Sabiduría y poder
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Sabiduría y poder

Una exposición bíblica de los dones espirituales

Joselo Mercado

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  1. 250 pages
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Sabiduría y poder

Una exposición bíblica de los dones espirituales

Joselo Mercado

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En este libro, el autor muestra la importancia de la sabiduría bíblica y el poder espiritual que se encuentra en los dones espirituales. Desde una perspectiva pastoral y práctica, Sabiduría y poder llevará a sus lectores a comprender los dones espirituales tal como se describen en la Palabra de Dios y a aprender a experimentarlos plenamente, de una manera que honre a Dios y a la iglesia. In this work, the author shows the importance of biblical wisdom and spiritual power that is found in the spiritual gifts. From a pastoral and practical perspective, Sabiduría y poder will lead its readers to understand the spiritual gifts as they are described in the Word of God and learn how to experience them fully, in a way that honors God and the Church.

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Information

Publisher
B&H Español
Year
2021
ISBN
9781087722719
1
Continuista sin hogar
En Puerto Rico se denomina «perro sato» a aquel perro que ya no es de una raza definida. Son los que después de tres o cuatro generaciones de mezclas con diferentes razas ya no se puede distinguir de qué raza específica eran sus antepasados. Bueno, en mi caso, mientras pasan los años, más y más me considero como un «sato» teológico. Te explicaré la razón de mi falta de pedigrí teológico.
Puerto Rico es un país donde el mestizaje fue uno de los más grandes de América Latina. Yo soy una mezcla de tres grupos étnicos, y puedes observar en mi físico algunas características de cada uno de ellos. Además, tanto política como culturalmente, los boricuas no sabemos con exactitud lo que somos. Por ejemplo, no nos sentimos estadounidenses, sino más bien, nos consideramos latinos. A la vez, en ocasiones he experimentado rechazo de otros latinoamericanos porque me ven como un ciudadano de Estados Unidos. No es fácil identificar de manera sencilla a un boricua.
Pero es en mi teología donde soy verdaderamente un «sato». Soy una mezcla de diferentes acercamientos doctrinales, los cuales he estudiado con profundidad y en algunos de ellos he llegado a convicciones variadas. En determinadas líneas doctrinales, soy altamente reformado, en otras tengo influencias del movimiento carismático. Es probable que esto que acabo de decir sea interpretado de diversas formas en diversos lugares, por lo que te pido que sigas leyendo para que puedas entender lo que estoy tratando de decir y no me tildes de hereje.
En cuanto a soteriología, la doctrina de la salvación, soy altamente calvinista. Creo en las doctrinas de la gracia que definen mi salvación como una obra completa de Cristo. En cuanto a la doctrina de la Iglesia, creo en la pluralidad de ancianos dentro de un marco presbiteriano. Aunque tengo absoluta claridad en mi teología bíblica como seguidor de la teología del Pacto, no practico el bautismo de niños, sino el bautismo de creyentes. Por consiguiente, me adhiero a la Confesión de Londres de 1689. Hasta aquí, sé que la mayoría de mis amigos reformados estarán bastante de acuerdo conmigo.
En cuanto a mi pneumatología, la doctrina del Espíritu Santo y los dones, soy continuista. Aunque me considero un continuista moderado, mi exégesis de los textos bíblicos me lleva a creer que todos los dones identificados en el Nuevo Testamento siguen vigentes y accesibles para los creyentes. También creo que soy moderado porque entiendo que todos los dones de revelación tienen que estar sujetos a la Palabra de Dios y no debe haber ninguna revelación nueva que sea normativa a la par de la Palabra de Dios (comp. 1 Cor. 14; 1 Tes. 5). En muchas ocasiones he estudiado el argumento cesacionista con la intención de moverme a ese campo. He leído la obra inicial de este argumento por parte de B. B. Warfield en Counterfeit Miracles [Milagros falsificados]. Durante mi tiempo en el seminario tomé un curso sobre el Espíritu Santo enseñado por un profesor cesacionista. Pero nuevamente tengo que decirles que mi estudio exegético del tema no me permite llegar a esa conclusión.
Tengo que reconocer que mi vida sería más fácil si fuera cesacionista. La verdad es que en ambos lados del espectro no tendría problemas porque, por un lado, no creo que mis convicciones pneumatológicas asusten a ningún cesacionista. Por el otro, la forma en que practico el continuismo tampoco asustaría para nada a los cesacionistas. Es más, hay varios miembros de la congregación donde sirvo que son cesacionistas.
Lo que les acabo de exponer es lo que me hace un continuista sin hogar o un reformado sin morada. Soy una combinación extraña de convicciones teológicas. Llevo años aprendiendo de las verdades asociadas con el evangelio de la gracia y también tengo cierta cercanía al pentecostalismo teológico. Aunque no me asocio con las prácticas y doctrinas del movimiento pentecostal y neopentecostal (por ejemplo, su doctrina del bautismo del Espíritu Santo manifestado en la necesidad de hablar en lenguas), mi convicción con respecto a la doctrina del Espíritu Santo de alguna forma particular me une a ellos. También tengo que reconocer que, aunque he sido altamente influenciado por Calvino, Bavink, Vantil y Frame, igualmente he sido influenciado por Piper, Grudem, Mahaney y Purswell.
Lo más importante que he aprendido desde la posición teológica en la que me encuentro hoy es que lo que me une a Michelén, Washer, y MacArthur, no son mis argumentos reformados, sino la obra de Jesús, Su salvación por mis pecados y mi teología imperfecta. Estos hermanos cesacionistas tienen una pasión real por el Dios de la Biblia y un anhelo por conocerlo más y por darlo a conocer aun más en toda Su gloria y majestad. Por otro lado, lo que me une a Mahaney, Piper, Núñez o Carson no son los argumentos sobre la continuidad de los dones, sino aquel que es mayor que todos los dones: el Dador de esos dones. Es evidente que no todos los continuistas somos locos emocionalistas, ni todos los cesacionistas fríos y legalistas.
Durante esta reflexión debemos recordar la actitud de Pablo para con la iglesia de Corinto. Más allá de si piensas que los dones continúan o no, la realidad es que la iglesia de Corinto no estaba usando de forma adecuada los dones espirituales. Podemos decir lo mismo de muchas iglesias contemporáneas. Hay quienes creen firmemente que los dones continúan, pero observamos abusos en su empleo o un uso inadecuado en su aplicación. En muchos casos, lo que algunos llaman dones no tienen ni la forma ni el fondo de los dones tal como se los define en la Escritura. Pero lo que aprendemos de Pablo es que trató a los corintios como creyentes y de seguro que trataría de la misma manera a los hermanos que siguen trastocando los dones espirituales el día de hoy. Pablo los corrigió en amor porque no estaban unidos por tener todo tema teológico perfectamente entendido y resuelto, sino que estaban unidos por el evangelio que proclama la gloriosa salvación por gracia en Jesucristo. Debemos considerar también que Pablo no trató a la iglesia en Galacia con el mismo amor. Ellos tenían apariencia de perfección, pero fueron altamente reprendidos por Pablo porque estaban haciendo algo que era inmensamente importante y fundamental: estaban perdiendo el evangelio.
Con todo esto no estoy haciendo, de ninguna manera, un llamado al ecumenismo o a tener una actitud liviana con la defensa de la verdad. Sin embargo, debemos ser conscientes de que aun dentro del movimiento protestante tendremos diferencias. Hay diferencias que rayan en la herejía y por eso las defenderemos a morir. Pero también hay otras doctrinas que son de suma importancia para la iglesia local y sobre las que tenemos convicciones y prácticas muy fuertes, pero que no son doctrinas de primer nivel. Por eso debemos cuidarnos de cómo comunicamos las diferencias de estas doctrinas con verdaderos creyentes. Atacamos la teología de la prosperidad, la palabra de fe, la salvación por obras, pero no arremetemos en contra de hermanos en la fe con los que estamos en desacuerdo sobre temas de segunda importancia. ¡Que nuestra pasión por defender la doctrina nunca sea mayor que la pasión por el evangelio!
El ánimo y la intención personal que quisiera compartir con todos mis hermanos es que si bien hay verdaderas doctrinas que nos separan, consideren que antes de tirar a alguien en un saco y rechazarlo por esas diferencias, debemos seguir el ejemplo de Pablo, quien aplicó el verdadero evangelio en todas las áreas de su vida y ministerio. Antes de generalizar o dar veredictos apresurados, busquemos entender si hay verdaderos creyentes en medio de esa generalización.
Escribí al principio de este capítulo que era un continuista sin hogar. Sin embargo, el problema radica en que no debería definir mi hogar con otros creyentes solo por mi convicción pneumatológica. La realidad es que nunca he dejado de ser un creyente con hogar. La Iglesia es mi hogar, aquella por la que Cristo dio Su sangre (Hech. 20:28), y en la que todos nosotros los creyentes, por gracia de Dios y solo por la fe, hemos puesto nuestra confianza en Cristo, para Su gloria.
Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén (2 Cor. 3:20-21).
2
El Espíritu Santo
No sé si tienes algún amigo que sea muy chistoso. Uno de esos que siempre está haciendo comentarios graciosos en los momentos precisos y que tiene muchas ocurrencias inesperadas. El problema es que la gente solo tiende a conocer ese aspecto de su personalidad y terminan encajonándolo en ese estereotipo. Es posible que ese amigo chistoso sea un pensador profundo, alguien que planifica bien su vida y sea muy organizado, pero como es el chistoso del grupo, nadie piensa que él pueda ser así. Quizás sea un esposo y padre responsable, pero todos piensan que no es así porque, al ser chistoso, la gente considera que su personalidad no calza con la de una persona responsable. Muchas veces, permitimos que tan solo una de las características de una persona nos informe sobre toda su personalidad. Tomamos una sola área que es predominante y dejamos que eso moldee toda nuestra opinión de ella.
Guardando las proporciones, pienso que la Iglesia ha hecho algo similar con Dios. Dejamos que tan solo un atributo de Dios sea el que nos informe sobre todo lo que Él es. Para algunos, Dios es «amor» y por eso concluimos que Dios debe aceptar sin distinciones a todos los seres humanos en el cielo. Debido a que enfatizamos el amor de Dios, algunos terminan con una doctrina universalista de la salvación. Para otros, Dios es solo «fuego consumidor». Estas son personas que, al tener esa sola idea de Dios que han generalizado por completo, constantemente están enviando a todos al infierno y solo ven a un Dios justiciero que es incapaz de actuar de otra manera. Sin embargo, Dios no solo es amor o fuego consumidor, nuestro Señor es amor y es fuego consumidor; esto debe informar nuestra forma de ver a Dios. No podemos ver uno de sus atributos y olvidar los otros. No debemos olvidar las palabras del profeta Jeremías: «Mas el que se gloríe, gloríese en esto: de que me entiende y me conoce, pues yo soy el señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra» (Jer. 9:24). El Señor nos comunica a través del profeta que un entendimiento de Dios no puede ser estrecho, sino que debe ser amplio, buscando conocer al Señor en toda Su grandeza.
Cuando tocamos el tema de los dones espirituales debemos tener una perspectiva amplia de los atributos de Dios y en especial de los roles de la tercera persona de la Trinidad. Uno de los principales problemas cuando hablamos de los dones es que reducimos al Espíritu Santo a una fuerza o un poder que nos capacita para realizar diversas tareas. Por ejemplo, un estudio de Lifeway y Ligonier muestra que 59% de los norteamericanos creen que el Espíritu Santo es una fuerza y no una persona. Es muy probable que el cristianismo hispano en Estados Unidos y en América Latina no esté muy lejos de esa concepción.1
Una de las blasfemias más grandes que se puede cometer contra Dios es reducir a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, a algo inferior a Dios mismo en autoridad, personalidad, sabiduría y poder. Si algo debemos tener claro es que el Espíritu Santo es Dios mismo, merece nuestra adoración, está activo en nuestra salvación y santificación, y es Dios en todo el sentido de la palabra, tal como lo es el Padre y el Hijo. Por consiguiente, nunca deberíamos hablar sobre los dones o ningún tema relacionado con el Espíritu Santo sin recordar y reconocer que cuando estamos hablando de Él, estamos hablando de Dios mismo. Reducir al Espíritu Santo a un poder, una influencia o una fuerza es una blasfemia que debe ser confrontada. Debemos defender Su divinidad, así como debemos defender con firmeza la deidad de Cristo.
Hermanos continuistas bíblicos, debemos velar por que nuestras convicciones no interfieran con una definición bíblica y completa del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. También es de suma importancia que nuestros hermanos cesacionistas puedan percibir con claridad nuestro compromiso con las verdades de las Escrituras. Una de las formas principales en las que podemos reflejar este compromiso es logrando que nuestras prácticas sean consistentes con una definición ortodoxa de la doctrina de Dios. Lo que quiero decir es que siempre debemos comunicar los dones como aquello que el Espíritu Santo da a la Iglesia para su edificación, pero ellos no definen por completo a la persona ni la obra del Espíritu Santo. Los dones del Espíritu son una faceta de todo lo que el Espíritu es y hace por nosotros.
No negamos la importancia de los dones espirituales, pero no podemos considerarlos como la totalidad del trabajo del Espíritu Santo. Esto significa que estamos más comprometidos con una definición ortodoxa amplia de la persona del Espíritu Santo, que con una aproximación que solo abarque los dones que otorga el Espíritu Santo. Conocer de los dones sin conocer bien el Espíritu Santo es irresponsable y hasta peligroso. Esta aproximación la refleja muy claramente el apóstol Pablo cuando después de hacer una lista de los dones señaló: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de Él» (1 Cor. 12:11). No hay duda de que para Pablo era importante no dejar que se perdiera de vista al Espíritu soberano que imparte los dones.
Una de las formas principales con la que demostramos nuestro compromiso para con la ortodoxia es cuando no basamos nuestras conclusiones en meras experiencias, sino en la autoridad de la Palabra de Dios. Antes de continuar, quisiera dejar algo en claro. No estoy diciendo que no hay lugar en nuestra reflexión donde compartamos las experiencias espirituales que podamos haber tenido en nuestras vidas. Reconozco que dar testimonio de esas experiencias es de ánimo para otros, glorifica a Dios y nos llena de fe para confiar aun más en Dios. Pero cuando compartimos nuestras experiencias tenemos que dejar en claro que ellas no tienen la autoridad que solo tiene la Palabra de Dios, que no se puede arribar a conclusiones teológicas basados solo en nuestras experiencias y que solo validaremos las experiencias si es que se ajustan a la revelación bíblica, sujetándose a lo que Dios ya ha revelado.
Por ejemplo, puede haber algunas personas que, de forma subjetiva, afirmen que Dios estaba presente en un lugar por la presencia de ciertas manifestaciones que se consideraban como dones del Espíritu. Sin embargo, la presencia de ciertas manifestaciones no necesariamente si...

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