El Medioevo peronista
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El Medioevo peronista

y la llegada de la peste

Fernando Iglesias

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El Medioevo peronista

y la llegada de la peste

Fernando Iglesias

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Volveremos, en los años setenta. Vamo a volvé, en 2019. ¿En qué consiste el Medioevo Peronista? ¿Por qué se produce su eterno-retorno? ¿Es cierto que nuestros días más felices siempre fueron peronistas? ¿Será que el peronismo es un intérprete legítimo de las aspiraciones de democracia y justicia social argentinas? ¿O será que las promesas enunciadas por la Leyenda Peronista y su hijo, el Relato Kirchnerista, son más importantes a la hora del voto que la descorazonadora realidad?La Argentina del siglo XXI permanece atrapada en su Día de la Marmota, un tiempo circular como el de aquella película en la que el protagonista se despierta, cada día, reviviendo el mismo día. ¿Estamos cerca o lejos de salir de nuestro Día de la Marmota? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo sobrevivir al Medioevo Peronista como individuos, y cómo superarlo como sociedad? ¿Tiene el país algún futuro que no sea este presente signado por el Medioevo y por la Peste?Este libro es un intento de responder a estas preguntas desde una perspectiva republicana y antipopulista; es decir, crítica del peronismo. Intenta hacerlo sobre la base de hechos comprobables de la historia y datos confiables de la realidad, y no en torno a fábulas, leyendas y relatos. Su autor espera que sea un aporte para que la superación del Medioevo Peronista y su eterno-retorno dejen de ser una utopía. ¿Lo logrará?

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Introducción
Tiempo circular y Día de la Marmota
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Augusto Monterroso
Argentina es ese país al cual se vuelve después de un año y todo cambió, pero se vuelve después de veinte años y todo sigue igual. Así me dijo un señor que conocí en el tren de Roma a Bologna en diciembre de 2019, un abogado del sindicato de bancarios de la confederación sindical de izquierda italiana, la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (cgil). Según me contó el señor, su tía usaba esa frase —que todos hemos escuchado en alguna de sus muchas variantes— para justificar sus pocas ganas de cruzar el mar y visitar a sus hermanas. Y sin embargo, en aquel momento, pocos días después de la asunción del séptimo gobierno peronista sobre diez desde la recuperación de la democracia, la frase cobraba un significado especial. La experiencia de Cambiemos había acabado en una derrota electoral y el peronismo reunificado volvía al poder de la mano de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa; tres sujetos que pocos meses antes se insultaban y amenazaban con la cárcel. Para 2023, cuando el gobierno de Fernández-Fernández termine, habrá concluido un período de cuarenta años de democracia durante el cual el peronismo habrá gobernado casi todo el tiempo gracias a la repetida operación de convencer a los argentinos de que el desastre nacional se ha desarrollado enteramente durante los pocos años en los cuales no gobernó.
El hecho comprobable de que en la Argentina todo cambia de un año a otro pero nada cambia en el largo plazo solo puede ser explicado por la vigencia de un tiempo circular; el tiempo de los ciclos naturales de las antiguas civilizaciones en que cada invierno era completamente diferente al verano que lo había precedido pero completamente igual a miles de inviernos anteriores y posteriores; un tiempo determinado por la repetición y el estancamiento; el tiempo sin evolución ni desarrollo que existía en el Medioevo antes de que la Modernidad inaugurara el progreso acumulativo y su correlativa idea de tiempo social lineal y progresivo. El tiempo argentino es el tiempo circular y repetitivo de los pueblos que Hegel describió como ajenos a la Historia; el tiempo premoderno cuyo lento paso podía medirse con relojes de sol y de arena; el tiempo medieval del eterno-retorno determinado por las ideas y las prácticas del peronismo que Borges definió magistralmente diciendo que tenía todo el pasado por delante.
La pregunta acerca de cuándo comenzó el tiempo circular del estancamiento argentino merece varias respuestas. Cuando el 10 de diciembre de 2023 finalice el gobierno de Alberto Fernández, también habrán pasado noventa y tres años desde el 6 de septiembre de 1930, fecha en la que Uriburu entró en la Casa Rosada acompañado de cerca por el joven teniente Juan Domingo Perón. Desde entonces, han sido muy pocos los gobiernos no encabezados por militares, por peronistas o por un militar peronista. Si excluimos a Ortiz y Castillo, cuyas presidencias estaban contaminadas por el fraude patriótico que les había dado origen, las apuestas de la sociedad argentina por la República fueron pocas, breves y espaciadas: Frondizi e Illia antes de la Dictadura y, después de ella, Alfonsín, De la Rúa y Macri. Y eso si dejamos de lado el hecho no banal de que Frondizi e Illia llegaron al poder en elecciones viciadas por la proscripción del peronismo. Se trata de cinco presidencias sobre un total de treinta y cuatro (contra doce presidentes militares y catorce presidentes peronistas), y de diecinueve años sobre noventa y tres: un año de cada cinco. Una nimiedad. La nada misma.
Son números concluyentes para dar una primera respuesta a nuestra pregunta: el tiempo circular de la decadencia nacional comenzó con el golpe de 1930, que dio origen al Partido Militar; se consolidó con el de 1943, que dio origen al peronismo, y sigue siendo el tiempo dominante de la política nacional. Terminada la Dictadura, la sociedad argentina realizó tres intentos de salir de ese laberinto; todos ellos culminados en derrocamientos o en derrotas electorales a manos del peronismo. Alfonsín, a quien sucedió Menem. De la Rúa, a quien sucedieron Rodríguez Saá, Duhalde y los Kirchner. Y Macri, a quien siguió Alberto Fernández.
¿Por qué se produce este eterno-retorno de la pesadilla peronista? ¿Será que nuestros días más felices siempre fueron peronistas, o es que los peronistas logran hacer que los argentinos solo recuerden esos días? ¿Se debe a que el peronismo es un intérprete legítimo de las aspiraciones de Democracia y Justicia Social, o será que las promesas eternamente incumplidas de la Leyenda Peronista y su hijo, el Relato Kirchnerista, resultan más importantes a la hora del voto que la realidad? ¿Será que los peronistas gobiernan bien o que —como dijo el General— no es que sean buenos gobernando sino que los otros han sido mucho peores, o será que es mejor no prestarle atención a lo que dicen los peronistas y el General? Cualquiera sea la respuesta que se dé a estas cuestiones es necesario concluir que son preguntas válidas, que merecen consideración más allá de las opiniones formadas, y que de esas respuestas depende la actitud que se tome frente al futuro argentino; un futuro que otra vez mira al pasado y que no parece ya augurar una salida del laberinto sino nuevos y vertiginosos loops por la espiral descendente en que se ha transformado nuestra Historia.
Tiempo circular. Eterno-retorno. Espiral descendente. Metáforas para explicar un fracaso reiterado y repetitivo; un fracaso en el cual las claves centrales son las mismas del fracaso anterior; un fracaso que en los momentos de auge peronista conduce al país hacia alguna forma atenuada de totalitarismo: de Derecha, en los Cincuenta del General; de Izquierda, en los Setenta de Cámpora y durante los años recientes, dominados por la figura de Cristina Kirchner. Un fracaso nacional que en sus escasos momentos de auge republicano no ha logrado conseguir más que alguna forma de empate catastrófico como el descripto por Gramsci, en el cual las dos fuerzas en pugna son incapaces de concretar su modelo de país pero son eficaces en impedir que la otra lo haga.
Tiempo circular. Eterno-retorno. Para aquellos que prefieren el cine a los tratados de filosofía, la Argentina está atrapada en un eterno Día de la Marmota1 como el de la película protagonizada por Bill Murray. En ella, una tormenta de nieve sorprende a un cronista infeliz y frustrado y lo sumerge en un bucle de tiempo en el cual se despierta, cada día, reviviendo el mismo día: el Día de la Marmota; el día en que las conductas imprevisibles de una marmota que sale de su hibernación son tomadas por una sociedad aparentemente civilizada como previsión razonable del curso de la Historia. Y bien, después de varios intentos de salir del tiempo circular y de varios suicidios seguidos de sus correspondientes resurrecciones, el personaje de El Día de la Marmota comprende que la única forma de evitar la repetición de sus frustraciones es cambiar su propia conducta, disminuir sus pretensiones, mejorar sus capacidades y cambiar su relación con las personas y con el mundo. Solo así logra quebrar el maleficio y salir del laberinto del tiempo circular hacia el futuro.
En todo caso, para lograrlo, una pregunta es relevante: ¿por qué el peronismo siempre logra volver, muchas veces, después de poco tiempo? ¿Qué es lo que impide a las fuerzas no peronistas enhebrar un período de al menos una década de gobierno como la que se necesita, como mínimo, para enderezar la proa del barco después de décadas de populismo y decadencia? ¿Qué impide a los no peronistas lo que al peronismo le resulta natural: llegar al poder y mantenerse en él, como hicieron el primer Perón, que gobernó nueve años (1946-1955), Menem, que gobernó diez (1989-1999), y los Kirchner, que gobernaron doce (2003-2015) y en 2019 volvieron?2
Este libro es un intento de responder estas cuestiones desde una perspectiva crítica del peronismo; es decir, republicana y antipopulista. Como los argumentos son muchos y reconocen variados campos, establecer un orden de enunciación comprensible es una hazaña incumplible. Para intentar poner un poco de orden en la argumentación, en primer lugar he optado por describir la esencia del Medioevo Peronista, en qué consiste y qué representa; en segundo lugar he analizado La leyenda del primer trabajador, es decir, los argumentos peronistas, seguidos por su correspondiente intento de refutación; el tercer capítulo —Los trucos de la Leyenda y el Relato— se ocupa de la descripción de los mecanismos utilizados por el peronismo para perpetuarse en el poder; en el cuarto —Los colaboracionistas— se describe a la incontable multitud que se declara no-peronista pero trabaja incansablemente a favor del eterno-retorno del partido fundado por el General; el quinto —Los errores de Cambiemos— ejerce una necesaria autocrítica tratando de no confundirla con la autoflagelación; en sexto lugar, intento responder a una pregunta crucial: ¿Existe un futuro para la Argentina?; séptimo lugar para una coda inesperada: La llegada de la Peste; y como conclusión, algo borgeano: El tamaño de mi esperanza, que incluye un muy poco borgeano manual de autoayuda para sobrevivir al Medioevo Peronista.
Sabrán disculparme. Este libro abunda en cifras aburridas y gráficos hostiles. Si prefieren, pasen a la página siguiente cuando los vean, pero se perderán algo importante. No es que quiera ensañarme con mis lectores. Es que para desmentir una Leyenda y un Relato resulta imprescindible concentrarse en el análisis de la realidad, lo que en una sociedad enorme y compleja como la argentina solo es posible recurriendo a las estadísticas. Lamentablemente, la política nacional ha caído en una forma de posmodernismo en el cual el análisis del discurso ha reemplazado al análisis de lo real. Sesudos papers, copiosos artículos y cerebrales ensayos usan como material propulsor las declaraciones de unos y de otros y sus correspondientes desmentidas, transformando el debate público argentino en una disputa de metarrelatos carentes de conexión con lo real. Esta barbarie se completa con el prejuicio antiestadístico de una Argentina prenumérica para la cual es posible conocer lo que sucede en una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes sobre la base de las cien personas que nos rodean en el preciso punto geográfico en el que transcurre nuestra existencia.
País extraño, en Argentina sobra la gente que exige que su médico haga todos los análisis...

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