1. Adiós
Desde primeras horas de la mañana ya había decidido dejarlo. Pensó en ir al vestuario a las doce del mediodía, recoger la ropa y llamar al entrenador por la tarde. Se acabó.
«Tampoco soy tan bueno–pensó–. Hace tres partidos que no juego y en los dos últimos estuve penoso. No me extraña que el entrenador no confíe en mí. Ni siquiera yo confío en mí mismo.»
Pol, la joven promesa y estrella del equipo de fútbol de su ciudad, venido súbita y aceleradamente a menos, estaba abatido.
¡Qué diferentes eran ahora las cosas respecto a tan solo un mes antes!
Cuando en junio de la temporada anterior le dijeron que estaría con el equipo de fútbol profesional de su ciudad, Barcelona, pensó que por fin se habían cumplido sus sueños.
Ya había visto que algunos de sus compañeros llegaban al equipo profesional, pero al año siguiente causaban baja. «Eso no me ocurrirá a mí –pensaba–. Yo lucharé por mi sitio, soy mejor que ellos y soy humilde trabajando.» Así que cuando lo llamaron pensó que se lo merecía.
Su charla con el entrenador del primer equipo estuvo muy bien.
–Tienes talento y actitud –le dijo–. Las bases de un gran jugador. Quiero que estés con nosotros el año que viene, así que recoge el trabajo de verano que tienen todos los jugadores y te quiero aquí en la pretemporada.
El veterano entrenador lo miró con atención, espiando la reacción que sus palabras tenían en el joven a medida que su significado iba calando.
–Puedes tomarte quince días de vacaciones –prosiguió–, pero para el resto de los días tienes trabajo físico para ponerte al nivel de tus compañeros y para que cuando vengas puedas entrenar a buen ritmo.
Veloz y potente por todo el trabajo de las vacaciones, Pol estuvo muy bien en la pretemporada. Cualquier entrenamiento físico le parecía perfecto. No en vano se pasó todo el verano preparándose como un loco. Del plan que le dieron decidió hacer exactamente el doble. «Si trabajo más que los demás, llegaré mejor que ellos y podré destacar», pensó. Así que con esta premisa no fue extraño que, cuando empezaron los entrenamientos, fuese de los primeros en todo.
Ese gran esfuerzo del verano le valió para que en los primeros partidos amistosos el entrenador lo pusiese a jugar algunos minutos y, aunque no marcó ningún gol, su rendimiento fue muy esperanzador.
Su motivación seguía alta durante la semana anterior al primer partido de liga. Sus ojos se encendieron cuando se acercó al papel que contenía la lista de los jugadores convocados para el primer partido de liga, que estaba pegado en la puerta del vestuario, y vio que su nombre estaba escrito en él.
Pol empezó el partido en el banquillo, pero, con el encuentro empatado y a falta de veinticinco minutos, el entrenador le ordenó calentar. A los cinco minutos lo llamó para darle instrucciones.
–Quedan veinte minutos y el otro equipo está cansado. Tú estás fresco y con buena condición física, así que este puede ser tu momento.
Salió a jugar y, cuando faltaban diez minutos para el final, recuperó un balón en el centro del campo y se escapó en solitario hacia el área del equipo contrario. Cuando se le acercó el portero en una salida desesperada, cedió la pelota ligeramente hacia atrás para que Johan, el capitán, marcase el gol de la victoria.
No estuvo mal para ser su primer partido.
Pol hizo buenos entrenamientos la siguiente semana. Cada día sorprendía a todos con un pase nuevo, un regate nuevo o un nuevo remate. Así las cosas, el entrenador decidió colocarlo en el once inicial en el segundo partido del campeonato. Aunque no fue un partido difícil, Pol marcó dos de los cuatro goles que dieron la victoria al equipo.
Dos partidos, dos victorias. El equipo iba viento en popa.
En el tercer partido salió otra vez de titular y marcó otro gol.
En el cuarto se repitió la historia. Otra vez en el equipo inicial y partido repleto de acciones sorprendentes y espectaculares de Pol. Un gol y una asistencia ayudaron al equipo en la victoria.
En tan solo cuatro partidos se había convertido en el jugador de moda.
Ahora se daba cuenta de lo que implicaba estar en el equipo profesional, jugar y marcar goles. Parecía que volaba subido a una nube. De no ser nadie, ahora estaba en las entrevistas, en los periódicos, en la radio…
Estaba acabando el mes de septiembre de 1977 y en pocas semanas se había convertido en alguien famoso. Periódicos deportivos, periódicos generales, televisión, radio, incluso las grandes voces del periodismo deportivo ya lo vendían como la nueva promesa del fútbol.
El fútbol es así: cuatro buenos partidos y unos cuantos goles y ya eres un ídolo.
Sus paseos por las calles del centro de Barcelona se habían convertido en algo imposible. «La Champions, la Champions. Este año, Pol, queremos la Champions», era la petición y la exigencia que le planteaban los aficionados, deseosos de lucir por fin la ansiada Copa de Europa en el museo del club.
También era el sueño de Pol.
Aunque solo había jugado cuatro partidos buenos, parecía que hasta la selección nacional iba detrás de él.
Su rutina diaria había cambiado totalmente. Por las mañanas se levantaba e iba a entrenar. Después de comer, un rato de siesta y salía de compras. Su nuevo contrato le permitía hacer algún dispendio por encima de la media: coche nuevo, nueva televisión, un piso para él sin sus padres. También cenar fuera se había convertido en un privilegio y, por suerte o por desgracia, en un hábito. Su fama le permitía ir a los mejores restaurantes sin reservar: «Siempre tenemos una mesa para ti», le decían.
Se sentía imparable, se sentía invencible. Incluso le parecía que podía volar.
Sin embargo, nada es para siempre.
Todo se precipitó cuesta abajo sin apenas darse cuenta. Creyendo que esa inercia iba a durar eternamente, no reparó en que su concentración e intensidad en los entrenamientos iba en disminución. Posiblemente por esto, en el quinto partido no le salió ningún regate bueno y perdió varios balones comprometidos. Al final, el partido acabó en empate. Él no estuvo demasiado bien, pero lo cierto es que los demás tampoco.
La situación no mejoró en el sexto partido. En realidad, empeoró. La primera parte, que jugó Pol, fue la peor de toda la temporada, así que en el descanso el míster decidió sustituirlo por Jimmy, un jugador veterano que aprovechó la situación para ponerlo nervioso.
Justo en el momento en que se cruzaron en el centro del campo y se chocaron la mano, Jimmy le soltó a Pol:
–Mira, chaval, y aprende a jugar en serio.
Pol se sorprendió, pero no le dio mayor importancia.
A partir de ese momento, todo se aceleró hacia abajo a la misma velocidad con que había ascendido: primero dejó de ser titular y después dejó de ir convocado. Del subidón de la fama al vértigo de la miseria solo lo separaron un par de semanas.
El entrenador todavía lo convocó para el séptimo partido, aunque no jugó ni un minuto, pero, al llegar el octavo, su nombre ya no apareció en la lista.
Ni en el noveno, ni en el décimo.
La sensación de euforia se había transformado en decepción hacia sí mismo y hacia los demás. Ya no tenía ganas de salir de compras, aunque de vez en cuando salía a cenar.
Ya no era lo mismo. Iba a los entrenamientos de mala gana, lo que le valió algunas reprimendas del entrenador y especialmente del capitán, Johan, que fue especialmente duro con él en la última semana.
Así que, decepcionado y abatido, decidió dejar el equipo.
¿Abatido?
Abatido era poco.
Pol, la joven promesa y estrella del equipo de fútbol de su ciudad, venido súbita y aceleradamente a menos, estaba completamente hundido.