Estudios helénicos
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Estudios helénicos

Leopoldo Lugones

  1. 60 páginas
  2. Spanish
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Estudios helénicos

Leopoldo Lugones

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"Estudios helénicos" es la primera serie de estudios que Leopoldo Lugones dedicó al tema de la Grecia clásica, posteriormente publicaría "Nuevos estudios helénicos". Este libro contiene las cinco conferencias que el autor impartió en 1916 sobre la "Ilíada" y la "Odisea".-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726641745
Categoría
Literature

LA FUNESTA HELENA

BIBLIOTECA NACIONAL
DE MAESTROS
Lo que mejor define a la guerra de Troya como un empeño caballeresco, es que ni sus defensores, ni los que durante diez años embistiéronla con incansable rigor, reprocharon jamás a Helena, causa de tanto mal, su ligereza culpable. La ciudad de Príamo, con que ella la habitara, habíase convertido en capital de la belleza. Su hermosura fué también el fundamento de la alianza que congregó contra Troya a los príncipes helenos; pues como todos pretendieran su mano cuando llegó a la nubilidad, su padre, Tíndaro, adoptó por arbitrio para impedir la guérra entre ellos, exigirles el juramento de protegerla así que hubiese tomado alguno por yerno.
Tan sagradas eran las obligaciones de esta clase, que ni los héroes ya casados faltaron a la contraída, cuando se efectuó el famoso rapto; y así la más celebrada guerra de los hombres, tuvo por causa inmediata la posesión de una hermosa mujer. Nada caracteriza tanto, pues, el móvil primordial de las razas de belleza.
En mi libro El Ejército de la Iliada, he precisado los motivos económicos, politicos y militares de aquella empresa que, realmente, no han variado hasta hoy, como lo prueba la reciente campaña anglo-francesa contra los Dardanelos; mas, ahora, sólo me propongo considerar a la guerra troyana bajo su carácter poético, y todavía con el designio de levantar el oprobio de su heroína. Haciéndolo, procederé como los héroes que por su culpa penaron, lo cual, sin duda, es más noble y mejor que aparejarse con el analista impasible y el moralista displicente, ambos infecundos de pura hinchazón retórica; pues mi método para bien comprender la poesía homérica, consiste en penetrarme de ella tal cual si fuese yo un antiguo, por el amor de su belleza inmortal que es, en suma, la belleza de la argiva: así los griegos, durante siglos de encanto, estuvieron enamorados de Helena por los ojos del ciego milagroso que les enseñó a ver la hermosura total, del propio modo que la noche al profundizarse motiva la aparición de la estrella.
Tarea entre todas quimérica y baladí, sostendrán las almas frías para quienes representa nada o menos el caso de esa adúltera que vivió hace tres mil años. Y tendrían razón, si fuera cierta la muerte de aquella beldad culpable, y si lo interesante no estuviera en la trascendental significación alegórica de su falta.
Cuando en el silencio del gabinete, en la clase de letras, en la academia, o en un escenario como este, los héroes homéricos, procediendo y hablando, preocupan a los hombres de mente más cultivada, y evocados por los versos pónense a platicar con ellos y exaltan con intensidad tan grande sus sentimientos, que bajo aquel encanto lloran y ríen estos vivos, y se entusiasman, y se indignan, y pasan por todas las emociones del amor y del odio, y renuevan con claridad extraordinaria todas las nociones del bien y del mal; y algunos, todavía, siéntense fecundados y crean otros seres de belleza, de energía, de heroismo: vemos, así, manifestarse en los dichos personajes de Homero todos los fenómenos por medio de los cuales llegamos a precisar que una persona está viva. Y si reflexionamos en la superioridad de los sentimientos y de las ideas que ellos exaltan, en la excelencia de la impresión vital que comunican, veremos aún cómo están más vivos realmente que los individuos comunes en quienes la vida del espíritu es rudimentaria, y la propia vida instintiva deficiente o confusa. las imposiciones del Cid al papa y la indiferencia racionalista de Don Quijote.
Aquella Provenza de los paladines hijos de Aquiles y Héctor, engendró después a los más nobles autores de la Revolución Francesa que nos dió a todos la libertad, y cuyo himno, ya humano, recuerda por el nombre la república griega de Marsella, donde subsistieron durante más tiempo la tradición y las instituciones paganas.
El cristianismo eclesiástico abominó de la mujer, tercer enemigo del alma, coincidiendo en esto, una vez más, con la barbarie germánica que la consideraba perpetuamente menor. La despiadada condenación de la adúltera tiene ese origen, comportando, en el fondo, una sórdida venganza del varón, que así castiga sobre otro su propia incapacidad para hacerse amar: el eterno dogma de obediencia, siempre injusto con el débil a quien echa la tremenda responsabilidad de los juramentos irrevocables.
Mas también es del caso recordar que el perdón caballeresco del poeta griego, coincide con la salvaguardia compasiva de Jesús ante la pobre mujer lapidada por el populacho.
Aceptando como lo quiere la Iglesia, que todos los actos de aquél tuvieran una significación trascendental, es indudable que el Galileo simbolizó en tal forma dos cosas perfectamente concordes, por lo demás, con su doctrina: la falencia de la justicia humana y el carácter privado de esa falta, que así resulta entregada a la sola misericordia de Dios. La “inmoralidad” pagana obtiene, pues, una justificación tan inesperada como insospechable.
Esta disculpa de Helena, con que yo intento restablecer el juicio de la Antigüedad, fué tan completa, que la heroina acabó por inspirar un panegírico al más perfecto de los escritores griegos: y lo fué el de Isócrates en su escuela de Atenas. La predilección de los dioses habríase manifestado sobre aquélla por el sino infausto y por el perdón con que la distinguieron; pues, retornada a su hogar, acabó sus días como honesta esposa. Del propio modo, María de Magdalo, favorecida por el divino perdón, es Santa María Magdalena.
Por otra parte, Helena fué, como decían los antiguos, una víctima de la fatalidad, o como creemos nosotros, una irresponsable, a causa de la tara hereditaria que constituía su temperamento.
Los antiguos tenían precisamente formulado este problema del determinismo ancestral, cuyas complicaciones forman la trama, por decirlo así científica de la tragedia, al personificarse en los miembros de las familias trágicas.
Estas tuvieron por sendos troncos, pues no fueron sino dos, a Cadmo y a Tíndaro, quien, a su vez, era chozno ...

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