Conversaciones con Freud
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Conversaciones con Freud

Ricardo Avenburg

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Conversaciones con Freud

Ricardo Avenburg

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Avenburg conversa con Freud con la misma sencillez que un niño conversa con su amigo imaginario, acerca de los temas del psicoanálisis que los apasionan. Tanto Freud como Avenburg encarnan una cultura a la que analizan, y al analizarla disuelven la censura que se instaló en ella, y así, la transforman y la mantienen viva, tras el rastro de Eros. Pueden aplicarse a este libro estas palabras de Freud: "Les dije que el psicoanálisis se inició como una terapia, pero no quise recomendarlo al interés de ustedes en calidad de tal, sino por su contenido de verdad, por las informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre: su propio ser". Jorge Garbarino

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Information

Year
2020
ISBN
9789871678686

1

Análisis de la angustia de muerte en el Yo y el Ello1

“La frase altisonante: toda angustia es propiamente angustia de muerte, apenas encierra un sentido, en todo caso no hay nada que justificar”.
¿Qué es la muerte? Cada uno le da sus propios contenidos, para cada uno la muerte es otra cosa, de este modo la angustia pierde especificidad.
“Más bien me parece absolutamente correcto diferenciar la angustia de muerte de la angustia ante el objeto (angustia real) y de la angustia libidinal neurótica”.
Quedaría entonces como una tercera angustia, diferente de la real y de la neurótica; sería angustia real en una situación de amenaza de vida por un peligro exterior real o por enfermedad. No sabemos qué es la muerte pero sabemos qué es la vida y tememos perderla.
“Enfrenta al psicoanálisis con un arduo problema, pues la muerte es un concepto abstracto de contenido negativo…”
El contenido negativo es la “no vida”. En lo que se refiere a abstracto, el diccionario Brockhaus2 define abstracto (en mi traducción): “puramente conceptual, absurdo o quimérico (undinglich), separado”. ¿Podemos decir que en tanto undinglich, se refiera a algo que está separado de la cosa (Ding)?
El término “muerte” en sí es el producto de la universalización de una “cosa” que es un cuerpo sin vida: en tanto término “universal” es una abstracción. Es un universal que se define por la negación de lo viviente: todo lo que alguna vez vivió y perdió eso que era la vida, está muerto. La muerte, reitero, es un concepto abstracto que define la ausencia de la vida. La experiencia de la muerte está dada por la muerte de otro, por lo tanto la angustia correspondería, en este caso, a la pérdida de objeto (a menos que ésta haya sido la realización de un deseo del que sigue vivo).
En el Diccionario de la Real Academia Española3 se define abstracto como participio pasivo de abstraer: “separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción”. Separar la cualidad de muerto (no vivo) de un objeto y transformar esa cualidad o adjetivo en un sustantivo hace que la muerte (en tanto concepto) devenga en una cosa en sí misma que puede ser considerada en su pura esencia. Pero esa esencia permanece siendo una incógnita que presuponemos será nuestro propio destino: la angustia de muerte sería la que se plantea frente a este nuevo destino, que es una incógnita. Pero esta angustia es producto de una elaboración preconsciente.
“…la muerte es un concepto abstracto de contenido negativo para el cual no es posible hallar una correspondencia en lo inconsciente”.
Es decir que el concepto de muerte no explica los motivos inconscientes (infantiles) de la angustia: presupone el desarrollo del pensamiento verbal, que no se da en los primeros momentos de la infancia.
“El mecanismo de la angustia de muerte sólo podría ser que el yo en gran medida se desprenda de su investidura libidinal narcicista, por lo tanto se abandone a sí mismo como otras veces, en un ataque de angustia, a otro objeto”.
Tal como yo lo entiendo, Freud se refiere acá al proceso por el cual un sujeto, es decir su yo, se da por vencido, abandona sus propias investiduras porque siente que no tiene más que hacer. En este caso ya no habría angustia, es cuando uno se deja morir.
¿En qué casos de ataque de angustia se abandona a un objeto? En un caso es cuando ya no se lo quiere (en este caso no hay angustia); en otro caso es el duelo, en el que predomina la angustia de la pérdida de objeto (o de amor); pero lo que más se parece a lo que Freud describe acá con el yo es la desinvestidura del mundo de representaciones de cosa que se da en la vivencia de fin de mundo con su angustia consiguiente.
Decía yo que en caso del yo que se abandona al desprenderse de sus investiduras narcisísticas deja ya de tener angustia al darse ya por vencido; entonces ¿en qué pensaría Freud al referir este proceso a la angustia de muerte? Tal vez en algo similar a las actual neurosis, al acumularse en el interior del individuo energía liberada (¿desligadura?, ¿desmezcla instintiva?).
Sin embargo, sigue diciendo Freud: “Opino que la angustia de muerte se juega entre el yo y el superyó”.
 
Si el yo resigna su libido narcisista y se abandona a lo que venga, podemos decir se entrega al destino, ¿podemos identificar al destino con el superyó? Pero si el yo se angustia es porque no se ha desligado al menos de la totalidad de la libido, se angustia porque tiene algo que defender, la angustia es preparatoria para la lucha o la huida.
¿Por qué, si al principio Freud le quita sentido a la oración “toda angustia es propiamente angustia de muerte” intenta luego dárselo de dos maneras:
1) dejar libre, licenciar, abandonar, despedir (son términos alternativos para la traducción del término aufgeben), por parte del yo de grandes magnitudes de libido narcisista
2) se juega entre el superyó y el yo?
 
Son procesos aparentemente diferentes: el primero se da vinculado al proceso de constitución (ligadura)-desintegración (desligadura) del yo, el segundo presupone un momento ulterior de organización: la participación del superyó y su relación con el yo. Pero si integramos ambos procesos podemos decir que el yo resigna parte de su libido narcisista en aras del superyó: “haz de mí lo que quieras” entregándose pasivamente al destino. Pero como dije antes, esto no es angustia: la angustia es miedo a algo, sea este algo consciente o inconsciente, interno o externo, y es siempre preparación para la lucha o la huida que a veces deviene en parálisis (contracción simultánea de músculos agonistas y antagonistas, conflicto entre lucha y huida).
El dar de baja a la libido narcisista presupone la renuncia a la acción que también implica dar de baja al instinto de autoconservación: creo que no tiene importancia aquí la libido puesto que, en este momento de la teoría (1923), al venir mezclados los instintos primarios de vida y muerte, estarán también mezclados sus derivados, o sea los instintos sexuales (la libido) y los de autoconservación: el yo renuncia en general a la satisfacción de todas sus necesidades vitales.
Como dijimos, el yo abandona su libido narcisista entregándosela al superyó. También el abandono de la lucha contra el padre rival en el Complejo de Edipo culmina en una desinvestidura de libido narcisista y su entrega al padre ahora internalizado bajo la forma de ideal del yo. La angustia frente a esta resolución es la angustia de castración que se presenta primero como angustia real y, tras la instalación del ideal (o del superyó), como angustia neurótica, a la que Freud diferenció de la angustia de muerte.
Retomo la frase de Freud: “Opino que la angustia de muerte se juega entre el yo y el superyó”. Al renunciar a su libido narcisista el yo da de baja también a su censura y está expuesto a todos los deseos que reprimió a lo largo de su vida y que hoy se presentan como monstruos como consecuencia de la acción del superyó. Y supongo que estos monstruos representan para el yo (todavía sometido al superyó), en este camino hacia lo inorgánico, el encuentro con la propia naturaleza animal. El paso siguiente es abandonarse al devenir en materia desanimada (de este nivel creo que no hay representación posible).

1 Das ich und das Es, T. XIII, p. 288, Fischer Verlag. Gesammelte Werke. Traducción mía, 2007.
2 Der Sprach-Brockhaus. F.A. Brockhaus. Weisbaden. 1961.
3 Diccionario de la lengua española. Madrid. 1956.

2

Comentarios al trabajo “El humor” de Sigmund Freud1

El objeto del humor es generalmente la persona propia, el mismo humorista. Si bien Freud dice que también puede serlo una segunda persona, esto lo acerca a lo cómico, que presupone un rebajamiento del otro. La génesis de la ganancia de placer se observa con más claridad en el que escucha que en el que produce el humor: cuando el que escucha espera en el otro una manifestación de displacer y está proclive a identificarse con este, al producir este una broma, el oyente se ahorra la magnitud de energía dispuesta a expresar el displacer y este ahorro se descarga en la risa (o en la sonrisa).
Pero ¿qué pasa en el humorista? A diferencia del chiste, que apunta a evadir o superar las defensas (la censura), o de lo cómico, en el que las defensas en principio no intervienen, el humor aparece en Freud asociado al tema de la defensa. Dice en El chiste:2
“El humor puede ahora ser considerado como el más elevado de estos rendimientos de la defensa. Él desdeña retirar la atención consciente del contenido de la representación enlazado al afecto penoso, como lo hace la represión y con ello se sobrepone al automatismo de la defensa; lo logra en tanto encuentra el medio de retirar su energía del ya retenido desarrollo del displacer y transformarlo por medio de la descarga de placer”.
En “El humor” Freud relaciona a éste con los fenómenos patológicos:
“A través de estos dos últimos rasgos, el apartamiento de la exigencia de la realidad y la prevalencia del principio del placer el humor se acerca a los procesos regresivos o retrógrados que tanto nos ocupan. Con su defensa frente a la posibilidad de sufrimiento ocupa un lugar en la vasta serie de aquellos métodos que la vida anímica de los seres humanos desarrolló, que empieza con la neurosis, culmina en el delirio e incluyen la embriaguez, el enfrascarse en sí mismo, el éxtasis”.
En “El chiste y su relación con el inconsciente” considera al humor como el más elevado de los rendimientos de la defensa sobreponiéndose al automatismo de esta: si el término de mecanismo de defensa es equivalente a un automatismo, la defensa en el humor no sería un mecanismo. En El humor, sin necesariamente desmentir lo dicho en “El chiste...”, lo vincula a procesos regresivos o retrógrados, las neurosis, los delirios, etcétera. Así como en el chiste la escena se juega predominantemente en la palabra, en lo cómico en la acción, en el humor la escena se juega en el afecto: “encuentra el medio de retirar su energía del ya detenido desarrollo del displacer y transformarla por medio de la descarga de placer”.
Ante todo tratemos de definir el concepto de defensa: si bien en Freud no deja de tener cierta ambigüedad, creo que podemos concordar en llamar defensa (como mecanismo o proceso psicológico, defenderse de un estímulo psíquico vivido como peligroso, no me refiero a defenderse de un peligro exterior) al hecho de alejar una representación de la conciencia (en oposición al procesamiento o elaboración psíquica de una experiencia penosa que pasa a través de la judicación consciente). En el caso del humor dice Freud que “desdeña retirar la atención consciente del contenido de la representación enlazada al afecto penoso, como lo hace la represión”: por lo tanto no se trata de una represión. Pero una forma de represión, como en la neurosis obsesiva, es desplazar el afecto a otra representación, lo que adquiere el valor de una idea obsesiva, quedando la representación original no olvidada pero desprovista de valor afectivo. Tomemos el ejemplo del humor patibulario, el sujeto que dirigiéndose al cadalso un día lunes, dice: “Linda manera de empezar la semana”. Si el sujeto desconociese el sentido del acto que se ha de realizar o, como en un delirio alucinatorio, no tuviera conciencia ya no del sentido sino del acto en sí, todo esto le quitaría el efecto de humor de esta expresión, y la tornaría más dramática aún. Pero el sujeto retiene el desarrollo del displacer y es consciente de ello y lo transforma en una broma y es consciente de ella. Esto no es un mecanismo de defensa sino un procesamiento de una situación intolerable: el enfrentarse con lo absoluto que para el individuo es la muerte, relativizándolo. El individuo es consciente de ese proceso que lo ubica anticipadamente en un más allá de la cotidianidad humana (el día lunes comenzando la semana).
Dice Freud en El humor”: “El humorista alcanza su superioridad en que él se ubica en el rol del adulto, en cierto modo en una identificación con el padre y rebaja a los demás al rol de niños [...]. ¿Tiene sentido decir que alguien se trata a sí mismo como un niño y al mismo tiempo juega ante el niño el rol del adulto superior?”. Sigue diciendo:
“El superyó es genéticamente heredero de la instancia parental, mantiene a menudo al yo en una fuerte dependencia, lo trata efectivamente todavía como una vez en años tempranos los padres –o el padre– han tratado al niño. Mantenemos entonces una explicación dinámica sobre la actitud humorística, si suponemos que consiste en que la persona del humorista ha retirado el acento psíquico de su yo y lo ha trasladado a su superyó. El yo ahora se le puede aparecer a este superyó así inflado como diminuto, todos sus intereses insignificantes y con esta nueva disposición de energía le resultará fácil suprimir las posibilidades de reacción del yo”.
Freud remite aquí directamente el rol del adulto y/...

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