Invisibles
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Fabián Liendo

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  1. 160 páginas
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Fabián Liendo

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Muchos han intentado cambiar al mundo pero sino estamos dispuestos a dar la vida, no vale de nada lo que hacemos. Fabián Liendo te desafiará a mirar más allá de la comodidad de tu iglesia o comunidad. No sirve de nada dar lo que te sobra. Debes entregarte por completo a la causa que Dios te ha llamado.

En este libro encontrarás una reflexión profunda y poco tradicional de quienes están transformando el mundo desde lo que no vemos. Serás inspirado a la acción, al servicio y a la justicia social a fin de reformar la realidad que vivimos. Fabián, te retará a despertar del sueño y ver que los "invisibles" están cambiando el mundo y tú querrás ser uno de ellos.

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Información

Editorial
Vida
Año
2014
ISBN
9780829764857
N P X C
1. UNA SEMILLA QUE NO PUEDE DAR FRUTO
En el capítulo 4 del libro de Marcos, Jesús enseñaba a través de una parábola acerca de un sembrador que salió a sembrar, en donde la semilla es la palabra de Dios. Ésta cayó en cuatro lugares diferentes, pero la única parte de la semilla que no murió fue aquella que cayó en buena tierra, dando fruto a treinta, a sesenta y a ciento por uno.
También en Mateo capítulo 13, Jesús dice que el reino de Dios es semejante a una red que, echada en el mar, recoge toda clase de peces, y cuando ésta se llena, los pescadores la sacan a la orilla, recogen lo bueno en cestas y lo malo es echado fuera. Así será el fin de los siglos, diciendo Jesús, saldrán los ángeles y apartarán los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego, donde será el lloro y el crujir de dientes.
Y en el capítulo 7 de Mateo, como parte del sermón del monte, Jesús enseña que hay árboles buenos y árboles malos, y que el buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. Además dice que el árbol que no da buenos frutos es echado en el fuego. Seguido a eso el Señor pone luz sobre la eternidad de nuestras almas, pronunciando uno de los pasajes de las escrituras que más temor de Dios produjo en mí desde mi adolescencia hasta el día de hoy. Jesús dijo: «En aquel día muchos me dirán: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces el Señor les declara: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mt 7.22-23). Jesús le estaba diciendo: apártense de mí, ustedes que dicen ser mis discípulos y sin embargo viven como si nunca les hubiera dado una ley para obedecer.
Es inevitable darse cuenta que en este pasaje hay pastores, apóstoles, profetas y líderes de las iglesias diciéndole al Señor, en el día de su encuentro cara a cara con Él, que lo conocen y que lo sirvieron fervientemente, acompañados de señales de poder en su nombre. Sin embargo el Señor les dice que nunca los conoció, que no sabe quiénes son, y les ordena que se aparten de Él. Podemos entender con claridad que lo más importante no es sólo que nosotros lo conozcamos a Él, sino que Él nos conozca a nosotros. Si Él no tiene nuestro corazón, ¡entonces no tiene nada! También queda claro que todo servicio a Él, por más prolongado que sea a lo largo de nuestra vida, y por más que nos acompañen señales de poder, no cuentan si Dios no es el dueño de nuestra vida. Pueden ser de gran bendición para mucha gente, aun estar al frente de congregaciones multitudinarias donde muchos se salven, pero eso no cuenta para ellos, si sus vidas no le pertenecen a Cristo.
El Señor pone luz sobre esto en Mateo 7.21 cuando dice: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos». ¡No deja duda que los que van a heredar el Reino de Dios son los que, renunciando a sus propias vidas, viven para hacer la voluntad del Padre!
Estamos viviendo en un momento en el que gran parte de la iglesia predica acerca de un tipo de fe que intenta poner a Dios a nuestro servicio. Una fe ilusoria, que sólo puede conducir a la gente a un bienestar momentáneo o a un positivismo pasajero, pero con un final de muerte… Predican una semilla que no puede dar fruto, que no dice la verdad y por consiguiente nos debe poner en alerta sobre una desviación en el camino trazado por Dios para nuestras vidas. Es como una semilla de plástico que por más que la riegues, abones la tierra y tengas todos los cuidados necesarios para que germine, ¡Es imposible que esto ocurra, porque no hay vida en ella, y mucho menos va a poder dar fruto! Sabemos que todo camino es importante por el destino al que te conduce y en este punto crucial están puestas las palabras de Jesús diciendo: «No se equivoquen. Si el evangelio que siguen me pone a mí como su servidor, entonces tomaron el camino equivocado, ese no es precisamente el camino que te conduce a la vida». No porque Dios no sea un padre que anhela lo mejor para sus hijos, sino porque la bendición es una añadidura de buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia, y ese orden lo puso Dios.
Queda claro que lo más importante y urgente en esta parte del relato es que la verdad sea revelada, de manera de impedir que la gente que hoy se encuentre con la muerte, vaya al infierno. Sabemos que muchos son los llamados y pocos los escogidos, que el camino es angosto y que la puerta es estrecha. Pero Cristo no vino para condenar sino para que el mundo sea salvo por Él, ¡y esa es la gran noticia! Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», pero además aclaró que si Él no es el camino en cada una de tus decisiones, entonces no puede ser la meta.
La madre de Juan y Jacobo le pidió a Jesús que ubicara a sus hijos uno a su izquierda y otro a su derecha en su Reino, a lo que Jesús le respondió: ¡No sabes lo que pides! Yo no soy sólo el «qué» sino el «cómo». Su deseo era bueno, pero hay un camino, y es la decisión del Padre. Es por eso que sigue diciendo «Nadie viene al padre si no es por mí» (Jn 14.6). Tenemos que recuperar el evangelio de Jesucristo, el que anuncia la salvación eterna en el establecimiento de su Reino.
2. DESEO DE REALIZACIÓN PERSONAL
En cierta oportunidad, una discípula de Teresa de Calcuta le expresó que su mayor deseo era servir entre los enfermos de lepra, que sin duda esa era su vocación. Es probable que muchos de nosotros la hubiéramos felicitado por ese sentimiento tan noble, y la hubiéramos animado a hacerlo, pero Teresa le dijo: «Te equivocas por una sola cosa, y es que la única vocación para un hijo de Dios es pertenecerle a Él, y Él es el que provee los medios para expresar esa pertenencia». La vocación no eran los leprosos sino Jesús, no era la obra del Señor sino el Señor de la obra.
En Marcos 10.17-31 podemos leer la historia de un joven que tenía mucho dinero. Él se acercó a Jesús y le preguntó qué bien tenia que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que guarde los mandamientos, y le describió algunos de ellos. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud, ¿qué mas me falta? Entonces la Biblia dice que Jesús «mirándole, le amó». ¡Me resulta tan especial que la escritura aclare que Jesús, antes de decirle lo que le iba a decir, «le amó»! ¡Concretamente porque el amor no es cómplice del error; el amor procura salvar! Y luego le dijo: «Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz». Jesús le estaba diciendo: ¡Dame el gobierno de tu corazón, no me uses para acrecentar tu bienestar, dame el control de tu vida, como la viuda pobre que da todo su sustento, porque donde esté tu tesoro allí estará tu corazón! Y es cierto, porque el dinero te permite hacer todo lo que a ti te gusta, pero Dios no quiere que hagas todo lo que a ti te gusta, sino todo lo que a Él le gusta. La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Y no se puede vivir para Dios si se quiere vivir para uno mismo.
Cuenta que este joven se fue triste, porque era mucho el dinero que tenía y éste ocupaba un lugar importante en su corazón. Jesús le estaba diciendo: Si el dinero es un estorbo para que yo sea el único que está sentado en el trono de tu vida, entonces sácatelo de encima, porque no se puede amar a dos señores. Tu corazón debe tener un dueño, esa la decisión que tú debes tomar.
Recuerdo los días en que Dios estaba poniendo luz sobre mi comprensión del Reino, cuando en medio de una oración me interrumpe y me dice: «Hijo, ¿cuándo vas a dejar de soñar, y me vas a dejar a mí soñar con tu vida?». Lo recuerdo como uno de los días más importantes de mi vida. Era tan claro y honesto que me sorprendí a mí mismo de haber tenido velada por un largo tiempo esta verdad tan simple como vital.
Todo el evangelio empezó a pasar por mi cabeza, pasaje tras pasaje bíblico, todo lo aprendido desde mi niñez. Recordé a Jesús diciéndole a Nicodemo que es necesario nacer de nuevo, y que el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios, y que para eso es necesario morir, porque nadie puede nacer de nuevo si primero no muere. Y por supuesto que morir a uno mismo incluye todo: deseos, bienes materiales, ambiciones personales, proyectos de vida, sueños… ¡todo! También fue Jesús quien dijo que «el Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende TODO lo que tiene, y compra aquel campo» (Mt 13.44). Y continuó diciendo que «también el Reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió TODO lo que tenía, y la compró» (Mt 13.45-46). Cada una de estas personas comprendían bien que no podían obtener el tesoro si no vendían primero todo lo que tenían. ¡Claro que esa decisión estaba puesta sobre la valoración de ese tesoro, la cual era tan alta como para vender todo lo que la persona tenía, a cambio de quedarse con él! Es importante recordar que Jesús fue quien primero perdió todo por amor a nosotros, convirtiéndonos así en la perla de gran precio. Si no dejamos todo para buscarlo a Él, entonces seguimos siendo nosotros la perla de gran precio, y no ÉL.
Con respecto a esto, Pablo dice: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (Fil 3.7-8).
¡Todos estos pasajes dan a entender que el reino de Dios es tan, pero tan valioso, que perder todo en este mundo para obtenerlo es un intercambio gloriosamente exitoso! En los pasajes de Mateo 13 dice que el hombre cuando encuentra el tesoro le produce un Gozo de tal magnitud que vende todo lo que tiene, con el único objetivo de obtenerlo.
Queda claro que si la palabra de Dios es verdad, lo que nos llena de gozo, lo que nos satisface completamente, no son los regalos de Dios sino Cristo mismo, y la gloria de su nombre. ¡Que el tesoro por el cual vale la pena perder todo es Cristo mismo!
La verdad es que si nunca fuiste a Cristo como que Él es el tesoro de tu vida, entonces nunca te fuiste a Él.
El mismo Jesús, al anunciar su muerte, nos dijo: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mt 16.25). Si tú supieras que el seguir a Cristo podría costarte la vida, ¿lo seguirías? Frente a la cruz es imposible permanecer indiferente, porque la decisión que tomemos sobre ella decidirá nuestro futuro eterno. Se trata de vida o muerte, de salvación o de condenación eterna. Lo tomas o lo dejas. Es por eso que Pablo decía: Estoy crucificado junto a Él, llevo por todas partes la muerte de Cristo y si vivo, vivo para Él y si muero, muero para Él.
La palabra de Dios deja bien claro que hay solo dos reinos: el de la luz, si es que decides vivir para Dios, o el de las tinieblas, si es que decides vivir para ti mismo.
Leemos en Juan 6 que luego del milagro de multiplicación de los panes y los peces en el cual Jesús dio de comer a cinco mil hombres (sin contar las mujeres y los niños), esos hombres, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: «Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo». Pero Jesús, entendiendo que iban a venir a apoderarse de Él y a hacerle rey, volvió a retirarse al monte el solo. Este es el mismo espíritu por el cual hoy las masas corren detrás de los predicadores de la prosperidad: nos ofrecen un Dios que nos provee a nuestro gusto, y en la forma en que creemos necesitar, cosas como alimento, salud, dinero, etc. ¡Las personas querían apoderarse de Jesús! ¡Este era el rey que ellos querían! ¡Un rey a su servicio!
Pero nadie puede poseer a Dios. Nadie puede apropiarse de Él. Sin embargo, los hijos de Dios a veces hablamos como si fuéramos los dueños de la verdad. Pero no solo no podemos adueñarnos de la verdad, sino que ni siquiera debemos ser intérpretes de la misma. Lo único que podemos es ser esclavos de la verdad, porque ella es imposible de modificar, es indestructible. El relato concluye diciendo: Pero entendiendo Jesús esto, se retiró. ¡Dios se va!, cuando ocurre esto Dios se va.
Al otro día, estando ya del otro lado del mar, en Capernaum, la gente lo buscaba y hallándole le dijeron: «Rabí ¿cuándo llegaste acá?». Jesús, conociendo sus corazones, les dijo: «Ustedes me buscan, no porque vieron las señales, sino porque comieron el pan y se saciaron». Entonces Jesús, con breves y maravillosas palabras llenas de misericordia, les dijo que no trabajen por la comida que perece, sino por la comida «que a vida eterna permanece». Les explicó que al día siguiente iban a volver a tener hambre, pero si comían de Él, que es el pan de vida, nunca más iban a tener hambre, y si creían en Él, no iban a tener sed jamás.
Si Dios nos diera todo lo que se nos antoja, entonces estaría formando un pueblo egoísta. El milagro es que el pan de vida satisface, no necesitamos mirar a otro lado, no necesitamos otra cosa más que a Él. Porque sabemos que en Él nos fueron dadas todas las cosas, y porque sabemos que si Dios es nuestro todo, entonces no nos falta nada.
Cómo podría no haber entendido al Señor esa madrugada cuando me dijo: «El deseo de realización personal es un veneno en el corazón de mi iglesia». Un ministerio poderoso, una iglesia grande, si es posible la más grande de la ciudad o del país, ser reconocidos, elocuentes, viajar por el mundo, escribir libros, grabar discos y vender muchos de ellos, llenar estadios… La lista puede ser interminable, pero la pregunta es: ¿Qué tiene que ver todo esto con la Iglesia que Dios desea construir? ¡Dios no nos llamó a esto! no se trata de tamaños, ni de cifras, sino que se trata de vivir como Jesús vivió, se trata que Dios logre nuestro corazón de manera que el pueda hacer con nosotros lo que el se propuso hacer sin tener que preguntarnos previamente si estamos de acuerdo. Se trata de vivir teniendo siempre el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús el cual se humilló a sí mismo por amor hasta la muerte, porque esa es la luz que vino al mundo, porque ese es su propósito. Si lo demás viene, vendrá por añadidura de manera que produzca en la Iglesia los frutos inequívocos del Espíritu Santo de Dios.
Es por todo esto que esa palabra llegaba de forma tan transparente y como un profundo alivio para recordarme también, entre otras cosas, que fuimos comprados a precio de sangre (1Cor. 7.23) y que si esto es así, como dice la escritura, nuestra vida ya no nos pertenece, tiene dueño, porque alguien nos compró con un costo altísimo, y lo hizo con un propósito, y ese es precisamente el propósito que debe cumplirse en nuestra vida. Dios no financia el sueño de nadie, es el sueño de Dios el que tiene que cumplirse en nuestras vidas.
3. NO ES PARA CUADRAR CIFRAS
En el capítulo 8 del libro de los Hechos vemos como un ángel del Señor le habló a Felipe diciendo: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro». Felipe se acercó al carro y le preguntó al eunuco si entendía lo que leía. El eunuco le respondió que necesitaba que alguien se lo explique. «Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús». ¿Cómo termina la historia? ¡El eunuco creyó y fue bautizado!
Hay varios detalles muy importantes en este relato. Primero que nada, Felipe no estaba buscando un resultado sino sólo obedecer a Cristo. Cuando el ángel le habló, Felipe estaba en Samaria. Allí había un gran avivamiento, y Dios lo manda al desierto para que le predique a una sola persona. ¡Esto contradice todas las expectativas! ¿Cómo iba a salir Felipe de un lugar en donde su presencia era «más efectiva», y dónde se convertía mucha gente, e irse al desierto, dejándolo todo, por una sola persona? El punto es que Felipe conocía el corazón del Señor, y sabía que era Dios quien construye la iglesia y que si no es Él quien la construye, en vano trabajan los que la edifican. Así que él caminó 100 km., desde Samaria hasta el lugar donde el Señor lo mandaba… ¡Ni se le ocurrió decirle al Señor que estaba lejos, o que tal vez era mejor le pidiera a los hermanos que estaban en Jerusalén que fueran ellos, ya que estaban cerca de la zona! Pero no lo hizo porque ese era su privilegio. Estar en el lugar donde Dios quería que esté, porque para los hijos de Dios, el éxito es la fidelidad.
Otro detalle, es que el eunuco etíope había ido a J...

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