El sistema naval del Imperio español
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El sistema naval del Imperio español

Armadas, flotas y galeones en el siglo XVI

Esteban Mira Ceballos

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El sistema naval del Imperio español

Armadas, flotas y galeones en el siglo XVI

Esteban Mira Ceballos

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En esta obra se estudian las armadas y flotas creadas por los Austrias Mayores para administrar y proteger aquel vasto imperio del que se dijera que el Sol no nacía ni se ponía. Trece armadas permanentes con sedes en distintos puertos españoles, italianos y americanos, que se agrupaban o a las que se les añadían otras escuadrillas privadas o estatales cuando las circunstancias lo aconsejaban.En este libro se estudia el sistema naval del primer gran imperio de la Edad Moderna, el de los Habsburgo. Los territorios heredados por el emperador Carlos V fueron de tal extensión que únicamente la existencia de una marina permanente podía hacer viable su integración en una sola corona. Y en este sentido hay que decir que se diseñó un sistema naval razonablemente eficiente y sostenible, como lo prueba el hecho de que España dominase los mares durante buena parte de la Edad Moderna.La financiación fue también muy diversa entre otras cosas porque hubiese resultado imposible financiar la defensa de todas las costas del Imperio con fondos regios. Por ello, queremos insistir en el hecho de que ni era posible tener una o varias armadas reales ni tan siquiera recomendable. El mantenimiento de todas las armadas del Imperio hubiese supuesto un coste superior a los dos millones de ducados anuales, cifras verdaderamente astronómicas e inasumibles para la Corona.Se analiza la implantación del sistema de flotas para comerciar con las colonias, legislado a partir de 1564, como medio para defenderse de los corsarios. Zarparían dos anuales: una en abril y estaría integrada por los buques que se dirigían a Veracruz, Honduras y las islas antillanas, y la otra en agosto y estaría formada por los buques que se dirigían a Panamá, Cartagena, Santa Marta así como a otros puertos de la costa norte. Un sistema eficaz que mantuvo la relación entre la metrópoli y sus colonias, pues en más de dos siglos apenas cayeron un par de flotas en manos de los enemigos.

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Information

Year
2015
ISBN
9788415930679
Edition
1
CAPÍTULO V
LAS ARMADAS PENINSULARES
Como ya hemos dicho, no existía –ni podía existir– en España una sola armada que defendiese todas las costas peninsulares. Muy al contrario, había todo un entramado de escuadras, que colaboraban entre sí: la Armada de Vizcaya, la Guardacostas de Andalucía, la Armada Real de las Galeras de España –inicialmente conocida como Armada del Reino de Granada–, la Armada Levantina y la Catalana. Desde la incorporación de Portugal a la Corona de Castilla por Felipe II, se unió a la defensa de las costas peninsulares una armada más, la de Lisboa. El cometido de esta última no era otro que la vigilancia de las costas lusas desde el cabo de San Vicente hasta Finisterre, enlazando así con la Guardacostas de Andalucía al sur y con la de Vizcaya al norte.
1. LA ARMADA DE VIZCAYA
Los orígenes de la Armada de Vizcaya los situaba Pérez de Tudela entre abril y junio de 1493. Sin embargo, en un trabajo más reciente se demuestra que los preparativos para su organización dieron lugar prácticamente desde la partida de Cristóbal Colón a las Indias, en agosto de 1492. No obstante, debido a ciertos desacuerdos de las autoridades forales en relación a su financiación, la primera armada no se terminó de aprestar hasta junio de 1493.
Al parecer, el objetivo inicial de esta escuadra era disuadir a los portugueses, quienes, tras la partida de Cristóbal Colón en su primera expedición descubridora, sentían que había sido vulnerado el Tratado de Alcáçovas suscrito en 1479. De hecho, la reacción del rey luso era temida, en el mismo año de 1492, tanto por los Reyes Católicos como por el propio almirante Cristóbal Colón.
El equilibrio no se alcanzó hasta 1494, año en el que se suscribió el Tratado de Tordesillas. Sin embargo, esta nueva situación política no provocó la desaparición de la Armada de Vizcaya, que sencillamente vio modificados sus objetivos. En esos momentos surgió con gran fuerza un nuevo enemigo, Francia, por lo que la Armada sencillamente dejó de tener como fin la disuasión de los lusos para centrarse fundamentalmente en el control de las armadas piráticas galas. Desde muy pronto quedó bien claro que el objetivo de la armada era doble, a saber: el primero estrictamente militar, pues debía hacer frente a las continuas armadas corsarias que se despachaban desde las costas de Bretaña y Normandía. Y el segundo de observación, espiando las costas francesas con el fin de averiguar, con la suficiente antelación, las armadas que se preparaban en los puertos enemigos. Este control que se ejercía sobre las costas atlánticas de Francia era básico para anticipar con tiempo cualquier movimiento de barcos enemigos que se estuviesen aprestando en los pueblos galos. La armada del Cantábrico llevaba a cabo un reconocimiento sistemático de las costas, mientras que las autoridades vizcaínas debían además velar por el mantenimiento de una buena red de confidentes.
Esta formación fue conocida desde su fundación como Armada de Vizcaya, denominación utilizada reiteradamente a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, dado su carácter eventual, que alternaba períodos de intensa actividad con otros de inactividad y el hecho de que se aprestase y se desarmase casi anualmente, hizo que recibiese otras denominaciones.
Concretamente, a lo largo del quinientos encontramos referencias a la Armada de Galicia que muy probablemente aludía a la misma armada vizcaína. En sus primeros años de andadura estuvo al frente de la escuadra el capitán Ladrón de Guevara, teniendo como segundo de a bordo al navarro Gracián de Agramonte, que dispusieron nada menos que de treinta bajeles. Ya el nueve de diciembre de 1525 se expidió el título de capitán general de la Armada de Galicia que se aprestaba en La Coruña a Simón de Alcazaba. Y por poner otro ejemplo mucho más tardío, en 1580, nuevamente, se despachó el título de capitán general de la citada Armada de Galicia a Pedro de Valdés. Habida cuenta que las costas gallegas estaban entre los objetivos de la armada y que en algunas ocasiones se aprestaba en el mismo puerto de La Coruña, nada tiene de particular que en ocasiones adoptara este nombre.
También la encontramos en otras ocasiones como Armada de Guipúzcoa. Así en abril de 1537 se firmó un asiento con Juan de Acuña para que hiciera una armada en Guipúzcoa de novecientas cincuenta toneladas para servir por cuatro meses en la defensa de sus costas. Bastante tiempo después, concretamente el 23 de mayo de 1587, Miguel de Oquendo recibió el título de capitán general de esta armada.
Nosotros pensamos que tanto en las ocasiones en que se denomina Armada de Galicia como en las que aparece como Armada de Guipúzcoa se refieren a la misma Armada de Vizcaya. Pues sus objetivos, sus navíos y sus rutas eran prácticamente los mismos. Así, por ejemplo, tan solo un mes después de que se firmara el asiento con Juan de Acuña se despachó el título de capitán general de la Armada que se hacía en “Galicia, principado de Asturias, Vizcaya, Guipúzcoa y Cuatro Villas” al conde de Altamira. Pero incluso cuando aparecen separadas ambas escuadras, la de Vizcaya y la de Guipúzcoa, es obvio que debían trabajar de forma coordinada, formando de una u otra forma parte del mismo proyecto defensivo, cuyo fin último no era otro que la defensa del área geoestratégica del Noroeste y del Cantábrico.
Probablemente esta diversidad en la nomenclatura procede de la improvisación de estas armadas. Nada era estático ni estaba preestablecido, dependiendo de las circunstancias de cada momento, se aprestaban más o menos navíos, en un puerto u otro, y por un período de tiempo más o menos corto.
En relación a sus objetivos ya hemos dicho que era la protección del norte y noroeste peninsular. Obviamente, el control naval de esta área era fundamental no solo debido a la necesidad de defender los estratégicos puertos y astilleros del Cantábrico sino también para controlar el tránsito de las armadas corsarias rumbo a las costas de Andalucía Occidental. De hecho, en una carta, fechada en 1553, y dirigida por Felipe II a su padre, quedaban bien especificados estos objetivos al decir que dicha armada se aprestaba “para guarda de estos reinos de la parte de Poniente y estorbar que los armados franceses no pasen a las Indias”. Por ello, la labor de esta armada se consideró siempre como fundamental en el control del corsarismo en el oeste peninsular.
Se solía preparar en los puertos vizcaínos, fondeándose con frecuencia en la ría de Bilbao, pero su trabajo se concentraba más en la vigilancia del noroeste, en torno a las costas gallegas. No obstante, los franceses sabían de las actividades que se llevaban a cabo en las costas cantábricas por lo que en ocasiones llevaban a cabo acciones contra estos puertos. Precisamente, en 1550, se certificaron varios ataques en los puertos del Cantábrico llevados a cabo por corsarios franceses “aunque dicen que entre ellos hay gente de cuatro naciones”.
A mediados de siglo, cuando más arreciaba la ofensiva corsaria, se proporcionaron los medios adecuados a esta armada, incrementando su dotación. Y el número de navíos aumentó lo suficiente como para permitir a la escuadra actuar dividida en dos. Efectivamente, hacia mediados de siglo, se dispuso que la mitad de la escuadra, a cargo de Luis de Carvajal, debía proteger la ruta “de Finisterre a Inglaterra y a Flandes”, y la otra, a cargo de Álvaro de Bazán, tendría como cometido la vigilancia de la costa desde “Finisterre a Andalucía”.
Obviamente, los navíos utilizados fueron los típicamente atlánticos, es decir, carabelas, naos y también más ocasionalmente galeazas y galeones. Al igual que otras armadas, llevaban navíos menores como pataches o zabras. Sabemos, por ejemplo, que en noviembre de 1553, debido a la presencia de corsarios franceses en el oeste peninsular, se dotó a la escuadra con seis naos y cuatro zabras, a las órdenes de Luis de Carvajal. Estos buques eran construidos en Vizcaya pues, no en vano, allí estaban radicados los más importantes astilleros de la península Ibérica. Y, en este sentido, baste apuntar un dato, en 1582, el Rey mandó tomar un asiento para la fabricación de navíos −con un total de quince mil toneladas− en el señorío de Vizcaya y en la cántabra hermandad de las Cuatro Villas.
Su financiación se procuró a través del impuesto de la avería por lo que, como tantas otras, no se puede considerar esta armada como real. No olvidemos que la avería al ser un porcentaje sobre las mercancías que entraban o salían de los puertos la pagaban básicamente los comerciantes. Eran, pues, estos y no el rey los que financiaban esta escuadra.
2. LA ARMADA GUARDACOSTAS DE ANDALUCÍA
La otra de las armadas de la fachada atlántica peninsular era la Guardacostas de Andalucía. Dicha escuadra surgió como tal en 1521 debido a la concentración paulatina de corsarios en torno al cabo de San Vicente en busca de los buques que partían para las Indias o venían de ellas. No obstante, existían precedentes pues, por ejemplo, Juan de la Cosa estuvo en 1507 al frente de dos carabelas que tenían como objetivo la protección de las costas desde la bahía de Cádiz al cabo de San Vicente. Se especificó que se armaron por la presencia continua de corsarios esperando todos la venida de los dichos navíos de las Indias. Es obvio, pues, que los objetivos de esta armada eran similares a los que unos años después tuvo la Armada Guardacostas de Andalucía.
Recibió diversos nombres como Armada del Poniente, Armada de la Guarda de las Costas de Andalucía, Armada del Mar Océano, Armada Real del Océano, Armada Real de la Guarda de la Carrera o sencillamente Armada de la Avería. En la primera mitad del siglo XVI su nombre más usual fue el de Armada de la Guarda de las Costas de Andalucía que nosotros sintetizamos en la Armada Guardacostas de Andalucía.
Sin embargo, desde mediados de la centuria utilizó otras denominaciones como Armada Real del Océano o Armada Real de la Guarda de la Carrera de las Indias. Y en ambos casos está poco justificada su denominación porque básicamente su financiación no procedía de fondos reales sino de la avería y también porque su principal objetivo siguió siendo la custodia de las costas del oeste peninsular, concretamente el triángulo comprendido entre las islas Canarias, las Azores y el cabo de San Vicente. Sin embargo, sí es cierto que cada vez con más frecuencia se le encomendaron tareas de vigilancia en las rutas de la carrera, adentrándose de lleno en el océano. Fernández Duro afirmó que, en diciembre de 1594, se creo la Armada Real del Océano por el Consejo de Indias pero no era completamente cierto porque ya había aparecido con anterioridad tal denominación. En realidad, en esa fecha lo que se hizo fue reformar la organización de la Armada Guardacostas de Andalucía, nombrándose un equipo gestor nuevo y dotándola de más y mejores medios, debido al daño que estaban haciendo los corsarios en esos años. Y en este sentido debemos decir que existen evidencias claras de que esta Armada del Océano no era otra que la misma Armada Guardacostas de Andalucía que venía actuando con regularidad desde inicios de la década de los veinte. De hecho, el primer cometido que se le dio a la Armada Real del Océano tras su apresto fue ir al cabo de San Vicente a esperar a las flotas de Indias. En octubre de 1595 se dio una nueva orden a su capitán general, Antonio de Urquiola, para que acudiese a las islas Terceras a esperar a las flotas de Indias que venían en conserva con la Armada de Indias, capitaneada por Luis Fajardo. Y todavía más claro es lo acaecido en 1597 cuando, estando la flota y la Armada de Indias de Luis Fajardo en Tierra Firme, tras apoderarse una escuadra inglesa de Puerto Rico, se decidió mandar a Francisco Coloma al mando de la Armada del Océano a socorrer a la flota, sin perjuicio del título de capitán general y de los poderes que tenía Fajardo. Nos queda bien claro, pues, que la Armada del Océano, capitaneada por Urquiola, no era la misma que la Armada de Indias que, a cargo de Fajardo, venía protegiendo a las flotas de la Carrera. En definitiva, la Armada del Océano, regulada a finales del quinientos, era fruto de la evolución de aquella Armada Guardacostas de Andalucía, que tan en precario protegió las costas del suroeste peninsular en el segundo cuarto de la centuria decimosexta.
Por otro lado, en la última década del siglo XVI se generalizó el uso del asiento, contratando pues con una persona los servicios de la armada, aunque eso sí, financiado todo a través de la avería. Así en 1591, se firmó un asiento por el que el contratista debía sostener una armada de “diez galeones, cuatro fragatas y dos lanchas”. A esta misma Armada se agregaron asimismo los galeones de la Armada de Portugal, convirtiéndose de esta forma en la mayor escuadra permanente del Imperio en esos momentos. La Armada del Océano se convirtió en el eje vertebrador de todo el sistema naval con las Indias. Todas las demás armadas y flotas de la Carrera debían rendir obediencia al capitán general de la Escuadra del Océano. Así continuó durante décadas pese a la oposición que mostró en reiteradas ocasiones el Consulado sevillano por los altos costes que suponía para los mercaderes y comerciantes de Indias.
A. LAS AUTORIDADES DE LA ARMADA
Su máximo responsable era el juez, cargo de nombramiento real, que estaba asesorado por un consejo, formado por tres diputados, elegidos por los mercaderes dedicados al comercio indiano. Con todo, las decisiones finales estuvieron siempre reservadas al monarca. Este juez poseía poderes casi absolutos -delegados directamente por la Corona- en todo lo concerniente a su organización y funcionamiento. Normalmente, solía desempeñar la judicatura un oficial de la Casa de la Contratación ya que su residencia en Sevilla, puerta y puerto de las Indias, y su perfecto conocimiento de la situación de la navegación indiana los facultaba especialmente para el puesto. No en vano, Juan López de Recalde, conocido factor de la Casa de la Contratación, fue juez de la Armada entre 1521 y 1522. Asimismo, Francisco Tello, tesorero de la misma institución rectora del comercio ultramarino, desempeñó la judicatura de la escuadra entre 1536 y 1550. En otros casos, eran personas de alta estirpe nobiliar o de un reconocido prestigio, como el conde de Osorno, que ejerció el cargo en 1523.
Con respecto a los poderes del juez, debemos decir que fueron aumentando con el paso de los años como medio de procurar una actuación más rápida y eficaz. No obstante, el Rey se reservó siempre la posibilidad de decidir tanto el número de navíos que debían componer la Armada como, sobre todo, el momento exacto en el que se debía proceder a su desmantelamiento. Esta situación dio lugar a una gran ineficacia ya que, los jueces, al tener menoscabada su capacidad de decisión, consentían la partida de la Armada, aun cuando los rumores inmediatos que circulaban sobre la presencia de corsarios en las costas andaluzas aconsejaban pertrechar una más gruesa.
Así, en 1536...

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