Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos
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Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos

Nuevas perspectivas en psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría

Carlos Nemirovsky

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Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos

Nuevas perspectivas en psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría

Carlos Nemirovsky

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Las diferentes miradas de la clínica psicoanalítica postulan diversas hipótesis acerca del desarrollo del psiquismo. Cada autor, cada escuela, propone modelos –miradas o perspectivas- para comprender y explicar los fenómenos iniciales de la vida psíquica, que tendrán incidencia en la organización mental del adulto. A lo largo de este libro intentaré desarrollar herramientas para la comprensión de la constitución de las estructuras psíquicas del adulto, desde las miradas de autores con los que diariamente dialogo, hace ya más de tres décadas.Las perspectivas que he de plantear, están enlazadas con mi historia personal y profesional. Los interlocutores privilegiados en estos últimos años son Ferenczi, Winnicott y Mitchell, quienes resultaron modelos de pensadores psicoanalíticos profundos e independientes, cercanos al sentido común y dueños de un lenguaje que hizo posible que la gente interesada, y no sólo los profesionales, pudiesen beneficiarse de sus aportes.Hoy en día, el psicoanálisis, junto con la práctica de la psicoterapia y la psiquiatría son mis herramientas de uso cotidiano. Con ellas trato de dar sentido a mi trabajo, a mi forma de estar en el mundo. Practico la psiquiatría, apoyando mi mirada en conceptos psicoanalíticos, que además de los autores precitados, se enriquece especialmente de los desarrollados por las perspectivas relacionales e intersubjetivas. Estas ideas resultan un inevitable sesgo, una manera de construir –especialmente con el paciente grave– la situación clínica.La experiencia de estos años me ha llevado a pensar que la gravedad –y no hablo de un diagnóstico– es complejidad (los trastornos eclosionan de múltiples maneras: en el cuerpo, en el trabajo, en la familia) y requiere siempre miradas desde múltiples perspectivas psicoanalíticas y no psicoanalíticas. Quizá pueda desarrollar en este libro algo de lo que intentaba decir Winnicott con la original definición de psicótico: es, decía, quien no ha encontrado quien lo aguante.

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Information

Year
2020
ISBN
9789871678747

Capítulo 1
El desarrollo psíquico temprano después de Freud4

“Sería agradable poder aceptar en análisis solamente a aquellos pacientes cuyas madres, al comienzo y durante los primeros meses de vida, hubiesen sido capaces de aportar condiciones suficientemente buenas. Pero esta era del psicoanálisis se está acercando irremisiblemente a su fin.”
Winnicott (1955)
“...en contraste con la estructura de personalidad de los pacientes de fin de siglo, cuyo examen llevó a Freud a concebir una psique dicotomizada y más tarde hablar del conflicto estructural, la organización de la personalidad prevaleciente en nuestro tiempo no está tipificada por la simple escisión horizontal que provoca la represión. La psique del hombre moderno, aquella que describieron Kafka, Proust y Joyce, está debilitada, fragmentada en múltiples partes (escindida verticalmente) y carente de armonía. De ello se desprende que no podremos comprender en forma adecuada a nuestros pacientes y explicarnos lo que a ellos les ocurre, si pretendemos hacerlo con la ayuda de un modelo de conflictos inconcientes no apto para ello.”
Kohut (1984)

El contexto temporal

Me detendré en las perspectivas5 derivadas de las ideas fundamentales respecto del desarrollo psíquico de Donald Winnicott y Heinz Kohut.
Sin duda, muchas de las cuestiones que en particular, Winnicott plantea, habían sido tratadas anterior o contemporáneamente por prolíficos analistas: Fairbairn y Bowlby, pero especialmente Ferenczi, exponen algunos enfoques similares, pero por distintas razones –que bien valdría analizar en la búsqueda de nuestros orígenes como analistas– no pudieron ganar terreno y universalizarse como escuelas en el pensamiento psicoanalítico, sino recién a partir de los desarrollos de los autores a los que nos referiremos.6
Hace algunos años (Nemirovsky, 1993) decíamos que “...desde la muerte del fundador del psicoanálisis, nuestra disciplina ha sufrido cambios de magnitud, en buen grado, producto de las transformaciones culturales de analizandos y analistas. A partir de allí hemos visto nacer y desarrollarse mutaciones que replantean paradigmas básicos. Poco a poco se han ido modificando la forma de pensar (teoría psicoanalítica) y de operar en la sesión (técnica psicoanalítica)”.
Etchegoyen (1990), afirmaba: “Si contemplamos panorámicamente el desenvolvimiento de la ciencia psicoanalítica se nos impone una línea divisoria muy nítida que coincide con el ocaso de la vida de Freud.” Sin embargo, podemos considerar que tomar como punto de partida 1939, podría ser ciertamente parcial o arbitrario, ya que con anterioridad, fuertes corrientes cuestionadoras de aspectos básicos del psicoanálisis venían gestándose y, la más de las veces, dando a luz encendidas polémicas (los replanteos de Jung, Adler y Ferenczi son hitos en la historia de nuestra disciplina). Aun así, debemos reconocer que los años de la Segunda Guerra Mundial son harto significativos: a partir de los ‘40 comienzan a delimitarse algunos paradigmas de las “escuelas” psicoanalíticas que hoy podemos reconocer. Green, A. (1975) también señala que ”...desde la muerte de Freud y aun antes, sin duda, ya no es posible referirse a la teoría psicoanalítica en singular”.
La historia del psicoanálisis implicó siempre el debate, y éste fue enriqueciendo teorías y técnicas. En este sentido, algunos hitos de la primera mitad de nuestro siglo fueron las polémicas de su fundador con Jung, Adler, Rank, Steckel, luego con Ferenczi; así como los desarrollos propios de la escuela inglesa analizando a niños y psicóticos, con los liderazgos de Jones y Melanie Klein y las controversias de esta última con Anna Freud, seguidas por el desarrollo original del psicoanálisis en los EEUU a partir de Hartmann, Kris y Lowenstein, y luego, volviendo a Europa, el inicio de las originales ideas de Lacan.
Retrocediendo aún más, debemos tener presente que los primeros desarrollos de Freud se gestaron en el contexto victoriano, autoritario y cuyos valores esenciales lo guiaron en su investigación, estos son: el descubrimiento de la verdad y el logro de la individualidad psicológica. (Kohut, 1984). Así como es de destacar que en los últimos años de producción de la obra freudiana y como lo señala Erikson (1982): “…el período histórico en que aprendimos a observar tales revelaciones de la vida interna estaba convirtiéndose en uno de los períodos más catastróficos de la historia, y la división ideológica entre mundo “interno” y el “externo” puede muy bien haber tenido las profundas connotaciones de una amenazadora escisión entre la civilización judeo-cristiana, individualista y de raigambre iluminista, y la veneración totalitaria del estado racista”.
La ciencia enmarcada en el positivismo7, continuadora de las posturas iluministas, tenía sus representantes más conspicuos en Darwin, Pasteur, Koch, Lister, Curie, en pragmatistas como Pierce y en la transición hacia el siglo XX, a Russel, Bohr y Einstein, para nombrar sólo a unos pocos. Ellos también eran referentes para Freud y sin duda una valiosa guía, en cuanto a la metodología que utilizaría para la disciplina que estaba gestando. En este sentido, Freud debió convivir con dos desarrollos contrapuestos: por un lado, el auge de los métodos científicos derivados de la ciencia natural, (excluyentes de aquello que no era abarcable por la objetivación y la mensura), y por otro la irrupción y gradual crecimiento del subjetivismo en la cultura (el fin del romanticismo y el surgimiento del impresionismo y luego, del surrealismo). Enmarcado por la Europa central de entonces, él acrisola en su formación cultural los valores de su época y también sus valores familiares y personales: desde allí va construyendo los cimientos del método analítico a partir de su autoanálisis (finalmente el análisis de un adulto sin graves padecimientos) y del análisis de sus pacientes, también adultos.
En el corazón de la Viena de los Habsburgo, trabajando como todo profesional de fines del siglo XIX, en su propia casa, rodeado de su familia, comienza a penetrar en el psiquismo humano el Complejo de Edipo, la sexualidad infantil, la realidad psíquica, la formación de sistemas o instancias y de complejos o estructuras. Lo hacía allí, hace cien años.
Bettelheim, B. (1986) lo retrata de esta manera: “La decadencia política y al final, el aniquilamiento del antiguo imperio de los Habsburgo obligó a la élite cultural vienesa a descubrir y apropiarse de un dominio muy diferente y nuevo, el de la vida interior del hombre, el del inconsciente, el de los procesos mentales hasta allí ignorados. La expresión y las revelaciones más radicales y más espectaculares de ese proceso se encuentran en la locura. En consecuencia parece natural que haya sido Viena y en ese período, que Freud nos diera una interpretación totalmente nueva de los procesos mentales, tanto de la gente normal como de los individuos mentalmente perturbados.”
No debe resultarnos extraño, entonces, que en el psicoanálisis –ideado por un creador que en ese especial contexto buscaba fervorosamente la verdad y no la confirmación de dogmas establecidos– se replanteen, durante su evolución como disciplina, muchos de los puntos de vista de su fundador, que al decir de Guntrip (1971) ha puesto la piedra fundamental, pero no ha construido la totalidad del edificio.
Las distintas expresiones de la cultura (artistas plásticos, arquitectos y poetas) incluyen siempre en su expresión los cambios axiológicos de la sociedad que les da origen. Así, la arquitectura vienesa de principios del siglo XIX era el reflejo de una vida cotidiana centrípeta, posibilitadora de una familia8 hiperestimulante que contrasta con la vida familiar de hoy, de fuerte tendencia centrífuga, que se despliega en nuestros edificios, cuyos habitantes resultan anónimos. La atmósfera de entonces, favorecía el desarrollo de la “prima donna” de los comienzos de siglo, la histeria, siempre necesitada de presencias. Como consecuencia, los primeros analistas, provenientes de ese mismo medio, centraban su atención en aquello que era obvio que atrajera su mirada: el complejo de Edipo y sus derivados, las neurosis. A partir de la clínica de estas neurosis podían explicar su origen y evolución y formular explicaciones operativas y acotadas, desarrollo que fue coherente y acorde a las metodologías científicas de la época. Crearon una metapsicología para la neurosis y los cuadros que quedaban fuera de esta singularidad no podían ser abarcados por el naciente psicoanálisis.
Hoy, los pacientes esquizoides y borderlines, que se gestan en los desencuentros y en las separaciones –se nutren de ausencias– le quitan ese privilegio a la histeria, y requieren de nuevas explicaciones que contemplen a la organización familiar y social –a lo ambiental– como factor necesariamente interviniente.
Con un esfuerzo empático, como el que nos reclaman los historiadores contemporáneos para aprehender nuestro pasado (Carr,1984), podremos comprender que muchos de los motivos de angustia de Freud en el contexto inicial de sus investigaciones, surgieron, como ya lo señalamos, del intento de ubicar al psicoanálisis dentro de las ciencias naturales, utilizando nomenclaturas adecuadas a ese fin, como catexia, aparato psíquico, libido. Actualmente, casi nadie dudaría de que la nuestra no es una disciplina exacta. Estamos hoy más cerca de la investigación histórica, de la narrativa, que de los métodos de las ciencias “naturales”.
Partimos de la historia (de un paciente, de una familia, de un grupo) y desde allí hipotetizamos en el contexto de nuestra investigación clínica. No deja de ser recurrente nuestro cuestionamiento acerca de qué es, qué recorta, cómo limitamos esta historia. Frecuentemente nos preguntamos: ¿Y qué es entonces, la historia? La tautología de definir la historia como lo que hace el historiador, como al psicoanálisis como lo que hace un psicoanalista subraya la dificultad de encontrar claros paradigmas para enmarcar nuestra tarea.
Historiadores y analistas utilizamos criterios provisorios, coyunturales, transitorios, que parten de indicios, de documentos, de narraciones... ¿Podemos intentar ser más precisos, por el momento, sin correr el riesgo de definiciones injustamente excluyentes?
Sabemos que la historia nunca es homogénea, nunca unidireccional, ni responde al principio de acción y reacción, al hecho simple y mecánico. El intento de homogeneización va por cuenta del historiador, que deberá lidiar con opiniones y presiones: nos es familiar que los dueños de la llamada verdad histórica son los que creen ganar y estos son los que habitualmente terminan escribiendo los textos. En este sentido, una de las cuestiones a considerar es la definición del concepto de “hecho” en nuestra disciplina. Y aquí nos encontramos con que los hechos significativos, aquellos que el autor nos relata, son obviamente interpretaciones de lo acontecido; y los llamamos “hechos” porque son psicológicamente activos, eficaces y producen un efecto de verdad, de realidad, de acaecido.
Nuevamente citamos a Carr (1984) cuando al referirse a la Historia como disciplina, señala que “...el conocimiento del pasado ha llegado a nosotros elaborado por mentes humanas, por lo tanto, estos conocimientos son alterables”.
Sabemos que no hay verdad histórica objetiva, y que la llamada verdad material no es tema de análisis. Debemos entonces considerar a los hechos como juicios admitidos que se asemejan a un suceso acontecido.
La historia es, después de todo, la historia del pensamiento...e implica una determinada perspectiva....la perspectiva del historiador ambientada en su contexto.
Esta reconstrucción del pasado en la mente del historiador/psicoanalista se apoya en lo que para él es la evidencia empírica: pero ésta no es una mera enumeración de datos. Antes bien, en el proceso de reconstrucción rige la selección y la interpretación de los hechos: esto es lo que los hace precisamente hechos históricos. Y esta selección e interpretación en psicoanálisis, acude más a las fuentes del indicio que a las de la evidencia. A mi modo de ver, para nuestro quehacer, lo indiciario es más valioso que la mera estadística o que la enumeración de lo evidente. (Guinzburg, 1989).
Entendemos entonces, desde esta mirada, que la tarea primordial del historiador (o del psicoanalista en nuestro caso) no es recoger sino valorar. Recoger valorando. Porque si no valoramos, ¿cómo reconoceremos el material que merece ser recogido? No nos debe ser extraño lo tantas veces comentado respecto a la historia: “...los hechos en la historia no existen para ningún historiador… hasta el momento en que él los crea”.
Ricoeur, P. (1977) sostiene que la teoría psicoanalítica selecciona y codifica hechos dentro del contexto de la sesión analítica, que son mediados por el lenguaje y dirigidos a otro. No son necesariamente observables, sino que resultan del sentido que cobran para el sujeto los mismos sucesos que el psicoterapeuta considera desde la posición de observador. Considera al hecho psicoanalítico en cuatro dimensiones: es narrable, está dirigido a otra persona, es fantaseado, figurado o simbolizado y además, es recogido en el relato de una biografía (historizado). Ricoeur coincide con los análisis de Habermas en cuanto a separar las ciencias histórico-hermenéuticas (ciencias del espíritu se corresponden con el interés práctico, reguladas por la intersubjetividad), de aquellas que buscan la objetividad.
Guntrip, H. (1967) basándose en Home, H. (1966) propone al psicoanálisis como el estudio de las vivencias subjetivas de objetos vivos, a través de un proceso subjetivo, interno, que llamamos reconocimiento o comprensión de nuestra vivencia inmediata.
Por otro lado, el aporte de Benedeto Croce nos enseña que toda historia es historia contemporánea: sólo podemos captar algo del pasado a través del cristal del presente, a la luz de los problemas y de las necesidades de nuestro contexto.
Entonces, ¿resultará que la historia no es más que una perspectiva sesgada? Si hacemos un ejercicio y pensamos: ¿Cómo vemos hoy a la Edad media? ¿Y cómo fue vista durante el Renacimiento? En nuestra respuesta, seguramente, nos encontraremos con hechos seleccionados absolutamente diferentes.9
Si nos preguntáramos qué representa Freud para los analistas de hoy en día (y dejando de lado los que por su vínculo narcisista con el maestro hicieron por la vía de la idealización de su teoría un dogma), podemos consensuar un modelo de incansable investigador, no conformista y entusiasta, que teorizó y se refutó a sí mismo, por lo que su obra científica siempre abierta no resulta uniforme o lineal. Saludablemente podremos identificarnos con su curiosidad, su rigor científico y su actitud frente a aquello que resulta novedoso: después de todo, él decía que el único texto sagrado era el del paciente, y éste, finalmente, nunca es el mismo: se agregan patologías, varían las prevalencias, “construimos” otros pacientes desde diferentes culturas. Hoy podremos refutar, complementar o descentrar el resultado de muchas de las investigaciones freudianas, pero probablemente su método –su modo de investigar– continúe con pocas variantes.10
Dice Green (1995) “El duelo de Freud significa que nos vemos obligados a comprobar: 1. que él ya no está aquí para seguir, como lo hizo, rectificando su obra con arreglo a las enseñanzas de la práctica; 2. que aun cuando estuviese ahí, no nos sería de ninguna utilidad, porque seguiría pensando como un hombre de principios de siglo; 3. que tampoco podemos no advertir que su genio no lo eximía de permanecer ciego a ciertas realidades, y de estar impregnado por una ideología que debemos cuestionar; 4. que ningún sucesor de Freud, al margen de contribuciones absolutamente notables, nos ofrece solución alguna de recambio; 5. que tenemos que arreglárnoslas solos en una perspectiva crítica. Crítica de la obra freudiana desde el interior y crítica de la obra freudiana desde el exterior, es decir, en función de nuestra experiencia y de nuestra epistemología.”
Cuando contamos nuestra historia, afirmándonos en el pasado, pero desde nuestro tiempo, hablamos siempre de un movimiento... todo ocurre en un devenir (going on being, como lo llama Winnicott, apelando al presente continuo, al gerundio), significando un “ir siendo” ininterrumpido.
La obra de los autores que privilegiamos en este libro se difunde en el mundo psicoanalítico luego de la Segunda Guerra Mundial. Winnicott publica artículos que jerarquizan, con la fundada experiencia del autor, los factores ambientales en la constitución del psiquismo temprano (Winnicott (1945, 1952,1956). Kohut, algo más tarde (1959, 1966) propone la valorización del narcisismo –que a la sazón se construye a partir de relaciones objetales tempranas– como “motor” del psiquismo hasta entonces peyorizado.
Es relevante en la difusión de sus ideas, que ambos ocuparan cargos importantes en la organización política de sus respectivas instituciones y se proyectaron también fuera de ellas: Winnicott presidió en dos oportunidades la Asociación Psicoanalítica Británica, mientras que Kohut fue pre...

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