Judas Iscariote, el Calumniado
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Judas Iscariote, el Calumniado

Juan Bosch

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Judas Iscariote, el Calumniado

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El escritor y político Juan Bosch dedicó sus mejores dotes literarias a la reivindicación de la figura histórica de Judas Iscariote. El rigor y la amenidad de su escritura, elogiada por escritores como Gabriel García Márquez y Pablo Neruda, han convertido este libro en un clásico de la literatura historiográfica."La figura moral de Judas es un misterio sordo, sin ecos, tan profundo como el silencio de los siglos y tan amargo como su triste sombra de condenado para la eternidad."Juan Bosch"Si pusiéramos en el fiel de la balanza de la Justicia todos los argumentos que magistralmente resalta Juan Bosch en este libro, la sentencia que decidiría la suerte de Judas Iscariote no sería necesariamente condenatoria para él. Probablemente, la carencia de pruebas sólidas, llevaría a su absolución."Baltasar Garzón

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Information

Year
2015
ISBN
9788491140689

V

He aquí que va a comenzar la última cena en que se hallarán reunidos Jesús y sus doce discípulos16. Están en una «sala alta, grande, alfombrada», según Marcos. El dueño de la casa, menos afortunado que José de Arimatea, que Nicodemo, que Simón de Cirene y aun que Malco, se ha quedado sin nombre en los evangelios17.
[Mc., 14; 15]
Ahora, en esta cena, Judas, el traidor de la cristiandad, va a nacer para la Historia. Hasta este momento ha s ido el discípulo que «traía la bolsa», el único extranjero entre los galileos. En los anales de la congregación a que pertenece no se refiere qué hacía antes de unirse a Jesús y a su grupo, cuándo lo hizo, cómo ni por qué. Sólo es posible decir de él, si bien no podríamos afirmarlo de manera rotunda, que protestó, junto con sus compañeros o con alguno de ellos, por el derroche habido en el ungimiento de Betania, cinco días atrás. Al iniciarse la cena es una figura tan sin importancia desde el punto de vista histórico como la mayoría de los discípulos. Y he aquí que de pronto, en pocas horas va a convertirse en la contraparte de Jesús, en el arquetipo del traidor. Va a iniciarse ahora el acto postrero del drama en que se resuelven las pugnas entre una ley rígida y una doctrina de amor; y en tal momento Judas surgirá de la oscuridad en que vivió siempre para morar en un nicho de amargura tanto tiempo como Jesús en el suyo de la luz18.
Aunque, refiriéndose a las protestas de cinco días antes, Juan ha llamado a Judas ladrón, he aquí que el Iscariote llega a la cena final siendo todavía el tesorero del grupo. El propio Juan dará fe de ello cuando refiere que al decirle Jesús: «Lo que has de hacer, hazlo pronto. Ninguno de los que estaban a la mesa conoció a qué propósito decía aquello. Algunos pensaron que, como Judas tenía la bolsa, le decía Jesús: compra lo que necesitemos para la fiesta, o que diese algo a los pobres. Él, tomando el bocado, se salió luego; era de no che». La fiesta era de la Pascua, dos días después, y si los discípulos entendieron que Jesús mandaba a Judas a comprar lo que hacía falta para la congregación, o que diese algo a los pobres, no hay duda de que hasta ese momento era Judas quien compraba lo que la congregación necesitaba y quien daba las limosnas, en una palabra, era el tesorero, y por tanto merecía la confianza de Jesús y de todos, aun en el momento de abandonar la sala de la cena, aquel jueves de tan alta categoría histórica.
[Jn., 13; 27 al 30]
Si hemos de atenernos a los hechos, y no a los dogmas, debemos convenir en que al levantarse Judas de la mesa y salir, no ha sido identificado todavía como aquel de los discípulos que había de entregar a su maestro. ¿Cómo se explica entonces que Mateo afirme que allí, en la cena, Jesús dijo a Judas que él era el llamado a traicionarle? Mateo cuenta: «llegada de la tarde, se puso a la mesa con los doce discípulos, y mientras comía dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Muy entristecidos comenzaron a decirle cada uno: ¿Soy, acaso, yo, Señor? él respondió: El que conmigo mete la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre sigue su camino, como de Él está escrito; pero ¡desdichado de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!; mejor le fuera no haber nacido. Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y dijo: ¿soy, acaso yo, Rabbí?, y Él respondió: «Tú lo has dicho».
[Mt., 26; 20 al 25]
De haber ocurrido las cosas como las cuenta Mateo es inaudito que Judas siguiera en la cena, y es inconcebible que después los discípulos entendieran que la frase de Jesús («Lo que has de hacer, hazlo pronto») dirigida a Judas –la única que aparece como dicha por el Maestro a Judas antes de la aprehensión–, es inconcebible, decíamos, que sea interpretada como queriendo decir que comprara algo para la fiesta del sábado o que diera dinero a los pobres. Ante ese «Tú lo has dicho» tan directo no cabe ignorancia; y es probable que de haberlo dicho Jesús, la congregación se habría levantado colé rica contra Judas y allí mismo hubiera él dejado de ser su compañero, y, sobre todo, el tesorero del grupo. Si en el momento de la cena Judas está en tratos con Caifás para entregar a su maestro, ¿se concibe que al oír ese «Tú lo has dicho» se quede sentado a la mesa, se concibe que los demás lo permitan?Además, si según Mateo ya Jesús ha dicho quién es el traidor, cuando a las preguntas de «¿Soy, acaso, yo, Señor?» que le hacen todos los discípulos, ha contestado afirmando que es el «que conmigo mete la mano en el plato», ¿por qué no ven los discípulos quién es ese que «mete la mano en el plato», y por qué tiene Judas que preguntar otra vez, insistiendo en lo que ya han dicho todos, si él es el llamado a ser traidor?19.
Más lógico que el de Mateo es en este caso el evangelio de Marcos. Marcos refiere que «Llegada la tarde vino con los doce, y, recostados y comiendo, dijo Jesús: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará; uno que come conmigo. Comenzaron a entristecerse y a decirle uno en pos de otro: ¿Soy yo? Él les dijo:uno de los doce, el que moja conmigo en el plato, pues el Hijo del Hombre sigue su camino, según de Él está escrito; ¡pero ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado! mejor le fuera a ese hombre no haber nacido».
[Mc., 14; 17 al 21]
Esta versión es más natural, si bien tampoco se explica que al decir Jesús que: «uno de los doce, el que moja conmigo en el plato», no se señale a seguidas quién era ese que mojaba con el maestro en el plato. El evangelio de Marcos no lo menciona. No hay en él, mientras describe la cena, acusación alguna contra Judas, ni directa ni indirecta. No se ve a Judas preguntando, ansioso, si el traidor va a ser él, ni se oye a Jesús mencionarle, y mucho menos señalarle diciéndole: «Tú lo has dicho».
Mucho más lógica, y tan sobria y hermosamente descrita que resulta convincente, es la versión de la cena que ofrece Lucas. Este evangelista refiere así: «cuando llegó la hora se puso a la mesa, y los apóstoles con Él. Y díjoles:Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la comeré más hasta que sea cumplida en el reino de Dios. Tomando el cáliz dio las gracias y dijo:Tomadlo y distribuidlo entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé el fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios. Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo el cáliz después de haber cenado diciendo: este cáliz es la nueva alianza de mi sangre, que es derramada por vosotros20, mir ad, la mano del que me entrega está conmigo a la mesa. Porque el Hijo del hombre va su camino, según está decretado, pero ¡ay de aquel por quien será entregado! Ellos comenzaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos sería el que había de hacer esto».
[Lc., 22; 14 al 23]
Si hemos de atenernos a hechos y no a dogmas, repetimos, esta es la versión correcta; pues está dicho en ella que «la mano del que me entrega está conmigo a la mesa», no que el que «conmigo mete la mano en el plato, ése me entregará». Habiendo dicho Jesús que «la mano del que me entrega está conmigo a la mesa», se explica que «ellos comenzaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos sería el que había de hacer esto». Pues todos tenían «la mano a la mesa», y en esa forma Jesús lanzaba la advertencia sobre la congregación entera, no sobre uno solo de ellos.
¿Por qué ni Marcos, que ha oído a Simón Pedro relatar todos los incidentes de la vida de Jesús, ni Lucas, que ha consultado documentos y ha interrogado a testigos, afirman que Jesús acusó a Judas en la cena? ¿Por qué Mateo pone en boca de Jesús, contra la lógica de los acontecimientos, ese «Tú lo has dicho» que su maestro va a decir al día siguiente ante Caifás, y, en términos muy parecidos, ante Pilatos?
Pero hay más: ¿Por qué Juan, el que más menciona el nombre de Judas en su evangelio, y el que lo hace siempre con evidente saña, no oyó ese «Tú lo has dicho» que oyó Mateo? Juan es el único que hace acusaciones directas contra Judas, en una ocasión llamándole ladrón y en otra asegurando que Jesús señaló ante él al Iscariote como traidor; Juan, en cambio, no oyó el «Tú lo has dicho». Antes de entrar en la versión de la cena que se da en el evangelio de Juan debemos convenir en que Mateo no testimonió correctamente. De haber sido como él lo cuenta, otro hubiera sido el curso de los acontecimientos, pues probablemente Judas no habría podido salir de la cena indemne, por sí solo, como lo hizo, y además cumpliendo una orden de Jesús.
Juan comienza su testimonio refiriéndose a Judas. Dice: «y comenzada la cena, como el diablo hubiese ya puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle...».
[Jn., 13; 2 y 3]
Sin embargo no lo parece. Si en el corazón de Judas había tal propósito, ¿por qué no es él sólo quien pregunta si a él le tocará el triste papel de ser traidor; por qué lo preguntan todos, dato en el que están de acuerdo Mateo, Marcos y Lucas? Además, esa es una opinión de Juan, no un relato de hechos. Y aquí no estamos consultando opiniones, sino estudiando hechos. Juan persiste en mantener opiniones adversas a Judas.
Inmediatamente después de haber dicho que «el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle», inicia el relato del lavatorio de los pies. Él es el único evangelista que evoca esa lección de humildad y ternura. Recuerda, al paso, que Simón Pedro protestó diciendo: «Jamás me lavarás tú los pies. Le contestó Jesús: Si no te los lavaré, no tendrás parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: el que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos».
[Jn., 13; 8 al 10]
Inmediatamente después viene la otra opinión de Juan, tratando de explicar ese «pero no todos» de su maestro: «Porque sabía quién había de entregarle, y por eso dijo: No todos estáis limpios».
[Jn., 13; 11]
Hasta aquí el relato de Juan coincide, fundamentalmente en lo que se refiere a la acusación, con los de sus compañeros evangelistas; esto es, a lo largo de la cena, bien en la escena del lavatorio, bien en la de la repartición del vino y del pan, Jesús ha estado diciendo que allí, y entre los doce discípulos, hay uno que va a entregarle.
¿Qué podía entender Jesús por «entregarle»? ¿Que alguien lo identificara físicamente, ya mediante un beso, ya señalándole con el dedo, ya diciendo que ése era el predicador de Nazareth?
Probablemente, no. Jesús era demasiado conocido, a esas alturas, en Jerusalén, para que hiciera falta que una persona lo identificara. Había entrado en la ciudad en medio de una muchedumbre que lo aclamaba, que lo recibía con palmas y hosanas21; había predicado repetidas veces en el templo; había echado de allí a los vendedores; numerosos agentes y espiones del Sanhedrín le conocían y le habían provocado en diversas ocasiones; otros habían querido apedrearle, allí, en Jerusalén, por dos veces. Y toda esa gente, la que le perseguía, la que le interrogaba con fines siniestros, la que pretendía apedrearle; los que le hicieron la pregunta del tributo, los que le llevaron a la adúltera, los que quisieron saber de dónde le venía su potestad; toda esa gente le conocía bien. Y le conocía bien el pueblo, que le seguía, en medio del cual no podía faltar algún desalmado capaz de identificarle por un vaso de vino.
No, seguramente lo que Jesús temía, lo que calificaba en la cena como entrega a sus enemigos, era que alguno de sus discípulos se prestara a testimoniar contra su maestro; a contar que en las cercanías de Cesárea de Filipo admitió, con su silencio, que era el Cristo de Dios, por ejemplo, o que había resucitado muertos, como en el caso de la hija de Jairo. Él debía saber que los sacerdotes del Sanhedrín buscaban testigos que le acusaran, y que no podían juzgarle sin esos testigos, pues tal como su amigo el fariseo Nicodemo –«principal entre los judíos», esto es, miembro del Sanhedrín– había dicho: «¿Acaso nuestra Ley condena a un hombre antes de oírle y sin averiguar lo que hizo?».
Jesús debía saber que se andaba en pos de esos testigos –como veremos más tarde–, tal vez porque el propio Nicodemo o José de Arimatea, miembro del Consejo, se lo hubieran comunicado. ¿Y quién duda de que supiera algo más; que estuviera enterado, sin saber cuál de ellos, de que uno de sus discípulos visitaba la casa de Anás?
Anás era llamado pontífice sin ser, sin embargo, el sumo sacerdote. Este puesto lo ocupaba su yerno Caifás. Pero Anás había sido el sumo sacerdote durante años, y de hecho él escogía a los altos jefes del Sanhedrín. Tanta era su autoridad que ante él fue llevado Jesús la noche de su aprehensión, antes que a la casa de Caifás. Y había uno de los discípulos que visitaba a Anás y que tenía trato con el círculo familiar del anciano saduceo, al extremo que conocía los nombres de los siervos de Caifás.
¿Sabía Cristo de quién dudaba?
A pesar del testimonio siguiente de Juan, que vamos a ver dentro de poco, ni aun momentos antes de ser aprehendido conocía Jesús al traidor. Sospechaba que iba a ser uno de ellos, eso sí. Está dicho por los cuatro evangelistas, y dicho de forma tan parecida que no puede caber duda de que Mateo y Juan, que estuvieron presentes, lo oyeron; y que lo oyeron los testigos que informaron a Marcos y a Lucas.
En cuanto a que Jesús sabía también que los sacerdotes estaban buscando testimonios contra él para proceder a juzgarlo, lo dicen claramente tres de los evangelistas, los tres cuando describen la escena del juicio. Mateo refiere: «Los que prendieron a Jesús le llevaron a casa de Caifás, el pontífice, donde los escribas y los ancianos se habían reunido. Pedro le siguió de lejos hasta el palacio del pontífice, y entrando dentro, se sentó con los servidores para ver en qué paraba aquello. Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanhedrín buscaban falsos testimonios contra Jesús para condenarle a muerte, pero no los hallaban, aunque se habían presentado muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: Éste ha dicho:Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días edificarlo. Levantándose el pontífice dijo: ¿Nada respondes? ¿Que dices a lo que éstos testifican contra ti? Pero Jesús callaba. El pontífice le dijo: Te conjuro por Dios vivo: Di si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios. Díjole Jesús:Tú lo has dicho. Y os digo que un día veréis al Hijo del hombre, sentado a la diestra del poder y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el pontífice rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron: reo es de muerte».
[Mt., 26; 57 al 66]
El evangelio de Marcos sigue casi al pie de la letra al de Mateo, excepto en que dice que los dos testigos sobre la destrucción y la reedificación del templo no estaban de acuerdo entre sí22.
Lucas cuenta: «Cuando fue de día se reunió el consejo de los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y le condujeron ante su tribunal, di ciendo: Si eres el Mesías, dínoslo. Él les contesto: Si os lo dijere, no me creeréis; y si os preguntare, no responderéis; pero el Hijo del hombre estará sentado desde ahora a la diestra del poder de Dios. Todos dijeron: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Díjoles:Vosotros lo decís, yo soy. Dijeron ellos: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca».
[Lc., 22; 66 al 71]
¿Qué es lo que se desprende de lo que refieren Mateo, Marcos y Lucas? Que el Sanhedrín tenía la necesidad de testigos para juzgar a Jesús, y que estaba en busca de esos testigos.
Si Jesús no llega a admitir en presencia de sus jueces que es el Hijo de Dios, no habrían podido condenarle. Los propios jueces lo dicen: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?». En una ciudad de pulso eminentemente religioso como Jerusalén no era posible guardar secreto sobre las gestiones para buscar testigos, y mucho menos si en el seno del Sanhedrín había, como es el caso, amigos del perseguido. Los discípulos lo sabían, pues si no, ¿de dónde aparecería en dos evangelios la noticia concreta de que en pos de testimonios contra Jesús, el Sanhedrín dio al fin con testigos?Y si lo sabían los discípulos, necesariamente debía saberlo también Jesús. Así, pues, lo que evidentemente agobia a Jesús en la cena es la sospecha de que uno de los suyos pueda servir a sus enemigos para ejecutar sus propósitos.
Ese testigo no fue Judas. Más he aquí que ahora aparece Juan en escena para afirmar que Jesús le dijo a él, y sólo a él, que Judas sería el traidor. Hasta el momento en que Juan rinde esta acusación, nadie sabe, excepto él y Jesús –o Jesús y él, para ser correctos–, que Judas, el guardador de los dineros comunes, el único extranjero entre los discípulos, va a traicionar. Puesto que ésta es la sola vez que se dice antes de la aprehensión que Judas va a ser traidor, estamos en el deber de estudiar con esmero las palabras de Juan. Debemos estudiarlas en sí mismas, en relación con cuanto de la cena dice Juan y en relación con todos los circunstantes.
El testimonio de Juan es éste: «Dicho esto, se turbó Jesús en su espíritu, y demostrándolo, dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.
[Jn., 13, 21 al 30]
Se miraban los discípulos unos a otros, sin saber quién hablaba. Uno de ellos,...

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