Adolescentes
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Adolescentes

Eva Bach Cobacho

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  1. 165 pages
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Adolescentes

Eva Bach Cobacho

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Una herramienta anímica y eficaz para los padres y madres de adolescentes. A veces son una maravilla y otras veces "vaya maravilla". Partiendo de una serie de enunciados muy sugerentes y de su propio testimonio, la autora -pedagoga y madre- va desgranando ideas claras, valientes y con corazón, que son de gran ayuda y suponen un extraordinario reconstituyente anímico para padres y madres de adolescentes. La adolescencia de los hijos es ingrata y encantadora a la vez, pero la mayoría de padres y madres la sufrimos más que la gozamos. A menudo nos asaltan las dudas, los miedos, las dificultades para dialogar con ellos de un modo cercano, para marcarles unas normas claras, para conseguir que nos respeten y nos hagan caso... También perdemos con facilidad los papeles o llegamos al límite de nuestra paciencia y nos dan ganas de tirar la toalla. Todo esto es muy normal y ocurre en las mejores familias. Sin embargo, si logramos conjugar la autoridad que como padres y adultos nos corresponde, con la ternura que hace falta para alcanzar sus corazones, vamos a sobrellevar y a vivir mucho mejor la adolescencia de nuestros hijos.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2009
ISBN
9788415750994
Introducción
Desde mi condición y corazón de madre
Éste es el sexto libro que publico y el primero que escribo como madre, además de como pedagoga y maestra.
A pesar de que hace ya una década que doy conferencias a padres y madres de adolescentes, hasta una vez transcurrida la adolescencia de mi hijo mayor, no me he decidido a plasmar por escrito una serie de reflexiones y vivencias en torno a una etapa de la vida que suele ser bastante agitada y que despierta grandes dudas, temores y preocupaciones, así como sentimientos encontrados y a menudo difíciles de sobrellevar en los padres.
Cuando determinadas situaciones se han vivido o padecido en la propia piel se está en mejor disposición de abordarlas y de reparar en ciertos detalles que, de otro modo, pueden pasar por alto. Cuando desde la condición de madre o padre se ha podido experimentar en algún momento un profundo sentimiento de amor y ternura hacia los hijos y, al mismo tiempo, también un deseo profundo de que llegue el día en que se emancipen, se entienden algunas cosas que, de lo contrario, es más difícil entender.
Una compañera de trabajo me contó hace unos años que cuando sus hijos eran pequeños los había disfrutado muchísimo, pero que cuando eran adolescentes se los habría regalado a alguien o los habría metido de nuevo por donde habían salido. A mí me pareció un poco bruto y exagerado por su parte, pero en varios momentos de la adolescencia de mi hijo me he acordado de sus palabras y he podido comprender por qué las decía.
Los adolescentes se muestran a veces encantadores y maravillosos, y a ratos se ponen también imposibles y no hay quien los aguante. Tienen grandes capacidades, están en pleno despertar a la vida y poseen un inmenso potencial, pero carecen de la madurez necesaria para canalizarlo adecuadamente y por eso nos siguen necesitando. La mayoría de padres actuales nos esforzamos por acompañarlos en la aventura de crecer a través de la comprensión y el diálogo, pero a menudo tenemos la sensación de que no logramos comunicarnos realmente con ellos. Tampoco conseguimos que se sitúen en su lugar de hijos, que nos tengan en cuenta y nos respeten como es debido.
Antes de perder definitivamente los nervios o de tirar la toalla y desistir de nuestras funciones, podemos probar otras opciones que muchas veces funcionan. Una de ellas es, como veremos, la de hablarles de un modo lo más claro, preciso y conciso posible, conjugando la autoridad que como padres y adultos nos corresponden, con el amor y la ternura que hacen falta para alcanzar sus corazones.
¿Cuánto va a durar esto?
Quienes me conocen saben que en mi quehacer profesional me siento muy a gusto y me aplico a fondo, pero es en mi tarea de madre donde siento que mi contribución al futuro es más personal y comprometida. También es en mi condición de madre, a la par que en mi vida de pareja, donde he ido encontrando una de las más bellas e irrenunciables motivaciones para seguir creciendo como persona.
Sin embargo, reconozco que no podría haber escrito lo mismo ni del mismo modo si no llevara el tiempo que llevo formándome, leyendo, reflexionando y dando charlas sobre adolescentes. El tema de la adolescencia es uno de los que más me piden y que más veces he tratado en conferencias para padres y madres, así como para el profesorado.
Al principio, me pedían que hablara principalmente de cuestiones que preocupan especialmente a los padres de adolescentes: sexo, drogas, malas compañías, mal rendimiento académico, lo que es normal y lo que no en esas edades, etc. Desde hace aproximadamente un par de años, y siempre según mi experiencia, estos temas siguen despertando interés, pero han ido quedando en un segundo plano. Ahora, la mayoría de escuelas, asociaciones de padres y madres e instituciones diversas que contactan conmigo me piden que les hable sobre todo de cómo hay que decirles las cosas a los adolescentes para que nos hagan un poco de caso y qué hay que hacer para ponerlos en su lugar.
Lo más preocupante ya no son solamente los grandes temas de la adolescencia –a los que en la actualidad habría que añadir la adicción a las nuevas tecnologías y el bullying o acoso escolar–, sino también los pequeños secretos de la convivencia diaria. Lo que la mayoría de padres que asisten a mis charlas más desean saber es lo que tienen que hacer y decir para que sus hijos los escuchen, los tengan en cuenta y los respeten, para que se conviertan en adultos responsables y personas de bien, y para que la convivencia con ellos no se convierta en una pelea continua. Otra cosa que quieren saber es si esto tiene fin, si los conflictos van a terminar algún día y si sus hijos van a ser capaces de convertirse en adultos responsables y hacer algo de provecho o no en la vida.
Mi mensaje en este sentido es siempre esperanzador. Aunque durante un tiempo parezca que pinte mal, la adolescencia acostumbra a acabar bien. A muchos padres les cuesta verdadero trabajo creerlo. Me llaman especialmente la atención la desesperación y la desesperanza que a veces percibo. De ahí que uno de mis mayores propósitos sea que las palabras y mensajes que transmito a los padres, ya sea a través de mis charlas o de mis libros, tengan un efecto parecido al de un bálsamo o infusión relajante y les supongan una pequeña dosis de reconstituyente anímico. Para ello, aplico las mezclas y soluciones que he aprendido de mis maestros y de mis propios padres a lo largo de los años, así como las que mejor me han funcionado en mi propia experiencia como madre.
Gran parte de los pequeños grandes secretos que he podido descubrir y que, a mi modo de ver, facilitan la comunicación y la convivencia entre padres e hijos adolescentes los iré abordando a lo largo de las siguientes páginas. Pero puedo avanzar que para que nos hagan un poco más de caso es importante que los padres encontremos las palabras justas sobre ciertos temas, y para ponerlos a ellos en su lugar es imprescindible que antes tomemos nosotros el nuestro. Lo explicaré detenidamente más adelante.
Hace poco estuve cenando con un grupo de padres cuyos hijos son amigos de nuestro hijo pequeño, que en estos momentos tiene catorce años. Nos deleitaba verlos, tan niños todavía en algunos gestos, tan mayores ya en otros. Una madre dijo: «Qué pena», con añoranza por la infancia que se les va –y se nos va– para no volver. Otra añadió resignada: «Es ley de vida». Yo pensé que era además nuestra contribución a la vida y les dije que, según había podido experimentar con el mayor, se nos abría una etapa que, a pesar de sus dificultades, iba a tener también su parte entrañable y maravillosa.
Lo pienso realmente así, aunque con el mayor haya podido comprobar que la adolescencia de los hijos en ocasiones no es grata y me haya acordado a veces de la madre que lo trajo, que soy yo. En lo profundo de mí, encuentro apasionante ver crecer a un hijo, verlo convertirse en una persona adulta, tan distinta y al mismo tiempo tan igual a nosotros (a su padre y a mí). Hay algo mágico en el relevo generacional, algo de textura fina que si logramos percibir hace que incluso lo que parece fuera de lugar acabe teniendo su sentido, visto con la perspectiva del tiempo y los ojos del alma. Confieso, además, que me relaja y me reconforta saber que ellos vienen detrás, que podemos pasarles el testigo y dejar en sus manos la parte del futuro que les corresponde.
A pesar de haber padecido, como cualquier madre, los problemas propios de la adolescencia, trato de reconocer y subrayar las cualidades de los adolescentes y de no contribuir con críticas y reproches a su mala reputación. Nunca me han gustado las quejas sistemáticas y los presagios pesimistas sobre los jóvenes de hoy. Traer un hijo al mundo es aportar una pequeña semilla al futuro de la humanidad, una semilla que hay que saber cuidar, abonar y hacer crecer amorosamente, y confiar en que dará buen fruto. Hay que observar, eso sí, una serie de condiciones para que suban rectos y sanos, pero es importante que, a pesar de las dificultades que inevitablemente vayan surgiendo, sepamos acompañar con esperanza a nuestros hijos en la aventura de crecer.
Los adolescentes de hoy son diferentes de como éramos nosotros y de como serán los de las próximas generaciones. Sin embargo, la adolescencia conserva unos rasgos comunes en todas las épocas, del mismo modo que en la relación entre padres e hijos hay una serie de cuestiones atemporales, algunas de ellas de lo más simples y elementales, que nuestra generación ha extraviado y debemos, por tanto, reencontrar. De todo ello hablaremos a lo largo de estas páginas, con el propósito de que podamos cumplir con el papel que como padres nos corresponde, sin desgastarnos ni desesperarnos demasiado y sin soltar el timón y dejar el barco a merced de los vientos.
Ninguna generación es mejor ni peor que otra
Cuando nos quejamos de cómo son los adolescentes de hoy, tenemos que cuestionarnos también sin más remedio cómo somos los padres y madres. Lo primero sin lo segundo es trampa y además no sirve de nada, pues es quejarse por quejarse, es centrarnos en el problema en lugar de mirar hacia la solución y asumir la responsabilidad de resolverlo, que nos corresponde principalmente a nosotros. No a nuestros hijos ni a la sociedad actual, a la que solemos echar las culpas de todo.
A los adolescentes hay que mirarlos con buenos ojos y hay que confiar en ellos incluso en los momentos en que se ponen imposibles. Pienso que ninguna generación es mejor que otra, que cada una hace lo que puede y lo que le corresponde, en función de las circunstancias que le toca vivir, y por eso, a pesar de que a veces haya situaciones que me superan o se me hacen difíciles de llevar, me duele en el alma cuando oigo decir que los adolescentes actuales son peores de lo que éramos nosotros.
Si los adolescentes son peores de lo que fuimos o de lo que somos nosotros, acaso sea porque nosotros no lo hemos sabido hacer tan bien con ellos como lo hicieron nuestros padres y nuestros maestros con nosotros, y, por tanto, también dice muy poco a favor de nosotros. Reconozco que ser padres hoy no es sencillo, pero nuestros padres no lo tuvieron precisamente fácil y a pesar de ello supieron sacarnos adelante.
Nos toca, por tanto, a los padres actuales reflexionar sobre la forma como estamos ejerciendo la paternidad y la maternidad, revisar y rectificar determinadas actitudes, reconducir ciertas situaciones que se nos han escapado de las manos y recuperar el terreno perdido que hemos cedido a nuestros hijos. Tenemos que volver a tomar las riendas nosotros, unas riendas que en muchos hogares están en este momento en manos de los hijos porque los padres se han rendido y han abdicado de sus funciones.
Lo lograremos si conseguimos desempolvar el viejo principio de autoridad que corresponde a los mayores sobre los pequeños y aprendemos a ejercerlo y a aplicarlo desde el amor y la ternura, contemplando y respetando los derechos de nuestros hijos y exigiéndoles al mismo tiempo sus deberes y obligaciones sin dilaciones ni excusas de ningún tipo.
La adolescencia tiene momentos difíciles como todas las etapas de la vida, pero no tiene por qué ser un calvario. Puede llegar a tener también su lado entrañable y apasionante. Aunque a los adolescentes a veces no haya quien los entienda y los aguante, no se han vuelto locos ni son incorregibles. Tampoco se convertirán en unos completos holgazanes y egoístas a menos que nosotros lo consintamos. Simplemente andan con las hormonas revueltas y la mente nublada. Somos los padres y los adultos que tienen al lado los que tenemos que ayudarles a aclararse y esto significa que tenemos que estar muy claros nosotros.
«¡Ya verás cuando sean adolescentes!»
La adolescencia de nuestros hijos no tiene que asustarnos cuando los adultos estamos en nuestro lugar de adultos y eje...

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