Ensayos I
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Ensayos I

Lydia Davis, Eleonora González, Eleonora González

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Ensayos I

Lydia Davis, Eleonora González, Eleonora González

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Este libro surgió con bastante naturalidad: pensé que era hora de recopilar los textos de no ficción que había tenido la oportunidad de escribir a lo largo de las décadas y reunirlos en un solo volumen. Como no eran para nada escasos, tuve que decidir si hacer un solo tomo, grueso, o dos más razonables. Pedí opiniones y conté votos, sopesé los pros y los contras, y, al final, me decidí por hacer dos. Así reflejaría, en cierta medida, dos de las ocupaciones principales de mi vida: la escritura y la traducción. Este es el primer tomo.En este libro, Lydia Davis recuerda a los escritores que influyeron tempranamente en su escritura, declara cuáles son sus cinco cuentos favoritos y analiza la obra de aquellos que la interpelaron, por diferentes motivos, a lo largo de los años: Lucia Berlin, Gustave Flaubert, Rae Armantrout, Jane Bowles, entre otros. También se detiene en las artes visuales, y reflexiona sobre la obra de Joan Mitchell y de Alan Cote e indaga en las primeras fotografías de viajes.Finalmente, con absoluta generosidad, aborda la escritura desde su propia práctica: así comparte diferentes versiones de un mismo texto y elabora un ensayo imprescindible con treinta recomendaciones para una buena rutina de escritura."Aguda, hábil, irónica, sobria y constantemente sorprendente". Joyce Carol Oates"Una escritora atrevida, excitantemente inteligente y, a menudo, muy divertida". Ali Smith

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Information

Year
2021
ISBN
9789877122305

LA PRÁCTICA DE LA ESCRITURA (II)

LAS FUENTES, LA REVISIÓN, EL ORDEN Y LOS FINALES:
FORMAS E INFLUENCIAS III

Cuando recién comenzaba a escribir, como no conocía otra cosa, pensaba que iba a ser una cuentista tradicional, aunque no lo expresara en esos términos. A medida que mi escritura se fue desarrollando, comencé a alejarme de esa forma, y cada vez tomé más y más distancia, si bien con el paso de los años volví a ponerla en práctica de vez en cuando, porque no deja de ser muy sólida y confiable. Un ejemplo de mis regresos a la forma más tradicional es un cuento que se llama “El paseo” y tiene más o menos doce años.
“El paseo” está ambientado en Oxford, Inglaterra, durante y después de un congreso sobre traducción: un tema típico y muy aceptable para The New Yorker, por ejemplo. Los personajes principales son una traductora, inspirada en mí, y un crítico, que compuse a partir de un par de personas que conozco. Gran parte de la acción se basa en hechos reales ocurridos en una conferencia de traducción que de verdad se celebró en Oxford, pero también hay elementos ficcionales. (Uno de los puntos de inflexión en mi desarrollo como escritora fue darme cuenta, con mucha alegría, de que podía escribir historias de ficción que relataran hechos reales, apenas disfrazados).
La acción principal es simplemente el paseo que dan los dos personajes. El drama central, no muy dramático, es la impresión de la narradora de que el paseo que dan se parece a un pasaje en su traducción de Por el camino de Swann de Proust. En otro momento, más convencionalmente dramático, la narradora está por activar la alarma contra incendios del edificio donde se aloja. En realidad, yo, la protagonista de la situación real, sí terminé activando la alarma. Pero contar el episodio tal como había sucedido, con los estudiantes sentados en el césped tras la evacuación, algunos en bata de baño con el pelo mojado, y demás, y yo disculpándome profusamente, habría volcado la historia por completo en la dirección equivocada. Tal como quedó, en cambio, es una historia muy intelectual, incluso enrarecida.
Como ocurre casi siempre con los cuentos, “El paseo” no nació de una sola cosa, sino de varias. En primer lugar, como dije, está mi amor inquebrantable por el cuento tradicional y, de vez en cuando, si se presenta la oportunidad, me gusta llevarlo a la práctica, aunque por lo general con variaciones menos tradicionales. Creo que, en cierto modo, hasta imito la voz con la que se relatan las historias de este tipo y me escondo tras la máscara de un narrador clásico, como se ve en el siguiente pasaje del comienzo más bien tradicional:
Una traductora y un crítico se encontraron por casualidad en la gran ciudad universitaria de Oxford, invitados a participar en un congreso sobre traducción. El congreso duró el sábado entero, y esa noche cenaron los dos solos, aunque no exactamente por decisión propia. Los demás expositores o asistentes ya se habían marchado, incluso los organizadores. Solo ellos habían decidido pasar una segunda noche en las habitaciones que les proveía la facultad donde se había celebrado el congreso, en un edificio de mala muerte, con alfombras manchadas en los pasillos, olor a humedad en los dormitorios para invitados y camas de hierro que rechinaban.
(Al principio no figuraba el nombre de la ciudad, porque prefiero no darles nombre a los lugares, pero después, considerando que, entre otras cosas, la narradora está buscando la casa del famoso editor del Oxford English Dictionary, me empezó a parecer una evasión innecesaria).
En primer lugar, en ese entonces, siempre tenía ganas de escribir una historia tradicional, y por lo tanto buscaba, aunque sin saberlo, un tema apropiado. En segundo lugar, me conmovió la belleza física de Oxford tal como la había experimentado, en particular al anochecer: la belleza de los edificios, con su variada arquitectura bajo la luz crepuscular, y por eso quise describir el espacio. En tercer lugar, hacía varios años ya que estaba interesada en la creación del Oxford English Dictionary, que sucedió allí mismo. En un maravilloso libro titulado Caught in the Web of Words, Elisabeth Murray relata cómo trabajaba su abuelo, el editor James Murray. Me llamó la atención la historia del diccionario no solo porque me interesan en general la filología, los libros de referencia y las personas obsesionadas con la lengua, sino también por el aspecto humano, porque el hombre había involucrado a sus muchos hijos en el proyecto, que trabajaban en una casita en el patio del fondo. Y no solo a sus hijos, sino también a corresponsales del mundo entero, incluidos delincuentes que, desde la cárcel, le enviaban palabras y citas que contenían las palabras. Cuarto, estaba frustrada por los comentarios que había hecho un crítico sobre mi traducción de Por el camino de Swann, y me divertía, aunque sea un poco, manifestar algunas de mis reacciones bajo el velo de la ficción. En quinto lugar, me había gustado y entretenido el paseo de la vida real, que era paralelo o aludía al de Por el camino de Swann, y quería reproducirlo en el cuento. Esa coincidencia probablemente fuera el punto de partida del cuento, lo que lo originó.
Estaba por decir que desde el principio tuve el impulso de incluir un elemento que no se hubiera admitido en un cuento muy convencional y fue la cita de un extenso pasaje de la novela de Proust no solo en una sino en dos versiones traducidas, que al lector poco atento le parecerían casi idénticas. Pero, en realidad, no estuvo en mis planes desde el principio: no, sucedió mientras escribía.
Antes de dedicarme a hablar de un cuento muy distinto y su origen, me gustaría hacer un paréntesis para traer a colación dos citas sobre las emociones que surgen con la inspiración, ya que de lo que vengo hablando y de lo que seguiré hablando es precisamente de la inspiración: aquello que hace que un texto se materialice.
La primera cita trata en realidad sobre el impulso de traducir, que para mí está muy relacionado con el impulso de escribir un texto original. Poco a poco, a lo largo de los años, he llegado a comprender el paralelismo: que, así como quiero atrapar algo que me es externo en un texto original, cuando quiero traducir algo también busco atraparlo, en ese caso para reproducirlo en inglés.
Clare Cavanagh, traductora de Czesław Miłosz y Wisława Szymborska, tiene un ensayo sobre traducción que se llama “The Art of Losing: Polish Poetry and Translation” y cierra con el siguiente pasaje:
Claro que traducir poesía es imposible: igual que las mejores cosas del mundo. Pero el impulso que lleva a intentarlo no está tan alejado, en mi opinión, de la fuerza que empuja al poeta lírico una y otra vez a dominar el mundo en unos pocos versos. Se te presenta algo maravilloso y surge el deseo de apropiárselo. Lo lees una y otra vez, intentas memorizarlo o copiarlo línea por línea. Pero nada funciona: todavía sigue allí. Entonces, si aún no existe en inglés, lo traduces; los recreas en tu propia lengua, con tus propias palabras, con la vana esperanza de tenerlo de una vez por todas, de hacerlo propio por fin. Y a veces incluso sientes, al menos durante un tiempo, durante un día o dos o incluso un par de semanas, que sí te lo apropiaste, que funcionó, que el poema es tuyo. Pero luego vuelves al poema en algún momento, y te das la cabeza contra la pared y no puedes más que reír: todavía sigue allí.
Contrástenlo con un fragmento de Por el camino de Swann donde Proust describe lo que significa para el joven Marcel querer plasmar por escrito algo que lo conmueve:
Entonces, un tejado, un reflejo de sol sobre una piedra o el olor de un camino –sin la menor relación con todas aquellas preocupaciones literarias ni con nada– me hacían detenerme de repente con el placer particular que me brindaban y también porque parecían ocultar, tras lo que yo veía, algo que invitaban a [tomar] y, pese a mis esfuerzos, no conseguía descubrir. Como sentía que se encontraba entre ellos, me quedaba allí, inmóvil, mirando, respirando, intentando traspasar con mi pensamiento la imagen o el olor, y, si había de correr para alcanzar a mi abuelo, proseguir mi camino, intentaba hacerlo con los ojos cerrados; me aplicaba a recordar exactamente la línea del tejado, el matiz de piedra, que, sin que pudiera yo comprender por qué, me habían parecido plenos, a punto de entreabrirse, de entregarme aquello cuya simple envoltura eran.
Y, de hecho, al copiar este fragmento, descubrí una conexión que no había visto cuando decidí citarlo entre los ejemplos de Proust de un tejado y un rayo de sol sobre una piedra y la belleza física que yo percibí en Oxford, porque esas mismas cosas formaban parte de la belleza de la ciudad para mí: cómo el sol, mientras se ponía sobre el horizonte, brillaba con su luz cálida de color miel sobre los tejados de la ciudad y las piedras de los edificios y las calles adoquinadas.
Para pasar de la inspiración sublime de Proust a una que quizás sea más ridícula (pero, en mi opinión, aunque el tema sea menos sublime, el impulso es idéntico), abordaré los materiales que me cautivan y quiero devorar, no sé cómo. El cuento se originó a partir de un correo electrónico grupal que leí. “Nancy Hadad vendrá a la ciudad” trata sobre una mujer que regresa a una comunidad antes de mudarse para siempre.
NANCY HADAD VENDRÁ A LA CIUDAD
Nancy Hadad vendrá a la ciudad. Vendrá para vender sus cosas. Nancy Hadad se mudará muy lejos. Quiere vender su colchón de dos plazas y media.
¿Alguien quiere su colchón de dos plazas y media? ¿Alguien quiere su otomana? ¿Alguien quiere sus artículos de baño?
Llegó la hora de decirle adiós a Nancy Hadad.
Disfrutamos de su amistad. Disfrutamos de sus clases de tenis.
Antes de mostrarles el correo electrónico que inspiró ese cuento, se me ocurrió qu...

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