás tocaba?... Es que me alojé en esa casa cuando hacía las levas para Flandes, ¿sabéis? Y también por aquellos ojos suyos, inmensos, que te miraban muy abiertos como bebiendo crédulos las maravillas que uno le contaba... Y por sus dientes como almendras frescas que mordían los rojísimos labios... ¡Y por su risa!
DON PELAYO. ¿Por qué no os casasteis con ella?
DON BALTASAR. Soy más pobre que un lobo viejo.
DON PELAYO. Porque todo el dinero que ganas se lo envías a Flandes a tu hermano mayor, el jefe de vuestra casa.
DON BALTASAR. No hay mejor casa entre el Escalda y el Mosa.
DON PELAYO. Bien... Yo me enca...

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