Aprender a investigar, aprender a cuidar
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Aprender a investigar, aprender a cuidar

Ramón Bayés

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Aprender a investigar, aprender a cuidar

Ramón Bayés

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Una guía para estudiantes y profesionales de la salud. Aprender a investigar, aprender a cuidar está destinado tanto a los profesionales sanitarios (médicos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, fisioterapeutas, farmacéuticos…) y los voluntarios como a los estudiantes que estén empezando a recorrer el camino de las ciencias de la salud. Su utilidad se extiende a los cuidadores de enfermos crónicos, ancianos o personas que se encuentran al final de la vida. Esta obra aborda de forma sencilla cómo se adquieren las bases del conocimiento científico, necesario para mejorar las estrategias de prevención, diagnóstico y tratamiento, y cómo conseguir experiencia en el uso de dicho conocimiento para cuidar al enfermo y aliviar su sufrimiento. El mensaje que nos traslada Aprender a investigar, aprender a cuidar es claro: hay que saber investigar para incrementar nuestro conocimiento, pero este conocimiento ha de encontrarse siempre al servicio del cuidado de las personas.

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Aprender a investigar

1. Investigar no sólo es necesario, es divertido

Aunque pueda parecer increíble, a muchos estudiantes de las actuales generaciones, para empezar a investigar y adquirir conocimiento nuevo o entender simplemente hasta dónde ha llegado el disponible, no precisamos de ordenador. Pero, dado que tal aparato –como la televisión, el teléfono móvil, el lavaplatos y el microondas– suele formar parte de nuestra cultura, si al lector le tranquiliza conectarlo y experimentar la presencia de su suave ronroneo o de sus cambiantes imágenes de fondo, puede ponerlo en marcha.
Al margen de las consabidas preguntas sobre el decisivo y trascendental partido de fútbol del próximo fin de semana –¿por qué todos los partidos del próximo fin de semana serán «decisivos y trascendentales» si las ligas, las copas e incluso la famosa Champions parece que se van a repetir indefinidamente, año tras año, hasta la desaparición de la especie?–, muchos miembros de nuestra sociedad, en algunos escasos y privilegiados momentos de su vida, se formulan otro tipo de interrogantes a los que quisieran obtener respuesta: por qué el cielo es azul, qué había antes del big-bang, cómo se comunican las abejas, qué ocurre tras la muerte, qué pasará cuando el petróleo se agote, qué es el amor, por qué me gustan las alcachofas y detesto el bacalao y a Carlos le gusta el bacalao y detesta las alcachofas, por qué me atrae tanto Sara y Ana María me deja frío, por qué no hay un solo fin de semana sin algún muerto en la carretera, por qué las piedras caen y los aviones –o la gran mayoría de ellos– no, por qué los italianos escriben hospital sin hache, etc. En el caso de bastantes candidatos a agente de salud, las preguntas que se formulan suelen, además, abarcar aspectos tales como: ¿existe alguna relación entre estrés y cáncer?, ¿por qué y cómo se produce el deterioro en la vejez?, ¿qué papel juegan la genética y el entorno en la evolución del ser humano?, ¿cómo saber que un tratamiento es mejor que otro?, ¿qué es una persona?, ¿cómo confortarla al final de su existencia?, etc.
«Si duermo, ¿quién me dará la luna?»
ALBERT CAMUS
Existen diversos caminos para tratar de encontrar respuesta a las variopintas preguntas que nos planteamos a lo largo de la vida. La filosofía, el arte, el sentido común, la narración, la deliberación, el debate y el método científico son algunos de los medios que, conscientemente o no, solemos emplear. Pero no todos sirven por un igual para afrontar y resolver un problema concreto o explicar un fenómeno ni ofrecen las mismas garantías de probabilidad de acierto en las respuestas conseguidas. Las páginas que seguirán van a tratar especialmente del método científico como el instrumento idóneo para adquirir conocimiento, plantear proyectos de investigación y proporcionar formación de base a las personas que desarrollan o piensan desarrollar su actividad en el campo de la salud.
El método científico es un procedimiento que ha permitido, a partir de la mejora de las primitivas estrategias de los lejanos antepasados que un día decidieron bajar del árbol en las llanuras africanas, realizar grandes avances y encontrar respuestas cada vez más claras e inequívocas a preguntas importantes dentro del ámbito de los llamados valores instrumentales, como, por ejemplo, descubrir antibióticos y analgésicos eficaces, construir y colocar satélites de comunicaciones en el espacio exterior, mejorar la ayuda psicológica que se presta a una persona con estrés postraumático o duelo complicado, aprovechar las fuentes de energía, etc.
«Para mí, la ciencia no es la búsqueda de la verdad eterna, sino una especie de juego, un juego al que jugamos, en parte, para divertirnos y, en parte, porque pensamos que así aumenta nuestra comprensión de la vida.»
ROBERT C. BOLLES (1967)
Si nos hubiéramos guiado tan sólo por el sentido común, los seres humanos continuaríamos creyendo que la Tierra es plana, que el sol gira a su alrededor y que las estrellas son meros puntitos brillantes pegados con algún tipo de cola mágica en el firmamento. La observación empírica cuidadosa llevada a cabo a través del método científico, para desespero de algunos poetas, nos ha demostrado que no es así.
«Con el debido respeto al renombrado Ptolomeo, lo encontramos todo exactamente al revés de lo que él había dicho.»
Uno de los capitanes de Enrique el Navegante
(1391-1460)
Por desgracia, este mismo método científico también sirve para fabricar bombas y elaborar productos que contaminan el aire, el agua y la tierra. Es, asimismo, dudosamente útil para profundizar en el campo de los valores intrínsecos (el amor, la amistad, la belleza, la felicidad, la solidaridad, la compasión, el sentido, etc.), los cuales tienen valor por sí mismos, nunca precio y, a fin de cuentas, son los únicos que de verdad nos importan aunque pasemos gran parte de nuestra vida sin descubrirlo, permanentemente angustiados por acumular cosas con valor instrumental, en especial dinero, o con el temor de perderlas.
En este libro voy a tratar de compartir con los lectores algo de lo que he aprendido como profesor universitario dedicado a la investigación y la docencia a lo largo de mi vida, y también, mucho más difícil, de lo que he ido incorporando como ser humano, como persona. Confío en que mis notas, observaciones y sugerencias sean de utilidad a los lectores y, en especial, a los estudiantes, desde los que cursan bachillerato a los que preparan su doctorado –incluyendo en este grupo a muchas enfermeras a las que, recientemente, se les ha abierto el camino y la necesidad académica de investigar–, pues todos ellos tendrán que dedicar parte del tiempo de su formación –horas y más horas que pueden sentir que pasan volando o se les hacen interminables– al quehacer de adquirir conocimiento. Por mi parte, voy a tratar de utilizar un lenguaje y unas estrategias de aproximación a algunos de los elementos esenciales del método científico que sean asequibles a todos ellos.
«Si quieres construir un barco, no empieces por hablar a tus colaboradores de las herramientas, de los presupuestos y los planos. Empieza por compartir con ellos tu pasión por el mar.»
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
Por esto, para empezar y destinado a aquellos a los que la investigación se les aparece como necesaria pero sosa y aburrida –tal vez un auténtico muermo–, ya puedo avanzarles que investigar puede convertirse en una actividad altamente gratificante. El ruso Konstantin Novoselov, por ejemplo, que a los treinta y seis años ha obtenido, junto a su colega André Geim, el Premio Nobel de Física en 2010, manifiesta en una entrevista que le hicieron con motivo de haberlo conseguido: «La ciencia me divierte, es lo esencial».109* Es alentador subrayar que el hallazgo del grafeno por el que les han concedido a ambos tan alta distinción surgió en los llamados «experimentos de los viernes», al margen del horario de trabajo, cuando, simplemente por gusto, iban al laboratorio a «probar ideas locas y divertirse un poco antes de tomarse unas cervezas».
«Tengo sed de esta agua, dijo el pequeño príncipe, dame de beber…»
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
Aunque a los legos y los novatos les parezca increíble, investigar puede convertirse para algunos en algo tan apasionante como lo es para otros practicar el surf en pleno invierno, destilar litros de sudor en una discoteca ensordecedora los viernes por la noche, coleccionar sellos en la soledad de una polvorienta biblioteca o jugarse la vida escalando riscos. La mayoría de los verdaderos científicos no investigan para conseguir dinero, fama, títulos, servir a la humanidad, adquirir conocimiento, cumplir un programa académico o aparecer en los libros de historia; se dedican a su tarea porque se lo pasan bien, porque se divierten, porque lo han convertido en un juego, como lo era para Ernst Lubitch, Howard Hawks, John Ford o David Lean hacer películas, bailar para Billy Elliot, o lo es para la mayoría de niños levantar efímeros castillos de arena en la playa durante las vacaciones de verano. Éste es el secreto más importante de la investigación o de cualquier actividad que emprendamos: siempre que sea posible, no debe llevarse a cabo por obligación, dinero o necesidad, sino por gusto; es urgente encontrar en la vida una actividad profesional u objetivo de investigación con el que se disfrute; es preciso en un agente de salud, si es académico, pasarlo bien investigando; si es clínico, disfrutar cuidando enfermos. Es necesario convertir algunos valores intercambiables, como la actividad profesional o aficionada, en valores intrínsecos.
Desde que Linda Schielbinger –catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Stanford, primera mujer en ganar el destacado premio de investigación Alexander von Humboldt– llegó a la universidad tuvo claro que la carrera académica era lo suyo: «Decidí quedarme en la enseñanza porque se aprende cada día. Me encanta el conocimiento».116
«Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo, rico en experiencias y conocimiento, para que llegues a puertos nunca vistos antes…»
KONSTANTINO KAVAFIS
La italiana Caterina Biscari, que trabaja desde 1983 en el Laboratorio Nacional de Frascati, uno de los principales centros de física nuclear de Italia, afirma que las mujeres «tenemos derecho a divertirnos trabajando, a tener una ocupación interesante, bonita, y a no tener remordimientos por si trabajamos mucho y no vemos a la familia… Recuerdo noches enteras trabajando en el laboratorio, salir a las siete de la mañana, comprar cruasanes para desayunar con mi niña y mi marido. Dejar a la niña en el colegio y volver a trabajar».38
Steve Jobs, el carismático creador de Apple, fallecido a los cincuenta y seis años de cáncer de páncreas, en el recordado discurso que pronunció el 12 de junio de 2005 en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford,72 dijo: «Estoy convencido de que lo único que me ha permitido seguir adelante es que amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que os hace felices. Y esto es tan verdad en el trabajo como en la vida afectiva. El trabajo va a llenar gran parte de vuestra vida y la única manera de sentiros realmente satisfechos es creer que hacéis un gran trabajo. Y la única manera de hacer un gran trabajo es amando lo que hacéis. Si no lo habéis encontrado todavía seguid buscando. No os detengáis».
«El auténtico viaje de descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener una mirada nueva.»
MARCEL PROUST
En su escueto prólogo a la primera edición americana, Arthur J. Bachrach,7 en su libro de introducción a la investigación, formula dos «leyes» que, personalmente, me han sido sumamente útiles como investigador y guía de investigadores más jóvenes. Las dos «leyes» de Bachrach, claras, prácticas y que, misteriosa y lamentablemente, han desaparecido de la tercera edición americana, se formulan...

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