¡Latina es poder! (Latina Power)
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¡Latina es poder! (Latina Power)

Descubre las 7 fortalezas que tienes para triunfar (Using 7 Strengths You Already Have to Create the Success You Deserve)

Ana Nogales, Laura Golden Bellotti

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¡Latina es poder! (Latina Power)

Descubre las 7 fortalezas que tienes para triunfar (Using 7 Strengths You Already Have to Create the Success You Deserve)

Ana Nogales, Laura Golden Bellotti

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En esta guía de empoderamiento, la Dra. Ana Nogales alienta a las latinas a ir más allá de sus roles esperados y convertirse en las mujeres que desean ser al adoptar los siete rasgos que heredan naturalmente de su cultura latina: Espíritu Creativo (Espíritu Creativo)
Determinación apasionada de la aguantadora (superviviente)
Habilidad de redes de la Comadre (Novia)
La discreción de la Diplomática (Diplomática)
Valor de Atrevida (riesgo)
Equilibrio del Malabarista (Multitarea)
Confianza de La Reina (A Diva's) Cada capítulo presenta un elemento interactivo, que incluye un cuestionario para determinar qué tan fuerte es cada atributo en la propia personalidad del lector, además de ejercicios para reforzar cada rasgo. Llena de historias personales de latinas exitosas, incluyendo la novelista Isabelle Allende, la periodista de televisión Cristina Saralegui, Congresswomen Loretta y Linda Sánchez, la fundadora de la revista Latina Christy Haubegger y la artista Jaci Velásquez, Latina Power inspira a los lectores a perseguir sus propios sueños.

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Information

Publisher
Touchstone
Year
2007
ISBN
9781416595977

1

Las 7 fortalezas de la latina

Cuando tenía aproximadamente siete años, solía jugar casi todos los días con Miguelito, mi vecino de junto; nos divertíamos tanto que prometimos casarnos cuando creciéramos. Un día, mientras levantábamos nuestra tienda de campaía con sábanas y sillas del comedor, mi madre y Rosa, mi tía abuela, me llamaron para hablar conmigo. Habían escuchado nuestra conversación sobre matrimonio y me dijeron, “Annie, cuando crezcas deberás casarte con un hombre con dinero porque así tendrás un buen futuro.” Recuerdo que su comentario me enfadó y respondí espontáneamente, “No se preocupen por eso, yo seré la que gane el dinero.” Esa conversación quedó grabada en mi mente; desde entonces me dije que jamás buscaría un esposo por su dinero. Lo elegiría basándome en otros aspectos, pues yo sería quien ganaría el dinero. Estaba en lo correcto, así sucedió.
Creo que el tipo de fuerza y determinación que tenía entonces (y que aún poseo) es característico de todas las mujeres latinas. El reto consiste en darse cuenta de que esas cualidades existen en nosotras y en saberlas utilizar en la vida para llegar a donde queramos. Como latinas, siempre hemos triunfado en lo que se refiere a mantener unida a la familia, lidiar con nuestras relaciones, criar a nuestros hijos y sobrevivir las crisis, así como para hacer rendir el dinero. Todas estas habilidades pueden ayudar a prepararnos en la profesión que deseamos y en una labor más elevada, como lo es crear una mejor sociedad.
La idea de escribir este libro surgió a lo largo de varios años, tras observar que muchas latinas con creatividad, valor y determinación habían superado varios obstáculos para realizar sus sueños y lograr un cambio en el mundo. Quedé asombrada al descubrir que, contrario al mito generalizado de que la cultura latina detiene a la mujer, muchas de las razones de ese éxito se debían a las cualidades enraizadas en nuestro origen cultural. Al observar más de cerca algunas historias de latinas exitosas que se desempeñan en todos los ámbitos de la vida, pude identificar siete atributos fundamentales, los cuales son resultado de vivir o crecer en esta comunidad. En este capítulo exploraremos dichas cualidades y después podrás distinguir cuáles predominan en ti, por medio de un cuestionario de autoevaluación incluido al final del capítulo. A medida que avances en la lectura de este libro, aprenderás a desarrollar y explotar cada una de las siete cualidades recopiladas de la experiencia de latinas exitosas que enriquecieron sus vidas y las de otras personas.
Tal vez la cualidad que sobresale en tu mente, la que más se destaca en las niñas de tu familia, sea la “generosidad.” Sé que en casi todas las familias latinas la mujer está educada para ser generosa con su marido, con sus hijos y con los hijos ajenos, los parientes y su comunidad. Además, las niñas continúan aprendiendo de sus madres y abuelas, quienes representan a la mujer sufrida y abnegada, cuya responsabilidad es entregar su vida por completo al bienestar de sus hijos y su familia. Para algunas de nuestras abuelas, mamás y tías, el reto fue particularmente grande, ya que, además de criar a muchos hijos y de llevar a cabo todas las tareas domésticas, tuvieron que laborar fuera del hogar para mantener a la familia. Para lograrlo, en muchas ocasiones trabajaban de sol a sol y lo hacían orgullosas de sí mismas.
Este sentido de devoción femenina y sacrificio está implícito en nosotras, aunque quizá nos sintamos confundidas al respecto, al valorarlo y rechazarlo al mismo tiempo. Nos preguntamos si existe—más allá de lo que experimentaron las mujeres mayores de nuestra familia—una forma de vida que nos pueda brindar mayor satisfacción personal. Lo que deseo que descubran al leer este libro es el aspecto poderoso e inexplorado de la generosidad que heredamos de nuestra cultura: la capacidad de darnos y retribuirnos a nosotras mismas. Ya que hemos aprendido tan bien la forma de dar, ahora podemos poner esa atención, amor, sacrificio y devoción en nosotras mismas. Tenemos la capacidad de ser tan generosas con nosotras como lo somos con los demás. Al hacerlo podremos alcanzar grandes objetivos: no sólo nos sentiremos más satisfechas y haremos una contribución al mundo, sino que nos convertiremos en modelos a seguir para nuestros hijos, con el fin de que ellos también logren sus metas.

Cómo superar las expectativas familiares

Un poco de historia personal
Ninguno de mis padres estudió una carrera universitaria. La prioridad de mi padre en la adolescencia fue trabajar, porque ganar dinero para sobrevivir era más importante que ir a la escuela. Mi madre era una excelente estudiante, pero cuando tenía quince años su padre murió y debió abandonar sus estudios para trabajar y sostenerse a sí misma y a su familia. De tal suerte que, a pesar de que comprendían el valor de la educación superior, ninguno de ellos tuvo la oportunidad de disfrutar de sus beneficios.
Si bien mi madre siempre quiso que yo me casara y tuviera hijos, estaba convencida de que la mujer no debe depender por completo de un hombre. Una de sus razones era que algunos de ellos pueden ser muy abusivos, por lo que consideraba que siempre es bueno tener una profesión, en caso de que el matrimonio acabe. Sin embargo, existía otro motivo que jamás mencionaba: Alguna vez ella consideró una carrera para sí misma, pero dadas las limitaciones económicas de su familia después de la muerte de su padre, no lo logró. Fue así como depositó esas expectativas—y esos sueños—en mí. Creía que yo era intelligente y que lo conseguiría, aunque, al mismo tiempo, debido a la cultura y al mundo práctico en el que vivíamos, opinaba que debía aprender a cocinar, limpiar la casa, tejer, coser, lavar y educar niños, pues necesitaría tales habilidades cuando me casara. Por consiguiente, en su trato conmigo ambos mensajes estaban implícitos.
Durante la pubertad y la adolescencia odié profundamente las tareas domésticas y sobresalí en las matemáticas y las ciencias. Mis padres, preocupados porque creían que una mujer necesitaba esas cualidades para ser una buena ama de casa, se preguntaban cuál sería mi futuro. Mi padre decidió que debía aprender un oficio, en caso de que por desgracia no encontrara marido. Es probable que su inquietud se debiera a que yo era muy rebelde y por lo mismo dudaban de que algún hombre tolerara mi carácter. Yo no era la típica niña obediente que lleva a cabo todo el trabajo doméstico y desempeña con facilidad el papel de ama de casa. Entonces, siendo una adolescente, mi padre me llevó con un amigo suyo que era dueño de una escuela de belleza en Buenos Aires y me inscribió en ella. Detesté ese lugar y a los tres meses lo abandoné. Mis padres se preocuparon de nuevo: “¿Qué va a ser de ella en el futuro?” Con el modelo ejemplar de mi padre en mente—él triunfó en los negocios sin una educación formal—a los quince años decidí que no necesitaba terminar la escuela: “¿Para qué toda esa presión en mi vida si puedo tener éxito sin terminar el bachillerato?”
Me propuse demostrar a mis padres—y a mí misma—que no necesitaba una educación formal. Aprendí mecanografía, busqué empleo y, después de asistir a dos entrevistas, un hombre me llamó porque quería contratarme. Me dijo que, aunque mis aptitudes para desempeñarlo no eran muy buenas, podía quedarme con el puesto. Sin embargo, había una dificultad: no sólo tendría que realizar labores de oficina, sino que también me pedía cierto “trabajo privado” consistente en brindarle algunos favores. ¡Eso me abrió los ojos! Él confirmó la advertencia de mi madre sobre los hombres abusivos, una de las razones que esgrimía para que estudiara una carrera. Ahora estaba más convencida de que necesitaba ser independiente y de que sólo podía confiar en mí misma. En ese momento decidí que terminaría el bachillerato y estudiarÉa la universidad para conseguir un empleo en el que yo tuviera el poder. Un trabajo que no sólo disfrutara, sino donde nadie intentara abusar de mí de ninguna manera.
Cuando terminé la preparatoria fui con una psicóloga para realizar una evaluación vocacional. Me encantó lo que ella hacía y por primera vez entré en contacto con la psicología y quedé muy intrigada. Le comenté que me atraía la ciencia y ella me alentó, afirmando que definitivamente tenía aptitudes para hacer una carrera en ese campo. De regreso a casa comencé a considerar la posibilidad de enseñar matemáticas o química. Entré a un programa de la universidad para formarme como maestra de matemáticas y física a nivel de escuela secundaria y lo seguí por un año. No obstante, no podía dejar de pensar en lo interesante que parecía el trabajo de aquella psicóloga. ¡Así sería yo algún día si elegía ese camino!
Después de un año de especializarme en ciencias, cambié de carrera y comencé a estudiar psicología. En ese momento ya era lo suficientemente madura para saber lo que quería en la vida, en lugar de pensar sólo en mis aptitudes presentes. Empezaba a adquirir más sabiduría y a enfocarme en mi misión en la vida: ayudar a las personas a resolver sus problemas y guiarlas en las diferentes etapas de sus vidas, tal como lo hiciera esa psicóloga conmigo. Un sueño y una meta habían nacido.
A mi madre le dio mucho gusto que me decidiera por la educación superior, pero se opuso por completo a que estudiara psicología. Como nunca había tratado con ningón psicólogo o psiquiatra, creía que éstos corrían el riesgo de contagiarse de los conflictos de sus pacientes y le preocupaba que, tarde o temprano, yo pudiera enfrentar problemas. Por su parte, mi padre no sabía para qué necesitaba una profesión a esas alturas, si mi novio estudiaba medicina. “¿Para qué necesitas trabajar si te vas a casar con un médico?” me preguntaba. Sin embargo, estaba muy orgulloso de que yo tuviera aspiraciones tan elevadas, aunque no confiaba mucho en que me graduara. Pero yo creía en mí; conseguí trabajo y pagué mi educación universitaria.
De hecho, el entusiasmo y la perseverancia por forjarme una profesión que me retribuyera tenía mucho que ver con las cualidades que mis padres me inculcaron. Mi padre me transmitió su gran pasión por todo lo que hacía; nos enseñó a todos nosotros, sus hijos, que no existían barreras, que podíamos lograr lo que quisiéramos y ser nuestros propios jefes. Poseía también una gran sabiduría popular y me enseñó que si no sabía algo podía aprenderlo, en lugar de depender de alguien más. Me mostró cómo correr riesgos, cómo jamás decirme “no”, y algo importante por lo que le estoy inmensamente agradecida: cómo sentirme orgullosa de mis logros, aun cuando fueran pequeños; en otras palabras, me enseñó a brindarme reconocimiento a mí misma.
¿Y mi madre? Ella siempre fue muy trabajadora; nada la detenía para hacer lo necesario con el fin de mantener a la familia unida. Además de trabajar desde muy temprano por la mañana hasta tarde por la noche en los quehaceres de la casa, ayudaba a mi padre en sus negocios. Así como me decía que el matrimonio y la familia eran importantes para una mujer, también me repitió, durante mi niñez y adolescencia, que el estudio era la etapa más emocionante de la vida. De niña, asistir a la escuela fue, sin lugar a dudas, la experiencia más alegre y gratificante en su vida y, si bien anhelaba continuar con su educación, su ambición quedó frustrada. Por ello, a pesar de sus reservas respecto a mi carrera, estaba contenta de que yo continuara lo que ella apenas comenzó. Siempre me decía: “Puedes perder muchas cosas en la vida—dinero, trabajo, personas a las que amas—pero jamás perderás tu educación. Lo que aprendes te pertenece.” La forma en que hablaba sobre sus propias experiencias me hizo entender que recibir una educación significa “tener poder” y su mensaje sigue siendo mi inspiración.
Si bien al principio mis padres no sabían hacia dónde me dirigía y nunca imaginaron que elegiría esa profesión, les enorgullecía que luchara por conseguir mis objetivos. Mi padre jamás vislumbró tales logros para mí y por ello nunca me motivó a ir la universidad; no lo consideraba un objetivo realista. Por aquellos días las mujeres con una profesión eran la excepción en Argentina y no creía que yo podría ser tan excepcional. Hace algunas décadas, para él, “una mujer debía ser una mujer” y permanecer en el hogar; pero cuando obtuve mi doctorado en psicología, le decía a todo el mundo: “Mira, te presento a mi hija; es doctora.” También estaba muy orgulloso de mi hermano Bruno, quien también tiene un doctorado (en administración de empresas), pero el hecho de que una hija consiguiera tal título … ¡qué les puedo decir! Alardeaba conmigo porque para él mi éxito como mujer era inusual y, por lo mismo, maravilloso. Conforme mis logros se acrecentaban—trabajar en mi propio consultorio en Buenos Aires y convertirme en directora del Instituto Uriburu; iniciar mi práctica privada en los condados de Los ángeles, Riverside y Orange; dirigir una organización no lucrativa y trabajar con la comunidad latina; conducir mi propio programa de radio y televisión llamado Aquí entre nos; escribir una columna semanal para La Opinión y mi primer libro; dictar numerosos talleres y conferencias—su orgullo y el de mi madre crecían también.
Una educación superior es—o fue—un concepto extraño para muchos padres latinos, por lo que algunos no pueden visualizarla para ellos o para sus hijos y no los motivan a luchar por ella. Si ése es el caso en tu familia, quiero decirte algo muy importante: no importa. No necesitas que alguien te diga: “Ve a la universidad, establece tu propio negocio o desarrolla tu creatividad.” No necesitas que te señalen cuáles deben ser tus objetivos. Si bien resulta de gran ayuda que la familia te anime a alcanzar tus metas, no es indispensable, tó misma puedes motivarte, buscar modelos a seguir, elegir la dirección que deseas y trabajar para lograr la vida que te trazaste.
Al considerar tus propios sueños y las metas que quieres alcanzar, tal vez éstos resulten muy diferentes de las expectativas que la sociedad o tu familia depositaron en ti. Aun así, creo que al leer este libro descubrirás que algunas de tus mayores fortalezas provienen de quienes te criaron y estuvieron cerca. Nuestro objetivo es poner esas fortalezas a trabajar, de tal forma que te percates de cuán grande y magnífico es tu ¡poder de latina!

Las 7 fortalezas

Aunque las latinas ya poseemos los rasgos que pueden ayudarnos a lograr el éxito en la vida, no siempre conocemos nuestros dones naturales ni sabemos cómo utilizarlos. Antes de presentarte las 7 Fortalezas del Poder de las Latinas, me gustaría ubicarlas en un contexto, revisando los conceptos de arquetipo y de inconsciente colectivo de Carl Jung.
Carl Jung, viejo discípulo de Sigmund Freud, amplió el concepto de inconsciente para incluir el de “inconsciente colectivo,” que contiene aquellos actos y patrones compartidos, ya sea por los miembros de una cultura o por toda la humanidad. Afirmaba que esos patrones mentales estaban organizados en arquetipos, imágenes y símbolos que aparecen en sueños o fantasías y que se repiten como temas en la mitología, la religión y las leyendas. Los arquetipos constituyen presencias profundas y permanentes en la psique humana que perduran conservando su fuerza a lo largo de nuestra vida. Incluso se considera que pueden estar codificados en la constitución del cerebro humano.
Aunque todos los seres humanos compartimos patrones arquetípicos clave, los arquetipos pueden variar según la cultura. Podemos identificar los arquetipos de nuestra cultura al observar las fortalezas que nosotras, las latinas, tenemos en común: cómo actuamos, cómo interpretamos nuestra realidad y cómo determinamos nuestra vida y la de nuestra familia. Si bien hay más fortalezas o arquetipos como éstos, seleccioné siete porque, en mi experiencia y en mis entrevistas con latinas exitosas, encontré que eran los que más destacaban y mejor pueden ayudarnos a desarrollar todo nuestro potencial.
Estas fortalezas fundamentales definen nuestra capacidad para ser lo que somos, nuestro estilo de interactuar con la familia y con otras personas, nuestras relaciones con el ambiente y la sociedad, así como las manifestaciones de nuestra espiritualidad. Al investigarlas podemos adquirir mayor conciencia de nuestras identidades esenciales y de lo que podrían ser nuestros principales potenciales. Resulta fascinante pensar que han formado parte de nuestra cultura desde hace siglos. ...

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