Los Derechos de los Animales
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Los Derechos de los Animales

De la cosificación a la zoopolítica

Javier Alfredo Molina Roa

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Los Derechos de los Animales

De la cosificación a la zoopolítica

Javier Alfredo Molina Roa

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Este libro recoge las manifestaciones más relevantes de la relación jurídica hombre-animal desde la antigüedad hasta la época contemporánea, a la vez que analiza el papel Que ha desempeñado el derecho en ese desigual vínculo. El texto recrea, entre otros asuntos, la mezcla de crueldad y diversión propia del tratamiento dado a los animales durante el Imperio romano, su legado jurídico, el juzgamiento a que se vieron sometidos a través de la Edad Media (extrañamente respetuoso de derechos y garantías procesales), las normas proteccionistas de los siglos XVIII y XIX, la paradigmática legislación animalista nazi, y los inicios de la defensa jurídica animalista. El autor examina también las principales teorías relacionadas con los derechos de los animales, las innovadoras propuestas que defienden el desarrollo de sus capacidades y su estatus de co-ciudadanos, y cierra con un análisis de la evolución normativa de protección, incluido el debate jurisprudencial que promete nuevas condiciones jurídicas para el tratamiento de los seres sintientes en Colombia.

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Information

Year
2018
ISBN
9789587729672
Topic
Law
Index
Law
I. DERECHOS ANIMALES. UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA
A. LOS JUEGOS ROMANOS. CRUELDAD ANIMAL A GRAN ESCALA
Roma, ofreciendo fiestas, modificó la fauna de un continente
R. Auguet
Los animales exóticos siempre fueron motivo de curiosidad y diversión, y símbolo de estatus en las civilizaciones antiguas. Los griegos gustaban de coleccionar animales raros llegados de tierras apartadas de África y Asia, algunos de ellos ofrecidos como regalo por reyes y príncipes cuyos dominios tenían trato comercial con las ciudades estado griegas (Jennison, 2005). Aves y mamíferos hacían parte de colecciones privadas o servían como adornos en los templos, siendo exhibidos en las procesiones o en los cultos religiosos (Shelton, 2011). Las palomas eran aves muy apreciadas por los griegos y hay registros de su uso como animales mensajeros. El guepardo, animal salvaje y solitario por excelencia, fue muy estimado por egipcios y asirios debido a sus habilidades para la caza, que superaba con creces las de los perros, por lo que fue capturado y domado para tal fin, llegando a vivir juntos hasta mil ejemplares en un establo propiedad de un príncipe mongol (Diamond, 2014). En la India grandes manadas de elefantes eran mantenidas por nobles, así como en Egipto algunos faraones crearon sus propios zoológicos con animales provenientes de las expediciones a Etiopía; los reyes de Asiria y Babilonia patrocinaron sus propias colecciones con monos, antílopes, camellos y elefantes (Mackinnon, 2006).
Uno de los mejores ejemplos de prácticas tempranas de bienestar animal lo dieron los egipcios, quienes mantuvieron una verdadera cultura de respeto, cuidado y veneración por los animales tanto domésticos como salvajes, elevándolos a la categoría de deidades (Juvenal, trad. de 1996; Tertuliano, trad. de 1789), y castigando hasta con la pena de muerte el maltrato o muerte de ciertas especies como los gatos, los perros, los cocodrilos y las cigüeñas, entre otros (Heródoto, trad. de 2000), teniendo también un aprecio especial y estima por los lobos; según relata Claudio Eliano (trad. de 1984), los egipcios prohibieron la siembra de una planta denominada matalobos, muy venenosa, actualmente conocida como acónito, a fin de evitar que esos animales murieran en medio de convulsiones al pisar sus hojas y ramas.
Los helénicos fueron también asiduos coleccionistas de fauna durante la época de Ptolomeo, quien tuvo un enorme jardín en Alejandría con cientos de animales exóticos capturados en Etiopía y Arabia, lo que motivó a Aristóteles a escribir su texto Investigaciones sobre animales. El pueblo griego tenía una especial predilección por las aves que obtenían de sus intercambios comerciales con Asia y África; estas y otras especies fueron muy utilizadas en festivales y procesiones en honor de Artemisa, la diosa de la caza y los animales salvajes (Pausanias trad. de 1918), donde iban generalmente en jaulas, o si era posible, y estaban suficientemente amaestradas, las llevaban caminando tranquilamente entre la gente o arrastrando carruajes (Jennison, 2005). No obstante, los griegos fueron muy aficionados a las peleas de gallos y los combates entre toros, prácticas muy comunes y altamente populares en las ciudades estado (Hughes, 2006), hasta el punto que los duros enfrentamientos de las aves, y la tenacidad y resistencia de los combatientes fueron utilizados como ejemplos aleccionadores para los soldados de Atenas (Shelton, 2011).
Al igual que los romanos, los griegos llevaban a cabo sacrificios permanentes de animales domésticos como ovejas, cabras, cerdos y ganado vacuno1. Esos rituales tenían un enorme significado simbólico y estaban precedidos de procesiones festivas en las cuales la víctima, decorada con flores y cintas, era llevada al altar rodeada de una alegre comunidad. Si bien se buscaba la pureza y juventud de los ejemplares destinados al sacrificio, en muchos casos los animales que debían morir estaban enfermos, heridos, viejos, o simplemente no podían trabajar más tiempo (Shelton, 2011).
A pesar del trato que se dispensaba a los animales en los dominios helénicos, algunos filósofos de la época les reconocían un estatus especial, dotándoles de atributos semejantes a los de los humanos, como la sensibilidad y otras similitudes físicas y mentales. Al respecto, Aristóteles fue uno de los precursores en la investigación del comportamiento animal, al igual que Teofrasto, quien destacaba las diferencias mínimas en el aspecto sensorial entre hombres y bestias. Por su parte, Plutarco, considerado el filósofo de la antigüedad con una de las visiones más abiertas y comprensivas, en sus textos sobre los animales y el consumo de carne daba las primeras puntadas acerca de unos hipotéticos derechos, y tanto él como Plinio el Viejo referían casos de juzgamiento y condenas al exilio de ciudadanos griegos y romanos que habían matado sin ninguna justificación animales utilizados en el trabajo de campo (Bodson, 1983). Si bien las historias relatadas por Claudio Eliano (trad. de 1984) no tienen un fundamento científico sólido, son una muestra del aprecio y gran interés que había en Roma por los animales, atribuyéndoles en algunos casos sentimientos más elevados que los del hombre. Cabe anotar que esas manifestaciones fueron aisladas y no constituyeron una norma o costumbre firmemente establecida, sino que correspondían a cierto sentimiento colectivo de simpatía con los animales, especialmente los domésticos, surgido de su estrecha relación con los humanos.
Los romanos se destacaron en el desarrollo de técnicas para la cría de animales, ya fuera con fines de placer o económicos, y no desaprovecharon el valor de cada una de las especies que criaban y de sus productos; algunos documentos de la época que han llegado hasta nuestros días constituyen verdaderos tratados sobre el cuidado de los animales, como la Rerum Rusticarum de Marco Terencio Varrón (trad. de 2010) y Los Doce Libros de Agricultura de Columela (trad. de 1824), que dan indicaciones detalladas para la cría de vacas, cerdos, ovejas, gallinas, perros, cabras y aves cantoras, y para curar sus enfermedades. De Columela se destaca su preocupación por el bienestar de los bueyes, para lo cual propuso una nueva forma de colocar el arado a fin de evitar el maltrato, la cual hoy en día aún se usa (Clutton-Brock, 2011). Igualmente, las leyes romanas desarrollaron varias disposiciones relacionadas con la tenencia de animales, ya fueran domésticos o salvajes, y se aplicaron normas como la Ley Aquilia que permitía obtener indemnización de quien por culpa o dolo hubiera causado daño al ganado, a animales que no se consideraran ganado como el león o el jabalí, o domésticos como las gallinas o los perros (Ruiz-Pino, 2017). Así mismo, los romanos prohibieron la matanza injustificada de algunas especies, teniendo en cuenta su utilidad para las actividades agrícolas, y protegieron serpientes y cigüeñas, con el argumento básico de que contribuían con mayor efectividad que otras a mantener controlados roedores y pequeñas alimañas en los campos de cultivo (Bodson, 1983), pues como lo sentenciaron en su momento Plinio el Viejo, Varrón y Columela, se tenía en alta consideración su gran ayuda a los campesinos en los campos de cultivo (laborissimus hominis socius in agricultura), además, los antiguos romanos consideraban un crimen capital tanto la muerte de un buey como la de un humano (Shelton, 2011). El Código Teodosiano, una compilación de las normas dictadas por los emperadores y proferido en la época tardía del Imperio, establecía límites a la carga que podían llevar los caballos y las mulas, atendiendo a un posible daño, lo cual, no obstante, puede ser interpretado más como una previsión orientada a no deteriorar el potencial de trabajo de los animales, que como una disposición enfocada en la protección de su salud y bienestar.
1. Animales en la arena romana. Crueldad animal para regocijo del pueblo
A pesar de las técnicas desarrolladas para el cuidado de los animales domésticos, de la estrecha relación de los romanos, nobles o plebeyos, con muchas especies, ya fuera por su trabajo en el campo, como mascotas o acompañantes en la caza, o como adorno de haciendas, Roma fue testigo de uno de los capítulos más desconocidos y a la vez más bizarros y siniestros de la relación hombre-animal a lo largo de unos siete siglos. Los animales, de los cuales los emperadores, pretores, patricios, ciudadanos y militares romanos tuvieron cientos de miles a disposición en las épocas de gloria de la ciudad, fueron utilizados para entretenimiento del pueblo en imponentes espectáculos de lucha, ya fuera contra otras especies o contra humanos, o como verdugos de esclavos, de ciudadanos caídos en desgracia, de criminales y de cristianos (Tertuliano, trad. de 1789). Este uso de los animales implicó su persecución y caza en los remotos dominios del imperio, su transporte en enormes caravanas hacia los puertos del Mediterráneo, su largo y penoso viaje hacia la gran ciudad o las capitales de provincia, su encierro en los vivariums, lugares destinados a su mantenimiento, su condicionamiento acompañado de torturas a fin de aprestarlos para el combate (Dion Casio, trad. de 2003) y, finalmente, su único y triste debut en la arena romana, donde eran sacrificados de manera individual o colectiva, en agotadoras sesiones de varios días de cacería o venatio, o como ejecutores de miles de condenados y cristianos, antes de ser ellos mismos sacrificados para regocijo de los espectadores (Jennison, 2005)2.
Si bien la cultura popular y el cine han hecho eco de ese tipo de espectáculos de la antigua Roma, su esencia es bastante desconocida en la época moderna, y ha sido tergiversada bajo un enfoque reduccionista que muestra de manera sesgada el uso de animales en los juegos romanos, sin entrar en muchos detalles respecto de los intereses, circunstancias y dinámicas políticas, culturales y sociales que rodearon esa actividad (Mackinnon, 2006). La historia de las masacres de animales, así como la importancia que los romanos le otorgaron a las llamadas venationes, y el enorme despliegue de recursos humanos y logísticos que utilizaron los emperadores, magistri, procónsules, ediles y pretores en esos espectáculos, principalmente con fines políticos, merecen un análisis particular, sin que quepa el argumento de que era regla entre los antiguos la tortura y muerte cruel de los animales en sitios públicos, triste honor reservado casi exclusivamente a la ciudad imperio, pues el gusto especial de los romanos por la tenencia y posterior sacrificio de animales exóticos en espectáculos públicos no se aprecia con la misma intensidad en otras sociedades de la antigüedad (Jennison, 2005).
Pueblos como los griegos, persas, egipcios, hindúes no dieron muestras de esa particular crueldad propia de los romanos, que gozaban con la persecución y muerte de animales salvajes a manos de venatores y bestiarii3, o de los disímiles combates entablados por ejemplo entre rinocerontes y toros, cocodrilos y leones, focas y leopardos, a más de las predecibles persecuciones de cabras, ciervos y gacelas por jaurías de perros entrenados para ese terrible oficio animalesco, como si una especie de bizarra creatividad impulsara a los organizadores de las masacres a sorprender y halagar a un público cada vez más incrédulo y exigente, cuyos aplausos y vítores eran necesarios para el magistrado de turno que buscaba el apoyo popular y un lugar en el senado, o para el emperador que quería ser recordado por la magnificencia y espectacularidad de los juegos organizados bajo su reinado, lo que puede ser llamado una “política de distracción popular” (Jiménez, 2002), estrategia bastante utilizada durante la parte final del imperio, y que se acomodaba bastante bien al imaginario colectivo de los romanos, un pueblo que contaba entre sus principales gustos las actividades lúdicas (Cabrero y Cordente, 2012; Delgado, 1998), hasta el punto que en su época de mayor relumbre las festividades romanas llegaron a ocupar ciento setenta y cinco días del año, repartidos entre varios tipos de celebraciones como los ludi circenses, los ludi munera y los ludi scaenisci4.
2. Venationes. La cacería como espectáculo público en Roma
Si bien en la antigua Roma los animales fueron utilizados constantemente como mascotas, y frecuentemente hacían parte de colecciones privadas, los romanos no vieron ningún inconveniente en incluir entre los espectáculos para el pueblo, actos donde se recreaba la captura de animales salvajes. Las denominadas venationes o cacerías en la arena, eran verdaderas masacres, donde cientos de animales se exhibían inicialmente ante el público y luego se liberaban a fin de que fueran “cazados” y muertos de múltiples maneras para regocijo de los asistentes (Muñoz-Santos, 2016). Ese tipo de espectáculos fue frecuente desde las épocas de la República y en las posteriores del Imperio, y se destacaban de otras formas lúdicas antiguas por su diversidad, por la creatividad desplegada para hacer más amena, o en algunos casos más violenta y sangrienta, la presentación, y por el uso de múltiples recursos técnicos y humanos, sin mencionar las cantidades de ejemplares puestos a disposición de sus ejecutores. Uno de los primeros espectáculos que organizaron los romanos con animales fue la liberación de zorros con cintas de fuego atadas a sus colas, lo cual era más un ritual en homenaje a la diosa Ceres (Jennison, 2005), que un espectáculo propiamente dicho; en esos primeros divertimentos junto a los zorros también se soltaban liebres para que aquellos las persiguieran, tradición que existía entre los antiguos romanos, pero que en términos generales se podía considerar una inocente cacería en comparación con las batidas de bestias salvajes que se desarrollaron posteriormente (Mommsen, 1983).
Inevitablemente la gran mayoría de los animales salvajes, capturados y llevados a Roma desde las provincias asiáticas, africanas y europeas, tuvieron como último y trágico destino la muerte en la arena. El coto de caza lo constituía la totalidad del Imperio desde Mesopotamia hasta Egipto, y desde los dominios británicos hasta el Valle del Rhin (Plinio el Viejo, trad. de 2003). Es bastante particular que muchos de esos espectáculos fueran patrocinados por los denominados ediles y pretores urbanos, quienes pretendían con ellos, y a través de sus contactos con provincias lejanas, ganarse el favor del público y de otros políticos para ascender en la rígida jerarquía del poder romano (Ville, 1981). El prestigio del patricio que organizaba los juegos y corría con los gastos que demandaban esas jornadas de regocijo popular, dependía de la calidad del show, del número y variedad de animales que pudieran ser reunidos para el acto final, del tipo de armas usadas por los venatores para ultimar a sus contrincantes, o mejor, víctimas no humanas, y de la rapidez y perfección de los movimientos desplegados en la arena, tanto por los cazadores como por las desesperadas y acorraladas fieras5. Emperadores como Nerón, Julio César, Calígula, Trajano y Cómodo disfrutaban enormemente de esos violentos combates, donde los instintos naturales de defensa y ataque de los grandes mamíferos, reptiles y felinos brindaban a los espectadores agónicos espectáculos de lucha, que en muchos casos...

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