Obras completas de Luis Chiozza Tomo VI
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Obras completas de Luis Chiozza Tomo VI

Metapsicología y metahistoria 4

Luis Chiozza

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Obras completas de Luis Chiozza Tomo VI

Metapsicología y metahistoria 4

Luis Chiozza

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El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro.Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés.En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen.Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Information

Year
2020
ISBN
9789875992436
En busca del cuerpo perdido
(1992)
Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis (1992c) “En busca del cuerpo perdido”.
Ediciones en castellano
Sergio Cecchetto, Discursos apasionados, Fundación Bolsa de Comercio, Mar del Plata, 1992, págs. 71-75.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.
El contenido de este artículo corresponde a la participación del autor en el panel que llevaba el mismo nombre, en las Jornadas de “Calidad de vida, política y salud” organizadas por la Fundación de la Bolsa de Comercio de Mar del Plata, en el año 1992.
Insensiblemente hemos caído en la idea de que estar enfermo es una especie de descompostura como la que les ocurre a los aparatos.
Concebimos a nuestro cuerpo como un mecanismo que, a veces, se descompone, y entonces, hay que recomponerlo cuanto antes. Con este bagaje, el enfermo concurre al médico porque se siente mal, pero internamente lleva una pregunta: ¿por qué me ha sucedido esto? Y el médico siempre contesta cómo le ha sucedido, pero nunca por qué. El enfermo, entonces, se olvida de su antigua pregunta, se olvida de que ha concurrido al doctor en busca de conocimientos y se encuentra con alguien que en lugar de aportarle conocimientos le da una receta. A veces le dice: “Ya se le va a pasar”, y al paciente se le pasa el síntoma por el cual consultó pero no el problema que estaba en la raíz del síntoma. Estamos acostumbrados a pensar en este “cómo” en términos de causa y efecto, tanto que aun si nos referimos a problemas psíquicos, nos manejamos como si lo psíquico fuera una causa. (Se podría pensar en lo psíquico como causa forzando un poco las cosas, porque lo psíquico es fundamentalmente significación, refiere a lo que las cosas significan.)
Nosotros queremos estudiar lo que ocurre con el enfermo y con la pregunta que se hace siempre, aunque a veces la olvide y haya aprendido de los médicos cómo debe consultarlos. A través de todos los canales de comunicación se le explica al paciente qué es lo que debe preguntar, y de esta manera el enfermo aprende a ser enfermo, aprende lo que la medicina le enseña en una determinada dirección y desaprende lo que intuitivamente sabe: que está enfermo por algo que tiene que ver con su vida.
Después de muchos años de investigar esto descubrimos –no solamente mi equipo de trabajo sino también muchos médicos que han tomado el mismo camino, sobre todo a partir de Freud– que, en realidad, lo que aparece como enfermedad es siempre un pedazo de biografía que para el enfermo mismo queda oculta. Como si la biografía estuviese conformada por capítulos que el enfermo puede unir entre sí a la manera de eslabones de una cadena, si uno lo interroga. Pero de pronto esos capítulos se interrumpen y aparece uno en forma de enfermedad que aparentemente no tiene nada que ver con el resto. Por ejemplo, un señor se iba a casar, o un señor se acababa de jubilar, o un señor se acababa de mudar al pueblito en donde antes pasaba sus fines de semana, y cuando todo parecía encaminarse en una determinada dirección le “aparece” una enfermedad desde “afuera”, por accidente. Esto nunca es así. Cuando se comprende realmente el lenguaje que habla la enfermedad, es decir, su significado –no estoy hablando de causas sino de significados–, siempre se comprueba que ese lenguaje recompone la secuencia de la biografía interrumpida. Dicho en otras palabras, la enfermedad es una historia que se oculta en el cuerpo, que el enfermo se oculta a sí mismo y que vive como una descompostura.
Cuando el enfermo recupera el sentido de su enfermedad, ya no está más enfermo. Se sentirá víctima de otro tipo de desgracia, sufrirá un dolor, a veces un sufrimiento inevitable, pero no se experimenta a sí mismo como enfermo sino como alguien que vive, a lo sumo, una tragedia. Y digo esto porque no siempre es tan trágico comprender el sentido de una enfermedad. Hay veces en que la enfermedad y los dolores son mal negocio, y otras en que son un negocio muy bueno, que vale la pena ser vivido. Calmar un dolor no es conveniente si el enfermo, junto con la extirpación del dolor, borra el sentido de su enfermedad y en consecuencia esa enfermedad se le presenta como un castigo o una interrupción, desde afuera, del curso de su vida.
Por otro lado, la medicina descubre que las distintas enfermedades tienen distintos guiones, distintas temáticas, distintos leitmotiv. Una hipertensión es una manera de vivir una temática particular cuyo significado equivalente en el lenguaje verbal corriente, grosso modo, es la indignación. Y un infarto de miocardio o una angina de pecho son también maneras particulares de vivir una temática que desde el lenguaje verbal podemos llamar ignominia. Y una enfermedad hepática es una manera de vivir un guión particular que desde nuestro lenguaje verbal podemos llamar envidia. Y una enfermedad renal es un modo de vivir una temática particular que grosso modo podemos llamar ambición. Y así sucesivamente. Esto es bastante extraño pero, en realidad, el camino que nos separa de este conocimiento es el enorme consenso que sigue insistiendo en que enfermamos porque se ha descompuesto el mecanismo. Lo cual, en cierta manera, también es cierto: pero es una parte de la verdad y no toda la verdad.
Quisiera relatar ahora la historia de un infarto. Recuerden que esta historia no es atípica e individual sino que en todos los infartos y en todas las anginas de pecho hay una historia como ésta, y que es un guión distinto del que se encuentra en un canceroso, distinto del que se encuentra en un enfermo renal y distinto del que se encuentra en un enfermo hepático.
El hombre de mediana edad, de aspecto desaliñado y fatigado, que detiene su automóvil en doble fila frente a un hotel “de mala muerte”, contrasta notablemente con el “clima” bulli­cioso y superficialmente divertido que ofrece Villa Carlos Paz durante el mes de enero. No encuentra alojamiento desde hace, ya, dos horas. Un número inusitado de turistas ocupa todos los lugares. Acepta, para dormir, la cuarta cama de una habitación compartida con otros tres viajantes. Debe subirse él mismo las valijas hasta el tercer piso y, para colmo, ni siquiera existe un ascensor. Allí sufre el ataque, “una tremenda puntada en el pecho”, y piensa: “hay que ocu­parse de estacionar el automóvil”. Es un infarto agudo de miocardio.
Había dejado a Beatriz por su mujer, había roto con ella suponiendo que era lo correcto. Quería (¿o debía?) con­sagrarse a su familia, pero de pronto se encontró nuevamente solo, agotado, desganado, sintiendo que todos sus esfuerzos habían perdido, progresivamente, su sentido. Ya no tenía para qué, ni para quién, seguir luchando.
Cuando, a los 22 años, se enamoró de Lina, vio en ella a la mujer buena y cariñosa que podría mitigar esa soledad de niño pupilo que llevaba dentro del alma. Pero los desencuen­tros en la convivencia y en la sexualidad, sobre todo en la sexualidad, comenzaron con el casamiento mismo.
Lina se ocupaba permanentemente de los hijos, mientras que él, Guillermo, se esforzaba por afianzar la economía. Había forjado su vida bajo el lema del “deber ser”, y dedicó su esfuerzo a construirla siguiendo “un camino recto de hon­estidad y nobleza”. De este modo le era posible “pasar por encima” de los celos, las desilusiones, las ofensas y el re­sentimiento que, lentamente, lo iban invadiendo.
Beatriz no fue un encuentro ocasional. El vínculo de cama­radería que mantenían posibilitó el comienzo de una relación afectiva que fue creciendo en importancia. Cuando el padre de ella murió, y Guillermo se acercó para confortarla, se convirtieron en amantes. “Beatriz es la clase de mujer que los hombres sueñan con tener.” Se comprenden, se aman, Guillermo descubre que la sexualidad con ella colma su vida con una nueva fuerza.
Pero es inútil: no puede, por más que lo desee, enfrentar los conflictos que el progreso de su amor le suscita. Han pasado tres años y todavía no se anima a desarmar su fa­milia. Beatriz nada le exige, pero Guillermo piensa que no es noble quitarle la oportunidad de organizar su propio hogar. Un día se decide y se despide de ella. Nunca más la verá. En ese entonces todavía no sabía... que nunca, jamás, lograría olvidarla.
Con el tiempo... ocurrieron otras cosas. Se fue sintiendo, cada vez más, un extraño en su familia. Su...

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