El Seminario de Wilfred Bion en Paris
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El Seminario de Wilfred Bion en Paris

Julio de 1978

Rafael López-Corvo, Lucía Morabito

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El Seminario de Wilfred Bion en Paris

Julio de 1978

Rafael López-Corvo, Lucía Morabito

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El 10 de julio de 1978 Wilfred Bion dictó su último seminario internacional, casi catorce meses antes de su muerte. Fue organizado por Salomón Resnik, psicoanalista argentino quien en 1954 se aventuró a Europa y finalmente se residenció en Francia, quien ha sostenido que "este seminario, conducido en París por W. R. Bion en 1978, se ha hecho cada vez más importante en la medida que han transcurrido los años."El seminario no había sido publicado hasta ahora en español, aunque apareció en francés en 1986, en la Revue Psychotherapie Psychanalytique de Groupe y posteriormente fue traducido al inglés por Francesca Bion en mayo de 1997, en base a una grabación del seminario proporcionada por Luis Goyena. Es esta misma traducción la que recientemente ha sido incluida en las obras completas de Wilfred Bion en inglés. Con diversidad de perspectivas, varios reconocidos psicoanalistas encaran la revisión de este seminario introduciendo una substanciosa narrativa que descubre para el lector una variedad de elementos velados en el discurso.

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Information

Year
2020
ISBN
9789871678938

CAPÍTULO VII
Dolor psíquico y cambio catastrófico

Judy K. Eekhoff
En agosto de 2010, una explosión en la mina de San José en Chile cambió para siempre la vida de treinta y tres mineros y sus seres queridos. Su lucha por sobrevivir capturó la imaginación de millones de personas en todo el mundo. La lucha de sus familias por mantener a las autoridades intentando encontrarlos y la fe en que estaban vivos, nos recuerda no abandonar la esperanza. Una vez que fueron encontrados con vida, la esperanza en el rescate antes de que colapsara sobre ellos la montaña movediza, fue aún más inquietante. Resistir de cara a la esperanza requirió fe y desafió a la paciencia. Lo vivido por los mineros y sus familias también nos provee, a nosotros analistas, de metáforas para comprender a los pacientes suicidas que acuden a nosotros luchando por sobrevivir y con miedo a sentir fe.
La descripción del estado mental y dolor físico de los mineros, de sus alucinaciones y delirios inducidos por la inanición, de su desesperación, sus dudas y vacilaciones una vez que fueron encontrados pero aún no liberados, permite un paralelismo con el proceso analítico. La fe en Dios y el miedo al Diablo de los mineros en la mina, de la presencia o ausencia del trabajo en equipo en lo “profundo, inferior y oscuro” dentro de la tierra, así como sus igualmente experiencias terroríficas después de salir de la montaña quebrada, nos permite imaginar a los pacientes atrapados dentro de un mundo psíquico interno que se ha escindido, dejándolos atrapados con poca esperanza de rescate. Refugiarse en un lugar en las profundidades de la psique, parecido al “refugio” que usaron los mineros chilenos, los salva de la fragmentación en pequeños pedazos en un self que explota e implosiona.
Los pacientes suicidas a los que estoy haciendo referencia, no habían sido suicidas con anterioridad. Ellos describen sus vidas antes y después de un evento que los dejó “diferentes a ellos mismos o a cualquier otra persona”. Ellos eran, usando sus palabras, “normales” antes de que un evento catastrófico causara el quiebre dentro de ellos. Cuando vienen a nosotros experimentan tanto dolor que sienten que no pueden seguir viviendo. Muchas veces sienten que nosotros somos su última esperanza. Sus familias esperan que les salvemos la vida. Pero nosotros, como quienes trataban de rescatar a los mineros atrapados, a menudo sentimos que es demasiado tarde o no logramos encontrar la vida de entre los restos de su quebrado self. No podemos escucharlos. Considerados muertos por muchos, ellos continúan tratando de alcanzarnos. Cuando fallan, sus familias, así como las esposas, hermanas y madres de los mineros atrapados, “suenan cacerolas” para llamar nuestra atención sobre las vidas atrapadas dentro de sus mentes quebradas.
Bion (1963) dice que el dolor es un elemento del psicoanálisis. Como elemento del psicoanálisis es un aspecto esencial de lo que nosotros analistas hacemos en cada sesión. Sin embargo, ¿podemos definirlo fácilmente? ¿Qué es el dolor psíquico? ¿Cómo reconocerlo cuando estamos ante su presencia? ¿Cómo lo describimos cuando lo sentimos dentro de nosotros y en otros? ¿Cómo procesamos el dolor psíquico? ¿Qué hace que el dolor psíquico sea insoportable? Y finalmente, ¿por qué el dolor psíquico aísla tanto?
De nuevo siguiendo a Bion y a filósofos anteriores a él como Kant, el dolor psíquico no es sensorial. Es invisible y no tiene gusto ni olor. Aun cuando podamos decir que somos capaces de sentir el dolor de nuestros pacientes, no podemos percibirlo con nuestros sentidos. El dolor psíquico no solo está desprovisto de sensaciones, sino que es no verbal. El dolor psíquico detiene el tiempo y colapsa el espacio, dificultando el pensamiento. Para empeorar las cosas, el dolor psíquico puede destrozar el aparato que usamos para procesar la experiencia emocional. Desprovistas de una vía para procesar la experiencia emocional, las sensaciones se amontonan convirtiéndose en conglomerados indiferenciados y en dolor sin nombre. Interfieren con las relaciones internas y externas, guillotinando sus vidas, como el bloque de granito gris que separó a los mineros del mundo externo, de aquellos que los amaban y de quienes trataron de rescatarlos.
Por estar desprovisto de palabras, un elemento del dolor psíquico es el aislamiento que ocasiona. El dolor psíquico nos desconecta de nosotros mismos y de los demás, erigiendo una realidad existencial en la que cada uno de nosotros está solo. Normalmente somos capaces de lidiar con esta realidad a través de nuestras defensas. La soledad existencial, sin la capacidad mental para lidiar a través del aparato para pensar, magnifica el dolor original. La concientización prematura secundaria de soledad y separación se agrega a la experiencia traumática y puede resultar avasallante. Este dolor avasallante incluye contactar con el desamparo y la vulnerabilidad. En última instancia, el dolor psíquico es una experiencia mortífera y un quiebre en las ilusiones de seguridad que todos necesitamos para funcionar.
El dolor inmediato se liga a todo dolor similar previo y a la pérdida de conexión asociada al mismo. Según el grado en que el dolor previo haya sido llorado, elaborado e integrado, se determina el tamaño del cataclismo resultante y subsiguiente quiebre del funcionamiento normal. No solo es la crisis actual difícil de comunicar sino que la avalancha acumulada de dolor emocional indiferenciado aumenta, aparentemente libre de obstáculos, dentro y fuera de la persona. La catástrofe no puede ser comunicada sino a través de medios no verbales primitivos.
El aislamiento y la resultante magnificación del dolor no pueden ser soportados en soledad, sin embargo, es difícil de comunicarlos debido a que el aparato que previamente los contenía se ha dañado. Hasta el contacto emocional con los demás duele. Sin embargo, sin contacto, la psique muere por inanición, alimentándose de sí misma hasta que la vida se hace intolerable y el suicidio luce como la única respuesta. Hacer contacto con experiencias previas de dolor no equivale a una regresión; más bien se trata de una interacción porosa con emociones internas y externas conocidas. Esta emoción se ha indiferenciado y forma una enorme masa interna. El tiempo se ha vuelto un revoltijo. El espacio ha colapsado.
Desprovisto de un medio para comunicar el dolor, encontrar ayuda es difícil. El dolor se hace intolerable y debe ser evitado. Evadir el dolor empeora y nos aísla aún más de nosotros mismos y de los demás, añadiendo a nuestra frustración. Evadir el dolor crea más líneas internas defectuosas. El dolor indiferenciado secuestra la atención, interfiriendo con el procesamiento diario actual de la experiencia emocional. La evasión del dolor remarca una inhabilidad para tolerar la frustración que induce e interfiere con el aprendizaje de la experiencia. Como dice Bion (1970, p. 19): el dolor y la frustración devienen sinónimos. De esta manera el dolor no puede ser transformado a través de la intuición en pensamiento simbólico. El dolor no tiene significado. Intentos analíticos por alcanzar al self soterrado parecen fallar siempre. Atravesar la masa de dolor hasta llegar al self que mira aterrado tras los escombros, causa más dolor.
El dolor continuo por el derrumbe emocional y la ruptura de organizaciones psíquicas que funcionaban previamente, evocan agonías primitivas (Winnicott, 1974). Las defensas sanas contra el dolor incrementado, fallan. Hasta las defensas menos saludables son insuficientes (Joseph, 1978, 1981). La barrera de la represión no se sostiene. La barrera de contacto falla. La función alpha que otrora procesaba el exceso de estímulos se revierte. El mismo procesamiento simbólico se hace idiosincrático. Predomina la ecuación simbólica (Segal, 1957, 1978).
El pensamiento se ve disminuido aun cuando aparece una proliferación de pensamientos obsesivos. En la ausencia de la capacidad para pensar, el soñar o procesamiento adecuado de la experiencia se ven comprometidos. Las expresiones corporales son usadas para comunicar y procesar las experiencias. Los procesos perceptuales son en sí mismos distorsionados y dudosos, agregándose a la dificultad para contactar con otros humanos y menos aun con el propio self. La realidad, ya de por sí difícil de tolerar, se va percibiendo cada vez más peligrosa y excesiva. De esta manera la vivencia distorsionada de la realidad se convierte en un aspecto de la crisis. La realización como un desarrollo de aprender de la experiencia queda impedida. Como si todo esto no fuese suficiente, el aparato o equipo para pensar está dañado.
Cuando el dolor original sobrepasa la estructura defensiva sana y alcanza las agonías primitivas, un universo de dolor inunda la psique. Una conciencia primitiva no verbal de la infinita naturaleza del universo, induce conocimiento del lugar insignificante que el hombre ocupa en él. Estas agonías incluyen la dificultad para procesar la experiencia de infinitud. Incluyen el horror por la realidad de la vida y la muerte, el terror de la propia mortalidad, así como experiencias intensas de persecución interna y terror sin nombre.
El dolor psíquico entonces evoca necesidad así como desamparo y vulnerabilidad. Con el desamparo y la vulnerabilidad viene la furia contra las fuerzas azarosas del universo. Sin alguien específico a quien culpar, la ira se vuelca sobre el self. Cuando el dolor no verbal y no comunicado alcanza el dolor existencial primitivo de ser humano, el dolor desencadenante en sí mismo se convierte en la defensa contra estas agonías terroríficas más primitivas. El suicidio parece ser el único alivio posible.
El dolor psíquico como defensa se hace cargo. El dolor psíquico se convierte en el universo. Convertirse en el dolor es un intento de evadir la conciencia de la realidad última o de “O”. Los diagnósticos médicos y psiquiátricos apoyan este error, resaltando una etiqueta en lugar de resaltar nuestra siempre cambiante condición humana. El diagnóstico no considera que el dolor psíquico que lleva al suicidio pueda ser una defensa.
Siempre somos algo más que dolor, aun cuando nosotros y quienes nos rodean lo olvidemos. Siempre tenemos un aspecto sano que nos observa y quienes nos rodean malinterpretan la situación en su intento por ponerle un límite. Nos limitamos a nosotros mismos al ponernos etiquetas, de la misma forma en que el pensamiento simbólico y el pensamiento reducen la ansiedad. (Klein, 1930; Bion, 1962a; Joseph, 1978). Pensar y verbalizar es reductivo. Su naturaleza reductiva permite la resolución de problemas y el accionar saludable en el mundo, así como aumenta la capacidad para sufrir el dolor del mundo.
El dolor psíquico como defensa acapara demasiado, haciendo a la persona altamente sensible, empática y exageradamente observadora. Demasiada sensatez en la realidad perturba y trastorna el pensamiento y los mecanismos de simbolización. La perturbación luego interfiere con el desarrollo y el funcionamiento del aparato para pensar, el cual habilita la tolerancia a la frustración. El aparato mismo nos capacita para afrontar el dolor y la frustración. Una vez dañado, el cambio se hace intolerable. Como la vida se trata de cambios constantes, el cambio en sí mismo se hace amenazante como precursor o señal del dolor psíquico. En el fondo, nuestro observador es un testigo completamente atrapado.
Los analistas intuimos o imaginamos el dolor de nuestros pacientes sin poder nombrarlo o definirlo. Usando nuestro rêverie, nos aproximamos al paciente que sufre de manera similar a como la madre suficientemente buena de un recién nacido intuye vía rêverie lo que experimenta su bebé. Ella se permite experimentar el desamparo y la vulnerabilidad para poder seguir su intuición y poder pensar y resolver los problemas de su bebé. Para poder aliviar el dolor físico y psíquico de su bebé, ella se imagina las causas y busca soluciones. En parte ella logra hacerlo porque se identifica con su infante. Ella se encuentra “en-unidad-con” su bebé.
Como analistas también nosotros intuimos e imaginamos a nuestro paciente antes de saber cuál es su dolor. Usamos nuestra propia experiencia de dolor para encontrar el lenguaje que comunique nuestras experiencias de estar junto con ellos. También buscamos alcanzar al elemento vivo que observa desde los escombros que quedaron luego del colapso emocional. Intentamos comunicarnos con la conexión emocional que acontece dentro del paciente. La emoción no es estática. Dos personas reales pueden estar experimentando la verdad del encuentro emocional. Ambos, paciente y analista, se encuentran en una experiencia real, no hablando sobre una experiencia ni prestándole atención a palabras o etiquetas, sino a la experiencia del momento.
Identificar el dolor del paciente ocurre después de estar y de estar con él. Luego del encuentro, si intentamos trabajar sin memoria y sin deseo o comprendiendo (Bion, 1970), estamos en-unión-con la experiencia de nuestro paciente, siendo el dolor sólo un aspecto del momento de comunión. Estar en-unión-con ‘O’ es estar en el campo. Experimentamos dolor y no sabemos si es nuestro o suyo, o algo más: un dolor existencial y universal por ser humano.
Ser-uno-con nuestra experiencia con el paciente, es un desvío radical del énfasis freudiano de explorar las profundidades del inconsciente, cual excavación arqueológica, descubriendo desde el inconsciente profundo material reprimido que provee insight. El método de Bion implica que la mente no es un todo unificado como lo sugirió Freud. La identidad ya no es fija, sino que se encuentra en la totalidad de estados mentales simultáneos fluctuantes. Estos estados se mueven en mareas emocionales. El método de Bion también implica que la relación en sí misma evoca formación de símbolos y ulteriores desarrollos de un “aparato para pensar”.
El insight es valioso, pero su naturaleza cerebral significa que se encuentra en el área del conocimiento (K) y es una transformación creativa de la experiencia emocional. Ocurre más adelante en el proceso. Bion está proponiendo un contacto emocional con la experiencia que se va desarrollando en el momento de la sesión que inicialmente es menos cerebral. Acercarse a una sesión sin memoria y sin deseo o entendimiento tampoco garantiza, sin importar cuán disciplinados seamos, que alcanzaremos lo que Bion ha denominado “O”.
Cuando Bion habla de no memoria, no deseo, no entendimiento, él está ofreciendo un abordaje para estar con el paciente que facilita el crecimiento y desarrollo tanto del paciente como del analista. Si el paciente identifica como dolor, en-unión-con es volverse el dolor. Cuando uno se experimenta a uno mismo como dolor, no hay entendimiento posible. Comprender se relaciona especialmente con el hacer sentido que viene con la capacidad para simbolizar las experiencias y para construir emocionalmente relaciones. Los pacientes que experimentan dolor psíquico no comprenden. Ellos ejercen presión sobre nosotros para que comprendamos por ellos, aunque estar con ellos dificulta el pensamiento y hace ilusoria la comprensión.
Bion (1970,1978) equipara el rol del analista al del artista. El artista espera que llegue la inspiración y traduce la experiencia emocional de ser en una expresión que comunica emocionalmente a quien quiera que experimente el arte. El artista pierde la noción del tiempo, del espacio y del entendimiento. El artista es. La expresión se encentra en continua evolución. No es posible regresar o retroceder de la experiencia. Tampoco es posible recapturar una experiencia. Es así como también el dolor es la expresión de una experiencia emocional que nos conecta con lo inefable. El dolor es fluido y siempre cambiante. Aunque el dolor es invisible, el paciente puede experimentarlo en su cuerpo, utilizando lo sensorial para comunicar la experiencia avasallante tanto al self como a los otros. El dolor psíquico es la razón por la que la mayoría de las personas vienen a análisis, aun cuando aparentemente no tengan motivos. La identificación con el dolor llega después del “en-unión-con” y es un proceso primitivo que nos contacta con nuestro más temprano pero siempre presente self.
Algunos de estos pacientes están en nuestros consultorios y nosotros no entendemos por qué. A menudo vienen porque algún miembro de la familia, sea el cónyuge o alguno de los padres, insiste en que algo les está faltando. Algunos pueden incluso llegar a verbalizarlo ante nosotros y experimentar la falta. Lucen intelectualmente interesados en ellos mismos sin la introspección o la autoobservación. Experimentar su dolor es más difícil para ambos ya que no lo comunican a través de la identificación proyectiva. Su forma de comunicar el dolor es débil, lo cual dificulta su acceso (Joseph, 1975). Yo he escrito sobre pacientes que en apariencia no sienten su dolor y apenas lo comunican, pacientes que fueron bebés traumatizados al haber sido separados prematuramente de sus madres, pacientes que presentan primordialmente defensas autistas (Eekhoff, 2011, 2013, 2014). Cuando estos pacientes pueden eventualmente nombrar sus experiencias se describen a sí mismos como disolviéndose, evaporándose, derramándose y licuándose. Para ellos el dolor psíquico es constante e indiferenciado.
Otros pacientes, aquellos sobre los que estoy escribiendo ahora, nos comunican su dolor aun cuando refieren que es indescriptible. Ellos no se describen a sí mismos como disolviéndose, evaporándose, derramándose o licuándose. Más bien nos dicen que están rotos o se han quebrado, reventado o despedazado. Muchas veces nos llegan con ideación suicida y nos ven como la última parada antes del suicidio. Pueden incluso actuar su dolor estando en análisis con intentos suicidas. Sus familias también nos ven como su única esperanza. Sostener la disciplina con estos pacientes que sufren, de recibirlos sin memoria, sin deseo y sin entendimiento es difícil. Mantener el encuadre analítico es un reto. La presión de hacer algo es enorme.
Yo digo sufrimiento, a sabiendas de que Bion sugiere que estos pacientes sienten su dolor sin sufrirlo. Dice:
Hay personas que son tan intolerantes del dolor o la frustración (o en quienes el dolor o la frustración son tan intolerables) que sienten el dolor pero no lo sufren y por lo tanto no puede decirse que puedan descubrirlo [...] el paciente que no sufre el dolor falla en ‘sufrir’ el placer. [Bion, 1970, p. 9].
Antes de estudiar a Bion, siempre decía que estos pacientes sufrían para evitar el dolor. Bion dice que algunas personas sienten dolor sin sufrirlo. Concuerdo con él aun cuando sigo pensando que estos pacientes están verdaderamente heridos. No tenemos una palabra, que yo sepa, de que el estar herido evita el sufrimiento. Ambas frases describen acciones que son ciertas y ocurren simultáneamente en un paciente perturbado. Ambos aspectos aluden a la evasión del dolor como la acción que lo mantiene activo. Una paciente me dijo “No soy un humano siendo, soy un humano haciendo”. Su actividad constante evitaba que sintiese dolor psíquico.
Los pacientes que estoy considerando describen su dolor con expresiones del tipo: “Estoy hecho pedazos”. “Me siento roto”. “Me estoy quebrando”. “Estoy teniendo ataque de nervios”. “Yo soy Zanco Panco17”. Describen ataques de pánico, pavores terribles, pesadillas, fantasías violentas y estallidos de ira. A menudo son perseguidos por voces internas que no cesan de atacarlos. Se odian a sí mismos y solo quieren que el dolor acabe. Muchas veces dicen: “Este no soy yo” o “yo no soy así”. Frecuentemente son capaces de precisar el momento o incidente específico en que el quiebre ocurrió. Describen una crisis que fue traumática y que sobrepasó sus recursos internos. Dicha crisis pudo haber sido buena o mala. Algunas veces enamorarse o dar a luz provocó una crisis. Algunas veces fue un pequeño accidente o un divorcio. En otras ocasiones fue una enfermedad devastadora o la muerte de un ser querido.
Joseph (1981) ha descrito que estos pacientes han perdido su equilibrio psíquico previo. No logran restablecerse de nuevo de una manera funcional. Algunos han sido hospitalizados en reiteradas ocasiones, han tenido intentos de suicidio y han sido medicados sin mayor utilidad. Otros se han realizado cirugía tras cirugía, han presentado problemas médicos una y otra vez, traduciendo su dolor...

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