Psicoanalizando
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Rafael Paz

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Psicoanalizando

Rafael Paz

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Según Rafael Paz, aunque la influencia del psicoanálisis trasciende con creces el ámbito de la cura, para los psicoanalistas que lo practican es allí donde se refrenda cada día el pacto que anuda compromiso terapéutico y sostén de la experiencia del inconsciente. El marco general no es propicio, y si bien esta artesanía ha atravesado dificultades considerables, tampoco es inmune a la instalación cruda –o dulcemente coercitiva– de modos de vida que diluyen la densidad subjetiva, y a terapéuticas que los convalidan. Por eso se da la necesidad estratégica de refrendar la afirmación del inconsciente y del universo pulsional como dimensiones constitutivas y potentes, junto a la socialidad como componente primario de lo humano. Los psicoanalistas pretenden apertura emocional, aceptación de las versiones contrastantes de sí y de los seres y vínculos primarios, disminución del sufrimiento y de la angustia. Esto requiere atravesar resistencias y aceptar las reglas del juego transferencial, donde convergen pasión y sentido, como la metapsicología lo reconoce.

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Information

Year
2020
ISBN
9789871678785

CAPÍTULO SEGUNDO

Estar en análisis

Nos movemos entre derivas en extensión y penetraciones en intensión, según la tolerancia a las intensidades de lo que vaya surgiendo y de las relaciones que se avizoran con lo hasta entonces disociado.
Esto requiere adecuación topológica (“dónde” está el material) y temporal (el timing, de acuerdo a los márgenes de aceptación que sean posibles).
Lo primero supone el reconocimiento de espacios entre analizando y analista, en los que ambos se hallan involucrados en una trama que incluye:
- zonas mudas;
- áreas activas, intuidas pero no abordables aún, que plantean la cuestión mencionada del cuándo y de la maduración de problemáticas;
- niveles primarios escindidos.
- bolsones de experiencias fragmentadas, sometidas a regímenes extremos de expulsión (“aglutinadas”, “psicóticas”).
Apartadas estas últimas del “comercio asociativo” por fuertes barreras disociativas, que tienden a constituir formaciones rígidas del carácter.
Son naturalmente renuentes a entrar en juego, facilitadas por un arco que incluye desde resistencias y contrarresistencias hasta la prudencia necesaria.
Lo de “espacios entre” (que involucra a los lugares circundantes) no remite a una cartografía descriptiva, sino a la concurrencia de disponibilidades y estados distintos entre dos seres ligados en una asimetría operatoria que se va construyendo, apta para dar lugar a lo que sea.
Y no deducible de lo de cada uno.1
Por otra parte tampoco es cuestión de fascinarse por lo profundo o lo que se escurre, aunque sí tenerlos en cuenta.
Y en un balance resistencial que depende de la modulación y calidad de la angustia, siendo que la relevancia de uno u otro aspecto se descubre en acto, en el devenir del movimiento mismo.
Es de este modo que las heterogéneas materias primas –asociaciones, relatos, confesiones, descargas afectivas– al manifestarse de la manera más suelta posible y adquirir densidad simbólica, pueden constituirse en material, pasible de ser tratado en un contexto que sostenga su complejidad y sus puntos de fuga.
Ese cambio de calidad en el fluir habitual de las experiencias es el efecto primero de una continencia productiva.
Es también la resultante buscada de estar en análisis, condición difícil de definir pero que se reconoce prontamente por la coloratura diversa y los cambios en las “intensidades psíquicas”, como decían los clásicos, que adquieren diversas temáticas.
Y las prioridades entre las mismas, que van cambiando de lugar.
Por otra parte, si cualquier contacto entre seres humanos genera densidad emocional y potencial información sensible, mucho más ocurre en las condiciones que posibilitamos.
Impregnarse de esa masa vivencial sería abrumador –lo saben bien los esquizoides para quienes la mera cotidianidad común resulta agotadora– si no fuera por defensas y dispositivos culturales preformados, que atenúan todo lo que se dispara.
También por eso es bueno recuperar el valor de las primeras impresiones, por ejemplo en las entrevistas iniciales.
Pues aunque se hallan impregnadas de proyecciones y prejuicios, que parecerían justificar sabidurías establecidas respecto de lo erróneo de dejarse guiar por ellas, también suministran captaciones profundas, Gestalten intuitivas de como es el otro.
Las que habrá que guardar en rescoldo hasta que surjan como ocurrencia o evocación en un momento posterior.
Tengamos presente que devenir psicoanalista es, en gran medida, legitimar y poner en actividad atributos y funciones opacadas por la adaptación.
Situándolas en claves de empatía, de pensar suelto y de contención activa.
Siendo un axioma de base que todo lo que se da en el campo, y desde el comienzo, es material potencial.

Libre manifestación y psicoanálisis valor

El psicoanálisis habilita para que todos, o sea cualquiera, puedan crear (pensar, pensarse), con lo que portan, sea cual fuere la calificación prejuicial que merezca.
Lo cual sienta las bases de un dispositivo de soltura pulsional y digestión simbólica en el cual los materiales pueden mentalizarse productivamente.
Para ello se requiere un balance cuidado de la angustia señal, así como tolerancia para que entren al ruedo seguridades y certezas, jugando en los límites de la racionalidad y del ejercicio de la prueba de realidad.
Esta posibilidad –excepcional– de jerarquización de lo mínimo y lo máximo, del detalle y el tramo extenso, de los momentos fugaces y de las “ondas largas” (temáticas y emocionales) en el proceso, junto al favorecer modalidades no convencionales de pensamiento, es registrada por el paciente en distintos niveles.
Lo cual moviliza ansiedades persecutorias y transferencias idealizadas, pero también el gusto de la reciprocidad y la coordinación empática.
Sentando así las bases de un dispositivo de lo que nombrábamos como mentalización productiva.
La misma no es pensable fuera de una perspectiva de autonomía en una dialéctica relacional, siendo “una mente” el producto de un proceso de diferenciación a partir de una matriz vincular ínsita al proceso de constitución subjetiva.
Debería llamar la atención el tener que insistir en este punto, pero tal es la fuerza de la inercia ideológica que abstrae singularidades empobrecidas, arrancadas de su medio nutricio basal y definidas como unidades recortadas, pensables a partir de un supuesto aislamiento original.
Es también por eso que la clínica psicoanalítica es resistida, al interrogar los fundamentos del ser en tanto relacionalmente constituido, de donde se desprende su tendencia a la repetición y la búsqueda, es decir, su naturaleza transferenciante.
La invariante conceptual consiste efectivamente en que pensar al otro supone asumir la densidad interior producida por tiempos sedimentados y vivos, captables por dispositivos inferenciales variados y por disponibilidad contratransferencial.
Esta actitud conlleva la paradoja de ser potencialmente accesible para cualquiera, pero en verdad no es fácil, y sobre todo el sostenerla en el tiempo.
Requiriendo especial vocación y –parafraseando a Stanislavsky– trabajo “sobre sí mismo”, pues va mucho más allá de la curiosidad, el interés o diversas formas más banales de la co-mentalidad, en virtud de todo lo que convoca lo abismal de la mente de otro expandida.
La “madre buena” recubre con amor esos terrores, y el psicoanalista, en sus primeros años como tal, suele conjurarlos con interpretaciones prematuras y diversas actitudes contrafóbicas, más o menos blindado con teorías, para luego, en los buenos casos, poder acercarse a la experiencia sostenida del inconsciente.
Es decir, no puntual, pasajera o basada en demostrar cuan ingenioso se es.
Lo cual permite poner en movimiento, también del lado del analizando, tolerancia para aceptar lo facetado de la realidad nueva que se crea, pudiendo transitar desde obsesivizaciones sobreadaptativas o sistemas de evitaciones, a la libre manifestación –pues no se trata sólo de asociar– de lo que se vive.
Tal es la forma de construir pensamiento más allá de las ansiedades, la presión de pulsiones y fantasías para realizarse y la coerción superyoica a un simbolizar ceñido a la eficacia.
Este movimiento, que se realiza venciendo resistencias de diversa índole2, habrá de culminar en la preservación del propio análisis como un valor en sí, creado en común, que al operar como un pacto libre y en desarrollo da un sustento formidable al confiar en sí mismo y en el otro.
Citemos: “El trabajo analítico, cuando es fructífero, da lugar a la gestación de un núcleo común para el analista y el analizando, aunque situado más allá de ambos, y que tiende a perdurar con independencia relativa de las mudanzas transferenciales y del cuidado directo que le dediquen.
No hace referencia al valor del psicoanálisis desde una perspectiva social o cultural, sino como algo a sostener y preservar en tanto fruto logrado de la densidad vincular que en la clínica se constituye.”3
El Psicoanálisis Valor no es invulnerable, sobre todo por ser blanco predilecto para pulsiones destructivas nacidas de la envidia o la rivalidad, o de celos envidiosos.
Que constituyen las modalidades más insidiosas de la transferencia negativa y que pueden entenderse también como variantes “desarrolladas” del ataque al vínculo (Bion), en tanto la presa sería el fruto de esa unión productiva y reparatoria.
Es fundamental hacerse cargo de que en muchos momentos el proceso analítico suele transitar por zonas activamente dañinas, cuya elaboración es imprescindible simplemente por el hecho de que están ahí, en el campo transferencial, y forman parte del minado tanático de los vínculos en la vida cotidiana.
Siendo imprescindible reconocerlas y trabajarlas, para preservar un ambiente eficaz.
No olvidemos que nuestro método se inició lidiando con los desquicios de Eros, pero hubo de encarar necesariamente los de Tánatos.
Y que, por otra parte, las “sombras infernales de la Odisea” no son inocuas, pues si no se trabajan impregnan y saturan.
De este modo transferencias negativas insuficientemente asumidas y no transitadas, hacen mella, pudiendo verse sus efectos en la aparición en un psicoanalista, por ejemplo –por haber mal digerido mortificaciones contratransferenciales–, de arrogancias llamativas, con pérdida de ductilidad y blindaje caracterial.

Ambivalencia

Es pertinente aquí traer a colación el concepto de ambivalencia, central en la economía vincular.
Recuperándolo en el contexto de una antropología psicoanalítica fuerte, que no se diluya en el atractivo de conflictividades menores, con lo que se pierden de vista los modos efectivos de ser en las relaciones entre los humanos.
De igual modo que no hay que olvidar que el complejo de Edipo y sus desenlaces, por más estéticamente mediado que esté, remite a una tragedia, y no a un minué entre figuras corteses.
Transcurriendo todo en el seno de una conflictividad social implacable y cruda, a la que Freud, como testigo de su tiempo, le dio amplia cabida, estableciendo puentes con lo que hallara en la clínica.
Claro está que después de la segunda guerra mundial un orondo bienestar (recordemos el así llamado Welfare State) recubrió los centros occidentales de poder, dando un marco de estabilidad grato y contagioso y restaurando hasta cierto punto ilusiones de preguerra.
En ese medio se desarrolló el psicoanálisis post-clásico, facilitando una inercia bienpensante e incluso edulco...

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