Los mayas
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Los mayas

Raúl Pérez López-Portillo

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Los mayas

Raúl Pérez López-Portillo

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Al borde del golfo de México, hace varios miles de años, surgió una civilización de entre los pantanos, ríos, lagunas, ciénagas y selva. Las culturas que se formaron en este entorno denominado Mesoamérica, se dispersaron por el territorio que ahora conocemos como centro y sur de México, Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y parte de Costa Rica. Si en su origen, Mesoamérica nace de la cultura olmeca, de ésta se derivan otras tantas culturas que, con los años, dan pie a una de las más poderosas y enigmáticas de su tiempo, en América: la maya.Los mayas, en efecto, configuran desde entonces, una de las culturas más avanzadas y aun, llena de incógnitas. El desarrollo humano de este pueblo está llena de vicisitudes y su "desaparición" como pueblo, en una etapa histórica, sólo contribuye a acrecentar el halo de "misterio" que le rodea.Esta historia se divide en tres partes. La primera corresponde a la fase prehistórica, es decir, la mesoamericana; la segunda, a la presencia española en ese territorio americano, desde el encuentro o descubrimiento de América, y, la tercera, a la parte republicana, ya mexicana. Cada bloque tiene sus correspondientes características, pero unidas, sin embargo, por el hilo conductor de fuerzas externas que en mucho o en parte, modifican su actitud interna.Tales fuerzas externas contribuyen a moldear una cultura que, lejos de adoptar una actitud pasiva, cauta o sumisa, la hacen violentamente contestataria. Los mayas son un pueblo indómito que hace pagar muy cara su derrota. Incluso hasta nuestros días, es patente tal afán reivindicativo, cómo no, también propiciado por fuerzas externas.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930020
Edition
1
Parte II
La España imperial
La expansión
“¡Se desmoronaron vuestros dioses,
hombres mayas!
¡Sin esperanza los adorasteis!”
Chilam Balam de Chumayel, “Los viejos y los nuevos dioses”.
La era de los descubrimientos
La división del océano
Hacia finales de la Edad Media en Europa, el Viejo Mundo se convulsiona tras una serie de crisis internas, guerra civiles, campesinas, de religión o fronterizas. Aparecen dos cabezas visibles al frente de la cristiandad, una en Roma y otra en Avignon. Se cuestiona el poder del papa.
La cultura en los reinos hispánicos en los siglos XIV y XV tiene rasgos similares en otras partes del Occidente europeo. En esta época se produce un choque entre la cultura heredada del pasado, dominada por los eclesiásticos y al servicio de una concepción del mundo sacralizada, y el nuevo espíritu que irrumpe, de origen preferentemente urbano y de tendencia secularizadora. Frente al monopolio del latín, las lenguas vernáculas constituyen el vehículo de la nueva cultura. La Iglesia continúa, sin embargo, desempeñando un papel decisivo en el terreno intelectual. Las universidades están bajo su control.
Hacia el fin de la Edad Media, en Castilla, la Península Ibérica, hay dos universidades, la de Salamanca, sin duda la más importante, y la de Valladolid. Se abre el camino del Humanismo, de raíces italianas. El humanismo propugna una vuelta a los modelos clásicos y a la cultura de la Antigüedad, “tanto tiempo despreciada por su tufillo pagano”. Es la época del gótico, en arquitectura.
Los cristianos luchan entre sí y dirimen la supremacía en Hispania: en Navarra, Aragón, Castilla, o Cataluña, al tiempo que, al finalizar el siglo XIV, se reanudan las hostilidades entre Castilla y el Reino Nazarí de Granada, el último bastión del islam hispánico. Hay una gran movilización de guerreros contra los musulmanes: contingentes militares en proporciones nunca vistas: 10.000 caballos y 50.000 infantes; destaca la participación de las tierras meridionales, sobre todo los grandes Consejos de la Andalucía Bética. Se combate con extraordinaria dureza, y sobresaliendo los asedios sobre las ciudades. De Norte a Sur bajan por la Península Ibérica los soldados cristianos y luchan contra el musulmán, a quien expulsan tras la batalla de Granada en 1492, el año del Descubrimiento de América por Cristóbal Colón. El trato dado a los vencidos “es desigual”, dice Julio Valdeón; depende de las condiciones de la rendición y así, Málaga, con una población de entre 10.000 ó 15.000 hombres, queda reducida a la esclavitud. En Granada, la rendición “es generosa”. Los musulmanes podían permanecer en sus tierras, respetándoles su religión y sus leyes. Sin embargo, muchos granadinos emigraron hacia el norte de África.
En la lejana Europa, más allá de los doce mil kilómetros de distancia, un trono se destaca por encima de otros y se convierte en el dador de vida. El rey dicta órdenes y éstas se cumplen por encima de todo. Sus órdenes son ley. Con los años, se convierte en la España Imperial.
El siglo XVI es espléndido para Europa, se trata asimismo de unaépoca de cambios. Los pueblos europeos rebosan de vitalidad material y espiritual. Es el siglo sin duda de España. Época de abundante y grandiosa literatura, arte y arquitectura; se sientan las bases de la ciencia moderna, el pensamiento “se emancipa” en el Renacimiento; hay grandes estadistas, soldados, marinos, papas y reformadores. “Se definían las nacionalidades y se forjaban las monarquías absolutas para elevarse a grandes destinos”, dice Robert S. Chamberlain. Es la era de los descubrimientos y las naciones que alcanzan al fin “la unidad interna” y el sentimiento nacional, se proyectan “a través de los océanos para formar los primeros imperios coloniales de los tiempos modernos”. Los portugueses se lanzan a Oriente bordeando África; los españoles, cruzan el Atlántico.
Isabel I la Católica y Fernando II, unifican España (Castilla y Aragón). No constituye sin embargo la unidad nacional, porque no se crea un estado centralista. Les llaman los Reyes Católicos y son proclives a las actividades industriales y al proteccionismo. La Corona recupera rentas y fueros, que afectan más a las ciudades que a los nobles. Desde el punto de vista social, potencian a la alta nobleza. La legislación favorece sin duda los intereses de los poderosos. Cataluña recupera la economía y se abre al Mediterráneo. Al ganar Granada, la tierra “reconquistada” favorece la creación de nuevos señoríos. Se reactiva la economía interna y se abren nuevas rutas al comercio marino, hacia el norte de África, mientras tienen la posibilidad de contener el avance amenazador de los turcos en el mar Mediterráneo. Los Reyes Católicos impulsan los proyectos más audaces, como el de Cristóbal Colón, y éste desembarca en tierras de América, el 12 de octubre de 1492, creyendo que llega a las Indias.
Colón sale del puerto de Palos por primera vez en busca de una nueva ruta hacia la tierra de la especiería, en Oriente, el 3 de agosto de 1492. La gente presencia su marcha con escepticismo. Dirige una pequeña armada de tres navíos: la Niña, la Pinta y la Santa María. Con viento a favor por los vientos alisios, tras una escala en el Archipiélago Canario, llega a América. Poco antes de alcanzar playas americanas, el 16 de septiembre, sobre las aguas los marinos ven flotar “manadas de hierba” (en el mar de los Sargazos); el 17 ven “más yerbas” y “un cangrejo vivo”. Colón escribe en su diario que el miércoles 19, “vino a la nao un alcatraz y a la tarde vieron otro, que no suelen apartarse veinte leguas de tierra”. Sigue su ruta hacia el oeste y a pesar de las “señales de tierra”, quiere llegar a Cipango (Japón). El 10 de octubre escribe que sus hombres se quejan “del largo viaje”. El honor de ver tierra en el horizonte sobre el mar, es para un joven de la Niña, Juan Rodrigo Bermejo, sevillano, de Triana.
Las consecuencias son inmediatas: repercute en la firma, en junio de 1492, del Tratado de Tordesillas, suscrito por Castilla y Portugal. Ahí se reparten el océano Atlántico por una línea situada en el meridiano que se hallaba 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. El espacio al oeste de dicha línea imaginaria se reserva a Castilla, la cual “legitima”, con la anuencia del papa de Roma, su dominio sobre las tierras “recién descubiertas”. En 1503 se crea la Casa de Contratación con sede en Sevilla y se centraliza todo el comercio que se realizará con el Nuevo Mundo. Un nuevo tratado entre ambos en Zaragoza en 1529, certifica una nueva línea divisoria: España renuncia a sus posesiones en África y Asia y Portugal acepta que América es la zona de influencia de España.
El español, bien de Castilla, Aragón, Andalucía, Valencia, Extremadura o Cataluña, “o de cualquier otra parte, era consciente de su nacionalidad”. Luchando contra los musulmanes en Granada, el último baluarte del islam hispánico, los españoles se consideran, después de siete centurias, “el mejor soldado de la Cristiandad”. Y así también se lanza con sus ejércitos formados por el Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, en sus triunfos sobre los franceses, italianos “y cualesquiera otros que pelearan con españoles”. Chamberlain recuerda que sus marinos son excelentes y su armada poderosa; España es, en este momento, de las pocas naciones que tienen supremacía en el mar y en la tierra simultáneamente.
Los primeros contactos en el Mar Caribe
Al litoral descubierto le bautizan por San Salvador. Durante tres meses, recorren las islas del Caribe; pero la civilización de Oriente, que Colón piensa encontrar, contrasta con la realidad, sus “indios” no parecen los hombres del Gran Kan, según las descripciones que Marco Polo le hace llegar. El almirante se obsesiona. Los hombres y sus casas son muy rudimentarias. No hay leones ni elefantes. Colón cree que llega a una isla de Asia, pero no tiene pruebas fehacientes de ello. “Pero lo extraordinario –dice Edmundo O’Gorman– no es sólo que Colón se haya convencido de que estaba en Asia (…) sino la circunstancia de haber mantenido esa creencia durante toda la exploración a pesar de que no encontró nada de lo que esperaba ver, ni nada que la demostrara de un modo indubitable”.
Llegan a Haití y Cuba. De vuelta a España, los Reyes Católicos nombran a Colón “Gran Almirante de la Mar Oceana”. En 1493, se embarca de nuevo con una flota de diecisiete carabelas. Se refuerzan algunas posesiones, Cuba, Haití y Jamaica, pero fracasa en la búsqueda de oro y especias. En España, pierde la confianza de la Corte, hasta que consigue nuevo permiso para hacerse a la mar por tercera vez, en 1498. Más al sur, en su ruta americana, alcanza Trinidad y pasa por la desembocadura del río Orinoco. Se dirige luego al Oeste y atraca en Santo Domingo, donde gobierna Francisco de Bobadilla, con poderes para investigar quejas de mala administración. A Colón lo acusan luego de traficar oro con los nativos, lo arrestan y lo mandan a España, donde recibe mejor trato. En 1502, inicia su cuarto y último viaje a América, en una pequeña armada de cuatro navíos, renovados todos sus privilegios, pero con la prohibición de atracar en La Española. De Cuba y por el golfo de Honduras, encuentra en su ruta una canoa con mayas de Yucatán, en viaje hacia Honduras. Es el primer contacto entre españoles y mayas en tierras de América. Nada le indica, sin embargo, que sean miembros de una civilización distinta con la que se ha familiarizado en el archipiélago caribeño. Él sigue su periplo por Panamá y el istmo del Darién, pero enfermo y con naves en mal estado, regresa a Jamaica y tras una larga estancia porque no tiene barcos, vuelve finalmente a España, en busca del rey, porque su protectora, Isabel, ha muerto. Colón muere el 25 de mayo de 1506, en la ciudad de Valladolid.
Legitimidad y Derecho
Muertos los Reyes Católicos, Carlos I de España o V de Alemania hereda el trono de España. Su imperio es el más grande que ha existido, dilatado por ambos hemisferios de la Tierra, así como el último que pudo creerse responder al pensamiento de San Agustín, en palabras de Manuel Fernández Álvarez: Imperio universal sobre el mundo entero. Todo le pertenece: la una parte de hecho; la otra, de derecho, como decían los “teorizantes de la monarquía universal”.
Al morir el rey Fernando, los descubrimientos geográficos se limitan a las islas del Mar Caribe y algo de las costas de Tierra Firme en el centro y sur de América, bañadas por ese mar, pero las iniciativas de los exploradores españoles son muchas “y activísimas, tanto que en los cuarenta años del reinado de Carlos V, se poblaron y organizaron los virreinatos, audiencias y gobernaciones”, desde México hasta Chile y Buenos Aires.
Carlos V, al comienzo de su carrera imperial, recibe de Hernán Cortes la célebre carta de 1522 y le comunica que las tierras de Nueva España están “pacíficas”: “Vuestra Alteza” –escribe al rey– “se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con título y no menos mérito que el de Alemania que, por la gracia de Dios, Vuestra Sacra Majestad posee”. Fernández Álvarez dice que, contrario a la idea de Cortés, que desea ver al rey como emperador no sólo de Alemania o de Castilla y León, sino también de Nueva España, Carlos V no puede ser “de nuevo” emperador por “segunda vez”, porque él cree que “Imperio no era sino uno en el mundo; para él las Indias eran una prolongación de Castilla y él había unido España al Imperio como territorio coimperial con el de Germania”.
En Europa, el Imperio de Carlos V se mueve en torno a palpables crisis internas y externas: las guerras promovidas por las ambiciones de los Estados particulares, y frente a la “fuerza unitiva de la moral cristiana”, se opone desde Italia la “doctrina amoral y disgregante de la razón de Estado” (que formula antes Maquiavelo) y “hacía que el Rey Cristianísimo de Francia” se aliase con los turcos “para socavar el poderío” del Imperio bimembre, a la par que el papa, unas veces con Dios y con el Diablo, apoyase a Francia en busca de equilibrio; la lucha contra Lutero y la rebelión autonomista y la guerra contra el turco amenazador. Cansado de luchar contra viento y marea, deja el gobierno del Imperio en manos de Fernando, y se retira a Bruselas en 1553; Fernando firma la paz de Augsburgo el 25 de septiembre de 1555, por la que el Imperio pierde el sentido de “universalidad” y se nacionaliza en una Alemania fraccionada: “cada región su religión”. El rey acaba en un convento de Yuste, en España, y deja el trono en manos de su hijo Felipe II, para que luche por el cristianismo y contra el luteranismo.
Así, las tierras de “pueblos incultos” del Nuevo Mundo, “prolongación” de España, son parte “muy considerable” del Imperio de Cristiandad, ya que “todo el descubrimiento, organización y gobierno se estaban llevado a cabo con un móvil misional, con un primario propósito de cristianizar las tierras que se iban descubriendo”. Los frailes o misioneros que acompañan a los soldados, van por tanto, revestidos de cierta autoridad “para decidir y regularizar los actos bélicos que el capitán creyesen necesarios y que siempre habrían de ser en guerra defensiva, nunca agresiva”.
Al emperador Carlos V le preocupa el Nuevo Mundo desde el inicio de su gobierno y cuando los dominicos de Salamanca en 1539 le hacen dudar sobre “la legitimidad del dominio del rey de España en Indias”, su preocupación es constante, dentro y fuera de España.
En efecto, el papa Alejandro VI, en la Bula de 1493 le deja a los Reyes Católicos la “labor misional” en América; Fernando el Católico tiene la bula pontificia y el acuerdo con Portugal. Ambas gestiones, si pacifica a los pueblos cristianos entre sí, no prejuzga el derecho a la soberanía de las nuevas tierras, que tienen sus “señores naturales”, defiende años después con ardor, el tenaz e impetuoso fray Bartolomé de Las Casas. El asunto pasa a manos de teólogos y juristas, tras el asentamiento español en las Antillas. Luego su sucesor, Carlos V, iniciada la tarea más difícil de conquistar México, resuelve en una carta al cardenal de Toledo en 1541 que es necesario “fundar el derecho de aquellas tierras, no tanto en la bula como en el hecho del descubrimiento, conquista, población y posesión pacífica”. Pero ve poco clara la cuestión y manda en 1542 que una Junta de teólogos y juristas examinen el derecho que le asiste al Gobierno del Nuevo Mundo y entonces está a punto de abandonar Perú, renuncia que deja de hacer “siguiendo el parecer del gran teólogo Francisco de Vitoria”.
En su célebre libro La invención de América, Edmundo O’Gorman observa las prisas de la Corona española por conseguir la bula papal para que le ampare “sus derechos”, es decir, “asegurar el señorío de ellas, fueran lo que fueran”. Pero como para obtener un título “era forzoso precisar su objeto, la cancillería española se vio constreñida a tomar partido en el problema”. Sin embargo pronto se repara en el peligro “sobre las islas que se han descubierto en las Indias”. Colón podía estar equivocado, dice O’Gorman y en tal caso, “un título amparando regiones asiáticas no serviría para proteger derechos” sobre nuevas tierras y, por tanto, “era necesario arbitrar una fórmula de designación que incluyera el mayor número de posibilidades y eso fue lo que se hizo”. Y así, con la bula Inter Caetera del 3 de mayo de 1493, se la designa vagam...

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