Inspiración y talento
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Inspiración y talento

Dieciséis mujeres del siglo XX

Inmaculada De la Fuente

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Dieciséis mujeres del siglo XX

Inmaculada De la Fuente

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¿Qué tienen en común Carmen de Burgos, Sofía Casanova, Victoria Kent, Clara Campoamor, Margarita Nelken, María Teresa León, Elena Fortún, Dora Maar, Gerda Taro, Tina Modotti, Carmen Laforet, Pilar Miró, Carmen Díez de Rivera, Montserrat Roig, Carmen Alborch y Soledad Puértolas? Todas ellas son mujeres transgresoras de su tiempo que, con su capacidad y compromiso, defendieron la posición de la mujer dentro de los círculos artísticos, intelectuales y políticos.Inmaculada de la Fuente nos muestra, a través de las biografías de estas dieciséis mujeres, las transformaciones políticas, económicas y sociales tanto de España como de los demás países donde estas intelectuales dejaron la huella de su talento. Sus actitudes sutiles, desenfadadas y contestatarias cimentaron el camino para que otras mujeres tomaran como modelo esa osadía. Por eso, ellas representan el espíritu reivindicativo del espacio femenino en un ambiente claramente dominado por los hombres.En este libro no solo presenciamos la vida y obra de estas mujeres, sino la importancia de sus acciones, la trascendencia de sus ideas y sus trayectorias "canónicas " y acordes a su tiempo. Sus vidas llenas de fuego y vértigo encarnan de forma indiscutible la inspiración y el talento.

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Information

Year
2020
ISBN
9788418322341
VI
Hacia la modernidad

14

Montserrat Roig: el espejo de su generación
Amaba el atardecer, esa hora en que el sol se escondía y dejaba en las casas estelas de color ocre. El momento en que Judith, uno de los personajes de La hora violeta, tenía la sensación de que «todo el mundo recupera la armonía perdida. Como si los hombres y las cosas se serenasen». Amaba la melancolía de los atardeceres y la intensidad y la fugacidad de las horas, consciente de que la vida es una carrera para adelantarse al tiempo y atraparlo. O para escapar de él con la escritura y romper la conciencia de finitud y su continua amenaza. Inmersa en la historia narrativa «me invento que el tiempo no se acaba», escribió. Anticipándose sin saberlo al hecho inapelable de que su vida sería corta y que moriría en su plenitud literaria. Dejando una obra propia que podría haber seguido siendo ascendente. Montserrat Roig i Fransitorra nació el 13 de julio de 1946 en la calle Bailén de Barcelona, situada a la derecha del Ensanche, en una familia numerosa. Sus padres, el abogado y escritor Tomàs Roig, y Albina Fransitorra, se casaron en 1932 y fueron de luna de miel a las Baleares. Tuvieron seis hijas y un hijo: Maria Isabel, Maria Rosa, Glòria, Joan Antoni, Maria Albina, Montserrat y Carmina. El catalanismo del padre, en origen, tenía connotaciones religiosas. Sufrió algún episodio de intolerancia durante la dictadura franquista por hablar catalán y ese recuerdo pudo influir en que su hija, como tributo, optara por su lengua materna al escribir. De él dijo Montserrat años después que era «el último gran conservador del siglo XX». La madre, Albina Fransitorra, hija de una maestra, era catalanista próxima a Esquerra Republicana y había colaborado en Nosaltres sols! y en La Rambla. Recordaba la etapa de la República, que se inició cuando tenía 24 años, como una época de gracia. Quería ser escritora, pero, al casarse, teniendo en cuenta la época, fue inevitable pasar a ser madre y señora de la casa y olvidar o aplazar aquel sueño. Para decidir, al final de los años cincuenta, que iba a estudiar Filosofía y Letras para ser profesora. Albina Fransitorra empezó a trabajar a los 57 años, aprendió a conducir con 63, se licenció en Filología a los 70 y, durante un tiempo, realizó labores de asistente y secretaria para su hija escritora. El padre fue el primero en leer los cuentos de la joven Montserrat: ella se los dejaba en su mesa del despacho para que viera que escribía y en parte para llamar su atención. Reconocería que era una de sus astucias de hija de familia numerosa para que le hicieran caso. Años después reiteró la misma idea al afirmar que se dedicó a escribir para que «se fijaran en ella» y «supieran que existía», añadió con humor. Lo cierto es que el padre le devolvía los cuentos ya corregidos, pero sin hacer ningún comentario.
En 1951, a los cinco años, empezó a ir al colegio Divino Pastor, conocido como la Divina Pastora, para estudiar primaria. Estaba enfrente de su casa, así que solo tenía que cruzar la calle. Era rebelde y preguntona, incluso obstinada en decir «no quiero». Las monjas le pedían cada tanto: «Habla en cristiano», cuando utilizaba la lengua familiar. Ese latiguillo le hizo interpretar entonces que el castellano era la lengua del mundo adulto y en cierto modo del poder. Hizo la primera comunión en 1954, en el propio colegio y, años después, acudió a la Escuela de Danza Lali Blasi como actividad extraescolar. De las monjas guardaba una imagen castradora, en contraposición a la de su madre, que tenía una visión alegre y liberal de la existencia. Su madre era cristiana, pero avanzada; antes del Concilio Vaticano II ya era posconciliar. Les hacía ir sin mangas al colegio, aunque las monjas dijeran que se iba a condenar. La hija recordaba en El País Domingo del 21 de enero de 1990 que su madre «había conseguido crear una especie de paraíso dentro de casa donde se podía ser feliz aunque fuera hubiera una dictadura y las ilusiones se hubieran roto».
A los 13 años se trasladó al instituto Montserrat. Allí se sintió más cómoda que en el colegio y hasta ganó un premio con un poema dedicado a la Virgen de Montserrat. Allí descubrió, además, emociones y sentimientos nuevos en la poesía de Blas de Otero. Después leería a Aleixandre, Louis Aragon y Gabriel Ferrater. Se planteó seguir los pasos de su hermana Gloria y quiso ser actriz, así que a los 16 años ingresó en la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual que dirigían Maria Aurèlia Capmany y Ricard Salvat. Allí coincidió con una de sus principales amigas, la fotógrafa Pilar Aymerich. Maria Aurèlia Capmany ejerció también una importante influencia en Roig como amiga y feminista. Durante tres años, desde 1961 a 1964, participó en diversos montajes de autores contemporáneos que representaban en los alrededores de Barcelona y en otros puntos de España. Pero se cruzaron otros intereses y en 1963 empezó Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona. Se licenció en 1968, y más tarde realizó dos años de doctorado en la Autónoma. La opción de ser actriz se diluyó, pero vería luego esa fase como un aprendizaje literario a través del texto y la palabra de escritores en catalán y castellano o extranjeros. Años después escribiría para Gloria Roig el monólogo Reivindicació de la senyora Clito Mestres.
Con su madre, más liberal que su padre, empezó a sentirse amiga a los 25 años. Cuando los hijos crecieron y la madre quiso estudiar y trabajar y realizar proyectos postergados. La relación entre ambas acabó siendo perfecta. Pero cuando la escritora tenía 15 años, la incomunicación fue absoluta. Ella y su madre no hablaban, a pesar de vivir bajo el mismo techo, y se escribían cartas para decirse lo que no se contaban al cruzarse. En ellas argumentaban sus diferencias y se explicaban. Montserrat contó que quería irse de casa y hacer su vida y a su madre le parecía una decisión desorbitada. Fue una época de pura coexistencia, evocaba.
En la universidad de los años sesenta, acrítica y plomiza, encontró profesores que fueron unos referentes duraderos para ella: Antonio Vilanova, José Manuel Blecua, Francisco Rico o Martí de Riquer. E hizo amistad con Joaquim Molas, al que consideraba el inductor de su dedicación literaria, y con Josep Benet i Jornet, su mentor. Este, apodado Papitu, y unos años mayor que ella, acabaría revisándole sus primeros escritos antes de publicarlos. Pero también encontró en las aulas la agitación política contra la dictadura franquista. Formó parte del núcleo inicial del clandestino Sindicato Democrático de Estudiantes y fue miembro de UP (Universitat Popular), la rama estudiantil de Força Socialista Federal (Fuerza Socialista Federal). Luego, al disolverse la FSP en 1968, se afilió al PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), la organización de los comunistas catalanes. Se la veía en el Patio de Letras invitando a sus compañeros a que se unieran al sindicato estudiantil clandestino. No pasaba inadvertida porque solía llevar minifalda y medias de colores llamativos y era simpática, e incluso convincente.

Hija de la Capuchinada

Como es natural participó en la llamada Caputxinada (Capuchinada en castellano): sindicalistas y delegados de curso, apoyados por profesores e intelectuales, se reunieron entre el 9 y el 11 de marzo de 1966 en el convento de los Capuchinos de Sarriá para constituir en asamblea el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona y aprobar sus estatutos. La policía rodeó el convento y finalmente asaltó la sede. Además de Montserrat Roig, allí estaban Antoni Tàpies, Maria Aurèlia Capmany, José Agustín Goytisolo, Oriol Bohigas, Josep Maria Benet y Jornet, Jordi Solé Tura, Ernest Lluch, y otros más. Fueron desalojados y Roig acabó en la comisaría. Lo que había sido un simbólico órdago al Sindicato Estudiantil franquista, se convirtió en una plataforma de oposición —antecedente de la futura Asamblea Catalana— a la dictadura. A los políticos, estudiantes y obreros, se empezaron a sumar algunos eclesiásticos contestatarios. No es sorprendente que Roig afirmara que ella no era hija del Mayo del 68, sino de la Caputxinada. Aunque viviera también la efervescencia del Mayo del 68 y viajara a París, el encierro en el convento de los Capuchinos estaba enraizado en su memoria.
El año de la Capuchinada fue irrepetible en su vida por varias razones. Tenía 20 años, se casó con el arquitecto Albert Puigdomènech y obtuvo el premio en Prosa de Iniciación Literaria de los Juegos Florales de la lengua catalana celebrados en Caracas. Era su primer galardón, aunque fuera allende los mares, si descontaba el que ganó en el instituto.
Al ser encarcelado su marido, dirigente del SDEUB (Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona), se convirtió en mujer de preso político, un perfil sentimental y social lleno de connotaciones. La experiencia condicionó su vida y reafirmó su compromiso político. Aunque contaba con recursos y su situación no podía compararse con las de las parejas de otros presos, las visitas a la cárcel constituían en sí mismas una novela. Además de las habituales tortillas y mensajes crípticos, una vez llevó una tarta que endulzó por unas horas la rutina de su marido y sus compañeros. Ella ya colaboraba en prensa (en Serra d’Or y Tele/Exprés al principio), y aunque no le gustaban los despachos ni la vida de oficina, trabajó como redactora en la Gran Enciclopèdia Catalana y el Diccionari de Literatura Catalana desde 1968 a 1971. Luego hubo otras fuentes de ingresos, casi nunca suficientes, que intercalaba con su obra literaria. A través de Manuel Vázquez Montalbán, uno de sus grandes amigos de la literatura y la política, en 1970 empezó a colaborar en Triunfo, la mítica revista de izquierda. Un año antes, en 1969, además, obtuvo una beca en la universidad italiana de Perugia.
En 1970, otro año vertiginoso, nació su primer hijo, Roger y un tiempo después se separó de su marido, Albert Puigdomènech y dejó el PSUC por su rigidez y dependencia de la herencia estalinista, aunque mantuvo la amistad con sus dirigentes, López Raimundo y Rafael Vidiella. El mismo año volvió a encerrarse, esta vez en Montserrat, para protestar por el proceso de Burgos. Al encierro llegó la noticia de que había ganado el Premio Victor Català por Molta roba i poc sabó... (Mucha ropa y poco jabón), su primer libro de relatos. Tras el encierro, la policía le abrió una ficha por «actividades catalanistas». Fue una de las primeras escritoras que salió al extranjero sin esperar a ser conocida. Además de su paso por Perugia, entre 1972 y 1973 fue lectora de catalán y de castellano en la universidad inglesa de Bristol. En un almuerzo de profesores organizado por la Anglo-Catalan Society (institución privada que agrupa a académicos de universidades británicas interesados en la lengua catalana) coincidió con Marta Pessarrodona, lectora en Notthingham. Pessarrodona contó después, en un homenaje a Roig en 2016, que tuvieron una larga conversación filosófica aquel día y a ella le extrañó que quisiera comprar entonces libros sobre los campos nazis en vez de centrarse en la literatura inglesa. Años después, cuando salió a la luz su ensayo sobre los deportados, comprendería su empeño.
Su educación sentimental está ligada a Barcelona, su universo vital y literario. En 1972 publicó la novela Ramona, adèu (Ramona, adiós), en la línea de Mucha ropa y poco jabón. Tras ella vendría después El temps de les cireres (Tiempo de cerezas) y L’hora violeta (La hora violeta), la trilogía que da voz a una genealogía de mujeres de las familias Ventura-Claret y Miralpeix desde el final del siglo XIX hasta los años setenta del siglo XX. Son las vidas, aparentemente insulsas y previsibles, de las mujeres de clase media del Ensanche. Mujeres sin identidad —la historia oficial se reservaba a sus padres o maridos— y sin un destino propio. Ramona, adèu inicia ese retrato familiar de mujeres que heredan y repiten el mismo nombre en el Registro Civil y la pila bautismal, Mundeta: la abuela, Ramona Jover, que vivió a finales del siglo XIX; la madre, Ramona Ventura, marcada por la Guerra Civil; y la hija, Mundeta Claret, capaz ya de cuestionarse su papel e iniciar su liberación. Roig iniciaba así una narrativa de resistencia.
El Ensanche y la burguesía a la que ella pertenecía, le suministraron un material genuino. «Soy del Ensanche de nuestra estimada ciudad. De un barrio de segunda categoría, con iglesias que se hacen la competencia dominical. De un barrio de señoras “pones” y de señores que poseen más cordura que oro», dice en el prólogo de Molta roba i poc sabó... i tan neta que la volen (Mucha ropa y poco jabón…). Un barrio amado y algo bastardo en el que algunas señoras bien venidas a menos en la posguerra como Patricia Miralpeix eran capaces de ir a misa los domingos con sus buenas medias de gasa rayadas con alguna inoportuna carrera. Cómo iba a tirarlas, siendo de seda
El año en que apareció Ramona, adèu, 1972, inició una relación con Joaquim Sempere i Carrera, que dirigía Treball, la revista del PSUC, entonces clandestina. Se conocieron en la redacción de la Enciclopedia Catalana, donde él colaboraba en temas de filosofía. En el intervalo entre sus dos parejas más conocidas, hubo otras relaciones, porque Montserrat Roig no tenía miedo al amor y dijo más de una vez que escribía para que la quisieran. Siempre crítica y abierta, con una veta libertaria, y de izquierdas, volvió a ingresar en el PSUC, aunque más adelante terminó marchándose. Coincidía con sus planteamientos, pero no siempre con su estrategia. Era una mujer de ideas y una activista, no una militante disciplinada. Aun así, colaboró en Treball con el seudónimo de Capità Nemo. Discípulo de Sacristán y secretario de Redacción de Nous Horitzons de 1972 a 1975, Joaquim Sempere (Ernest Marti dentro del partido) iba a convertirse en el padre de su segundo hijo, Jordi, nacido en 1975. La pareja decidió tener un hijo estando en Budapest. «Había un soldado húngaro escuchando a Beethoven en un transistor. Franco acababa de tener la flebitis. Joaquim era del PSUC y tenía que irse a una reunión a París, y entonces, con las prisas, con el Danubio cerca de nosotros, con el bosque de Budapest y Beethoven y todo aquello, pues decidimos tener a Jordi», contaría después. Su unión sentimental con Joaquim Sempere duró siete años.

La vida como novela

Pero fue Tiempo de cerezas, la segunda novela de la trilogía, la que la convirtió en un referente generacional. No solo recuperaba el tiempo de sus padres, sino que entregaba el suyo a sus lectores. Natalia Miralpeix, su alter ego en Tiempo de cerezas, era ocho años mayor que ella, lo que sugiere que la novelista se identificaba con la generación que la precedió, o sentía que ese tiempo condicionaba el suyo. Aparte de simbolizar en Natalia (el mismo nombre de la protagonista de La plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda) un prototipo generacional. «Somos hijos del franquismo», declaró. Una doble rémora para una mujer. Tiempo de cerezas, la más lograda de la trilogía, iluminó el tránsito de las mujeres de su generación hacia la autonomía y la libertad sexual. Un mundo de ficción aliment...

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