El evangelismo y la soberanía de Dios
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El evangelismo y la soberanía de Dios

J. I. Packer

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El evangelismo y la soberanía de Dios

J. I. Packer

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Si Dios está en control de todo, ¿quiere decir que el cristiano puede confiar en Dios sin esforzarse en evangelizar? ¿O el evangelismo activo del hombre implica que Dios no es soberano en la salvación del hombre?El Dr. Packer, profesor de Teología Sistemática e Histórica en Regent Collage, demuestra en este libro que las dos actitudes son falsas. Su estudio cuidadoso, incisivo y penetrante de la Biblia nos enseña que el entendimiento correcto de la soberanía de Dios no es un impedimento para la evangelización sino un ánimo y apoyo poderoso para ello.

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Information

Year
2019
ISBN
9781629460185

Capítulo III
EL EVANGELISMO

Ahora pretendemos poner de manifiesto respuestas bíblicas a las siguientes cuatro preguntas acerca de la responsabilidad evangelística del cristiano. ¿Qué es la evangelización? ¿Cuál es el mensaje evangelístico? ¿Cuál es el motivo de la evangelización? ¿Cuáles son los métodos y medios de la evangelización?
I. ¿QUÉ ES EL EVANGELISMO?
Se supone que los cristianos evangélicos ya saben lo que significa esta palabra. Tomando en cuenta la importancia que tiene el evangelismo para los evangélicos, además pensaríamos que todos están de acuerdo en cuanto a su significado. Pero lamentablemente, hoy en día la mayoría de la confusión en los debates sobre el evangelismo nace por falta de acuerdo en este mismo punto. La raíz de la confusión es simple, y en una simple oración la podemos capturar en todas sus expresiones. El problema es que nosotros tenemos el hábito persistente de definir el evangelismo en términos de números, de probabilidades, de estadísticas, en fin, definimos a la obra en términos de resultados observables, en vez de definirla de acuerdo al mensaje que predicamos.
Si queremos una muestra de esta actitud, sólo tenemos que leer la definición que el comité del arzobispo le otorgó en 1918: “Evangelizar es presentar al Señor Jesucristo de tal manera en el poder del Espíritu Santo, que todos los hombres puedan poner su fe en Dios por medio de Él, lo acepten como su Salvador y le sirvan como su Rey en la comunión de Su Iglesia.
Ahora bien, esta definición es precisa en cierto sentido. Afirma el propósito del empeño evangelístico y con su afirmación sucinta descarta muchas ideas falsas. Para empezar, dice que el evangelizar consiste en proclamar un mensaje específico. De acuerdo a esta definición, no podemos decir que la enseñanza de la existencia de Dios o de la ley moral es el evangelismo, pues evangelizar es presentar al Señor Jesucristo, es presentar al Hijo de Dios quien vino a la tierra para liberar al hombre de sus pecados. De acuerdo a esta definición, enseñar las verdades históricas de Jesús o aun de su obra redentora no es la evangelización. Tenemos que presentar a Jesucristo mismo, el Salvador viviente y el Señor reinante. Presentar la vida de Jesús sin mencionar Su obra redentora no es la evangelización. Debemos presentar a Jesús como Cristo, el siervo ungido por Dios, cumpliendo Sus deberes de Rey y Sacerdote. “El hombre Jesucristo de Nazaret” debe ser presentado como el “único mediador entre Dios y el hombre17 quien “sufrió por nuestros pecados... para que pudiéramos estar con Dios”18; como el único en y por medio de quien los hombres pueden confiar en Dios, pues Él mismo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”19 Se ha proclamado que Él es el Salvador, el que “vino a la tierra a salvar los pecadores”20 y “nos redimió de la maldición de la ley”21 --”Jesucristo quien nos libra de la ira venidera.22 Lo hemos de proclamar como Rey: “pues a este fin murió Cristo, y vivió de nuevo, para ser el Señor de los vivos y los muertos.”23 Donde este mensaje no se proclama, no hay evangelización.
La definición anterior también dice que el evangelismo significa proclamar un mensaje con una aplicación específica. De acuerdo a la definición, entonces, presentar a Cristo como el objeto de un estudio crítico y comparativo no es la evangelización. El evangelismo es presentar la persona y la obra de Jesucristo en relación con las necesidades del hombre caído, enfatizando que aquel que no tiene a Dios como su Padre lo tiene como su Juez. Evangelizar quiere decir que Jesús, en este mundo o en el otro, ha de ser presentado como la única esperanza del hombre pecaminoso. Es una exhortación al pecador para que reciba a Jesús como su Salvador y para que reconozca que sin Él está completa e irremediablemente perdido. Esto no es todo. La evangelización es también el llamado al hombre para recibir a Cristo en cada una de sus múltiples expresiones –de Salvador y de Señor– y para servirle como su Rey en la comunión de su Iglesia. Es el compromiso de adorarlo con otros, de atestiguar su grandeza y de hacer Su voluntad aquí en la tierra. O sea, la evangelización es el llamado a los pecadores para que volteen sus rostros a Cristo y es también el llamado para que aprendan a confiar en Él; es liberación, no sólo en recibir al Salvador, sino también en el arrepentimiento de los pecados. Donde no hay referencia a la práctica específica del mensaje, no hay evangelización.
La definición bajo nuestra consideración afirma estos puntos de una manera sucinta y eficaz. Sin embargo, la definición es errónea en un punto fundamental: coloca una cláusula consecutiva donde debería colocar una cláusula final. Si hubiera dicho, “evangelizar es presentar a Jesucristo al hombre pecador para que por medio del Espíritu Santo los hombres vengan...” no podríamos hallarle error. Pero no dice eso, y lo que sí dice es muy distinto. “Evangelizar es presentar al Señor Jesucristo de tal manera en el poder del Espíritu Santo, que todos los hombres puedan poner su fe en Dios por medio de Él, lo acepten como su Salvador y le sirvan como su Rey en comunión de Su Iglesia.” Define el evangelismo en términos del efecto producido en las vidas de otros, o sea el fin de la evangelización es producir creyentes.
Esto no puede ser cierto, pues acabamos de probar su falsedad con las Escrituras. El evangelismo es el afán del hombre, pero llevar los hombres del pecado a la fe es la obra de Dios. A pesar de los deseos del evangelista, es decir, el ver resultados en su ministerio, no podemos medir la cantidad ni la calidad de evangelización que se ha hecho por sus resultados. Han habido misioneros en el medio oriente que obraron por años entre los musulmanes y no vieron ni un sólo creyente. ¿Podríamos decir que ellos no supieron evangelizar? Ha habido también creyentes evangélicos que decidieron aceptar a Cristo después de oír predicadores que no eran evangélicos y mucho menos bíblicos. ¿Podríamos, entonces, decir que estos predicadores sí supieron evangelizar? La respuesta en ambos casos es no. Los resultados de la predicación no dependen de la astucia y las intenciones del hombre, sino dependen de la voluntad del Dios todopoderoso. Esto no quiere decir que no debemos buscar fruto en nuestra obra evangelística, sino que cuando no vemos fruto debemos arrodillarnos y buscar la razón con Dios. Sencillamente no podemos definir el evangelismo en términos de sus resultados.
¿Cómo podemos definir el evangelismo? La respuesta del Nuevo Testamento es muy simple: el evangelismo es predicar el evangelio. Es una obra de comunicación en la cual el creyente pregona las Buenas Nuevas que nuestro Padre misericordioso nos enseñó. Cualquier persona que anuncia el evangelio, ya sea en una reunión grande o en una pequeña, desde el púlpito, desde la esquina o desde la cocina, está evangelizando. El clímax del mensaje es que el Creador haya llamado a los pecadores a poner su fe en el Salvador Cristo Jesús para que puedan tener vida eterna. Así que al proclamar el evangelio hay que ofrecer la salvación, y aquel que no quiere traer creyentes a los pies de Cristo, no está evangelizando. Pero la medida del evangelismo nunca debe ser su resultado, sino debe ser la fidelidad con que se predica la Palabra.
El Nuevo Testamento nos da una visión precisa y exacta del evangelismo cuando nos presenta al apóstol Pablo y, específicamente, ...

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