Nuestros hijos en la red
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Nuestros hijos en la red

50 cosas que debemos saber para una buena prevención digital

Silvia Barrera

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Nuestros hijos en la red

50 cosas que debemos saber para una buena prevención digital

Silvia Barrera

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Inicios de sesión inesperados que te alertan de intentos de robo de cuenta de las redes sociales de tus hijos; mayores de edad y desconocidos que envían solicitudes de amistad a través de Facebook a las cuentas de los miembros más jóvenes de tu familia; cargos en tus tarjetas de crédito por compras de bienes o servicios que no has consumido provenientes de un juego online llamado Clash Royale…¿Sabes cómo actuar ante estas situaciones?La creciente conectividad de los dispositivos móviles supone un riesgo para nuestros hijos. Instagram, Twitter, Facebook y WhatsApp son una realidad: los niños y las niñas se comunican a través de redes sociales, y cada vez desde edades más tempranas. Aunque se trata de un medio que no conocemos bien y que nos genera dudas y temores, no podemos vivir de espaldas a los avances tecnológicos. ¿A qué edad debemos comprar un móvil para nuestros hijos? ¿Es prudente publicar información sobre ellos en la red? ¿Debemos usar herramientas de control parental? ¿Son seguras las aplicaciones que descargan?Nuestros hijos en la red es una guía clara que nos enseña todo lo que los padres deben saber para ayudar a los hijos a navegar en la red con seguridad. Porque una buena prevención digital es una fuente de tranquilidad familiar.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2020
ISBN
9788417886035

Cincuenta cosas que los padres deben saber

1. ¿A qué edad debo comprar un móvil a mi hijo?

Es la primera pregunta que nos hacemos: ¿cuál es la edad apropiada?
La respuesta es que no existe un criterio ni un consenso sobre ello. Expertos y profesionales ofrecen todo tipo de consejos y advertencias y proponen diversas edades: a los nueve años, a los trece años, a los quince…
Yo no soy psicóloga y me siento incapaz de determinar cuál es la época de desarrollo adecuada de un menor, por lo que no puedo decidir si debe o no tener un móvil entre sus manos, pero mi experiencia vital y todos los casos en los que he tenido que trabajar me hacen recomendar afrontar esta batalla desde otras perspectivas más sociológicas, prácticas y culturales, y no solo basándonos en la edad cronológica del menor y su desarrollo.
Lo cierto es que, si vemos cómo se suceden cada día decenas de denuncias de adultos que han sido engañados, estafados o acosados de distintas formas —algunas increíbles—, me atrevería a decir que nunca estamos preparados y, por lo tanto, es difícil discernir cuál es la diferencia entre los peligros que acechan a un niño de siete años o de diecisiete, porque son exactamente los mismos.
Eso sí, no podemos controlar lo que viene de fuera, pero sí filtrarlo. La cuestión que debemos plantearnos entonces sería cuándo darle acceso al menor, de qué forma y a qué contenidos. Esto es lo que, de alguna forma, podemos controlar.
Llevado al mundo analógico, es como si tuviéramos que decidir a qué edad dejaríamos solos en la calle a nuestros hijos, y yo sé la respuesta: a ninguna, porque el problema no solo es la falta de experiencia e ingenuidad de un joven, que será la misma a los diez que a los once o a los doce años, sino de los comportamientos de otros y de los peligros que los acechan. Además, ¿para qué puede querer estar un niño solo en la calle? También sé la respuesta: para salir con sus amigos.
Con el móvil sucede lo mismo, nos lo van a pedir, ya sea por necesidad o por presión social («Pepito tiene uno y yo no»), pero llegará el momento en que lo haga porque, además, como ya hemos comentado, sin darnos cuenta nosotros mismos le hemos estado poniendo un móvil entre las manos desde muy pequeño para evitar que llorara, para entretenerlo o para que aprendiera a hablar, o los colores, o los números o las letras. Siempre hay un vídeo divertido en YouTube que mostrar al niño, que él mirará ensimismado. Como buen consumidor, sus exigencias irán creciendo y será cuestión de poco tiempo que la tableta, en el cole o en casa, sea su fiel compañera. Ahí empiezan las primeras restricciones.
Cuándo conectarnos a la red; tiempos y lugares restringidos; en casa, solo YouTube, deberes y de seis a ocho de la tarde porque, si tienes tareas, no necesitas conexión a Internet, o quizá solo para enviarlas. En un primer momento las enviaremos con ellos, pero luego lo harán solos, y solos elegirán sus propios vídeos y descubrirán lo entretenidos que son los juegos, y más tarde las conversaciones por WhatsApp, donde escribirán sin ningún tipo de restricción a menos que les enseñemos cómo utilizarlo. Ahí llegará el momento de poner límites y normas. La edad y los límites dependerán de cada menor, de su situación y del entorno. Así pues, no hay una edad concreta, hay un momento.
Según las estadísticas, el mayor punto de inflexión en los hogares se produce a los doce años, cuando se duplica la cantidad de menores que disponen ya de un móvil con respecto al año anterior. Por lo visto, esa es la edad en la que un mayor porcentaje de padres deciden en España que sus hijos deben hacer uso de un smartphone.
Por tanto, ¿podemos proveerle de un móvil a los diez años? No solo se puede, sino que, de hecho, según el Instituto Nacional de Estadística, lo hacen un veintiséis por ciento de las familias. Lo que hay que limitar es su uso y el acceso a aplicaciones y contenidos que seguirán estando ahí, disponibles, tanto con nueve, como con diez, catorce o dieciocho años, pero somos nosotros, solo nosotros, los que debemos decidir, limitar y supervisar.

2. ¿Control o supervisión?

Sabemos que la presencia del menor en las redes se da desde edades muy tempranas. «Control» y «supervisión» son palabras semejantes que difieren en una cuestión cualitativa que los hijos perciben según cómo se ejerza: la confianza. No es lo mismo fiscalizar cada uno de sus pasos que estar al tanto de ellos.
Como padres y responsables de nuestros hijos, tenemos que ejercer la educación, supervisión y vigilancia constante de lo que hacen, lo que incluye su mundo virtual. La cuestión que nos planteamos es: ¿cómo?
De un buen criterio a la hora de llevar a cabo esta supervisión dependerá que los menores sepan que gozan de la confianza de sus padres y se sientan libres aun sabiendo que hay unas normas y unos límites en el empleo de la tecnología o, por el contrario, si el control es férreo y restrictivo, que lo perciban como algo negativo y nos oculten parte de su actividad. Saben cómo hacerlo. La tecnología permite un uso amplio y existen decenas de formas de ocultar la actividad en la Red. Es cuestión de tiempo que encuentren la forma de hacerlo.
De crear un clima de confianza dependerá que un padre pueda coger el móvil de su hijo y realizar esporádicamente un visionado de conversaciones, contactos o las aplicaciones que ha descargado sin que los hijos lo interpreten como una invasión de su privacidad o escondan el móvil y cambien las claves de acceso.
Si llegamos a este segundo extremo, debemos ser conscientes de que hemos fallado en algún momento y perdido su confianza, y a partir de ahí solo hay dos alternativas: permitirle su uso sin ningún tipo de restricción o control, con los riesgos que ello conlleva, o retirarle el móvil porque nosotros se lo hemos comprado, algo que tomará como un castigo porque «no ha hecho nada malo», lo que no impedirá que busque la forma de seguir conectado a través de sus iguales.
Tenemos, por tanto, que ser capaces de generar una relación cordial que nos permita una «supervisión controlada». Hay que transmitirle que nuestro objetivo es identificar posibles actividades de riesgo que no conoce y no invadir su intimidad.
Pero, ojo, tampoco se trata de que nos «hagamos sus colegas» o de someterlos a una vigilancia subrepticia, sino de fomentar un clima de confianza para que nuestros hijos sientan la tranquilidad de que pueden acudir a nosotros al menor problema sin temor a ser juzgados ni ignorados por aquello de que «las redes son cosas de niños y sin importancia».

3. ¿Cuál sería el punto de partida para navegar por la red?

Hay un dicho en seguridad informática y es que la seguridad cien por cien no existe. Hay elementos inseguros que no controlamos, ya sea provenientes de elementos de hardware (los dispositivos físicos que utilizamos, como el móvil, la tableta, etcétera) o de software (programas informáticos, aplicaciones y sistemas). La gran mayoría de los ataques e incidentes en seguridad provienen de vulnerabilidades en el componente humano, lo que se denomina ingeniería social. Básicamente, se trata de buscar debilidades humanas para engañarnos.
La falta de experiencia y la ingenuidad exponen aún más a nuestros hijos y los sitúan en una posición de mayor indefensión, así que el hecho de enseñarles unas pautas para navegar de forma más segura disminuye en gran medida los riesgos. No obstante, seguir estas pautas no los hace inexpugnables ni inmunes a cualquier tipo de ciberataque externo y siempre hay que supervisar su navegación.
Se trata de adoptar unas medidas de seguridad muy básicas sin tener que llegar a extremos técnicos complejos, herramientas sofisticadas de control o elementos de programación. Es más que nada cuestión de aplicar el sentido común siguiendo unas pautas con sensatez. Vamos con diez reglas de oro muy útiles para que nuestros menores comiencen a navegar por Internet por ellos mismos:
  1. 1.ª En la red pueden toparse con cualquier contenido y persona. Han de ser cuidadosos con lo que ven y leen porque pueden ser contenidos falsos.
    Las webs se lucran a través de la publicidad, de modo que, dependiendo de qué tipo de páginas se abran, nuestros hijos pueden toparse con anuncios engañosos que no existen, perfiles falsos y publicaciones inciertas. ¿Cómo ayudarlos a distinguirlas? Es difícil, incluso para un adulto, hacer determinadas comprobaciones técnicas para discernir entre lo que es real y lo ilegítimo, salvo que tengamos cierta experiencia y conocimientos, pero sí que podemos advertirlos de que las gangas no existen y que deben desconfiar e ignorar cualquier anuncio o publicidad que les parezca muy bueno o ventajoso.
  2. 2.ª Hay cibervillanos que buscan aprovecharse de las personas y que albergan malas intenciones, ya sea porque quieren obtener algo a cambio o porque, simplemente, se sienten mejor mintiendo a los demás. En la red es muy fácil camuflarse entre los buenos y no todo el mundo es quien dice ser. Por eso, si nos contactan de forma inesperada, no debemos interactuar a menos que conozcamos al otro personalmente y tengamos garantías de que se trata de esa persona. En cuanto a nosotros, como padres, debemos estar pendientes de permitirles una red de contactos restringida a su círculo conocido y comprobar esporádicamente a quiénes han añadido como amigos o con quién chatean con frecuencia.
  3. 3.ª Debemos instalar sistemas antimalware (conocidos como «antivirus») y mantenerlos actualizados. No conviene escatimar en instalar sistemas de protección, son un buen parapeto para la actividad malintencionada que se ejecuta en segundo plano y nos mantienen seguros. Las versiones gratuitas, en cambio, solo protegen de determinadas muestras maliciosas y hay actividad ilegítima que podrían no detectar, por lo que convendría evitarlas.
  4. 4.ª Debemos ser especialmente cuidadosos con nuestra privacidad, y con nuestros menores tenemos que ser aún más celosos. Sus perfiles en redes sociales deben estar configurados con los máximos filtros de privacidad para evitar que desconocidos o curiosos puedan acceder a sus fotos o hacerse pasar por sus amigos.
  5. 5.ª Seleccionaremos las aplicaciones adecuadas para el uso de nuestros hijos en función de su edad e intereses. Los términos y condiciones son tediosos y aburridos, pero nos dan mucha información sobre los límites de edad, contenidos autorizados y líneas rojas de uso. Hay otras herramientas especialmente diseñadas para menores de las que ya hablaremos: ¿conoces YouTube Kids?
  6. 6.ª Debemos establecer medidas de seguridad básicas, como los filtros parentales o dispositivos adaptados para menores, para evitar el acceso a páginas o contenido inapropiado.
  7. 7.ª No debemos permitir que nuestros hijos establezcan contacto con desconocidos en los chats de videojuegos. Es el medio preferido de los ciberdepredadores. Preguntémosles de vez en cuando con quién juegan.
  8. 8.ª Procuraremos mantener una política de contraseñas seguras y para ello debemos evitar que sean nuestros hijos los que seleccionen y administren las claves. Tenderán a la comodidad (como hacemos los adultos) y establecerán accesos inseguros y contraseñas conocidas o cortas, fáciles de crackear (romper) por un delincuente.
  9. 9.ª Nuestros hijos no deben utilizar dispositivos desconocidos o de otras personas. Nunca sabemos qué configuraciones de privacidad tienen ni su nivel de seguridad. A lo mejor no se ha establecido ningún tipo de filtro.
  10. 10.ª Aunque implique un ejercicio de paciencia, también debemos informarlos de que no deben conectarse a redes wifi desconocidas, sino solo a las de confianza que tengamos identificadas.
Como resultado de aplicar estos ciberconsejos para navegar seguros, nuestros hijos, finalmente, deberán mantenernos informados en cuanto identifiquen posibles conductas de riesgo.
Y recordad: si no sabéis cómo empezar a aplicar alguno de estos consejos, siempre podemos buscar en Google cualquier duda empezando por «¿Cómo…» y, después, seleccionar la información que más credibilidad nos sugiera.

4. ¿Es prudente publicar información de mis hijos en la red?

«Repartir fotos de nuestros hijos en la puerta de un centro comercial». Comienzo con esta frase que define perfectamente lo que hacemos los padres al publicar alegremente fotos de nuestros hijos en Internet. Porque, si el hecho de imaginarnos esta situación nos parece un absurdo, entonces ¿a quién le pueden interesar nuestras imágenes personales? ¿Por qué van a suscitar mayor provecho si están publicadas abiertamente en Internet?
No es una cuestión de opiniones personales o de iniciar un debate sobre si se está o no a favor de esta conducta, sino que la Ley Orgánica 1/96 de Protección Jurídica del Menor es tajante al afirmar que los menores tienen derecho a la intimidad personal y familiar, a la inviolabilidad de la correspondencia y al secreto de las comunicaciones. En esta misma norma debemos recordar que los derechos de los menores también protegen su honor y la propia imagen.
Dentro de un uso consensuado en casa sobre las normas de conexión a Internet y un posible pacto entre padres e hijos, se podrían añadir cláusulas para gestionar el uso de la imagen del menor en Internet que reflejaran las diversas situaciones que pueden generar y, sobre todo, incluyeran las posibles consecuencias de un mal uso, no solo por parte de los menores, sino incluso de los propios padres.
Porque, desengañémonos, existen hábitos en algunos padres que empiezan a ser preocupantes, hasta el punto de que algunos comportamientos ...

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