Emilio y Octubre
David Uclés
- 384 pages
- Spanish
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Emilio y Octubre
David Uclés
About This Book
Emilio recuerda cómo entrevió a través de la piel translúcida de la barriga de su madre la réplica de Murillo que colgaba en el hospital madrileño donde nació. Se pregunta, desde dentro de un lienzo de Magritte, por qué al final del hilo rojo que ataron a su dedo meñique tras nacer leyó entonces el nombre de un mes.Octubre desconoce de dónde viene su nombre; nosotros tampoco lo sabremos. Recuerda aquel primer amor al que besó debajo de las faldas de una menina del Prado. Se pregunta dónde estará ahora, mientras bucea bajo las aguas de la laguna Estigia de Patinir.Hasta que los dos puedan llegar a amarse, planearán sombras de pájaros decolorados, surgirán lágrimas de témpera de unos ojos cosidos, se tendrá que sujetar el cielo con vigas; Europa se secará; tragará la tierra a un hombre moribundo, habrá quien atraviese corriendo un continente sin detenerse y hasta quien se meta en el sueño de otra persona a través de una bombilla.Esta es la historia de amor de Emilio y Octubre, narrada desde el nacimiento de uno hasta la muerte del otro, en un futuro cercano en el que nos introduciremos en las pinturas tridimensionalizadas de los museos y viajaremos por toda Europa.
Frequently asked questions
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(LIBRO I)
Hoy es el día en que nazco.
Llevo nueve meses, tres días y una hora dentro de mamá, en su útero o entre este y su trompa. No estoy seguro, pues voy a nacer hombre y homosexual; sabré muy poco de obstetricia. De lo que sí que estoy seguro es de que una vez estuve en el interior de su corazón. Esto fue hace muchísimo tiempo, aunque no podría decir cuánto exactamente; el concepto del tiempo me es terreno escabroso. Estaba agotado de flotar en el mismo lugar y, mientras mamá dormía hondamente, decidí darme una vuelta por su cuerpo a través de sus conductos, los mismos que soy incapaz de nombrar. Llegué hasta su motor. ¡Era fastuoso! Bueno, seguramente lo sigue siendo, pues lo tengo muy cerca y bombea tan bellamente como siempre. ¡Un trabajador nato! No reposa en todo el día. Yo también tengo un corazón; lo aprecio desde que tengo manos. Quizás ya lo sentía antes o quizás fue en ese momento cuando se originó mi consciencia. No sé qué fue antes, la verdad… Pues eso, noto mi latido y es muchísimo más alígero que el de mamá. Es similar al de Silver, el perro de mi vecino fenecido, el ceramista que, según la abuela, tenía poderes y movía el barro con la mente de forma concéntrica. Era Juan un gran lector, el primero al que conocí. Me recitó antes de expirar todos los catasterismos de Eratóstenes sobre las constelaciones. Decía que nunca los había leído, pero que se los sabía de memoria por una suerte de atavismo. Yo me imaginaba que su ascendiente era Kepler, de quien también a veces me leía El Sueño, la primera obra de ciencia ficción de la historia. De Juan, me atraía su voz rota; a través de la barriga me sonaba a cristales masticados. Me aflojaba y me dejaba dormido, al contrario que la sístole de mamá, que a pesar de darme la vida me pone irascible por el ritmo desacompasado de los dos corazones, el suyo y el mío. Pero ya me queda poco aquí; pronto solo escucharé un corazón.
Nueve meses, tres días y dos horas.
Ahora me asen la cabeza dos manos ásperas y rollizas. Se ha roto el sosiego y el líquido neto en el que me hallaba está desapareciendo. El rojo de mi alrededor se va tiñendo de tonalidades magentas y azulencas, entre visos ambarinos que me hacen daño en los ojos, aún cerrados.
Acabo de nacer.
Lo primero que he visto a través de mis pequeños párpados translúcidos ha sido una roca junto a una hormiga corpulenta, esbozadas y enmarcadas los dos. Mi abuela, que es gallega, las llama «formigas». Me gusta mucho más decir «formiga» que hormiga; me resulta más «fermoso». Mi abuela es poetisa, hace lámparas con frutos secos, damajuanas y la rebusca secada al sol; quinqués con cazos viejos, camas con pajas secas para posar la figurita del niño Jesús y casas de muñecas con las cajas de los zuecos. También hace chocolate...