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Salvador Novo

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Salvador Novo

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Este primer libro de prosa narrativa de Salvador Novo es pasaporte para la lectura y relectura de un autor nimbado, en partes iguales, por el talento excepcional y el escándalo. Novo es apenas un veinteañero, pero, contradictoriamente, asume y celebra su condición de rutinario, apoltronado sedentario, más la franca gordura, más calvicie temprana, más los gruesos anteojos. Más: dará prueba de una fuerte musculatura de viajero solicitado por cambios de horarios, transbordos, saraos, compañeros y compañeras, vestuario, hoteles, costumbres, lenguas.Aquí, con mayor claridad que en cualquier otro relato ortodoxo, imperan el principio, el nudo y el desenlace. Se parte, se traslada, se regresa. La escritura misma se impregna de movimiento. En esencia, la duración del viaje es el tiempo que uno tarda en retornar al punto de partida. Llega, fatal, la hora: Return ticket.

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introducción

En días como éste se vive mucho y hondamente, en el fondo de los nervios, en el epigástrico
desfallecimiento de las emociones continuadas y nostálgicas.
Horacio Quiroga,
en camino marítimo a París,
20 de marzo de 1900.
Éeres el mar
Éeres el mar
Sirena, dueto Sin Bandera

Aviso

Return ticket (1927-1928), el relato de viaje que el lector tiene en sus manos, es uno de los consumados anticipos de la originalidad (ruptura vanguardista, erudición) que Salva­dor Novo (1904-1974) prodigará en el seno de las letras patrias (otros adelantos los constituyen Ensayos y XX poemas, ambos de 1925).
Sentenció Luis G. Urbina acerca de Florilegio, el libro bautismal de José Juan Tablada (pluma en muchos puntos gemela de Novo): “señala un rumbo; fija una época; marca una evolución”.
Lo mismo puede decirse en lo que toca a los títulos iniciales de nuestro autor.
Originalidad, avance: en el género, en la trama y en la visión de conjunto.
Lo primero: ¿quién, en aquel México callista, publicaba libros con esta mezcla afortunada (intuición y cálculo) de diario de a bordo; autobiografía; confesión todavía recelosa; neoperiodismo; narración simple y llana pero sobre todo, más que fresca, exploratoria (como análisis médico); informe; retrato de época; breviario histórico; homenaje y tensión de un género decimonónico (que diría Carlos Monsiváis); y (sobre todo frente al Mar con Mayúsculas, apenas descubierto) explosiones del mejor lirismo?
Lo segundo: ¿quién, en aquel México en formación jugaba, como Novo, con tantos planos, lo público y lo secreto, la subversión y el establecimiento, la cultura y el turismo, el Yo y el Ustedes?
Lo tercero: ¿quién, en aquel México bronco, superaba la exquisita, la erudita, la pugnaz sensibilidad intelectual que en este documento, joven hasta la médula, vitalista, se practica minuto a minuto, jornada a jornada, en tren o en barco, en tierra firme o en medio del mar, junto a compatriotas o a extranjeros?
Tempranamente se documentan los atributos que harán de Novo un autor encarnizadamente “contemporáneo”.
a. de su camada literaria;
b. de la más avanzada literatura en lengua española y
(aunque moleste)
c. de este destartalado (¡dioses!) principio del siglo xxi.
Vale, por tanto, la pregunta camp: ¿quién es, hoy, el más Contemporáneo de los “contemporáneos” de ayer?
En cuanto a la candidatura de SN, aduzco su “beatlemanía”.
En suma: Return ticket, primer libro de prosa narrativa (no sólo ensayística) de Salvador Novo es pasaporte (que
no exige resello ni menos aún fotografía y huella digital) para la lectura y/o relectura de un autor nimbado, en partes iguales, por el talento excepcional y el escándalo (hijo parejo el último, a su vez, de la fatalidad y del artificio).

Hablando de pasaportes

¿Pero de qué clase de viaje se trata? ¿Turístico, oficial, personal, de trabajo, o para atender la consigna generacional
de “perderse para encontrarse”?
Digamos que, de entrada, Novo forma parte de la comisión mexicana designada por la Secretaría de Educación Pública para participar en la Primera Conferencia Panpacífica sobre Educación, Rehabilitación y Recreo (¡uf!), a celebrarse en la isla (a la sazón todavía, suponemos, exótica) de Hawái.
Lo acompaña un maestro de historia del ministerio de apellido Tovar (y ya en Estados Unidos, se les une un tercero, el ingeniero Pedro Vázquez, de ¡Irrigación!)
De ahí que con la comisión y sus faltriqueras viajen diez cajas de libros sobre la política educativa de la Revolución (tan deudora, cómo negarlo, de la porfiriana en tiempos de Justo Sierra).
Y Salvador Novo (sobreviviente primero y siempre) tiene claro el mensaje que le corresponde difundir, como portavoz (¡ese dominio del idioma gabacho!) del grupo ante delegados, periodistas, funcionarios de toda ralea:
3 000 escuelas rurales. Incorporación del Indio. Pequeñas Industrias. Pinturas de los Niños Mexicanos en París. Ocho millones de analfabetos. Los frescos de Diego Rivera…
Aunque las oficiales u oficiosas no son, dejémoslo claro, las únicas circunstancias relevantes que rodean la primera excursión de Novo fuera de la República mexicana.
Vale la pena repasar las más llamativas.
Biográficas
Generacionales
Laborales y
Políticas

Un joven deslumbrante

Salvador Novo, de veintitrés años, trepa al tren dueño de una ejecutoria tan precoz como inusual.
Nacido en la ciudad de México, de padre español y supermadre mexicana, había seguido el periplo comercial norteño del progenitor: Jiménez, Chihuahua, Torreón (aquí lo sorprende 1910: el año de la última reelección de Porfirio Díaz, de las Fiestas del Centenario, de la apertura de la Universidad Nacional de México, de la Revolución encabezada por Francisco I. Madero).
En 1917, la familia se instala de fijo en la ciudad de México y El Joven Novo ingresa (uno más de pocos) a los patios y salones de la Escuela Nacional Preparatoria.
Inmediata, fulgurante, resulta, en cambio, su aparición en la escena literaria metropolitana.
Resumo.
Salvador Novo colabora en la prensa al día nacional (no estudiantil); entra en relación con ateneístas inscritos como Pedro Henríquez Ureña y ateneístas posibles como Ramón López Velarde; colabora con la Editorial Cultura; se lanza a fondo con una Antología de cuentos mexicanos; dirige el Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública; se atreve, junto con Xavier Villaurrutia, al teatro de revista y a la fundación de Ulises, publicación precedente de Contemporáneos. Pongámonos de pie.
Además, al tiempo que profesa literatura en la “prepa” y en los Cursos de Verano para Extranjeros (ese formidable invento político-cultural, al alimón, de Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña), se interna en aquella clandestinidad sexual (menos poblada de lo que la gente de orden gustaría suponer) de la que da cuenta en otro libro suyo que, prepóstumamente, al tiempo que descuella, rompe, rumbea, fija, marca: La estatua de sal (visible ya entre pocos en 1945, publicada en 1998).
Ahora bien: cuestión autobiográfica decisiva es la de que la encomienda oficial (o por lo menos oficiosa), que desde luego se acepta (¿obedece?), apareje un sacrificio personal, máxima estrategia, coquetería, guiño al lector, de otra parte.
Me explico.
Novo es apenas, ya lo avanzamos, un veinteañero; pero, contradictoriamente, asume y celebra su condición de rutinario, apoltronado sedentario.
Están: la madre a la mano (como en el caso de Vasconcelos, como en el caso de Manuel Gómez Morín, como en tantos otros) y la escritura, y la vida secreta, y la lectura bibliófila y bibliomaníaca (anglo y española).
Más la franca gordura, más una calvicie temprana, más los gruesos anteojos.
¿Viajar?
¿Para qué demontres?
Pero el escritor no se arredra a la postre.
Más: dará prueba de una fuerte musculatura de viajero solicitado por cambios de horarios, transbordos, saraos, compañeros y compañeras, vestuario, hoteles, costumbres, lenguas, la iniciación en la noticia a mansalva de que tiempo y espacio corren juntos (a su mutua clausura).
En fin: ocasión, excitación, aventura: “Tengo veintitrés años y no conozco el mar” (frase, no nos hagamos, que en los sesenta y setenta del pasado siglo lanzará a tantos y tantos fuera de nuestras fronteras, incluso las delegacionales).

Archipiélago no tan balcanizado

La Escuela Nacional Preparatoria, fundada por el jacobino Benito Juárez y el positivista Gabino Barreda, próxima base de la nueva Universidad, era entonces la puerta de entrada a las profesiones liberales y técnicas pero, también, a las letras y a las humanidades.
Ya había ocurrido, de alguna manera, con los Modernistas, y, de forma plena, con los Ateneístas.
Y sucederá con los de 1915.
Y con mayor razón con los futuros Contemporáneos.
¿Con quién se topa el preparatoriano Novo en el mítico edificio de san Ildefonso? Para comenzar, con Carlos Pellicer y, en seguida, con Xavier Villaurrutia y Jaime Torres Bodet. Después vendrán los demás. Soledades (de ser cierto) que se agrupan.
Documentada está la participación de la “generación” de Novo en los afanes del último episodio del ateneísmo, la cruzada universitario-ministerial que se cifra en José Vasconcelos (1921-1924).
Pero la irrupción real de los nuevos se llama Ulises, Revista de Curiosidad y Crítica, que bajo el epígrafe “La odisea no es un libro de aventuras sino de problemas” (¡dioses!), tiene como Editores a Salvador Novo y a Xavier Villaurrutia (“Redacción y administración: Calle de Brasil 42-10; precios: un cuaderno 0.50; subscripción 6 números: 2.50; subscripción anual: 5.00 moneda nacional”).
Aparecen, sí, desde luego, en las páginas de Ulises, firmas conocidas quiero decir establecidas quiero decir padrinas: Ermilo Abreu Gómez, Mariano Azuela, Carlos Dufoo Jr., Enrique González Martínez, Francisco de P. Herrasti, ¡el pintor Roberto Montenegro en plan de poeta villaurrutiano! (“Tu silencio es eco de mi silencio”), José Romano Muñoz, Julio Torri, Eduardo Villaseñor (y los foráneos Pío Baroja, Máximo Botempelli, André Gide, Max Jacob, Benjamín Jarnés, James Joyce, Paul Morand, Carl Sandburg, Miguel de Unamuno, Ramón del Valle Inclán, etcétera).
Pero (¡ojo!) asimismo, lo más importante, saltan al escenario, cuestionables pero inapelables: los editores Novo y Villaurrutia, Jorge Cuesta, Enrique González Rojo, Gilberto Owen, Samuel Ramos, Jaime Torres Bodet.
De Ulises a Contemporáneos (uno de las Antros Generacionales) hay un puente abierto.

El plano educativo

Continúo con los preliminares del viaje (de la escritura que emprendemos). Novo, anticipamos, había atestiguado (con alguna participación personal) el momento educativo de la Revolución mexicana: la cruzada de José Vasconcelos y los suyos (Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Diego Rivera, Ángel Zárraga; Alfonso Reyes de lejos; Martín Luis Guzmán de cerca pero marcando distancia).
Sin embargo, los cambios personales, a la caída del “Uli-ses criollo” no apagan, no del todo, la llama redencionista y popular que insufló la campaña alfabetizadora universitaria y la creación de la Secretaría de Educación Pública.
Ya se cuentan estudios y estadísticas que apuntan logros, fracasos y continuidades.
Novo vive el tránsito del vasconcelismo al antivasconcelismo.
De ahí que Return ticket está enfáticamente dedicado al sucesor de Vasconcelos, el doctor Puig Casauránc (el mismo político con sustentables pujos intelectuales que, en el marco de la campaña de don José a la presidencia de la nación, y de la huelga universitaria, empujará la obtención de la autonomía universitaria).

La política

Para 1927 parece inexorable que a Plutarco Elías Calles, lo sucederá su antecesor: Álvaro Obregón, exjefe de Vasconcelos. No de balde se había frenado, en 1923, a Adolfo de la Huerta, y de paso, exterminado a decenas de generales revolucionarios soliviantados.
De ahí, pues, que a Novo no lo sobresalten, mientras prepara las maletas para el viaje a Hawaii (por cierto, todavía se gastaban sombreros y guantes) zozobras como las sufridas por la familia en Torreón con las embestidas villistas o en la ciudad de México con los estertores del carrancismo (aquel sistema, decían los anticarrancistas, al que le gustaban los billetes). Todo parecía sosegadamente encarrilado.
¿Quién, razonablemente hablando, iba a enfrentar al obregocallismo?
El hogar (madre, cocina, biblioteca, intimidad) podía abandonarse una temporada (que no se anunciaba tempestuosa).

Paradas

Suelo gustar de tiempo atrás la lectura de los libros de viaje (género o subgénero éste que, por cierto, no obstante su vetustez, cada día inquieta más a la teoría literaria). Aquí, con mayor claridad que en cualquier otro relato ortodoxo, imperan el principio, el nudo y el desenlace. Se parte, se traslada, se regresa. Por lo general. Traslado compartido por el autor y el lector. La escritura misma se impregna de movimiento. Ahora que corresponde al autor poner el acento (no necesariamente el grueso de la acción) en el inicio, en el transcurso o en el fin. Novo lo hace, a posteriori, en el regreso. Boleto de regreso. Pero vayamos por partes.
A Return ticket lo acompasan los acontecimientos.
Unos preparativos de orden más bien mental (“Ahora me mandan fuera de esta ciudad de la que no esperé salir nunca”).
Un primer largo trecho, por vía férrea, desde la ciudad de México hasta El Paso, Texas; ocasión para que Novo, al pasar por Torreón, evoque su niñez y los avatares de su pequeña familia y la violencia revolucionaria que le cobra un tío y un poco más y...

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