Esquematismo
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Esquematismo

La eficacia de la simplicidad. Teoría informacional del esquema

Joan Costa

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Esquematismo

La eficacia de la simplicidad. Teoría informacional del esquema

Joan Costa

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Costa, pionero de la Esquemática, examina en este nuevo libro los mecanismos del cerebro óptico humano y los procesos de la percepción. Atraviesa la evolución del esquematismo desde la prehistoria hasta la inteligencia artificial, y nos ofrece una asignatura pendiente: la teoría informacional del esquema. En Esquematismo, Costa descubre las leyes comunes de los esquemas preinformáticos y la infografía, una tendencia hacia la simplicidad inteligente en la toma de decisiones, la solución de problemas y la comunicación; poniendo además el acento en el impacto de la informática sobre el esquematismo."La esquemática de Costa es una revoluciónen la comunicación."Alex Barnet.Periodista La Vanguardia, España.

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Information

Year
2020
ISBN
9788418049231
1ª PARTE
imagen
EL PARADIGMA DEL VER
De la sensorialidad a la psicología de la percepción y al predominio cognitivo de la visión
Introducción
“Nacidos para ver, educados para mirar”
Goethe
El mundo de los esquemas, los gráficos, diagramas, redes, organigramas, sociogramas, infografías en movimiento e interactivas, etcétera, es una parte específica de las comunicaciones visuales en la transmisión de información. Por eso es más que razonable empezar por desvelar cómo funciona nuestra visión en la percepción de los mensajes y en la integración de los conocimientos que ellos transportan.
Todo empieza en el ojo. Con la lluvia de información que procede de la retina y llega al cerebro, donde se transforma la imagen retiniana en señales eléctricas que son decodificadas. Los esquemas anatómicos microscópicos ayudan a entender el funcionamiento de la corteza cerebral encargada de descifrar el flujo de información que le llega de la retina. Pero, ¿cómo se genera la formación de la visión?
Antes de nacer, el desarrollo de la retina tarda mucho tiempo en completar su maduración: esto a pesar de ser los ojos una de las primeras estructuras que pueden llegar a reconocerse en el embrión. Así, la retina no alcanza su total desarrollo hasta tres meses después del nacimiento.
Todo comienza cuando, a partir del primer esbozo de cerebro, nace una vesícula que se irá acercando a la superficie del embrión y cuyo pie dará lugar a dos partes bien definidas: el pedículo óptico y la vesícula óptica. Las células que componen la pared del polo vesicular se multiplican muy activamente y obligan a ésta a replegarse sobre sí misma. Posteriormente, se forma el cáliz ocular, constituido por una doble capa de células: la que queda dentro es ya un esbozo de lo que acabará siendo la retina sensible a la luz; la otra, exterior, dará lugar al llamado epitelio pigmentario, que es la base sobre la que descansará la hoja de la retina.
Simultáneamente, la superficie del embrión más cercana al punto al que se aproxima la vesícula óptica comienza pronto a enfocarse, va engulléndola el cáliz óptico y acaba formando el germen del futuro cristalizado. A partir de este momento, nuevas divisiones y diferenciaciones celulares irán dando origen, poco a poco, a los demás constituyentes del globo ocular.
El hombre, animal óptico
El universo de cada ser viviente está delimitado, y limitado, es decir, determinado por sus capacidades perceptivas. Lo que llamamos la “realidad” es nada más que la parte del mundo que ha sido accesible a nuestros sentidos y a la conciencia.
La historia natural del ser humano es la historia del sentido óptico. De ahí la afirmación de Cuatrecasas que hemos tomado prestada para encabezar este capítulo.
En el siglo XIX, el filósofo y naturalista Lorenz Oken había dado una clasificación de los animales en cinco clases, que determinan sus relaciones sensoriales con el mundo (1):
Dermatozoa, con predominio del tacto (correspondiendo a los invertebrados)
Glosozoa, con desarrollo lingual, o sea, gustativo (peces)
Rhinozoa, con predominio nasal-olfativo (reptiles)
Otozoa, con dependencia y exteriorización del órgano del oído (pájaros) y por último,
Ophtalmozoa, con predominio de la visión (mamíferos).
La concepción sensorial de Oken basada en apreciaciones intuitivas propias de un filósofo de la naturaleza, más tarde han sido confirmadas científicamente por la anatomía comparada, la embriología, la biofisiología y las neurociencias. En efecto, el predominio de la visión corresponde a los animales más superiores, así como en el extremo opuesto de este esquema sensorial, el tacto predomina en los invertebrados.
Los vertebrados han sido divididos en inferiores y superiores según su régimen visual. El ojo de las aves, a pesar de su gran perfección óptica, no alcanza a realizar la alta función a que la visión está destinada. Este destino se cumple al materializarse en la estructura cerebral en los simios, y sobre todo en los humanos, en los que el cerebro óptico tiene un predominio indiscutible.
En los primates, el ojo es altamente diferenciado y complejo, pero sin estar especializado para una función o una adaptación peculiar dentro de la función general de la visión. Los primates percibían las tres dimensiones y los tres colores fundamentales, pero nada ha impedido la posibilidad de ampliar su capacidad de percepción y sus cualidades sensoriales. Así ha podido seguir desarrollando posibilidades visuales nuevas. El ojo humano es un órgano en evolución que le ha abierto todas las puertas de la creación imaginativa y de la concepción del mundo.
Rochon-Duvigneaud concede una importancia decisiva a la división de los vertebrados en inferiores y superiores según su tipo visual: “A pesar de sus maravillosas cualidades, los ojos de las aves no cumplen la más alta utilización posible de la función visual. Ésta solo la alcanzan los simios y el hombre con su sistema ocular conjugado y su visión focal binocular para cualquier distancia. Así articulado en la profundidad del sistema nervioso central, este conjunto ocular funciona como un solo órgano, aún conservando algunas ventajas de su independencia originaria” (2). En realidad podemos distinguir tres categorías de vertebrados en relación con un sistema de conjugación ocular. El primero presenta la independencia de campos visuales (aves). El segundo adquiere una visión binocular fugaz o bien parcial (simios). Y el tercero, que incluye sólo a los humanos, goza de la visión binocular perfecta y estable, que permite una mayor precisión de la percepción visual.
Sabemos, pues, que los mamíferos no representan todos ellos un predominio ocular, sino que éste es propio de los primates. Pero desde un punto de vista general, reconocemos la significación preponderante de los estímulos visuales y de las vías ópticas en el progreso psíquico. Son también estos estímulos los que permiten probablemente el paso más rápido que va del automatismo psicológico al tipo de reacción consciente que se adelanta al estímulo por un instinto de previsión, es decir, el descubrimiento en el entorno próximo, de un excitante que todavía está latente, inactivo. La proyección visual es la sensación más adecuada para servir a tales exigencias de orientación. La acción humana es acción guiada por los ojos.
La filogenia ha abierto el camino del hombre a través de su cerebro óptico. A él debemos lo que somos. Nuestro característico cerebro posee, por medio del proceso de su construcción progresiva, la estructura de la función visual. De él somos deudores de lo específico de nuestra mentalidad, de la imaginación y del conocimiento.
El universo de los sentidos
Los sentidos poseídos por una especie cualquiera son los que delimitan su universo vital. “Toda evolución favorable en el campo de atención de un sentido, o toda adquisición de nuevos sentidos, agrandará su universo, especialmente en el caso del hombre, ya que gracias a su inteligencia es capaz de conseguir y desarrollar rápidamente lo que de otro modo la evolución y la selección natural no lograrían sino muy lentamente. Esta dilatación del universo sensitivo humano sigue un proceso explosivo, pues es un proceso en cadena. Toda ganancia da origen a nuevas ideas, bases de partida de una expansión ulterior más amplia” (Gerardin) (3).
Parece una cosa natural que el mundo que nos rodea habría de tener el mismo aspecto para todos los seres vivos que lo habitamos. Esto es absolutamente falso. En efecto, no es fácil para nosotros ponernos en el lugar de un animal para saber cuál es su universo sensible. Pero sin embargo, podemos obtener una buena aproximación observando atentamente su comportamiento al someterlo a un análisis fisiológico detallado, lo que hoy es la base de la biónica.
Para un insecto como la hormiga, el universo es muy limitado: son los surcos que enlazan su hormiguero con las fuentes de su alimentación. En estos surcos hay un movimiento incesante de hormigas que van y vienen. Se las ve de vez en cuando palpar el suelo y, en cierto modo, chuparlo. Ello se debe a que la hormiga no ve prácticamente nada, lo que no es en absoluto sorprendente, ¿para qué le servirían los ojos en su hábitat, en la oscuridad absoluta de las galerías de un hormiguero? Ha sido necesario que la naturaleza encuentre otra solución que sea independiente del día y de la noche. Esta solución consiste en el olor. Los surcos recorridos por las hormigas son para ellas una especie de bandas olorosas, y es por esta razón que las huelen y las palpan para seguirlas. Es muy difícil para nosotros imaginar lo que puede ser un universo de olores, pues nuestro olfato está muy poco desarrollado. En realidad nos servimos de él para muy poca cosa comparado con la utilidad que nos presta la visión.
Uno de nuestros animales familiares, el perro, se mueve también en un universo de olores. Del mismo modo que nosotros reconocemos a nuestros amigos por los rasgos de sus rostros, un perro reconoce a sus amos entre una auténtica mezcla de olores. Pero esta mezcla es tan matizada como pueden serlo los rasgos de una cara para nosotros. El perro que corretea olfateando con su nariz ve bastante mal, justo lo que necesita para caminar a ras del suelo. Además, no distingue los colores (entre los mamíferos, casi no son más que el hombre y los monos los que gozan de este privilegio). El universo visual del perro es incoloro, y por tanto, es secundario en relación con su universo de olores.
Todo cambia radicalmente si observamos a la rana. Su universo es, como el del hombre, un universo visual. Pero estos dos universos visuales no tienen nada en común. La rana no ve la belleza de las flores y el paisaje, pero en el instante en que una mosca entra en su campo visual, la percibe perfectamente. Cuando nosotros queremos ver claramente una cosa, tenemos que dirigir la mirada y mover la cabeza en la dirección en que aquella se encuentra, ya que nuestro campo visual, de alto grado de percepción es, por el contrario, muy restringido. No ocurre nada parecido en la rana. Ella ve mal, pero ve “uniformemente mal” en un amplio campo de visión. Y no ve más que lo que se mueve muy deprisa. Tal como explica Rudolf Arnheim, una rana rodeada de mosquitos muertos, moriría de hambre pues no los puede ver más que si se mueven muy deprisa (4). Si el objeto que se le aproxima es demasiado grande para que pueda ser una presa fácil, no hay para la rana otra solución que huir. Su visión de los colores es muy imprecisa, pero es suficiente para que sepa distinguir el color azul del agua del verde de la hierba. Como se encuentra casi siempre cerca del agua, tiene muchas posibilidades de que al saltar caiga en ella, donde encuentra su protección. Se dice a menudo que una rana que mira sin moverse a una culebra que se desliza hacia ella para devorarla, está hipnotizada por la serpiente. La realidad es mucho más simple, y es que, sencillamente, no ve la culebra que se le acerca.
Las abejas que revolotean por todas partes libando en las flores, viven también en un universo visual. Lo que necesitan se limita simplemente a saber localizar a gran distancia las flores donde encontrar el néctar y el polen. El universo visual de la abeja no tiene, pues, nada en común ni con el de las ranas ni con el de los hombres. Para este insecto, su universo sensorial son las flores, pero éstas no son vistas a través de un ojo compuesto, sensible a la polarización de la luz. Quien dice flores, dice colores. La abeja ve, en efecto, los colores, pero no como nosotros. Su ojo no aprecia el color rojo, pero por el contrario es muy sensible a la radiación ultravioleta, invisible para nosotros. El análisis de las preferencias naturales de las abejas ha demostrado que se dirigen más bien hacia las estructuras radiales o granulares. ¿No es esto lo característico de las estructuras florales? La abeja no ve ni las flores que están brotando ni las marchitas: unas y otras le son absolutamente inútiles. Pero en cambio, las flores totalmente abiertas se le aparecen de forma llamativa, las estructuras radiales son acusadas por los fenómenos de la luz polarizada y el núcleo flamea bajo la luz solar ultravioleta.
El pájaro que vuela en lo alto vive también en un universo fundamentalmente visual. Pero una vez más, este universo visual es suyo propio y muy diferente del nuestro. Hay que hacerse, por tanto, a la idea de que el mismo sentido, el visual, puede jugar de manera totalmente diferente para subdividir el mundo sensible que nos rodea según los distintos universos perceptivos de las especies vivas. Cuánto más alejados entre sí estén los modos de vida de estas especies, mayor es la diferencia que existe entre sus respectivos universos sensitivos. Muchos pájaros vuelan muy deprisa; por tanto, necesitan ver desde muy lejos, y si ven desde muy lejos tienen que tener una visión muy aguda. El ejemplo más conocido es el de las aves de presa que revolotean en el espacio mirando a su víctima en el suelo, sea un ratón o un conejo, y bruscamente se lanzan sobre su presa con gran precisión. Los pájaros ven muy bien los colores, lo cual les ayuda a apreciar el relieve. Se ha discutido mucho sobre esta cuestión de la sensación de relieve. ¿Se debe únicamente a la visión binocular? Sin embargo, es un hecho probado que el hombre aprecia mucho menos el relieve en una imagen en blanco y negro que en la misma imagen en colores (5). Los dos ojos de los pájaros, a diferencia de los nuestros, miran generalmente hacia regiones diferentes del espacio por la sencilla razón de que sus ojos están situados a ambos lados de la cabeza. El ejemplo más espectacular es el de la perdiz; cada ojo tiene un campo lateral de visión superior a la mitad del horizonte, ya que en realidad, tiene los ojos detrás de la cabeza. La percepción del relieve no puede, pues, ligarse a la visión binocular; quizá aquí el color juega el papel principal.
Además del universo visual de las formas, el movimiento y los colores, ¿existen otras posibilidades de subdivisión sensitiva del mundo exterior? Pues sí, ya que la variedad de los sentidos es casi infinita. Por ejemplo, los murciélagos que revolotean persiguiendo a los mosquitos y mariposas nocturnas, se mueven en un universo de gritos agudos, pero demasiado agudos para que nosotros los podamos oír. Pero es inútil proseguir más lejos. Está bien claro que cualquier pequeño rincón del campo de percepción puede ser objeto de múltiples subdivisiones sensitivas totalmente diferentes. La causa es que los sentidos facilitan a cada uno las informaciones específicas que precisa para vivir, y por consiguiente, hay tantos universos de sentidos como especies vivas sobre la tierra. Cuanto más evolucionada es una forma de vida, más variadas son sus necesidades vitales y más desarrollados tienen que estar sus sentidos.
En los primates aparece una característica morfológica de importancia evolutiva: los ojos frontales, con ejes casi paralelos y órbitas grandes. Ello coincide con la transformación de las áreas visuales corticales (occipitales), el desarrollo del neocórtex y el proceso de encefalización progresiva en la evolución humana. La visión frontal constituye un paso considerable para la construcción cerebral de la imagen óptica.
El ojo y el cerebro óptico es lo que da a la visión el sentido del mundo y lo que da al hombre el carácter visual de la producción mental. Este carácter es el que confiere al cerebro la proyección espacial geométrica en el entorno, porque, como mostraremos dentro de poco, la noción de “espacio”, por ejemplo, surge de la naturaleza óptica del cerebro. A partir de este momento, toda relación intelectual se proyecta en el espacio visual.
Ojo y cerebro óptico
“El mundo que vemos es invención del cerebro óptico”
Semir Zeki
El estudio del sistema de la visión constituye una empresa de altos vuelos. Entraña la indagación del proceso por el cual el cerebro adquiere conocimiento del mundo exterior. Tarea nada sencilla, pues los estímulos visuales que el cerebro dispone no ofrecen códigos de información estables. Así, pues, la tarea del cerebro consiste en extraer las características constantes e invariates de los objetos a partir de la riada de información bruta que sobre ellos recibe.
La interpretación constituye parte inextricable de la sensación óptica. Por tanto, para adquirir un conocimiento de qué es lo visible, el cerebro no puede limitarse al mero análisis de las imágenes que le son presentadas a la retina, Ha de construir activamente un mundo visual. A tal fin ha desarrollado un elaborado mecanismo neurológico, un mecanismo de eficiencia tan maravilloso que se ha necesitado un siglo de estudios antes de empezar a conjeturar siquiera sus numerosos componentes.
La corteza visual plantea un difícil reto: averiguar en qué forma cooperan sus componentes para ofrecernos una imagen unificada del mundo: imagen que no muestra señal alguna de la división de trabajo que tiene lugar en el seno de aquélla.
Al observar un campo visual, distintas áreas de la corteza lo analizan, buscando en él diferentes atributos, como forma, color y movimiento. Visión y comprensión se producen simultáneamente gracias al sincronismo de actividades en dichas áreas corticales. El mundo que vemos es invención del cerebro óptico.
Pensamiento visual
Biológicamente, el ojo surgió en un principio y el cerebro óptico se formó lentamente más tar...

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