Pausa
eBook - ePub

Pausa

No eres una lista de tareas pendientes

Robert Poynton, Eva Dallo

  1. 144 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Pausa

No eres una lista de tareas pendientes

Robert Poynton, Eva Dallo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Un libro sabio y práctico que nos explica, literalmente, cómo crear tiempo. Recuperar el control y la gestión de nuestro tiempo pasa por diseñar nuestras propias pausas de forma consciente. Y presionar el botón de pausa es clave para recuperar nuestra salud y felicidad.

Las máquinas están diseñadas para funcionar constantemente, las personas, no. Hacemos frente a esta realidad con descansos de fin de semana, aplicaciones para meditar y vacaciones anuales, pero estos mecanismos tienen un impacto poco duradero. Para prosperar, necesitamos un enfoque más sostenible: desarrollar la capacidad para hacer pausas.

Pausa analiza la importancia de esta idea sutil pero poderosa para la comunicación, la creatividad y las relaciones, así como para nuestro bienestar y salud mental. Con herramientas prácticas para ayudarnos a crear nuevos hábitos o tomar decisiones de estilo de vida más significativas, descubriremos formas de:

• Restablecernos y regenerarnos
• Profundizar en nuestro pensamiento y experiencias
• Recuperar el control de nuestro tiempo
• Reconectarnos con otras personas y con nosotros mismos

Desde hacer una respiración hasta tomarse un año sabático, una pausa puede ser muchas cosas. Y la buena noticia es que incluso una pequeña pausa de vez en cuando puede marcar una diferencia real y duradera.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Pausa un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Pausa de Robert Poynton, Eva Dallo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Persönliche Entwicklung y Zeitmanagement. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
K?an Libros
Año
2020
ISBN
9788418223044

1
¿Por qué hacer una pausa?

Era una cálida noche de domingo a mediados de septiembre. Yo estaba sentado en la terraza, contemplando la Sierra de Gredos y disfrutando de la cena y de un vaso (o dos) de vino tinto con mi buen amigo Chris Riley. Habíamos pasado el fin de semana al otro lado de las montañas, recluidos en una casa antigua de Ávila con ocho personas más y docenas de libros, leyendo y hablando de lo que habíamos leído.
«Podría hacer esto cada año», dijo Chris. Y así fue.
Yo vivo en el centro de España y Chris en Oregón, lo cual no es muy práctico. Pero aun así, cada año recorre más de ocho mil kilómetros para pasar un par de días haciendo muy poco. Así mismo otros viajan distancias considerables. ¿De qué trata todo esto? Trata del poder de una pausa.
Ese domingo por la noche, mientras estábamos sentados conversando, Chris se mostró profundamente consciente de lo mucho que esa pausa le había aportado y cuánto la había necesitado. De ahí su comentario. Sentía que le había afectado a muchos niveles: física, mental y emocionalmente. Incluso su aspecto era diferente. El cambio de actividad y ritmo le había permitido darse cuenta de lo que sucedía en su interior y prestarle atención. Descubrió que era capaz de volver a conectar consigo mismo, así como de establecer nuevas conexiones con otros. Su percepción de lo que era importante cambió. Fue un momento de reajuste, de regeneración, de nuevas ideas y perspectivas. Hizo que su pensamiento fuera más profundo. El tiempo en sí pareció ralentizarse (o abrirse) y le venían a la cabeza, sin proponérselo siquiera, «ideas para solucionar problemas que ni sabía que tenía». Lo que parecía un tiempo de descanso le permitió llevar a cabo otro tipo de trabajo.
Chris se dio cuenta de que se trataba de una necesidad permanente, no de algo puntual. No se trataba de que quisiera volver a hacerlo otra vez, quería hacerlo cada año. Su comentario supuso un punto de inflexión y el Fin de Semana de Lectura se convirtió en un evento fijo en el calendario; un momento crucial que da forma a todo un año. Para Chris representa la oportunidad de analizar su propio pensamiento desde una nueva perspectiva y a la luz de nuevos estímulos; la oportunidad de dar a sus ideas espacio para respirar. Va precedido de expectación y le sucede un periodo de síntesis. Puede que solo sea un fin de semana, pero sus efectos son importantes.
Aun así, me costó años y varias invitaciones a eventos similares conseguir que Chris viniera. La idea de detenerse puede resultar atractiva y dar miedo al mismo tiempo. Incluso una vez aquí, no le resultó fácil permitirse este corto periodo de tiempo no dirigido. «He pasado las primeras veinticuatro horas observando cómo subían mis niveles de ansiedad porque no estaba trabajando en nada», contaba. No es raro. Las presiones y los hábitos diarios del trabajo y de la vida pueden hacer que nos cueste parar un par de días o incluso unos segundos.
Una pausa puede ser tan leve que resulte fácil de olvidar, ignorar o saltársela. El entusiasmo con el que seguimos siempre adelante hace que hagamos a un lado los espacios para tomar conciencia, apreciar o reflexionar. Es algo en lo que todos caemos. A menudo me descubro a mí mismo rellenando los pequeños huecos y espacios del día con llamadas o emails. Pero la idea de «no perder nunca el tiempo» tiene un precio. No hace mucho, cuando mi hermana y su marido vinieron a visitarme, les llevé de excursión por la montaña. Me fijé en que se paraban bastante. O, para ser más exactos, en que yo había dejado de pararme. Camino solo a menudo, así que hacerlo en compañía me hizo ser consciente de que, con el paso del tiempo, me concentraba casi únicamente en alcanzar la cima, orgulloso de lo rápido que podía llegar a hacerlo. La caminata se había convertido en un objetivo que cumplir más que en una experiencia para disfrutar. Sin embargo, ¿para qué molestarse en caminar por la montaña si uno nunca se para a interiorizarlo? No apreciaba el sentido ni la vista.
¿Cuán a menudo hacemos cosas así? Es fácil que nuestros hijos, por ejemplo, se conviertan en un torrente de tareas sin fin: alimentarlos, vestirlos, llevarlos al colegio o a fútbol o a clases de danza, hacer los deberes, el cuento antes de dormir, etcétera. Inmersos en todo ello, ¿nos tomamos el tiempo para estar realmente con ellos, para disfrutar de ellos? ¿Les damos la oportunidad de ser niños o estamos tan obcecados en que consigan logro tras logro que acaban perdiéndose las «vistas» por el camino? En general, no prestamos mucha atención ni damos importancia a los espacios entre todas estas tareas. Creo que deberíamos hacerlo. En la vida, como en el arte, hay que dar un paso atrás para verlo. El «espacio negativo», el que rodea o queda entre objetos o eventos, da forma al todo.
Es fácil no darse cuenta. En nuestras vidas el espacio está siempre bajo presión. Poderosas fuerzas se alían para exprimirlo. La primera de ellas es la tecnología. Las máquinas trabajan bien a velocidad constante y, cuanto más rápido, mejor. Están diseñadas y han sido fabricadas para ello. Sea hilando algodón o realizando cálculos, su punto fuerte son las acciones constantes y repetitivas y nuestro mundo está diseñado cada vez más por las máquinas y para las máquinas. Pero lo que funciona bien para las máquinas no funciona bien para las personas.
El lenguaje y las imágenes que utilizamos para describir nuestra relación con la tecnología son reveladores. Hablamos de «ahogarnos», de sentirnos «paralizados» o de tener que «desintoxicarnos». Como dice el escritor Pico Iyer: «Lo único que no nos puede dar la tecnología es el conocimiento para hacer el mejor uso posible de la tecnología». Pero, a pesar de ello, la tecnología digital se entromete cada vez más en nuestra intimidad. Puede que tengamos los teléfonos en la palma de nuestra mano, pero son ellos los que nos tienen bien agarrados.
Nos estamos adaptando a las máquinas y nos regimos por sus mismos patrones: se juzga a las personas por lo rápido que responden, no por la calidad de sus respuestas. Nuestro lenguaje y nuestras normas evolucionan como reflejo de todo ello. «Estar siempre disponible» se convierte en algo de lo que alardear o a lo que aspirar. Estas ideas están infiltrándose en nuestra cultura. Conforme aumenta el número de personas que vivimos en ciudades con poca o ninguna conexión con la naturaleza, antiguas prácticas culturales más en armonía con las estaciones y las mareas pierden importancia o desaparecen. Enterradas bajo el insensato e incesante golpeteo de una máquina.
El «estar ocupado» está muy bien visto. Hemos creado una floreciente industria de «productividad personal» y gestión del tiempo que también debe mucho a las máquinas y que premia la eficiencia por encima de todo lo demás. La idea de que velocidad es igual a productividad está tan extendida y es tan predominante que casi no somos conscientes de ello. Por eso asociamos la pausa con retraso y procrastinación, no con reflexión o sabiduría.
Las fuerzas gemelas de la tecnología y la cultura recurren a y se alimentan de una tercera influencia, profundamente arraigada en nuestra mente. Trabajar demasiado, o el trabajo constante, puede ser una vía de escape de nosotros mismos. Tapa ese profundo pozo de ansiedad que nos genera lo que podría pasar si paramos. Lo que podríamos descubrir nos asusta. Si no estamos tachando cosas de nuestra lista de tareas pendientes, ¿quiénes somos?
En respuesta a esa ansiedad, para intentar mantener la calma, seguimos hacia delante. La confluencia de estas tres fuerzas nos mantiene en constante avance, incluso a un alto coste personal. Juntas provocan un bucle miope que dificulta ver otras opciones. Nos convencemos a nosotros mismos de que somos indispensables y existimos en un estado de «continua atención parcial» donde se nos interrumpe constantemente, pero nunca hacemos una pausa de manera consciente. Hacer una pausa se convierte en tabú.
En los últimos años, la creciente velocidad de la vida ha dado lugar al nacimiento del movimiento slow, una respuesta natural y saludable. Hay mucho en ello que disfruto y aplaudo. Con frecuencia acudo a las comidas de nuestra rama local de la Slow Food Society (Sociedad de la Comida Slow). En la España rural en donde vivo, el ritmo de la vida es lento si lo comparamos con el de cualquier ciudad y es parte de lo que me gusta de ella. Sin embargo, sería simplista creer que la solución a esta aceleración es poner el freno de mano.
Como dicen en Silicon Valley: «Hoy es el día más lento del resto de tu vida». Pero, aun así, la sensación de tener que luchar para mantener el ritmo no es en absoluto un fenómeno nuevo. Mientras que la velocidad objetiva de la comunicación o los viajes ha aumentado drásticamente, la respuesta subjetiva de las personas se parece mucho en cualquier momento de la historia. Por eso, en 1908 el escritor francés Octave Mirbeau dijo: «En todas partes la vida se precipita alocada cual caballería a la carga». Treinta años antes, en 1880, Nietzsche se quejaba ya de la creciente cultura «de una prisa indecente y sudorosa». Pero incluso Nietzsche llegaba tarde a la partida. Cincuenta y cinco años antes, en una carta a un amigo, Goethe decía que «los jóvenes son arrastrados por el torbellino del tiempo; riqueza y velocidad es lo que todo el mundo admira y a lo que todo el mundo aspira hoy en día». Podría haberlo escrito hoy.
Nos sentimos prisioneros de la forma en que vivimos en el tiempo. Independientemente de lo rápidas que sean las cosas en realidad, parece que la gente siempre siente que son demasiado rápidas. Esto dice mucho tanto de nosotros como del mundo a nuestro alrededor. Nuestra sensación del tiempo se parece mucho a la del gusto. El psicólogo sensorial Charles Spence dice que «el gusto está en la boca, no en la comida». El rosado que pruebas en un chateau de la Provenza mientras observas la puesta de sol sobre los campos de lavanda sabe genial. Cuando lo tomas en casa, no. En ambos casos estás en lo correcto. El chateau y la puesta de sol te influyen (y a tu paladar) de manera que realmente sabe diferente. Algo parecido nos pasa con la velocidad. Nuestras expectativas, cómo nos preparamos, lo que sentimos, nos predisponen para experimentar el ritmo y el tiempo de una manera u otra. El tiempo no está en el reloj, está en nosotros.
El deseo de ir más despacio es comprensible y acertado, pero es de uso práctico limitado, por varias razones. Primero, es una quimera. La tecnología se acelera de manera exponencial, así que el ritmo de los acontecimientos no se ralentizará. La tecnología continuará acelerándose y arrastrándonos con ella tal y como lo ha hecho durante al menos un par de siglos. Si ralentizar las cosas se convierte para ti en un objetivo, estás destinado a fracasar. También crea tensión entre cómo nos gustaría que fueran las cosas y cómo son realmente. Y este es precisamente el tipo de tensión que lleva al estrés.
Segundo, dado que la velocidad siempre es relativa, no queda demasiado claro qué significa ser lento. ¿Cómo de lento es lento? ¿La lentitud de hoy o la de mañana? ¿Mi lentitud o la tuya? ¿Cuál es el patrón o el punto de referencia? ¿Más lento es siempre mejor? En caso afirmativo, ¿cuánto deberíamos ralentizar? En caso negativo, ¿cómo sabemos cuándo ralentizar y cuándo no? ¿Cómo sabemos cuándo lento es demasiado lento? Abogar por ir en una sola dirección, hacia la lentitud, no es muy práctico. Ignora la importancia del contexto y del contrapunto.
Más aún, si la sensación de velocidad está en ti, entonces lo importante es cómo sientes y percibes la velocidad y el tiempo. Dado que no se puede cambiar el ritmo de los acontecimientos, tiene más sentido trabajar en cómo reaccionar ante ellos. Es más inteligente preguntarse cómo reaccionar de manera creativa a la aceleración que obcecarse y resistirse a ella.
La idea de un «equilibrio entre vida y trabajo» tampoco ayuda. Plantea trabajo y vida como opuestos, peleándose por su parcela de tiempo. La importancia que damos al trabajo hace que sea una batalla desigual y, por lo general, eso que llamamos «vida» queda comprimido. Pero aquí se da un problema aún más importante. La radical diferenciación entre trabajo y vida tergiversa ambos. Por un lado, cualquier trabajo que merece la pena realizar tiene algo de vida o de vivacidad en él —no hay suficiente tiempo libre para compensar un trabajo «mortífero»—. Por otro, hay muchas cosas en las que trabajar fuera de la oficina, en el espacio íntimo de nuestras propias vidas. Las relaciones personales serían uno de ejemplos más evidentes de ello.
Rápido frente a lento y trabajo frente a vida son, de hecho, falsas alternativas. Al enfrentarlos, se nos escapa que hay otras posibilidades menos antagónicas. No prestamos atención al valor de la variación y la modulación. Que es donde florece la pausa. La pausa es parte del trabajo y de la vida. No es rápida ni lenta. No existe en un solo punto del espectro de la velocidad, sino en todo él. Independientemente de lo que estemos haciendo o la velocidad a la que nos movamos, siempre existe la posibilidad de hacer una pausa.
Helene Simonsen es intérprete de música clásica. Su instrumento es la flauta, con lo cual en todo lo que toca tiene que haber una pausa para que pueda respirar. Para ella, respirar es parte de la música. Algunos compositores señalan dónde hacer esa pausa y respirar, pero con otros (en concreto Bach, comenta) es uno mismo quien ha de encontrar o crear el espacio para hacer esa pausa. Porque la pausa es indispensable para el músico y para la música. Como dice Helene: «no importa lo que estés haciendo, si quieres que pase otra cosa, tienes que hacer una pausa».
Sin una pausa, todo continúa igual. Incluso algo tan mecánico como cambiar de marcha en el coche es más fácil si hacemos la más pequeña de las pausas en el punto muerto, entre marchas. Hacer pausas es parte de vivir y respirar. De hecho, entre inspiración y espiración también hay una pausa. El propósito de parar un momento no es solo descansar, por muy importante que sea. Tal y como dice Helene, permite que suceda algo más: «Muchas veces mi interpretación se desarrolla a través de las pausas». En una pausa podemos cuestionar maneras de actuar ya existentes, se nos pueden ocurrir nuevas ideas o podemos simplemente apreciar la vida que tenemos. Sin parar un momento a observarnos a nosotros mismos, ¿cómo podemos analizar qué otras cosas podríamos hacer o en quién nos podríamos convertir? Si avanzamos siempre sin descanso, ¿dónde queda el espacio para el corazón?
Desde el punto de vista celular, una vida sin pausas no es saludable. Influye profundamente en cómo nos sentimos. Si no nos paramos a pensar, la vida nos obligará a parar y hacerlo. Llevado al extremo, el precio a pagar es el burnout. La imagen es chocante: consumido por el fuego. Hoy en día el burnout es cada vez más común, sobre todo entre aquellas personas que consideramos y etiquetamos como «triunfadoras», lo cual, sin duda, debería llevarnos a hacer una pausa y pensar.
Ese no es el único riesgo. «Quemarse» es devastador, pero al menos es lo suficientemente dramático como para merecer atención. Obliga a hacer una revaluación. El burnout puede considerarse como «una reacción sana ante un mundo enfermo», una respuesta generada por algún tipo de sabiduría oculta en nuestro interior reivindicándose de forma llamativa.
Menos extremo pero más insidioso es cuando uno arde de forma lenta y sofocada. Al empeñarnos en pasar constantemente de una tarea a otra podemos acabar convertidos en listas de «tareas pendientes». Poco a poco aprendemos a vivir con menos de nosotros mismos. Es la muerte causada por miles de reuniones. Lo que podríamos ser se convierte en un sueño olvidado.
Además del coste en salud y cordura, está también todo lo que nos perdemos por el camino. Si no nos detenemos, nos perdemos las vistas o el camino que no tomamos. ¿Cómo es más probable que tus hijos te hablen? ¿Si les haces preguntas o si les dejas su espacio? Sin pausa (ni silencio) en una reunión, u...

Índice