El miedo tiene los ojos grandes
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El miedo tiene los ojos grandes

Gustavo Sanabria

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El miedo tiene los ojos grandes

Gustavo Sanabria

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Encuentros y despedidas resumen nuestra vida. De un libro leído nos podemos despedir, pero nunca olvidar, en especial cuando sus personajes se asemejan a nosotros, a nuestra historia y a los que vivimos más acá de la universalidad de los clásicos.Hallamos en El miedo tiene los ojos grandes a personajes y situaciones cercanas que se tornan inverosímiles por el peso de su relato. Podemos caer en cuenta de que nuestra realidad, separada y expuesta en un libro, efectivamente es lo que es; y no dejamos de sorprendernos de ella, a pesar de la cotidianidad que nos involucra

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Information

Publisher
Ediciones UIS
Year
2020
ISBN
9789585274051
Edition
1
El éxodo de los anormales
Todo iba bien. Cada día del festival estaba planeado. El primer día –10 de mayo–, la silletería fue insuficiente para los que deseaban oír el conversatorio de dos mujeres víctimas del conflicto armado y una expresidiaria política. El debate denunció el silencio a que son sometidas las mujeres por el estado y la guerra. Al siguiente día –jueves 11– las calles fueron tomadas por los jóvenes skaters, rollers y bikers. Ni la policía ni la defensa civil custodiaron la marcha. Un grupo de ciclistas se encargaron de cerrar las vías a medida que avanzaban desde el parque San Pío hasta el caballo de la UIS. El viernes se proyectó la película Los Nadie, un elogio a la rebeldía premiado en Venecia y Toulouse. El festival se cerraría el sábado con un concierto en la sede de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), y Jaime estaba ansioso por unirse. Hacía tiempo le hacía falta un buen pogo. Pero no encontraría nada en el edificio del sindicato.
Jaime me esperaba parado frente a mi casa, mirando su celular. Vestía rotos pantalones entubados y una vieja chaqueta de cuerina que se deshacía como caspa sobre su camiseta. Era profesional de las artes audiovisuales y trabajaba como funcionario del Icetex. La rutina de escribir y enviar documentos burocráticos lo tenía harto, pero ya había mecanizado el proceso. Lo saludé, y me pasó la botella de ron. Eran las dos de la tarde y enfilamos al centro de Bucaramanga. Unas cuadras antes del sindicato, creímos oír la música. Solo era un camión herrumbroso que sonaba como una batería de punk. En la puerta, había un letrero que anunciaba el traslado del concierto al Teatro Peralta. Así comenzó el éxodo, no solo de nosotros dos, sino de docenas de jóvenes que esa tarde y noche seríamos expulsados una y otra vez. Para cuando llegamos al teatro no había ron.
Sería un concierto contra la represión estatal en una zona plagada de policías. A partir del Comando de la Policía Metropolitana, un edificio blanco del que ondeaban banderas de Colombia, se desplegaban dos cuadras de seguridad armada. Hombres uniformados patrullaban, vallas metálicas cerraban el paso a los carros y entorpecían el de los transeúntes. En la otra esquina, grupos de jóvenes como hormigueros, cubiertas sus ropas de símbolos antifascistas y antirreligiosos, otros con pantalones anchos y rastas, otros más casuales llevaban el sencillo espíritu del rock. Ninguno de ellos creía en la patria, ninguno en la policía.
Desde el 2013, el Festival Metropolitano Sonidos de Libertad (primero llamado Toke Antimili) se ha organizado en contra de la guerra y del servicio militar obligatorio. Según la página oficial de Facebook, se busca apoyar y fomentar “toda expresión de cultura y resistencia por la objeción por conciencia ante el servicio militar obligatorio, la defensa de la vida, la dignidad, la libertad, la construcción de una paz justa y verdadera”. Y otro montón de causas que confirman la identidad política del evento.
El equipo organizador nos requisó en la entrada. Jaime sacó una cámara Nikon d3300 y le enrroscó el lente. Grabó el enjambre de rockeros y –en menor cantidad– raperos que se desordenó en el umbral de la entrada, se esparció por los palcos del antiguo corral y se sentó a la sombra de los pasillos circulares. Una banda de hardcore gritaba en el escenario. El cantante animaba e insultaba al público; quería verlos bailar. Intentó con una versión de Extremoduro, pero la timidez siguió adormilando al público. De pronto se oyó un rumor: “En la siguiente canción nos reventamos”. El centro del coliseo, una larga explanada de ladrillo rojo, comenzó a poblarse. Las cabezas rebotaban suave, las botas zapateaban como deseando arrancar una carrera, las manos golpeaban las perneras buscando el ritmo. Y bruscamente, las guitarras aceleraron, la percusión marcó un latido desquiciado y el público reventó en un torbellino de energía y sudor. Una comunidad de odio: patadas, puños, empujones. Allí dentro nadie se lastimaba: se trataba de sublimar la rabia de haber nacido en un mundo de mierda. Jaime me pidió que le recibiera la cámara un momento para meterse al pogo. Iba a tirar pata en nombre de su miserable trabajo como empleado del Icetex.
Jaime se acercó a la mesa –con camisetas, casetes, discos a la venta– que atendía un corpulento paisa. Era el vocalista de o.d.i.o., la banda invitada de Medellín, la que muchos esperábamos. Con su entusiasmo paisa, nos habló de un disco LP en el que recopilaron 26 bandas antioqueñas.
La venta de cerveza no paraba. Me tomé una para calmar la sed, y sospeché que no tenía alcohol. Pregunté a Ivana, que hacía parte de los organizadores del festival. Y antes de que me respondiera, corrió a impedir que un tipo encendiera un porro: “Parcero, aquí no se puede fumar bareta”. Los organizadores estaban atentos a cualquier movimiento que pudiera arruinarlo todo. Eran 30 personas de logística previniendo las peleas y el consumo de marihuana. También se esperaba ayuda logística por parte del personal del sindicato para mantener el orden. Entonces pregunté a Ivana por el cambio de lugar.
—Los de la CUT son unos falsos. Hablan de articular luchas y solidaridad política y salen con eso. ¡Cancelaron ayer! No se puede confiar en esos comunistas.
El colectivo Acción Libertaria, del que forma parte Ivana, se había reunido con la junta directiva del sindicato para ultimar los detalles del concierto. Los directivos estuvieron de acuerdo, excepto el presidente, a quien se lo veía removerse inquieto en su asiento y accedió a regañadientes. Ya mucho se había hecho con pocos recursos, toda la publicidad del festival se había difundido con los logos de diversos sindicatos que apoyaban el movimiento juvenil, y a última hora –el viernes por la tarde, un día antes– cancelan. La CUT envió una carta: por razones de seguridad sería imposible. Los organizadores del festival se acercaron a dialogar con el sindicato. Hubo que esperar hasta las seis de la tarde a que llegara el presidente. La respuesta fue la marginación y la censura: ustedes son violentos y drogadictos. Morgan, miembro de Acción Libertaria, objetó: ¿Y dónde queda la capacidad de comprendernos y de ver nuevas formas de lucha? El presidente mantuvo su negativa, incluso amenazó con amarrarse a la puerta para impedir la entrada. Argumentó que la carta de solicitud se había perdido. Morgan mostró la copia con el recibido. El presidente la ignoró y continuó a lo bruto difamando a la juventud.
No se podía aplazar: tres bandas de otras ciudades ya estaban en Bucaramanga. No había tiempo para explicaciones. Los organizadores se reunieron a buscar otro escenario. Treinta personas pegadas al teléfono llamando, investigando, descartando lugares por costosos o muy lejanos. Parecía un call center. Un buen lugar pareció ser una finca en la vía al aeropuerto. Haría falta contratar buses para llevar la gente. También el Museo de Arte Moderno, costoso, pero está cerca. Hasta que el director del Colise...

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Sanabria, G. (2020) El miedo tiene los ojos grandes. 1st edn. Ediciones UIS. Available at: https://www.perlego.com/book/1867920/el-miedo-tiene-los-ojos-grandes-pdf (Accessed: 15 October 2022).
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Sanabria, Gustavo. El Miedo Tiene Los Ojos Grandes. 1st ed. Ediciones UIS, 2020. Web. 15 Oct. 2022.