Aprendiendo a perder
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Aprendiendo a perder

Las dos caras de la vida

Santiago Álvarez de Mon

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  1. 208 pages
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Aprendiendo a perder

Las dos caras de la vida

Santiago Álvarez de Mon

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Aceptar el acto humano de perder es la mejor forma para emprender un camino hacia la realización personal.Si ganar es una motivación legítima y natural, si alcanzar nuestra cima es un objetivo admirable, los tropiezos del camino han de ser incluidos en nuestra álgebra personal. La aceptación tranquila, humilde y consciente de una realidad irrefutable, el acto humano de perder, es la mejor plataforma para desafiar los límites y ganar partidos "imposibles".Quién soy es una pregunta transcendental, decisiva, radical, muy difícil de plantear y contestar sin la presencia didáctica de la pérdida. Hay mucho de sabiduría, autenticidad y libertad encerrada en la experiencia humana de perder. Es ella la que nos instruye y explica enseñanzas valiosas sobre la vida, su dureza, y sobre nosotros mismos.¿Qué es el éxito? ¿Quién lo define? ¿Sabe perder? ¿Cuál es su particular recuento de victorias y derrotas? Como en los partes de guerra, ¿cuál es su balance final de pérdidas? ¿Lastran su odisea personal o la guían y enriquecen dotándolo de una mirada más realista, humilde y sabia? ¿Qué es el éxito? ¿Quién lo define? Estas son algunas de las preguntas que el autor se plantea a lo largo del texto.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2016
ISBN
9788415577829
1.
¿De qué pérdida hablamos?
«Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.»
Miguel de Cervantes
Conocí a Juan hace tres años en un programa de dirección del IESE. Se sentaba en una zona media de la clase. No intervenía con demasiada frecuencia, aunque siempre me llamó la atención la profundidad y curiosidad de su mirada. En la cena del paso del Ecuador, habiendo ya acabado mi módulo sobre liderazgo, tuve la suerte de que me asignaran en su misma mesa. Esa noche descubrí a una persona divertida, un gran conversador. Su palabra atrapaba al resto de comensales, nos hizo reír con su contagioso sentido del humor, mientras que era capaz de escuchar con una concentración llamativa. Ese día nuestra relación pasó a un capítulo diferente. De profesor-alumno, a dos personas inquietas que descubren un montón de pasiones e intereses comunes. Su excesiva discreción, tacto y humildad hizo que Juan no compartiera conmigo su situación profesional hasta el final del programa, tres meses después. Ya cuando comenzó el curso del IESE Juan estaba en paro. Casado, dos hijos, su mujer trabaja, el momento era delicado pero no crítico. A medida que íbamos cogiendo confianza y se caían las murallas del convencionalismo, me atraía cada vez más su actitud. Pese a la incertidumbre que el paro provoca, pese a los fantasmas y nubarrones que sobre uno desata, Juan estaba tranquilo y confiado, sabía que por algún lugar saldría otra vez el sol. En un almuerzo mano a mano me resumió con precisión y agilidad sus últimas peripecias profesionales. Después de trabajar varios años en una empresa familiar –él es uno de los miembros que lleva el apellido fundador–, por discrepancias sustanciales con la dirección de la compañía decidió abandonar un barco al que se sentía legítimamente vinculado. De ahí pasó a otra empresa inserta en un sector en el que podía hacer valer su formación de ingeniero. A los seis meses los diferentes valores del CEO y de Juan se hicieron patentes. La empresa utilizaba prácticas de muy dudosa calidad ética para los estándares morales de Juan. Solo faltaba dilucidar quién tomaría la iniciativa. Si el CEO prescindiendo de Juan por la vía rápida, despido sin contemplaciones, o si este, motu proprio, dimitía sin más. Esto segundo fue lo que pasó.
Durante el transcurso del programa del IESE, además del estudio individual de los casos, el trabajo en equipo, la participación en clase y la eclosión de nuevas relaciones que conlleva, Juan se enfrascó en una reflexión personal sobre el futuro de su carrera. La típica parafernalia de head-hunters, entrevistas de trabajo, actualización de currículum, gestión de contactos nuevos y viejos, etc., surcó la agenda de Juan. Todo el proceso duró casi un año. Hoy Juan trabaja en una multinacional europea, está razonablemente contento, y ya ha tenido tiempo de rechazar una oferta económicamente bastante apetecible. En general, a lo largo de estos tres años que le trato, su estado de ánimo ha sido el mismo. Básicamente alegre, optimista, ilusionado, sin engañarse a sí mismo sobre la gravedad de la situación económica española. Pareciera como si su core business, la estructura central de su vida, no se viera alterada por los altos y bajos de su carrera.
«Juan, ¿estás bien de verdad, o es una pose que te impones ante ti y el resto del mundo?», me arranqué a preguntarle un día, cuando todavía no había pasado la tormenta. Intuía la respuesta, pero prefería oírla de sus propias palabras. «Sí, estoy bien, centrado y con esperanzas de que tarde o temprano algo saldrá. No te voy a engañar que estoy preocupado. No soy ningún frívolo, y tengo mi orgullo. Además, a mi edad, cuarenta y seis años, el mercado te penaliza. Como quieras hacer un cambio un poco más radical, ir a una industria en la que no tienes experiencia, lo tienes crudo. Es increíble lo que pesa en España el DNI y tu trayectoria anterior. Probablemente un giro copernicano pase por la figura de emprendedor, y si te soy sincero, no sé si mis genes son esos.» «OK, celebro tu realismo –le comenté–. ¿Eres consciente de lo mal que está el mercado laboral incluso para profesionales con tu perfil y conocimientos?» «Sí, claro, perfectamente. Me imagino que lo que me ayuda a estar decidido y sereno, al margen del pequeño colchón financiero que tengo y de los ingresos provenientes del trabajo de mi mujer, es que mi escala de valores la tengo muy clara. Nada esencial en mi vida ha sido alterado. Mi familia, mi salud, mis amigos, las cosas y relaciones que me hacen feliz permanecen intocadas. Tú me conoces, para mí el trabajo es importante. Además de brindarme un nivel de vida y una independencia económica, es un medio para desarrollarme y explotar todo mi potencial. Necesito trabajar en algo que me guste, hacer algo que tenga sentido, colaborar con otros en un proyecto que me supere y trascienda. Encontrar ese proyecto me mueve e inquieta.»
Desde aquella conversación conozco y entiendo mejor a Juan. Es el antisuperman, es un hombre honrado, inteligente y mentalmente joven, aprender es su verdadera pasión. Hace pocos días me llamó. Tiene otras dos ofertas interesantes en su mesa. Una pinta muy bien, la otra es todavía una incógnita. Independientemente de lo que haga, aceptar una de ellas o quedarse donde está, Juan sigue a lo suyo, vivir a tope mientras disfruta del regalo del tiempo. Ahora se irá de vacaciones, ya llegará el otoño con sus novedades. Su familia y los valores en los que ha sido educado le atan a la tierra, le dotan de unas raíces y convicciones filosóficas decisivas para manejarse en el vendaval de sustos y sobresaltos en el que todos vivimos. Desde que le trato le he visto perder y ganar, y ambas experiencias las procesa con igual deportividad y distancia. Ni en sus momentos más bajos se deprimió volviéndose contra sí mismo con un arsenal de reproches y recriminaciones, ni ahora que luce el sol se instala en la euforia. Hay un punto personal de mesura y aplomo que parece inalcanzable para los avatares de su carrera. Personas como Juan te hacen pensar, tienen un algo especial, una brújula interior que no se despista fácilmente. Instrumento valiosísimo, es especialmente útil cuando el poder aparece en nuestras vidas.
El caso de Esteban es muy ilustrativo. Le conocí cuando era miembro del equipo de dirección de una organización española. Ya estaban entonces en un proceso de expansión internacional que en la actualidad ha cristalizado totalmente. Profesional muy cualificado, se conocía todos los secretos del negocio. Hombre de equipo, a su indudable talento y pericia unía un espíritu colaborador y servicial, amén de una lealtad inquebrantable hacia su jefe, no exenta de grados importantes de libertad e independencia personales. Haciendo corto y sencillo un cuento largo y controvertido, movimientos económicos y políticos en la cúpula corporativa provocaron la salida del antiguo CEO. El Consejo de Administración nombró a Esteban para ese puesto unas semanas después. Transcurrido un periodo de tiempo superior a un año, le visité en su despacho. Espacioso, luminoso, tiene una de las mejores vistas aéreas de Madrid. Después de haber abordado el tema que nos ocupaba, ya en los postres de nuestra conversación le pregunté por su agenda. Reuniones, viajes por todo el mundo, presencia internacional en los foros requeridos y seleccionados, roadshows, encuentros con colaboradores más cercanos, desayunos de trabajo, almuerzos colapsados, prensa… el menú es variopinto e impaciente, todo es para ayer. Pocos profesionales cuando llegan arriba tienen el don de mantener la propiedad de su agenda, casi todos la pierden en algún lugar del camino. Habiéndose despistado en su control y custodia, sin apenas darse cuenta está llena de citas que distan mucho de ser prioritarias. Entregada involuntaria e imprudentemente a voraces consumidores de su tiempo, el día nunca tiene suficientes horas para atender tantos frentes.
Mientras Esteban contestaba con sinceridad y realismo a mi pregunta, sonó el teléfono, solo una vez nos interrumpieron. Aproveché la circunstancia para confirmar la cantidad y calidad de llamadas. «¿Te llaman personalidades de todo tipo, no? Todo el mundo se pone a tus llamadas, ¿me equivoco?» «No, básicamente estás en lo cierto, Santiago. Sin embargo, me espetó con toda naturalidad, no me engaño. Cuando deje este puesto la frecuencia de llamadas será otra, y sobre todo el perfil de las personas que llamen. También soy perfectamente consciente de que sin la púrpura de la posición que actualmente ostento, ni todos se pondrán a mis llamadas ni las devolverán enseguida. Llaman y responden al CEO de esta casa, no a Esteban. La lección que pocos políticos aprenden también se nos aplica a nosotros. Estoy aquí de paso, y durante el ejercicio de mi mandato voy a hacer todo lo posible para estar a la altura de la misión encargada. Pero no me engaño, conozco el poder, droga dura, y sus telarañas, así como los móviles, objetivos e intereses de hombres y mujeres que se acercan a ti. Cuando me vaya de aquí o me echen, mi mujer, mis hijos y mis amigos me acompañarán seguro. Es más, estarán felices de que mi agenda sea otra. Los demás, no sé, y te aseguro que no es un tema que me obsesiona.» «Tienes atado en corto el miura del poder, mantienes las distancias con todo lo que arrastra e implica.» «Sí, lo intento, no te quepa la menor duda. Sé de lo que es capaz de hacer a profesionales moralmente sólidos e intelectualmente bien preparados.» Dejé el despacho de Esteban impresionado por su inteligente actitud vital. De hecho, esa perspectiva y claridad, esa distinción crucial entre la persona que es y el personaje que representa, le permitió a Esteban hacer un gran trabajo mientras estaba al timón del inmenso transatlántico que le entregaron los dueños del mismo.
Hace ya tiempo que Esteban no es el CEO de la firma referida. Las circunstancias de su salida son irrelevantes para el tema que me interesa. Después de un breve y merecido periodo de reflexión y descanso, Esteban actualmente está enfrascado en diversos proyectos. En plena madurez, todavía en forma, su riquísimo bagaje profesional es un enorme aliciente para muchos de sus interlocutores. Dueño absoluto de su agenda, ahora sí, extraordinariamente selectivo fijando sus compromisos –ha rechazado ofertas para volver a la posición de primer ejecutivo–, su vida actual compagina intensidad, desafíos y sueños, con paz, serenidad y estabilidad. ¿Quién es Esteban? Si contesto en clave unidimensional, le reduzco a un rótulo que no le puede describir. Ciudadano comprometido con la comunidad en la que vive, viajero culturalmente inquieto, marido, padre, amigo, socio de los proyectos en los que está inmerso, emprendedor visionario, ex-CEO, todas esas actividades y relaciones definen y explican en cierta manera a Esteban. Una cuestión me resulta evidente en la incógnita planteada. Cuanto más profundiza Esteban en su dimensión personal, más variada y plural se muestra esta. Esa rica tipología identitaria facilita abandonar la posición de CEO sin traumas y resquemores. Esteban perdió involuntariamente su puesto, hay partidos cuyo resultado final no depende exclusivamente de tu maestría y esfuerzo, pero no se perdió en los recovecos y trampas de su variada y prolífica caminata. Esteban ha sido capaz de reinventarse porque nunca dejó de ser Esteban, ni cuando más acechaban los adornos y relumbrón del poder. Ni más, ni menos.
Fácil decirlo, muy difícil practicarlo. No son ni uno ni dos los profesionales que están embriagados de poder sin ellos mismos sospecharlo, así de ladino y sutil es el caballero. Te atrapa sin que te des cuenta, te seduce y conquista entre caricias de unos, halagos de otros, mientras los más listos conspiran en la sombra. La política no solo vive en los despachos y pasillos del Congreso de los Diputados, en las claustrofóbicas oficinas y salas de las sedes de los partidos políticos, en los salones y estancias de nuestros diversos organismos públicos. También se asienta e instala en los centros corporativos de multitud de empresas, intoxicando el ambiente, afectando a la armonía de sus profesionales, provocando su veta más insolidaria y estúpida, crispando los nervios del talento más comprometido. Moverse bien en ese territorio, sin escandalizarse de nuestra frágil condición, sin perderse en sus confines, aprendiendo a gobernar con la famosa mano izquierda sin renunciar a tus ideales más nobles, es una disciplina que a fuer de soft resulta muy hard.
Nuestra relación con el poder dice mucho de quiénes somos realmente. Los que lo detentan, los que aspiran al mismo, y los que lo pierden. Bajo su campo de actuación quedamos expuestos a la intemperie, mostrándose facetas y perfiles nuestros desconocidos. Es como si bajo su sombra se abriera una brecha entre la lógica intelectual y moral de personas bien equipadas teóricamente, y el caudal de emociones primitivas e irracionales que brota incontenible y espontáneo. Al respecto, pienso en uno de los directivos más inteligentes y preparados que conozco. A su concienzudo conocimiento de las funciones más críticas del negocio, suma una capacidad relacional con interlocutores externos e internos ciertamente singular. Además, domina con fluidez varios idiomas y posee una cultura tan vasta que le permite hablar y entender muchas cuestiones sociales y políticas de la actualidad más palpitante. Cuando más le traté era CEO en un país extranjero de la multinacional para la que trabajaba. Su ascendencia y liderazgo sobre el equipo de dirección era palmario y positivo. Respetaban su experiencia y rigor, y agradecían su estilo respetuoso y educado.
En cuestión de semanas empiezan a soplar en el mercado vientos de fusión entre su empresa y un firme competidor. Rumores de noviazgo entre dos grandes compañías van tomando cuerpo en el sector. Por historia, volumen de negocio, valor accionarial y, sobre todo, por los detalles del acuerdo final alcanzado, una firma compra claramente a la otra. Todo indica que mi conocido será el nuevo CEO de la flamante empresa, producto de un matrimonio de conveniencia. En aquellas semanas me interesé por su actitud y estado de ánimo. Desde el punto de vista del sector, compartía plenamente la oportunidad de unir fuerzas con uno de sus más sólidos adversarios. En el plano personal se mantenía distante y a la expectativa. Aunque todo le señalaba como la persona encargada de tripular la nueva empresa, él prefería centrarse en su trabajo diario. Las posibilidades que se abrían para el futuro le impulsaban hacia delante, era evidente que le hacía ilusión. No obstante, reflexionaba con madurez, prudencia e independencia sobre la alternativa de que finalmente él no fuera el elegido. Interpelado sobre esta posibilidad, su discurso sobre el cambio, sobre la incertidumbre de carreras imprevisibles, sobre sus valores más primordiales, sobre estar abierto a lo peor, sonaba convincente y sincero. Estoy seguro de que no me mentía, hablaba desde una educación formal muy instalada e interiorizada en su psique racional.
De repente un día me llama uno de sus colaboradores. Parece que la fusión finalmente cuajará, será una realidad inminente. Hasta ahí, lo esperado. La sorpresa salta cuando parece que será al CEO de la otra empresa al que definitivamente se le dé esa responsabilidad. Me comenta que fulano, su jefe, está intranquilo, inquieto, con reacciones y salidas de tono impropias de su prestigio y dilatado bagaje internacional. A raíz de esta llamada quedé en almorzar con el referido CEO. Era otra persona. Pese a sus formas y exquisito trato conmigo, rezumaba tensión y hasta un punto de amargura. No entendía nada de lo que ocurría, y cuanto más utilizaba su inteligencia para hacer un correcto diagnóstico de la situación, más frustrado se sentía. A través de mis preguntas e insinuaciones intenté recuperar al hombre libre capaz de sobrevolar por encima de las miserias, presiones y alianzas que una fusión puede desencadenar. Inútil, un conjunto de sentimientos rayando en la desilusión, la rabia y la impotencia se habían apoderado de él, dándose de bruces con su impecable análisis sobre la fugacidad del poder en las organizaciones. Ansiaba tanto el puesto que este le desestabilizaba. Es como si hechos o emociones incrustados en su alma le secuestraran temporalmente, restándole paz y perspectiva. Broncas, nervios, salidas de tono contaminaban el ambiente, para la desazón de colaboradores atónitos. De cara a la galería se hablaba de sinergias, unir fuerzas y complementariedad, pero internamente aquellas semanas se vivían de un modo inesperado. El miedo se había hecho con él, desequilibrando su sobriedad e impecable control de gestos.
Al final él fue nominado para la máxima posición ejecutiva. Un s...

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