Hambre de filosofía
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Hambre de filosofía

José Barrientos-Rastrojo

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Hambre de filosofía

José Barrientos-Rastrojo

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Existe una filosofía enrevesada y soberbia, construida a partir de grandes sistemas de pensamientos que aspiran a fundar la realidad. Luego se abre otra militante y aplicada, basada en el nosotros y en el nosotras, preocupada por sus efectos sobre los más despreciados. Ambas filosofías no se encuentran tan alejadas, aunque la recuperación de su maridaje, como sucede en la creación de un buen vino, requiera años de estudio y reiteradas dosis de compromiso con la realidad, reflexión y escucha. Este libro invita a indagar cómo la vía de Séneca ofrece resultados en los colectivos más vilipendiados, a huir del fácil seguidismo de la ideología del sistema y a convertir la angustia y las dificultades en recursos genuinos. La ironía, el sarcasmo y la filosofía crítica serán nuestros acompañantes. El texto desafía a ciertas filosofías a salir del postureo paternalista que exiben frente a las políticas tercermundistas. Este libro tiene hambre, hambre de filosofía.

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Information

Publisher
Next Door
Year
2021
ISBN
9788412255676
Edition
1

Postre y café: Cómo filosofar con y desde los seres invisibles

¿Consuelo y alivio de qué? Concretamente, podríamos responder con suma facilidad: de la enfermedad, de la muerte de un ser querido, de la pérdida de la fortuna, del destierro, de la ausencia…, pero cuando una filosofía se preocupa de todo eso que ya da por sabido ¿es de veras filosofía? ¿O no está ocupando el lugar de algo que no es filosófico? ¿A quién suple?; ¿qué hueco llena?; ¿qué ausencia cubre? Y sobre todo, ¿qué enfermedad escondida en el fondo de tantas enfermedades trata de hacer llevadera? Porque la filosofía no podría distraerse de su empeño esencial para hacer frente a estas desgracias particulares que toda vida lleva consigo. No, no se ha distraído, sino que realmente es ella su tarea, su razón de ser. Es la filosofía, la razón compadecida de la condición desvalida del hombre*.

Nota

* ZAMBRANO, M., El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1992, p. 19.
Capítulo 5

Desafíos para un trabajo filosófico con los excluidos

1. Introducción: ¿Cómo intentaron convencerme para comer tacos de ojos?

Su cara era un poema.
Al salir del metro de Viaducto, le había comentado a Vicky que habría que hacer algo por los niños de la calle. Al principio, le pareció una buena idea:
—El Resistol los adormece y hasta los más chiquitos pueden acabar robándote en Tepito —confirmó—. ¿Has ido a Tepito? Pues no se te ocurra ir… Bueno, Pedro y yo te podemos acompañar, pero aquello está muy feo.

Pedro asentía con la cabeza.
—Por eso, Vicky, tenemos la obligación de salvar a esos niños —insistí, para después cambiar de tema—. Me encantó vuestra idea de las noches bohemias en Puebla; sin embargo, me gustaría dar un salto con otros colectivos.
Vicky y Pedro, dos buenos amigos que, además de sus actividades profesionales, se ocupaban de una vocación filosófica transmitiendo por la radio programas de filosofía, eran un modelo para mí gracias a su compromiso. Años atrás, habían fomentado la filosofía inventando una actividad en la amplia azotea de la casa que, por aquel entonces, tenían en Puebla. Allí, reflexionaban con todo aquel que se les unía hasta altas horas de la noche fomentando el pensamiento bajo la luz de la luna.
—Sí, fueron noches preciosas. —Vicky subrayaba siempre aquel adjetivo como si se tratase de una gema. Pensé que parte de aquel espíritu había quedado en su programa de reflexiones kilométricas en
Radiosofando.
—Claro, claro —tercié, para proseguir en tono soñador—, pero imaginaos ayudar a los niños que venden en el metro… Algunos apenas tienen tres años y casi no saben hablar. Estoy seguro de que acabarán con su bote de Resistol en la calle y… De pronto, me detuve porque un poema de confusión inundó los semblantes de Vicky y Pedro.
—¿Cómo? No entiendo. —dijo Pedro.
—Sí, ya sabes: deben de existir estudios sobre la relación entre los niños que venden en el metro y el consumo infantil y juvenil de droga… —Interpreté su expresión como una negativa a la existencia de tales estudios—. Si no, bueno, pues, habría que escribirlos y publicarlos para visibilizar el problema.

Pedro empezó a entender mi lógica europea de inspiración gringa. Por ello, con su voz de locutor y maestro compasivo se lanzó a corregirme con la suavidad propia del mexicano:
—No, Pepe, eso no es así. Los niños que venden en la calle no acaban siempre en el mundo de la droga. Aunque así sea en Europa, aquí es distinto.
—Yo misma vendí con mi mamá en su puestito hace años —agregó Vicky—. Es normal ayudar a tus papás. Sin embargo, no dejé de estudiar; de hecho, conseguí una plaza para estudiar Filosofía en la UNAM.
—Sí, Pepe, creo que estás enfocando mal el asunto —agregó Pedro—. Yo también solía ayudar a mis papás y sabes que finalicé mi carrera de Ingeniería y, luego, la de Filosofía.
—¿Cómo?… Pero…

Fue, entonces, cuando entendí que la ideología eurocéntrica hacía estragos no solo tiñendo de tono claro mi piel, sino, aún más grave, mis ideas y deseos.
Vicky atajó el debate con una propuesta:
—Entonces, ¿te animas hoy a comer tacos de ojos?

2. Una ratonera sin queso

Existe algo inquietante en el descubrimiento de que un occidental estándar vomitaría si, tras una opípara cena, le revelasen que entre sus manjares había ingerido tacos de ojos de cerdo, que las bolitas con sabor a limón eran saltamontes (chapulines) o que el pan estaba hecho con pedacitos de hormigas culonas. Un fenómeno simbólico construido socialmente puede provocar efectos físicos tan materiales e incontrolados como esas náuseas. Este constructo domina nuestros pensamientos, pero también nuestros sentimientos. Se adueña incontrolablemente de nuestro cuerpo cuando imaginamos cómo nuestros dientes han quebrado una pata de saltamontes, dejando restos entre nuestras muelas, o cómo recorría nuestra boca el gelatinoso resto del ojo y los sesos del cerdo del taco que saboreamos o el modo en que el líquido de otro insecto como una cucaracha se esparcía por nuestra lengua y molares. Vale, me detengo aquí…
El ser humano posee una condición hermenéutica inevitable: cada vez que abrimos los ojos, recibimos información desde cimas específicas que nos revelan unas verdades y ocultan otras. Los marcos (o creencias) socialistas de Escobar le descubren que las categorías campesinado y desarrollo se construyeron con el fin de generar cursos de acción acordes a los fines perseguidos por el primer mundo. Igual que la criminalización mediática se usa como mecanismo de control, la reducción del africano a «esa persona que salta la valla de Melilla» o de la africana a «esa madre que llora ante su hijo, que muere de hambre» constituye el esqueleto desde el que los países «desarrollados» crean sus políticas y mantienen a los «subdesarrollados» bajo la configuración de seres deficitarios. Se olvida u oculta su riqueza cultural, su resiliencia para afrontar la dificultad, su alegría vital y, con ello, se los convierte en pobres absolutos y, por ende, en sujetos que solo pueden recibir ayuda.
Esta dinámica no es nueva, pues Horkheimer ya apuntó al púlpito como mecanismo de creación de conciencias:
Las virtudes burguesas, observancia de la ley, a...

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