Afganistán
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Afganistán

La guerra enquistada

Jorge Melgarejo

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Afganistán

La guerra enquistada

Jorge Melgarejo

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Esta narración consta de espacios bien delimitados, comenzando por el relato pormenorizado de la historia de Afganistán para seguir con el de la guerra consecuencia de la invasión soviética, el de la lucha y posterior triunfo de los muyahidines, de los combates fratricidas entre las diferentes fracciones que dieron pie a que los interesados —Pakistán, Arabia Saudita, Emiratos y las petroleras norteamericanas— se comprometieran en la construcción de gasoductos para transportar las riquezas de Turkmenistán, aportando los medios para la creación del movimiento talibán que facilitaría dicha construcción.Se describen las penurias sufridas por la población afgana durante la dictadura de la milicia religiosa. Y se analiza la actuación de Al Qaeda y las andanzas de Bin Laden, en Afganistán y en Sudán, y las complicidades para su fuga de Tora Bora, señalando a los responsables de dicha fuga y la protección de Pakistán, haciendo especial mención a la intención de los estadounidenses de no involucrar al gobierno de Pakistán en la detección y ejecución de Bin Laden. La mayor parte de lo relatado ha sido vivido y testificado como periodista por el autor merced a sus veinticinco años de experiencia e incursión en el largo conflicto afgano.

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Information

Publisher
Laertes
Year
2021
ISBN
9788418292231
Edition
1
Jorge Melgarejo

AFGANISTÁN

La guerra enquistada

Prólogo

¿Cómo se puede combatir contra unos hombres que cuando se les apunta con un fusil sólo ven las puertas del paraíso? Así definía a los afganos el teniente general británico George Molesworth que luchó allí en las guerras anglo-afganas cuando abandonaba el territorio sin haber podido conquistar y mucho menos rendir a sus pobladores. En la mente de conquistadores e invasores quedará perpetuado eternamente el señalado adagio: «Los ejércitos llegan a Afganistán para fracasar».
Nacidos en un entorno de difícil supervivencia, los afganos nunca le dieron mucha importancia a la posición estratégica que ocupaba su territorio en el enclave de Asia Central, y sólo las sucesivas invasiones y los intentos de conquista les colocaron finalmente en el parámetro exacto de quienes son codiciados por su posición geoestratégica, entonces, las tradicionales luchas étnicas y tribales entraron en un receso y todo el esfuerzo común lo dirigieron hacia la expulsión de los enemigos del momento.
En el mapa geográfico del siglo xx, Afganistán se encontraba en medio de una zona convulsionada, de países vecinos enfrentados entre sí o con francas intenciones de expansión política, territorial, religiosa o con ansias imperialistas. Pakistán, desgajado de la India y con evidentes problemas internos y con el conflicto por Cachemira enquistado y sin resolver que ha dejado ríos de sangre y miles de muertos; la enigmática China; Irán, enfrascado en una lucha político-religiosa de la que nadie arriesga a predecir un final cierto; por último, la antigua y desaparecida URSS, que intentó escribir a sangre y fuego la historia reciente de Afganistán. Todo ello conformaba un territorio con explosivas fronteras de cuyos moradores y no sin razón se ha dicho refiriéndose a su marcado orgullo y excesiva altivez «llevan un rey en su interior».
En la década de los setenta, Kabul se convertía en el paraíso del hipismo internacional y si no lograba desbancar a Marrakech por lo menos se ponía a su altura. El país despertaba la curiosidad de Occidente de forma equivocada. Siguiendo la dinámica del momento, se llegó a conocer la zona, incluso hasta la actualidad, más por su abundancia de heroína, por la excelente calidad del hachís que producía y produce que por los importantes acontecimientos que se avecinaban y que continuarían con una crueldad desmedida. Sin embargo, para la gran mayoría de los potenciales visitantes, el encanto se sostenía sobre la emoción que proporciona la distancia y la incertidumbre que alimenta lo desconocido. Afganistán, «país de los afganos», se colocaba así en el punto de mira de curiosos, viajeros aventureros y de aquellos que intentaban encontrar allí el paraíso perdido.
«El afgano es tan digno y tan orgulloso que se considera un príncipe con tan sólo un puñado de tutes —moras silvestres— para alimentarse». Así definía a este pueblo un viajero español que prendado de su carácter y su hospitalidad recaló por tiempo indefinido en el país para abandonarlo después, a raíz de la invasión soviética.
El ancestral sentido de independencia de cada afgano no le permite conocer más leyes que aquellas surgidas de su propio sentido ético y necesidad de supervivencia; nada de lo que ocurra más allá de los muros de las viviendas-fortalezas que protegen la intimidad y seguridad de los miembros de la familia puede ser tan importante como ésta. El ansia de permanecer libres, el gran amor a la familia y el sentido tan particular del honor les ha llevado por generaciones enteras a combatir a fin de preservar esos valores; y todos los intentos de los invasores por permanecer en el territorio, al ver frustradas sus intenciones, en el momento de abandonar la región no han dejado de alabar los mismos, y aducen que todo ello, sumado a la religión, les da la particular fortaleza y firmeza para el combate. Más de uno ha recordado, no sin cierto temor, el viejo adagio: «Que Alá te proteja de las garras del león, del veneno de la serpiente y de las venganzas de un afgano».
El largo recorrido efectuado por la población, por las fuerzas políticas en general y los propios acontecimientos desde la época del reinado de Amanullah, poco después del final de la Primera Guerra Mundial, e incluso desde antes, despertó la codicia de las grandes potencias e intentaron el dominio del territorio. Y cuando se habla de «recorrido», no se alude precisamente a los grupos étnicos de características nómadas, sino a las transformaciones sociales y demográficas sufridas por el país como consecuencia directa de los acontecimientos que le han sacudido fundamentalmente en las últimas décadas. Por las equivocadas valoraciones realizadas en Occidente y como una demostración palpable de la falta de información acerca del país, se han llegado a difundir noticias tan inconsistentes como atribuir al carácter belicoso de los afganos todas las atrocidades imaginables. Nada más lejos de la realidad. Las fórmulas utilizadas por los afganos para autodefinirse dejan abiertas unas páginas para la polémica, pero nunca podrán emplearse como excusa para justificar el éxodo y las masacres. «Somos un pueblo pacífico; nos gusta vivir en paz, diferente es que de vez en cuando tengamos que resolver algunos asuntos internos a nuestra manera y según nuestras tradiciones, pero éste es un país donde se hablan treinta y seis lenguas diferentes y eso dificulta los entendimientos y muchas veces crea situaciones de confusión y de enfrenamientos. Así ha sido siempre y siempre hemos terminado conviviendo y ocupándonos cada uno de nuestros asuntos».
Desde la conquista del territorio por Ciro en 331 antes de Cristo, pasando por las fundaciones de colonias griegas llevadas a cabo por Alejandro Magno, las invasiones de los hunos heftalitas, la llegada de los árabes que coincide con la islamización parcial del territorio, el dominio de la dinastía de los grandes mogoles, la colonización inglesa y las posteriores tres guerras de liberación, la llegada de los ejércitos soviéticos en las Navidades de 1979, y la aparición fratricida de los talibanes sirvieron de alguna forma para que las costumbres y tradiciones de los afganos se desarrollaran siempre con el temor de ataques exteriores y de convulsas situaciones internas. De este modo, un pueblo, en sus orígenes pacífico, iría convirtiéndose lentamente, por imperativos de su propia historia, en una gigantesca maquinaria de defensa que se evidencia en las grandes fortalezas que ocultan en su interior las viviendas de las familias numerosas —convertidas en clanes— y en la habilidad para el manejo de las armas, siempre en consonancia con el acoso de invasores e intenciones de sometimiento. A pesar del halo de belicosidad tejido en torno a la población, los afganos permanecieron neutrales en las dos guerras mundiales.
En 1896, merced a un acuerdo tripartito entre afganos, ingleses y rusos, se definieron las fronteras del Afganistán actual. Con la llegada al trono de Habibullah, comienza una serie de reformas tendentes a modernizar el país. El asesinato de Habibullah permitiría el ascenso al trono de su hijo Amanullah, considerado por muchos como el verdadero precursor e impulsor de los intentos de modernización. En su reinado fueron expulsados definitivamente los ingleses como consecuencia de la tercera guerra entre los dos países, a finales de 1919. Los ingleses terminarían reconociendo la completa independencia de Afganistán. La osadía de Amanullah, en su afán por occidentalizar al país llegó a tal extremo que Soraya, su esposa, fue considerada como la primera mujer que apareció públicamente con el rostro descubierto, prescindiendo del tradicional chador. Todas las innovaciones, sumadas a rebeliones internas, acabaron en 1929 con el reinado de Amanullah, cuyos familiares directos, hijas y nietos, aseguraron que su derrocamiento obedeció más a la propia falta de formación del pueblo afgano de entonces que a cualquier intención política.
Sólo un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1946, las que ya se perfilaban como las dos superpotencias, URSS y EE.UU. no intervendrían económicamente en el territorio, al menos no de manera significativa. Así, desde 1946 a 1969, la ayuda de la URSS alcanzaría los 635 millones de dólares, de los cuales el 85% sería entregado en calidad de préstamo, mientras que la ayuda estadounidense en igual período superaba ligeramente los 400 millones, pero tan sólo el 20% era préstamo.
La presencia rusa se remonta a la época en que se disputaban el territorio con los ingleses y Alejandro II, en 1868, avasallaría Bujará y otras regiones donde intentaría ejercer su influencia. El Tratado de San Petersburgo de 1907 comprometía a los rusos a la no injerencia en los asuntos internos afganos, lo cual sería corroborado con los tratados de amistad y de no agresión de 1920 y 1921. A pesar de todo ello parte del territorio sería definitivamente anexionado, incluido Bujará, que pasaría a integrarse en el bloque de las repúblicas socialistas, produciéndose como consecuencia el primer éxodo masivo en la zona, desde el lado soviético hacia el lado afgano. Cientos de pobladores originarios de la región, con su particular característica oriental, se definen ellos mismos como dobles refugiados, primero cuando escaparon de la acción soviética dirigiéndose a Afganistán y luego, en 1979, fecha de la invasión soviética, desde ese país hacia los campos de refugiados en Pakistán.
A finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, comenzó una cierta liberalización y la reina de entonces, Humaira Begum, siguiendo los pasos de su antecesora, la esposa de Amanullah, apareció públicamente sin el velo y en 1964, merced a la adopción de una nueva constitución, la liberalización del régimen sería legalmente aceptada, aunque los sectores más radicales, tanto de las fuerzas políticas como religiosas, opondrían una férrea resistencia.
La crisis de 1961 entre Pakistán y Afganistán, en la que este último país intentaba reivindicar el Pastunistán, es decir toda la región de influencia y dominio de la etnia pastún en la zona fronteriza afgano-pakistaní, condujo al cierre de las fronteras, que duraría más de dos años y que serviría para que la URSS intentara ampliar su influencia en la zona; incluso el rey Zahir Sha llevó a cabo una visita oficial a Moscú, creando un gran malestar en la población. El Partido Democrático del Pueblo Afgano (partido comunista) con Taraki, el entonces recién elegido secretario general a la cabeza, se presentó a las elecciones al Parlamento y obtuvo cuatro escaños. La espiral de descontento continuó su vertiginosa carrera y alcanzó incluso al propio partido comunista, que sufrió una importante escisión entre la fracción Khalq, liderada por Taraki, y el Parcham de Babrak Karmal.
La agitación estudiantil obligó al cierre intermitente de las universidades y muchos de estos estudiantes conformaron la Organización de los Jóvenes Musulmanes, movimiento que sería el precursor de los que más adelante iniciarían la rebelión contra el régimen comunista.
En 1970, los religiosos y sus seguidores realizaron una serie de actos de protesta en contra de los marxistas y de aquellos que preconizaban la occidentalización, aduciendo que el país se dirigía hacia la pérdida de sus costumbres y de su propia identidad.
La situación económica, visiblemente deteriorada, contribuyó al descontento ...

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