Ser enfermera
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Ser enfermera

Susana Frouchtmann

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  1. 162 pages
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Ser enfermera

Susana Frouchtmann

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Según el Consejo Internacional de Enfermería, el desempeño de la enfermería "abarca los cuidados, autónomos y en colaboración, que se prestan a las personas de todas las edades, familias, grupos y comunidades, enfermos o sanos, en todos los contextos, e incluye la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, y los cuidados de los enfermos, discapacitados, y personas moribundas. Funciones esenciales de la enfermería son la defensa, el fomento de un entorno seguro, la investigación, la participación en la política de salud y en la gestión de los pacientes y los sistemas de salud, y la formación".Vale la pena leer estas líneas con todo detenimiento ya que revelan el papel fundamental de esta función de forma que, si bien el diagnóstico del médico es imprescindible, el día a día, todo el cuidado físico y anímico del paciente ?fundamental en la atención hospitalaria?, recae en esos cuidadores anónimos que lo atienden, de forma que su labor es el eslabón imprescindible de todo equipo sanitario.En este libro, diez enfermeras y un enfermero de distintas áreas toman la palabra invitándoles a conocer el quehacer diario de la enfermería, repleto de historias profundamente conmovedoras, tanto desde la perspectiva del paciente como de la de sus cuidadores. "Todo paciente ?afirman sin dudar todos estos testimonios? es ante todo un ser humano".

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2020
ISBN
9788418285325

1. Por qué quise ser enfermera

Hay enfermeras que nunca dudaron qué querían ser. Otras llegan a esta profesión por otros caminos. Personalmente me parece que dudar, desandar caminos para buscar otros, no indica menos vocación una vez encontrada. Hay quien tarda años. No importa, ¿acaso la vida no es un gran viaje interior? Lo que importa es llegar y ser feliz con el hallazgo. Conozco personas que no han encontrado su sitio en el mundo hasta bien entrada la madurez; y también quien no lo encuentra nunca, tal vez porque, incrédulos, desistieron. Pienso que eso no hay que hacerlo jamás en nada. Solo nos está concedida una vida.
Carme Fabra (Barcelona, 1955), amante de las letras, quería ser filóloga y estudió Filología Catalana. Pero eran familia numerosa y no podía permitirse estudiar sin aportar nada a la economía familiar. En este momento, hubiera podido encontrar algún ingreso con sus estudios, pero el catalán de la posguerra no era lo que se dice una buena herramienta con la que conseguir un salario. Por iniciativa de sus padres, Carme empezó a trabajar por las tardes en el ambulatorio de Cornellà de Llobregat como Auxiliar de Enfermería. Para tal empeño, entonces no hacía falta titulación alguna y la condición normal de la mujer era cuidar. Carme se casó con un químico, acabó la carrera y empezó a trabajar por las mañanas como filóloga en la Escuela Lluís Vives y por las tardes continuó en el ambulatorio. Cuando nació su primer hijo, pudo continuar trabajando en los dos sitios gracias a la ayuda de su madre y de sus abuelas. Eran otros tiempos para la mujer, la cual, una vez había contraído matrimonio solía quedarse en casa y, además, Carme no solo tenía una relación de clan con su familia, sino también con los vecinos del barrio. Algo posible entonces. Dos años después, la empresa multinacional para la que trabajaba su marido le ofreció a éste un puesto en Barbastro, y en Huesca la única opción profesional para Carme no era como profesora de catalán, sino como Auxiliar de Enfermería, para lo que pidió el traslado al hospital de la ciudad oscense. Al final, el matrimonio se quedó ocho años en Barbastro, donde nació su hijo menor, al tiempo que Carme se titulaba como Auxiliar de Enfermería. De nuevo llegó otro traslado para su marido. Esta vez a Barendrecht, Holanda. Y a Carme no le quedó más remedio que pedir una excedencia. Pero, una vez ubicada en el nuevo destino, pensó que para una mejor integración, era necesario incorporarse en algún colectivo, para lo que empezó a colaborar en el geriátrico local, esencialmente haciendo compañía, aunque pronto acabó trabajando unas horas como auxiliar. El primer año fue duro; no por los ancianos, no por ayudarles en el aseo o lavándolos directamente, sino porque no conocía el idioma, que no tardó en aprender. Dice que pasó tres años estupendos tras los que llegó el regreso a España en 1993. Esta vez el destino era Tarragona, donde Carme pidió el reingreso como auxiliar.
–Pues era el momento y lugar para retomar Filología Catalana.
–No, ya no era posible. Para entonces el contacto humano que procura mi profesión ya me había tocado muy hondo. Me seguían gustando las letras y leer, pero un enfermo al que cuidar es un privilegio al que no quería renunciar, es más, me matriculé en la Escuela de Enfermería. El primer año suspendí dos asignaturas: Estadística y Bioquímica. Trabajaba, tenía dos hijos, llevaba la casa… era mucha carga pero mi marido me impulsó a continuar, me apoyó y ayudó en todo; los dos cursos siguientes los hice con notas muy brillantes. Cuando acabé gané una plaza en el Hospital Juan XXIII de Tarragona y entré en la planta de Cirugía Vascular y Urología. Me gusta mucho el enfermo vascular justamente porque precisa muchos cuidados.
–Por lo que sé, son curas bastante duras.
–Con las isquemias graves se necrosan las extremidades: primero los pies, luego las piernas… porque muere el tejido. Son curas contra natura porque no están bien irrigados. Suelen ser enfermos crónicos que empiezan con pequeñas lesiones que van empeorando. Cuando era auxiliar, un enfermo vascular de unos cincuenta y tantos años tenía una isquemia tan agresiva que le cortaron las dos piernas. Las heridas no cicatrizaban y olían; entrábamos con mascarilla y entras y aguantas por vocación y por respeto. En este caso además, él era consciente de su deterioro. Algunos llegan a este punto de degradación porque son diabéticos pero el resto, en general, es por malos hábitos.
–Y estos últimos, con semejante perspectiva, ¿no son capaces de dejar todo aquello que les hará daño?
–Pues la experiencia me dice que no. He tenido enfermos a los que ha habido que amputar una pierna y han continuado fumando o bebiendo, aunque sepan que se pueden quedar sin las dos. Mira, tuve a uno cuya única motivación para levantarse y sentarse en una silla de ruedas era para bajar a fumar.
–He conocido a personas que han hecho cosas parecidas pero la verdadera causa no era una adicción sino soledad, falta de cariño. Carencias.
–Claro. Cuando curas estableces una relación con la persona que no tendrías jamás fuera de este contexto. Los lavamos, peinamos, aseamos… Ves a la persona en situaciones límite y «desnuda» en el sentido más profundo porque caen todos los velos. Entonces sabes que hay duelos que no han podido superar, pérdidas de todo tipo y ellos se preguntan: «¿Para qué voy a dejar de fumar?».
–¿Para qué vivir? ¿Es así?
–Algo así, sí. No tienen motivación y tú, como enfermera, tienes una posición privilegiada para conocerlo bien e intentar ayudarlo. Son enfermos de quienes conoces su intimidad; que sabes que están solos y a los que llegas a apreciar. Son personas que me han tocado en cuerpo y alma. Hay pocas profesiones que permitan ver tan de cerca el ser humano y no sabes cuán enriquecedor es. Cuando empecé en esa planta, me impresionó humanamente lo que implica cuidar, que es físicamente, por supuesto, pero también conlleva saber prever posibles consecuencias, aunque cada enfermo es uno y no puedes generalizar porque el cuidado es a medida, personal y anímicamente.
–¿Y hasta dónde le es posible llegar a la enfermera?
–Hasta donde nos deja el propio enfermo. Tuvimos ingresado a un hombre de ochenta años que estaba muy grave. Hacía nueve años que no veía a su hijo porque había dejado a su mujer y sabía que ella había pasado por grandes dificultades económicas y se sentía culpable. Entonces le propusimos ponernos en contacto con su hijo y no quiso.
–Se murió muy solo.
–No, se murió con nosotras.
Llegado este punto de la conversación, te das cuenta de dos cosas: de que la legendaria cobardía masculina es en verdad inconmensurable y de que la mujer resiste y cuida. Solo te preguntas, una vez más, cómo puede esta enfermera salir a la calle sin ese peso.
–Es que no es así o, por lo menos, yo no he podido: me llevo a casa esta carga emocional pero también me ayuda a ver la vida de otra manera. Además, la mayoría de las personas que mueren en Cirugía Vascular, son mayores, por lo que es más fácil aceptar su muerte. La de un joven, y te lo digo también desde mi condición de madre, es casi inaceptable y ésa te la llevas a casa en toda su dimensión porque también te llevas el dolor de la familia. No lo puedes evitar. Tratas con personas y cuidar también es acompañar.
Es más difícil aceptar la muerte de una persona joven pero, seguramente, durante su enfermedad estará más acompañado. He visto a tantas personas ancianas solas en hospitales que me pregunto si la sociedad actual no está llevando sus propios intereses hasta todos los límites posibles abandonando a sus mayores, cuanto menos afectivamente. Carme dice que si la familia está muy unida, el paciente siempre estará más acompañado, pero que hacerse mayor hoy en día es muy difícil porque el nivel de dependencia los margina mucho.
–No sé si estamos construyendo una sociedad solidaria porque el enfermo padece, algo a lo que nadie debiera ser insensible; y quien puede contribuir a mitigar su sufrimiento es la familia, por más que el paciente sea una persona difícil. No creo que su alivio solo sea responsabilidad del equipo sanitario.
–Aunque todo ser humano tenga una parte mala, te aseguro que la mayoría de la gente es buena. Siempre hay alguien que te puede dar algo. También hay que saber pedir, y quien da es el género humano.
–Ahora estás en la planta de Traumatología. Ahí no cuenta la edad: puede llegar un accidentado muy joven con un gran traumatismo, a veces sin solución.
–En estos casos, la familia necesita toda la atención que le puedas dar porque sabes que cuando se van con su hijo muerto, es posible que no lo puedan soportar y que tal vez se lleguen a separar. También ves a chicos en coma y quien nunca pierde la esperanza es la madre; tal vez porque el hombre es más práctico o expeditivo, no sé; lo que sí veo es que a veces salen corriendo. Y en el mejor de los casos, si el hijo se recupera pero necesita rehabilitación, también es la madre la que resiste; el hombre, no. Los que se quedan son las excepciones. Otro perfil es el de una persona adulta. Si se recupera pero con secuelas físicas, solo se aceptará si su cónyuge lo acepta; y la mujer lo acepta siempre. En cualquier caso, la enfermera tiene que trabajar mucho la empatía con la familia, que cuesta, porque sufre mucho.
–Trece años en Cirugía Vascular y Urología; llevas dos años en la planta de Traumatología…, aún te quedan unos años hasta la jubilación. Puesto que estudiaste tanto Auxiliar como Enfermería estando ya casada, ¿tienes previsto otro reto?
–El primero es continuar aprendiendo, en la práctica y psicológicamente, pero también quiero completar el ciclo de formación: tengo el diploma de Estudios Avanzados en Pedagogía; hice un máster en Enfermería y ahora preparo el doctorado, una cualificación que en Enfermería solo existe desde hace un año y medio porque, tal y como se entiende y practica ahora, ha cambiado muchísimo, de forma que se puede decir que es casi una ciencia nueva. En este momento salen enfermeras muy preparadas que tienen mucho que decir y que cada vez lo harán más porque una buena enfermera no se conforma con lo aprendido: busca e investiga otras técnicas para llegar al usuario, un esfuerzo ya reconocido a nivel académico. Un buen ejemplo lo tienes en nuestra universidad, concretamente en la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud; en ella se imparte la asignatura «Bases metodológicas para la promoción de la salud en la comunidad», cuya profesora es enfermera y doctora en Pedagogía, dándose una visión cercana de cómo Enfermería trabaja en educación para la salud, y siendo sus alumnos los futuros profesionales de la salud y, entre ellos, también los futuros médicos.
–Desde que hemos empezado esta charla, ésta es la primera vez que también hablas en masculino…
–No se puede negar que ser enfermera es un trabajo propio de la mujer porque se trata de cuidar y no hay mejor cuidadora que la mujer.
–Cada vez hay más mujeres médico, pero en tu generación era una profesión más propia de hombres. ¿Cómo te han tratado?
–Con la inmensa mayoría de médicos con los que he trabajado me he sentido muy respetada. Ejercemos dos disciplinas complementarias y para que ambos llevemos a cabo nuestro trabajo de la mejor forma posible, es imprescindible una buena comunicación porque trabajamos codo con codo. Es más, te aseguro que si existiera un espacio de comunicación para mirar el mismo problema desde diferentes perspectivas, si la toma de decisiones fuera conjunta compartiendo conocimiento, el paciente saldría beneficiado y revolucionaríamos la Sanidad.
–¿Existe un espacio de comunicación con enfermeras de otros centros?
–Cada vez hay más, pero aún es insuficiente. Tal vez la era digital haga posible intercambiar experiencias.
Esta pasión por el trabajo, por el cuidado y bienestar del enfermo, no es lo que siempre encuentra el enfermo, de forma que todos, en algún momento, hemos topado con una enfermera, digamos expeditiva. Y te aguantas porque, aunque no sea con excelentes maneras, es la que te ha tocado en suerte. En mala suerte.
–¿Con qué rapidez detectas quién será una buena enfermera?
–Casi inmediatamente. Lo detecto en cómo trabaja y en cómo es. Aún recuerdo a una que lo primero que preguntó es cuánto podía llegar a ganar. Luego observé lo poco que se implicaba en prácticas, todo lo cual no impide que haya acabado la carrera. No son enfermeras por vocación: es un trabajo que se sienten capaces de hacer pero que no lo «sienten». Y ellas se lo toman como un modus vivendi sin más. Pero son minoría porque el 90 % de las estudiantes se implican desde el primer día. Me he encontrado con gente maravillosa, con las que he hecho muchas cosas, que se quedan en Cirugía más allá de las horas lectivas… aun sabiendo que puede afectar a su vida personal. Un día que una joven que es estupenda se quedó hasta más tarde para presenciar una cura, al salir la estaba esperando su novio, que le metió un chorreo tremendo. Y yo pensé que no era la pareja más adecuada para ella porque si no aguantaba un retraso en la hora de salida, ¿cómo aguantaría en el futuro los turnos, las guardias, los días festivos? Acabó rompiendo, como tantas otras que quieren prepararse y trabajar bien con toda la implicación que comporta ser enfermera. Son jóvenes que necesitan mucha ilusión y motivación porque además de la dificultad de compaginar su vida personal con la profesional, cuando ejerzan, tendrán poco tiempo para hacer mucho, algo que se debería reconsiderar, porque antes está el bienestar del paciente que cumplir con las ratios. Ésa es una presión excesiva. Nos salva la ilusión, lo que aún tenemos por hacer y dar.
–¿Aún sientes esta ilusión?
–Cada día. Es una profesión que llevo dentro. Aunque no fue mi primera opción, luego, poco a poco, la vida me fue poniendo delante el mundo de la salud y ahora no hay nada más. Cuando llego al hospital y empiezo mi trabajo, no existe nada en el mundo que no sean los enfermos a los que cuido porque tal vez en mis cuidados esté en juego su vida. Salgo muy cansada pero mi profesión me llena totalmente. Son profesiones con las que creces humanamente y que te obligan a valorar y a saborear lo que tienes, lo cual no tiene precio. En la vida siempre has de coger la parte positiva y a mí me ha dado mucho.
Carme mira el reloj, su móvil ha sonado un par de veces… Su marido la espera para disfrutar juntos de unas horas de asueto en Barcelona.
–Pe...

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