Bucle
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Marcos Pereda

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  1. 480 pages
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Marcos Pereda

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About This Book

Marcos Pereda (Torrelavega, 1981) es uno de los escritores que más líneas ha dedicado al ciclismo estos últimos años. Autor de los libros Arriva Italia, Periquismo y Una pulga en la montaña, ha publicado numerosos artículos y reportajes en medios tan dispares como Jot Down, CTXT, eldiario.es o las especializadas Rouleur, Conquista Magazine, Soigneur y Volata.BUCLE es el libro que recoge las mejores crónicas que Marcos Pereda escribió sobre el ciclismo estos últimos años, muchas de ellas aún inéditas en España. Un repaso al calendario internacional, un bucle que año tras año repite fechas y lugares comunes forjando la historia de la bicicleta. En esta antología encontraremos desde un recuerdo al farolillo rojo del primer Tour de Francia hasta repasos a las recientes ediciones de la Vuelta o el Tour, pasando por retratos de estrellas emergentes como Egan Bernal, Evenepoel o Mathieu Van der Poel, y brochazos sobre nombres históricos como Alfonsina Strada, Poulidor o Malabrocca.Con su estilo característico, original, ingenioso y desbordante de humor, Marcos Pereda nos transporta a tiempos y lugares extraños para repicar en las clásicas de pavé, sufrir en las grandes cumbres o enamorarnos de las carreteras italianas. También nos hará disfrutar de la fiesta en los velódromos de la Belle Époque o grandes celebraciones nacionales como las vueltas a Colombia y Portugal.Indurain, Coppi, Merckx, Anquetil, Hinault, García Márquez, Pablo Escobar o Donald Trump. No falta nadie. Héroes y villanos, del ciclismo y de la vida, protagonizan historias que desbordan una pasión por el ciclismo y las letras difícil de contener.

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Information

Year
2020
ISBN
9788412178012
Edition
1
BUCLE
MARCOS PEREDA
Prólogo de Peio Ruiz Cabestany

© Marcos Pereda Herrera 2020, del texto original.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2020.
Bilbao-Galdakao errepidea 10-3
48004 Bilbao
[email protected]
www.librosderuta.com
Primera edición: julio 2020
Edición: Eneko Garate Iturralde
Diseño portada y maquetación: Amagoia Rekero García
Foto portada: © Henri Cartier-Bresson/Magnum Photos/Contacto
Foto autor: © Gema Rodrigo
ISBN: 978-84-121780-1-2
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
ÍNDICE
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
El deporte es cosa de periodistas (embusteros)
PRETEMPORADA
Primavera de sal
Lo de las bicis
Ilustrados, ganaderos y chovinistas: Historia de los grandes
puertos de Europa
Historia del mayor deportista de todos los tiempos
Tom Dumoulin, el hombre que huye de las pesadillas
No me odien a Mathieu van der Poel
Remco EvenEpoel: el chico nuevo en la oficina
Por el camino de Swann: sobre el dopaje amateur y sus impulsos
CICLISMO FEMENINO
La Vuelta al mundo (en bicicleta) de Annie Londonderry
Aquel primer Tour femenino de 1954
MILÁN-SAN REMO
Cuando la Primavera fue invierno: La Milán-San Remo de 1910
Milán-San Remo, o cuando Italia volvió a sonreír
La última clásica del ciclismo clásico
CLÁSICAS DE PAVÉ
Kop, kop, kop. Ciclismo en Flandes
El más joven de siempre, la Gran Guerra y un muro adoquinado
Las tres muertes de Paul Deman
Flandes, 1977. Historia de una Sombra, un Vagabundo y un Bohemio
Parce que je t´aime, Pascale
El flamenco que subió una colina y bajo una montaña
ITZULIA
En el lugar de las palabras dulces: un paseo por la Itzulia
ARDENAS
Cuando el campeón eligió la polémica
Un orgullo de Tejón
GIRO DE ITALIA
Enrico Toti: el ciclista-soldado con una sola pierna
El Giro de Italia de 1914: La carrera más dura de todos los tiempos
Alfonsina Strada, o cuando una mujer corrió el Giro de Italia
Bianca corsa rosa
Storia di Ginettaccio
Los últimos serán los primeros: vida y milagros de Luigi Malabrocca
Un brindis para Ecuador: análisis del Giro 2019
Kit del buen aficionado al Giro de Italia
TOUR DE FRANCIA
El primer último del Tour de Francia
Cuando el Caníbal despertó: hablamos con Eddy Merckx sobre el Tour de Francia de 1969
El Tour llega a Vitoria...
Entre Saturno y Edipo: El Tour de Francia de 1984
Ocho segundos con Laurent Fignon
El Tirano ha muerto, viva el Tirano. Val Louron, 1991
Egan Bernal reina en el caos: sobre el Tour de Francia 2019
VOLTA A PORTUGAL
Esplendor de Agostinho
VUELTA A COLOMBIA
En bicicleta hasta Macondo: Ramón Hoyos y Gabriel García Márquez
Cochise contra todos
Un Osito en bicicleta: Pablo Escobar y el ciclismo
JUEGOS OLÍMPICOS
Un Borbón bastardo, una bicicleta y una medalla olímpica
La odisea de Soukho
VUELTA A ESPAÑA
Una prueba olvidada: la Vuelta a España de 1941
La tierra baldía del Águila
Águilas, golpes y bombas de inflar: la Vuelta a España de 1960
El carnicero que venció en Peña Cabarga
Entre el sainete y la épica: la extraña Vuelta a España de 1998
Una tarde en Los Machucos: o cómo la Vuelta transforma un lugar
Yates aprende a ganar, Mas empieza a surgir: hechos y olvidos de la Vuelta 2018
Un señor, un chaval y un saltador de esquí: Crónicade la Vuelta a España 2019
MUNDIAL DE CICLISMO
Esa cerveza de la que usted me habla: Harrogate, el Mundial y su ambiente
CICLOCRÓS Y PISTA
Sonido de ruedas y jazz: velódromos, pintores y madrugadas
en la Europa de principios del siglo XX
Recorriendo los Tres Picos: la carrera de ciclocrós más
dura del mundo
FUERA DE TEMPORADA
La belleza del no ganar: en recuerdo a Raymond Poulidor
Un sultán en Les Elfes: la vida privada de Jacques Anquetil
En la senda más oscura: ciclismo y campos de concentración
Torrelavega: la Ciudad que respira ciclismo
Entre las viñas y el Mediterráneo: pedaleando por el Priorat
Capitalismo al estilo Guimard: la organización interna
del equipo Renault
Yates, bicis y burdeles: historia del Tour de Trump
El Águila de un país devastado
¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir ciclismo?
Historias picantes de la serpiente rodante
PRÓLOGO
Yo era un auténtico fenómeno, muy rápido y, sobre todo, con una resistencia casi infinita. Peleando contra el reloj era el mejor, contra el segundero de mi reloj. Lo digo sin falsa modestia, me proponía unos objetivos y los cumplía, batiendo récords con elegancia y sin perder la compostura. Jadeaba ligeramente y sudaba pero no me agotaba, no paraba, no lo hacía hasta cumplir mi meta; cargar todo el pedido en el camión. El camionero de Transportes Hontoria flipaba conmigo, él estaba acostumbrado al almacenero de siempre, con sus zapatos negros y su boli en el bolsillo del pecho de su chaqueta azul de tela de Vergara, parsimonioso pero eficaz. Ese verano ocupaba su puesto, y yo corría, con mis zapatillas deportivas, mis bermudas y mi camiseta de algodón, tiraba de la carretilla al mismo tiempo que buscaba en el albarán el siguiente bidón que tenía que cargar en el camión. No sé si eran polímeros, bolitas de plástico de colores o lo que fuera que vendía la multinacional Sandoz a las papeleras de los alrededores, yo solo miraba las referencias del albarán y el reloj, y cargar el pedido, ni cafelito ni leches.
Mi padre, mi jefe, el jefe de Sandoz en la zona me había puesto a trabajar en el almacén ese verano. El siguiente curso tenía que repetir el COU, y tenía que repetir curso solo porque había cateado mates, ¡putas matemáticas! ¿Para qué quiero yo las matemáticas? ¿Qué le costaba haberme aprobado? Lo peor del profe de mates no es que fuera un hincha del Athletic de Bilbao, casi hooligan, además era un payaso, esto no es un insulto, un payaso que salía todas las semanas en un programa en directo en la televisión vasca. Peor aun, podía ser el payaso listo o el gamberrete, pero no, era el mudo, ¡el mudo!, el que interactuaba con una bocina de esas en forma de trompeta que cuando apretabas el globo de plástico lanzaba aire hacia la trompeta y emitía un ridículo ¡mooc! Hala, a repetir COU, ¡mooc!¡mooc! No le guardo rencor, pero tampoco puedes estar toda la vida diciendo «a Perico de los Palotes, por poner un nombre anónimo, no le guardo rencor» sin añadir a continuación, para quedarte a gusto, «pero fue un pedazo cabrón», por poner un adjetivo anónimo.
¡Mooc!¡mooc! le hacía yo al camionero, que me miraba boquiabierto y con un palillo pegado a su labio inferior que mantenía milagrosamente una inclinación similar a la del Tourmalet, ¡mooc!, para que se apartara mientras recorría de un lado a otro el almacén con mi carretilla. Mi padre, mi jefe, el jefe de Sandoz, tengo que decirlo, no me había puesto a tirar del carro ese verano porque el payaso del profesor, perdón, el profesor payaso, no había tenido el detalle de aprobarme las matemáticas y poder presentarme a la selectividad, ¡que iba por letras!, no fue por eso, no. La razón por la que yo estaba batiendo récords de carga de bidones en camión era otra y me enteré al cabo de un mes, cuando cobré mi primera nómina. «Has ganado más dinero trabajando de mozo de almacén que tu hermano Jordi como ciclista» me dijo mi padre jefe, y añadió, empezando a girarse, «por mucho que salga su nombre escrito en la parte deportiva de los periódicos». Yo podía parecer tonto, no lo niego, tenía que repetir el COU, pero un rato espabilado ya era. Intuí que con esas palabras que me acababa de soltar, mandaba a su vez algún tipo de mensaje oculto que yo tenía que descifrar.
Bajaba sigilosamente al sótano y me pasaba mis buenos ratos mirando la bicicleta de carreras de mi hermano. Una Zeus chulísima, siempre limpia impoluta, me parecía que brillaba. Me fijaba en los innumerables agujeros que acribillaban todas las piezas de la bici, las bielas, los platos, los frenos, ¡el manillar! Cuando me pillaba junto a su bici, lo machacaba a preguntas. A mi casa llegaban dos y tres periódicos al día, y había auténticos piques y peleas entre los siete hermanos por hacernos con uno de ellos. Yo me leía los periódicos enteros, de atrás hacia adelante. De vez en cuando encontraba el nombre de Jordi Ruiz Cabestany en alguna crónica o clasificación de carreras amateur. Le preguntaba por las carreras, por los ciclistas, por las bicis, por qué agujereaba su bicicleta, «para bajarle peso» me decía, «pero todos lo hacen» y me parecía normal. Hasta los ciclistas me parecían normales.
Jordi se fue a correr la Vuelta a Gran Bretaña con la selección española, que en realidad era el equipo Zeus de Gandarias travestido en selección, que era el tipo de equipo que permitía esa carrera. En esa época se llamaba Milk Race, era la leche esa carrera -me lo han dejado a huevo-, y el diario Deia tenía un enviado especial. Para amortizar la inversión de llevarle a una carrera amateur, con las mejores selecciones de los países del Este, pero amateur, el especial enviado tenía que rellenar un par de páginas enteras cada día. No podía llenar tanto espacio únicamente con desconocidos, aunque muy buenos, Kachirin, Dvoracek o Janus Pozak. Tampoco lo podía hacer solo con el director Gandarias o el jefe de equipo Larrinaga, ni con el carismático Imanol Murga. Sí, ese que luego fue compañero mío de equipo, el que en alguna ocasión se colocaba detrás de nuestro esprínter y en la última curva se tiraba al suelo para que cayeran con él los rivales y así ganar la etapa, ese, un gregario de verdad de los que se entregaban por el líder de los que lo daban todo. Pues eso, también tenía que hablar de mi hermano, entrevistas y fotos, páginas. Según iba devorando cada día el periódico, el pedestal en el que lo tenía colocado iba aumentando de tamaño. Definitivamente, yo quería ser ciclista.
Me daba igual que se ganara más dinero trabajando de mozo de almacén, que mi hermano me repitiera una y otra vez que no se me ocurriera competir en bici, que se negara en redondo a cederme alguna de las piezas que tenía por ahí para incorporarla a mi ultrapesada BH Titán, que no tuviera un puñetero duro para comprarme una bici regular, que tuviera que estudiar en una academia por las tardes noches para aprobar lo que me suspendió el cómico rojiblanco, nada, ya había probado un montón de deportes, -incluso me había apuntado a un curso de salto de esquí para hacer combinada nórdica-, y quería ciclismo. A alguien que le parece normal que se agujeree un manillar para reducirle peso, ese, es carne de cañón para el ciclismo. A mí me parecía normal. Además, ¡qué coño!, en esa época los que estábamos mínimamente informados, sabíamos que en cualquier momento iba a estallar el conflicto nuclear y todos al garete. Yo ya tenía calculado, guiándome por los grafismos de la prensa sobre una explosión nuclear, que si la bomba caía en Irún tenía posibilidades de sobrevivir, pero más cerca ya, chamusque. Así que, ¿por qué no voy a ser ciclista?
Mi imagen del ciclismo era idílica. Aún no había leído este libro de Marcos Pereda, donde ves el ciclismo desde todos los ángulos, en todas las épocas, con perspectiva, con grandezas y con miserias. No había leído el primer artículo de este libro donde dice una gran verdad, que todos los periodistas de ciclismo mienten -Marcos Pereda es periodista-. O, al menos, exageran. Yo me lo creía todo. Y me hice ciclista. En mi primer año me seleccionaron para dos mundiales, el de pista y el de carretera. ...

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