Emociones
eBook - ePub

Emociones

Instrucciones de uso

Giorgio Nardone

Share book
  1. 128 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Emociones

Instrucciones de uso

Giorgio Nardone

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

Desde siempre, las dinámicas emocionales han sido centro de la atención de artistas, filósofos y hombres de fe. Los científicos, por su parte, han cultivado la ilusión de un saber puramente racional y objetivo, no contaminado por las pasiones y los sentimientos, sobre la base del mito que considera los procesos cognitivos como "superiores" al mundo de las emociones.Para evitar esta visión utilitarista y reduccionista que el biologismo tiene de las emociones, Giorgio Nardone nos propone en este libro abordarlas como una exploración de la complejidad de lo real y de la interacción psicológica entre nosotros y el mundo. De esta forma, cuando el miedo, el dolor, la ira o el placer adoptan maneras disfuncionales que impiden el desarrollo de la vida diaria, el autor plantea un enfoque terapéutico de tipo estratégico y orientado al cambio.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is Emociones an online PDF/ePUB?
Yes, you can access Emociones by Giorgio Nardone in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Psychology & History & Theory in Psychology. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Year
2020
ISBN
9788425445651

1. La narración de las emociones

Tres mitos acompañan lo que podríamos definir como la narración histórica y novelada de las emociones: el héroe llora, el científico estudia fríamente y el monje reza e invoca. Si repasamos la forma en que el hombre ha descrito este ámbito de la experiencia desde los albores de la civilización hasta nuestros días, nos encontramos constantemente con estas tres perspectivas: romántica y pasional, rigurosa y científica, religiosa y de fe. Desde la óptica romántica, las emociones son el motor y el sentido mismo de la existencia, para bien o para mal; para la ciencia tienen que ser diseccionadas, analizadas y mantenidas a raya con la razón y la objetividad; para la fe religiosa las emociones deben expresarse con morigeración y deben estar sometidas a la ley de Dios.
El héroe llora tanto de dolor como de emoción (Nucci, 2013). Homero fue el primero en construir un relato épico: Aquiles se desespera y derrama todas sus lágrimas por la muerte de Patroclo antes de desatar su implacable venganza; Odiseo llora cuando encuentra después de tantos años al fiel Argo, el perro que ha cuidado a su familia en su ausencia y que ahora puede dejarse morir dulcemente en el abrazo afectuoso del amo.
En el transcurso de los siglos, la literatura ha celebrado el carácter pasional del héroe, la potencia de las emociones que lo impulsan en sus gestas y lo alteran en su dinámica más íntima. Lo mismo sucede en las otras artes: pintura, escultura, música, teatro y danza se basan en la representación del drama, del éxtasis y del placer irrefrenable. Si contemplamos la variedad de sus expresiones, las emociones son tanto el objeto como el resultado del arte: el artista expresa sus emociones más fuertes a través de la performance, produciendo en el público un efecto análogo. Nadie puede permanecer indiferente ante la Piedad de Miguel Ángel, un nocturno de Frédéric Chopin o los poemas de Giuseppe Ungaretti.
Desde siempre el arte ha sido vehículo de la emoción y de su expresión: sin embargo, por no ser nunca neutro y estar siempre influenciado por la fe, las ideologías, la moda o las exigencias sociales, en cada época, ha privilegiado unas experiencias emocionales más que otras. A pesar de estas diferencias, las emociones más elementales y primitivas, y por lo tanto las más potentes, siguen constituyendo el principal objeto del arte: dolor y sufrimiento, gozo y placer, ira y crueldad, miedo y terror, por encima de las peculiaridades históricas. Al arte, desde siempre, se le ha permitido todo, incluso bajo tiranía: aunque sometido a las ideas dominantes se toleran sus expresiones más que a cualquier otra producción humana. La «licencia artística», por la que a menudo llegamos a considerar arte incluso lo que no lo es, permite que al artista se le perdone casi todo, precisamente porque expresa un mundo que no está sometido al rigor y al respeto a las reglas, es decir, al universo de las emociones más viscerales y su efecto sobre el obrar humano. Justamente por eso, el arte muy a menudo anticipa las intuiciones y los descubrimientos de la ciencia, como sostenía Sigmund Freud (Freud, 1967a): «La descripción de la vida interior del hombre [del poeta] es precisamente su campo específico, y él siempre ha sido el precursor de las ciencias y también de la psicología científica». Esto indica que la visión romántica-pasional de las emociones expresada en la producción artística del hombre no solo debe estar relegada al ámbito expresivo y artístico, sino que más bien ha de ser tenida en cuenta por los científicos como fuente de intuición y comprensión indispensable para no quedar atrapados en esquemas rígidos y estrictamente controlados. «A lo bello solo se le pide que exista», escribe Marcel Proust, pero podemos agregar: aprendemos a aprender de la belleza del arte incluso cuando expresa lo peor de nosotros.
El científico estudia fríamente lo que hay de más natural en el hombre, como las emociones, mientras trata de emocionarse lo menos posible, una operación ciertamente no fácil y hasta quizá imposible. Los neurocientíficos sostienen hoy que más del 80 % de la actividad mental se desarrolla por debajo de la conciencia (Koch, 2012; Nardone, 2017). Ya Leonardo da Vinci advertía que: «Todo nuestro conocimiento empieza con los sentimientos». Por lo tanto, ¿cómo puede el hombre de ciencia eximirse de sus emociones mientras investiga, practica experimentos y evalúa sus resultados? El «efecto halo» y el autoengaño del científico que busca pruebas para confirmar sus teorías, excluyendo las contrarias, es un fenómeno muy conocido (Nardone, 2017). Ningún ser humano puede desnaturalizarse hasta el punto de negar las emociones que determinan su percepción de la realidad; por lo tanto, la objetividad científica y la fría distancia del estudioso son una ilusión misericorde, pero que, no obstante, para los científicos representa el más sublime autoengaño que hay que defender con ardor frente a quienes las cuestionan. Pese a ello, aunque correcta, esta constatación no puede poner en duda la importancia de la narración científica de las emociones, que desde la Antigüedad ha contribuido notablemente a la comprensión de esa parte de la experiencia humana. Demócrito, uno de los más ilustres filósofos presocráticos, buscaba la explicación de las emociones más negativas en la «bilis negra», hasta tal punto que estudiaba los órganos encargados de esa función despiezando animales y analizando cadáveres humanos, influyendo profundamente en el inventor de la medicina occidental, Hipócrates (1991), que hizo suya esta teoría. Esta teoría biológica sería recuperada en siglos posteriores por numerosos eruditos, aunque tendía a explicar solamente las emociones negativas dejando de lado las positivas, relegadas a la acción de Eros y Afrodita. La búsqueda de una explicación biológica de las emociones nunca ha cesado de interesar a los científicos, que todavía indagan hoy, con métodos mucho más avanzados, las bases orgánicas de nuestras emociones. El objetivo es identificar el medio químico, quirúrgico o electromagnético con el que contener los impulsos emotivos fuera de control, a la luz de la idea platónica, y luego cartesiana y kantiana, según la cual la razón debe dominar las pasiones. La perspectiva rigurosamente científica se presenta no solo como antagonista de la artística, sino también como la peor enemiga de las emociones, consideradas el mayor peligro del conocimiento objetivo. Immanuel Kant mismo constituye un espléndido ejemplo de esa opinión renunciando a toda relación amorosa o sentimental en nombre de la imperturbabilidad de la razón: para el filósofo alemán, abandonarse a un amor habría significado contaminar de manera irreparable la limpidez y la funcionalidad de su razón.
Hoy, a siglos de distancia, el padre de las neurociencias cognitivas, Michael Gazzaniga, afirma que las emociones no son más que el efecto de dinámicas bioquímicas eléctricas, reduciendo así la experiencia humana a un fenómeno estrictamente físico-biológico. Por fortuna, otros estudiosos han asumido posiciones mucho menos radicales, y sobre todo las ciencias sociales y las psicológicas han puesto de relieve la importancia y la inevitabilidad de las dinámicas emotivas para el ser humano y de su actuar de cara a los demás, al mundo y a sí mismo. Sin embargo, la idea de que las emociones representan un demonio que hay que exorcizar y mantener a raya mediante las luces de la razón, la guía de la racionalidad y las pruebas objetivas sigue impregnando el mundo científico. La idea de que el científico pueda entregarse a la investigación con la más limpia objetividad posible, sin estar contaminado por las emociones, sobrevive a pesar de todas las pruebas inimpugnables de su imposibilidad, suministradas por cierto por la misma ciencia. La ilusión del todo irrazonable de una ciencia pura no contaminada por las pasiones y los sentimientos sigue siendo el sueño confesado del científico. Como interpretaría Freud (1967b), la negación de una pulsión la sublima en otras manifestaciones que replantean su influencia bajo ropajes engañosos.
El monje ora e invoca para que Dios le dé la fuerza de resistir a las tentaciones, sin dejarse llevar por las emociones que lo sacarían del camino recto. También en este caso, los impulsos emocionales son considerados como algo peligroso de lo que hay que defenderse y, por lo tanto, han de inhibirse por fidelidad a la propia fe. En el ámbito religioso encontramos una serie de prescripciones que representan el fundamento de la ética y del comportamiento del creyente: aunque no anulan la influencia de las emociones, pretenden convertirlas al servicio de las reglas de la fe. De modo que puedo estar furioso contra los infieles, como los caballeros de las cruzadas; puedo vivir el éxtasis del placer del contacto con Dios, como santa Teresa de Ávila; puedo vivir el dolor más profundo padeciendo pasión por mi Dios, como san Sebastián, que se deja traspasar por las flechas de los romanos hasta dos veces y luego es descuartizado a trozos y dispersado en la Cloaca Máxima; puedo sentir el temor de Dios, y aterrorizado por sus castigos seguir todos los dictados religiosos literalmente, como el bíblico fiel Job. La fe, a diferencia de la ciencia, no impone distanciarse de las pasiones, sino someterlas a los mandatos de la doctrina. Las emociones, orientadas de ese modo, se convierten en un motor de la fe, no en su límite. Esta estrategia de reestructuración de la influencia de las dinámicas emocionales no debe asombrarnos. Los maestros de las fes religiosas siempre han demostrado disponer de una capacidad de problem solving y de comunicación persuasiva muy superior a la de los científicos. Desde esta perspectiva, la posibilidad de sentir emociones, prerrogativa estrictamente humana, no debe ser negada ni reprimida, sino estimulada, aunque vivida con moderación, porque toda pasión excesiva deviene peligrosa, vehículo de tentaciones diabólicas. Para eso se promueve la virtud de la morigeración: el fiel debe concederse tener emociones, pero en espacios, tiempos y modos conformes a los dictámenes de la fe. Cultivar esta virtud hace «bueno» al creyente, de modo que ser creyente deviene ser virtuoso. Se trata de un espléndido ejemplo de retórica de la persuasión: adherirse a los dictámenes de la fe permite concederse arranques pasionales y reacciones emocionales. Es posible buscar activamente las emociones más arrolladoras, mientras sea en nombre de Dios.
Aunque el arte y la ciencia quieran emanciparse de la fe, no es casualidad que muchísimos artistas y científicos sean creyentes. Por lo demás, el arte se ocupa de la expresión de las emociones, la ciencia de su estudio y la fe religiosa de su gestión, siguiendo reglas muy precisas.

2. Conocer las emociones

Filosofía, epigénesis, neurociencias

Desde los primeros estudios sobre la bilis hasta las primeras formulaciones inductivas acerca del funcionamiento de las dinámicas emotivas, la ciencia ha dado pasos adelante importantes en el último siglo, y sobre todo en los últimos decenios, gracias a una formidable innovación tecnológica que ha permitido «ver» dentro de la «caja negra» del cerebro humano. Este proceso, que a primera vista podría sorprender, es en realidad usual en la evolución del conocimiento: primero se descubre cómo inducir y regular los fenómenos observados, luego se ponen a punto instrumentos para registrarlos y medirlos científicamente. Eso es lo que ha sucedido en la mayor parte de las ciencias: primero se experimentan y reproducen empíricamente los fenómenos objeto de estudio, llegando a conocerlos a través de las modalidades necesarias para gestionarlos; solo a continuación se elaboran las teorías formalizadas y los instrumentos rigurosos de investigación y medida. En otros términos, la pragmática de la inducción y la gestión de las emociones ha precedido al conocimiento científico. No debemos olvidar que la ciencia ha conquistado la primacía en el estudio de los fenómenos solo en el transcurso del siglo XIX, cuando, por vez primera, se instituye el constructo de la objetividad científica. En las últimas décadas del siglo xx, la llegada de las tecnologías modernas, desde la electroencefalografía hasta la resonancia magnética pasando por el PET —tomografía por emisión de positrones— y el neuroimaging, ha permitido «mapear» las áreas cerebrales y destacar las zonas específicas que se activan cuando hay repuestas emocionales. Estudios aún más avanzados comienzan a destacar las interacciones entre las diversas partes y las funciones de nuestro cerebro, por mucho que, más allá de las entusiastas declaraciones publicadas no solo en los medios destinados al amplio público sino también en las revistas científicas, este tipo de conocimiento todavía se encuentra en sus albores: el sondeo de las actividades cerebrales no dice nada preciso sobre la cualidad de sus efectos. Sin embargo, dentro de los límites de lo que es posible afirmar con certeza, hoy sabemos que las emociones residen en el paleoencéfalo, o sea, en la parte más antigua del cerebro, compuesto por el locus cœruleus, el hipocampo, la amígdala, la ínsula, la corteza orbitofrontal y la corteza cingulada anterior.
Se ha demostrado que la expresión de las emociones no está mediada por la corteza cerebral, o por el telencéfalo, la parte más «moderna» del cerebro, sino que se activa como reacción autónoma independiente de la voluntad consciente. En ocasiones se activa rápidamente, como en el caso del miedo, lo que nos permite reaccionar ante un estímulo amenazador en milésimas de segundo; otras veces es más lenta y persistente en el tiempo, como en el caso del dolor provocado por un proceso de luto. Como han demostrado numerosos investigadores (LeDoux, 2002), el paleoencéfalo influye profundamente en el telencéfalo, mientras que lo contrario no sucede. Esto significa que el pensamiento y la conciencia tienen muy poco poder sobre el desencadenante y la regulación de las emociones, que responden a las experiencias vividas de un modo concreto. Las emociones, a su vez, producen efectos importantes en el componente racional y consciente. En otras palabras, las experiencias emocionales determinan nuestras experiencias de manera decisiva, nuestras vivencias y nuestras representaciones conscientes, mientras que estas últimas determinan muy poco nuestras respuestas emocionales. Todo eso trastorna dramáticamente lo que se ha teorizado durante siglos acerca de la presunta prevalencia del pensamiento sobre el obrar humano, de la conciencia lúcida sobre la emotividad inconsciente, de los procesos cognitivos sobre los perceptivo-emocionales. La ilusión del control mental puro de las emociones se derrumba sobre sí misma porque la activación y la regulación de las emociones requieren experiencias reales. Por más elaborados y sofisticados que sean, los procesos cognitivos no son suficientes. Por otra parte, la experiencia puede no ser real, sino fruto de una sugestión potente que se percibe como auténtica. Como trataremos con detalle en el capítulo 3, la sugestión es un fenómeno perceptivo capaz de activar sensaciones en ausencia de un estímulo real, evocándolas mediante formas particulares de comunicación o de estímulos sensoriales que proceden directamente de la mente «antigua», eludiendo el control o la censura de la mente «moderna».
Eso introduce un segundo aspecto importante: las emociones constituyen la respuesta a estímulos percibidos y reconocidos, los cuales activan reacciones específicas, como el miedo ante un evento amenazador, la ira como respuesta a algo irritante, el sufrimiento como consecuencia de sensaciones dolorosas y el placer como efecto de situaciones agradables. El reconocimiento del estímulo que activa la emoción específica, sin embargo, no debe confundirse con un acto de conciencia: todo eso acontece en el nivel subcortical e inconsciente, y solo más tarde deviene, en el proceso de activación del organismo, en una sensación consciente. Por ejemplo, cuando una repentina reacción de miedo activa una alarma por un ruido que nuestra mente arcaica asocia con un animal peligroso; o cuando el dolor nos induce a sacar la mano de algo que quema; o cuando tenemos un arrebato agresivo hacia algo que irrita; o, por el contrario, cuando nos demoramos en una sensación agradable. Este mecanismo arcaico permite que nuestro sistema sensorial reaccione a una velocidad del orden de milésimas de segundo, que no está al alcance de ningún robot o computadora. Es lo que nos salva la vida cuando conseguimos evitar, sin siquiera pensarlo, un obstáculo peligroso, o cuando reencontramos el equilibrio mientras nos estamos cayendo. Por desgracia, también es lo que nos hace perder el control en un acceso de ira o nos hace incapaces de resistirnos al placer incluso cuando es dañino. Como veremos más adelante al hablar de la gestión de las emociones, a través de un ejercicio dirigido estos mecanismos pueden educarse, modelarse y condicionarse, para bien o para mal, como mecanismos de adaptación que podemos moldear mediante experiencias repetidas. Por lo tanto, aunque las emociones primarias sean universales y estén presentes en cada ser humano, su expresión cambia según sea el aprendizaje adquirido. Los mecanismos perceptivo-emocionales son universales, pero su activación-regulación cambia en cada sujeto a partir de experiencias reiteradas, tanto desde un punto de vista cuantitativo —es decir, en relación con la potencia de la reacción emotiva— como en el plano cualitativo, esto es, en relación con el tipo de sensación. Por ejemplo, un estímulo que se repite hace menos posible su percepción y reduce la activación de la respuesta emocional específica; una sensación fluctuante, por el contrario, mantiene activa la respuesta emocional y, si se repite, deviene placer y no motivo de aburrimiento. Esto significa que «se nace y se deviene» (Nardone, 2017), en el sentido de que la interacción constante entre predisposición natural y experiencia constituye las características emocionales de cada persona, o s...

Table of contents