Una breve historia del jardĂ­n
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Una breve historia del jardĂ­n

Gilles Clément, Cristina Zélich Martínez

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  1. 128 pages
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Una breve historia del jardĂ­n

Gilles Clément, Cristina Zélich Martínez

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Gilles Clément ha escrito un recorrido por la historia del jardín que parte de sus significados mås profundos y atåvicos; un libro breve y delicioso que nos conecta con los sentidos que, desde nuestra condición de seres humanos, le hemos ido dando a la naturaleza domesticada."El primer jardín es un cercado. Conviene proteger el bien preciado del jardín: las hortalizas, las frutas; luego las flores, los animales, el arte de vivir. todo aquello que, a lo largo del tiempo, se presentarå siempre como lo 'mejor' [.]. La noción de 'mejor', de bien preciado, no deja de evolucionar. La escenografía destinada a valorar lo mejor se adapta al cambio de los fundamentos del jardín, pero el principio del jardín permanece constante: acercarse lo mås posible al paraíso."

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Informations

Année
2019
ISBN
9788425232534

VII

El Ășltimo jardĂ­n

Una pista de 750 kilómetros une Mossman con Lockhart River, en el norte de Cairns, en la península de York, Australia; el extremo adelantado de Queensland a lo largo del estrecho de Torres que separa Australia de Nueva Guinea: una punta de tierra que los blancos denominan el Top-end con un matiz de inquietud y admiración soñadora en la voz. Estå lejos.
Dos dĂ­as de camino por carreteras de tierra y polvo rojo atravesando eucaliptos y xantorroeĂłideas, que los primeros ingleses llamaban black-boys1 por su tronco ennegrecido y sus penachos de hojas finas parecidas a cabellos. Esta planta pirĂłfila de cuerpo ennegrecido marca el paisaje entre los termiteros esculpidos y la sombra luminosa de los bosques de gomeros. De ellos surgen ualabĂ­es inquietos, emĂșes o koalas, mĂĄs raramente un varano o un equidna dorado. AquĂ­ los animales se muestran con su expresiĂłn mĂĄs directa en sintonĂ­a con un hĂĄbitat inalterado desde hace milenios. Estamos en su hogar.
Hacia el este, Lockhart River mira al ocĂ©ano. La influencia seca de la sabana se detiene en las proximidades de los bosques altos, a lo largo de la orilla, donde los casuarios, con sus cascos, son los guardianes del bosque. Nadie se acerca a esta ave por miedo a un ataque; el casuario no teme enfrentarse a un humano. Sin embargo, el peligro no viene de la tierra. En este extremo de las costas donde se agota la Barrera de Coral, por donde pasan los cargueros que unen las tierras australes con el resto del mundo, vive el cocodrilo de mar, un animal fabuloso que impide acercarse al agua. El cocodrilo que llevamos tiempo observando desde un islote de Restauration Island patrulla muy lentamente por las rocas. Solo son visibles su cresta y sus Ăłrganos en forma de periscopio: los orificios nasales y los ojos. Este mide cuatro metros —decimos vagamente decepcionados—, pero un adulto llega a medir el doble; le gustan las tortugas y los delfines, y no desdeña al ser humano. En Lockhart River, playa perfecta salpicada de rocas y mangles, no se baña nadie.
Lockhart, considerada territorio aborigen, en realidad se presenta como una reserva en la que los indĂ­genas australianos, supervivientes de los “safaris genocidio”, brutalmente sendentarizados, acaban sus vidas bajo vigilancia, segĂșn un modelo cultural enturbiado por Occidente.2 Este pueblo nĂłmada, detenido en su recorrido vital, intenta combinar su tradiciĂłn con las Ăłrdenes administrativas de los blancos. Ya no cazan y, al no ser ya capaces de reconocer las especies, tampoco recolectan.3 EstĂĄn autorizados a cazar unos pocos dugongos, un mamĂ­fero marino altamente protegido. El resto de los alimentos procede del supermercado, Ășltimo instrumento del genocidio insidioso de las poblaciones cautivas, donde se ofrece diabetes, obesidad y dependencia a un mĂłdico precio. El alcohol y la droga (prohibidos) se comercializan en el mercado negro organizado, ante el cual la administraciĂłn territorial abre y cierra los ojos arbitrariamente. La noche de nuestra llegada al pueblo disperso de Lockhart, estaban cocinando dugongo en la casa de al lado y se ofrecĂ­a alcohol a escondidas; una pequeña fiesta.
No hemos venido a ver casuarios, varanos, ualbíes, dugongos ni cocodrilos, sino a los artistas del centro dirigido por Camille Masson, donde un grupo denominado “La pandilla del arte” produce, como en otros lugares de Australia, una serie de obras muy coloridas hechas con puntitos sobre telas preparadas: el arte aborigen.
ÂżQuĂ© significa “arte aborigen”? ÂżAcaso existe un arte aparte para un pueblo en el que todo es arte: la transmisiĂłn geogrĂĄfica, el vocabulario cantado o dibujado, el dispositivo ritual y familiar? Lo que designamos como “arte aborigen” solo abarca una parte de los medios utilizados por estas poblaciones para mantener y desarrollar la comunicaciĂłn ordinaria y la transmisiĂłn de los mitos. La relaciĂłn del pueblo aborigen con el cosmos nace del “sueño original” a partir del cual se desarrollan los ritos y el arte de vivir, segĂșn una separaciĂłn por clanes perfectamente codificada. Las obras pintadas mĂĄs conocidas son dibujos realizados con puntitos; sin embargo, cada clan produce en realidad muchas otras formas de expresiĂłn. La sociedad mercantil se ha quedado con los formatos comercializables: mĂșsicas grabadas, pinturas en soportes mĂłviles y esculturas. ÂżQuĂ© hacer con los dibujos realizados sobre el cuerpo y en la arena, con los mensajes volĂĄtiles de Los trazos de la canciĂłn?4
Lo que hoy percibimos de la civilización aborigen de Australia muestra el papel motor del arte, su poder constitutivo y estructural en la sociedad antes de naufragar en la función mercantil. Mientras me preguntaba sobre los aspectos triviales del arte, sus vertientes profanas y sagradas, sus emergencias domésticas y cotidianas, se planteó la cuestión del jardín: ¿existe un arte aborigen de los jardines? En el jardín de al lado, los cocineros estån atareados en torno a una barbacoa improvisada donde estå la olla con el dugongo. Pero ¿se trata de un jardín?
AquĂ­ cada familia recibe una vivienda parecida a la de los blancos y cada una posee un terreno. En torno a las casas ocupadas por el personal administrativo se pueden ver flores, frutales y huertos. El contorno de las casas ocupadas por los aborĂ­genes se presenta como una zona de espacio libre, un aparcamiento, un lugar para sentarse o de reuniĂłn, una cocina: no hay jardĂ­n. Pregunto por todas partes si puedo ver un jardĂ­n, se me dice que eso no existe en Lockhart River; y, por otra parte, es posible que no haya ninguno en toda la Australia aborigen.
ÂżPor quĂ© un pueblo sedentarizado desde hace un siglo, asignado aquĂ­ a una parcela fĂștil, no realiza ninguna tarea con la tierra? ÂżQuĂ© motivos empujan a los habitantes del antiguo Gondwana?5 Esta p...

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