Historia de Estados Unidos
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Carmen de la Guardia

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Historia de Estados Unidos

Carmen de la Guardia

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La historia de los Estados Unidos es una historia rica y con muchas más sutilezas que la que en muchas ocasiones sus historiadores nos han dejado ver. Esta Historia de los Estados Unidos, pretende acompañar al lector a través de un recorrido por el tiempo y el espacio estadounidense. Engarzado alrededor de su crecimiento territorial, demográfico, económico, político, y de prestigio cultural, este libro también se detiene en los conflictos y en las fisuras que hacen que la historia de esta potencia sea una historia rica, compleja, y que su comprensión este expuesta a múltiples interpretaciones.Uno de los rasgos que más han resaltado las obras centradas en la Historia de los Estados Unidos es el de su excepcionalismo. Si bien en casi todas las historias nacionales se habla de excepcionalismo, en los trabajos históricos sobre los Estados Unidos la insistencia sobre la singularidad de su desarrollo histórico es todavía mayor. Desde la fundación de las primeras colonias inglesas en América del Norte, el deseo de alejamiento y de realización de un mundo verdaderamente nuevo, más equilibrado y justo que el de la vieja Europa, estuvo presente. Esa idea de separación, de ruptura, de diferencia, ha sido un hilo conductor, según muchos historiadores, del desarrollo histórico de la nación americana.Una de las primeras conclusiones de este breve recorrido por la Historia de los Estados Unidos es que las corrientes culturales, los ritmos económicos, los movimientos y los conflictos sociales son similares a los del resto de América y de Europa. Es verdad que la Historia de Estados Unidos tiene matices que la separan de otras historias nacionales pero están más relacionados con el ritmo y las características de su propio crecimiento que con razones de excepcionalidad política o cultural.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930068
Edition
1
La Gran Guerra y el periodo de entreguerras
La Primera Guerra Mundial supuso el final de un siglo de relativa paz, de “progreso” democrático, y de domino europeo del mundo. Destrozó a toda una generación de hombres y mujeres y, además, anegó a Europa material y espiritualmente. La Gran Guerra precipitó el triunfo de la Revolución Rusa y posibilitó la transformación de Estados Unidos en la primera potencia mundial. Estados Unidos entró en guerra muy tarde, en 1917, pero su contribución fue decisiva. Supo, además, presentarse y ser reconocido en las negociaciones de paz como una gran potencia.
Razones para una guerra
Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial nadie imaginaba que este gran desastre pudiera producirse. Europa lideraba el mundo. Lo hacía económica, política, y culturalmente. Si nos acercamos al acervo cultural del momento, sobre todo al europeo, la convicción de que Europa caminaba hacia un paraíso de modernidad y de prosperidad era imparable. “Mientras que la mayor parte del planeta permanece anclada en sus costumbres”, escribía Paul Valéry en las Características del espíritu europeo, “Este pequeño cabo del continente asiático (…) se mantiene absolutamente alejado del resto”. En la literatura norteamericana se apreciaba bien esa certeza del liderazgo europeo en el camino civilizador universal. Los estadounidenses que viajaban a Europa no lo hacían sólo por placer. Querían impregnarse de los modales y del saber cosmopolita europeo alejándose del provincianismo norteamericano. Pero esa admiración por lo europeo no incluía el deseo de compartir con Europa las preocupaciones políticas. En Estados Unidos se seguía pensando que era mejor alejarse de los avatares políticos europeos. Existía una fuerte corriente interna de aislacionismo. De la misma forma que muchos norteamericanos se habían opuesto a la intervención de Estados Unidos en Filipinas y exigían un alejamiento “democrático” de los comportamientos imperialistas, tan queridos en Europa, también se opondrían a la intervención en la Gran Guerra y a participar en asociaciones internacionales. Sin embargo esa corriente iba a ser silenciada muchas veces a lo largo del siglo XX. Si algo ha caracterizado a Estados Unidos, desde 1917 y hasta nuestros días, es su ascenso como potencia mundial y ello se ha realizado de la mano de un reforzamiento sin precedentes del poder ejecutivo y de las instituciones federales.
Las razones para acercarnos a este viraje político de Estados Unidos no sólo debemos verlas en la situación internacional. Siempre que Estados Unidos ha incrementado su presencia en el panorama mundial ha sido evocando problemas internos y asemejándolos a los externos. En 1917 el miedo al radicalismo social que había llevado al triunfo de la Revolución Rusa era ya una realidad en muchas naciones y entre ellas en Estados Unidos. La identificación de la cultura alemana con la tradición radical e internacional del judaísmo, con el marxismo, y con el anarquismo era habitual en la opinión pública del momento. Pero aún así, cuando en 1914 estalló la Gran Guerra la posición de Estados Unidos era la de no intervención en problemas que tenían que ver con una tradición histórica, la de la vieja Europa, de monarquías e imperios, que ellos consideraban ajena.
Cuando en 1914 el estudiante serbio bosnio, de diecinueve años, Gravilo Princip, asesinó al heredero al trono del Imperio austro-húngaro, al archiduque Franciso Fernando, y a su mujer Sofía en Sarajevo, nadie pensó que se desencadenaría una guerra de esa magnitud. Aparentemente era un conflicto interno del Imperio austro-húngaro. Princip era bosnio y, como tal súbdito del imperio. Pero pertenecía a la minoría serbia de Bosnia y además era un nacionalista étnico. Soñaba con que todos los pueblos eslavos del Sur, incluidos entonces en el Imperio austro húngaro, se unieran y se fusionasen a su vez con Serbia que era la única nación de población eslava independiente.
La zona de los Balcanes era y es una de las zonas más inestables de Europa. Durante todo el siglo XIX tres grandes imperios: el Imperio austrohúngaro, el Imperio ruso, y el otomano habían dominado el territorio. Pero como ocurría con muchos de los imperios del Antiguo Régimen su dominio no implicaba homogenización. Los distintos grupos étnicos habían conservado su lengua y sus tradiciones. Era un modelo muy distinto al implantado tras las revoluciones liberales, a lo largo del siglo XIX, en la mayor parte de Europa occidental en donde la condición de ciudadanía igualaba en derechos y anulaba los privilegios de los diferentes grupos sociales y religiosos. El siglo XIX se caracterizó por la crisis de los tres grandes imperios y por una búsqueda incansable para encontrar modelos de gobierno adecuados en las nuevas naciones emergentes. Los dirigentes que lideraron los procesos de independencia de los diferentes estados balcánicos buscaron modelos políticos parecidos a los impuestos en Europa occidental tras las revoluciones liberales. Pero era difícil. La estructura social y económica era distinta y dentro de las fronteras de los nuevos estados convivían grupos étnicos con tradiciones lingüísticas, religiosas, y culturales muy diversas. Imponer un único modelo de ciudadanía y una lengua dominante implicaba anular tradiciones culturales muy arraigadas.
El Imperio otomano fue el primero en descomponerse en multitud de nuevos estados. Primero, en 1817, reconoció la autonomía de Serbia; después, en 1829, la lograron Moldavia y Wallaquia; Grecia se independizó en 1832 y Serbia alcanzo su independencia en 1878. También se independizaron Wallaquia y Moldavia que formaron Rumanía en 1878; Bulgaria logró su autonomía en 1878. La descomposición del Imperio otomano fue la causa de gran inestabilidad dentro de los otros dos grandes imperios: el ruso y el austro-húngaro.
Algunos de los nuevos estados justificaron su creación por razones nacionalistas pero sus fronteras no abrazaban a toda la nación. Normalmente dentro de los otros dos grandes imperios pervivían minorías étnicas que veían cómo sus “hermanos” habían logrado crear estados en donde su lengua y religión dominaban. Además los otros dos grandes imperios querían influir a los jóvenes estados y ello les hacía enfrentarse entre sí. El Imperio austro-húngaro tenía la voluntad de expandirse y dominar la zona del Danubio; y Rusia, ligada a los pueblos eslavos del sur a cultura y a la religión ortodoxa, quería acercarse a ellos para lograr beneficios económicos y estratégicos.
También poco antes del asesinato de Sarajevo se habían producido cambios importantes en la mayoría de las potencias europeas. Francia, desde que en 1870 perdiera Alsacia y Lorena, tenía el deseo de recuperarlas. Y para ello era imprescindible su alianza con otra gran potencia. Para evitarlo, Prusia buscó el aislamiento de Francia. Primero firmó una Alianza con Rusia en 1879; y después la Triple Alianza con Austro Hungría e Italia en 1882. Pero el acercamiento económico entre Francia y Rusia hizo que esta se alejase de los otros imperios. La renovación de la Triple Alianza entre Prusia, Austro-Hungría e Italia en 1891 fue el motivo para que Rusia y Francia firmasen el pacto franco-ruso, de 1891-1892, en donde las dos potencias prometían ayudarse en caso de ser atacadas por Alemania.
A su vez, Gran Bretaña insistía en su Splendid Isolation. Consideraba que para sus intereses era mejor permanecer aislada de los problemas continentales. Pero el programa del ministro de Marina de Prusia, Alfred von Tirpitz, que pretendía crear una flota de acorazados similar a la británica permitiéndole crear e impulsar un gran imperio colonial, hizo que Gran Bretaña se acercara a Francia. Así, a pesar de los continuos enfrentamientos por sus respectivas políticas coloniales, Gran Bretaña y Francia firmaron la Entente Cordiale en 1904. También Gran Bretaña se acercó a Rusia, firmando un tratado en 1907, dando origen a lo que todos conocieron como la Triple Entente.
Al producirse el asesinato en Sarajevo, Austria Hungría exigió a la comunidad internacional un severo castigo a Serbia. Alemania apoyó las exigencias de su aliada y decidió, además, invadir Francia a través de la neutral Bélgica. En ese momento Gran Bretaña declaró la guerra a las potencias centrales. Más tarde Turquía y Bulgaria se unieron a los imperios centrales. Italia, Japón, Grecia y Rumanía a los aliados occidentales.
En Estados Unidos estos problemas se veían como muy lejanos territorial y políticamente en 1914 pero sin embargo, la composición social de la nación americana invitó a simpatías y antipatías inmediatas. La mayor parte de la población estadounidense de la costa este se consideraba descendiente de puritanos y anglicanos llegados desde Inglaterra en la época colonial y mostraban su simpatía por los valores y la cultura de Gran Bretaña y sus aliados. Además, recordaban la ayuda francesa a la independencia de Estados Unidos. Pero había estadounidenses a favor de las potencias centrales. Muchos irlandeses-americanos consideraban que Gran Bretaña era una potencia hipócrita que propugnaba las libertades que negaba a Irlanda del Norte. Además descendientes de alemanes asentados en el medio Oeste y en los Estados Históricos simpatizaban también con los imperios centrales.
A pesar de que el presidente Wilson se había proclamado anglófilo en numerosas ocasiones, consideró que debía establecer una neutralidad escrupulosa. Si no lo hacia podía involucrarse en una guerra que no incumbía, según su criterio, a Estados Unidos y, además, enfrentaría a los propios ciudadanos norteamericanos.
Las dos potencias que lideraban los dos bloques: Gran Bretaña, potencia marítima y Alemania, con un gran poderío terrestre, querían en principio mantener buenas relaciones con Estados Unidos. Ninguna de las dos podía prescindir de los productos de las naciones neutrales. Pero la propia estrategia del conflicto bélico hizo que Estados Unidos cambiase de política.
La estrategia de Gran Bretaña fue la que se esperaba de una gran potencia naval. Bloquearía los grandes puertos del norte de Alemania y de sus aliados. La actuación de Alemania fue diferente. Trató de impedir el bloqueo utilizando un nuevo artefacto naval: el submarino o el UBoat. Era muy eficaz pero para muchos su utilización era moralmente reprobable. Según las convenciones de guerra, los buques de guerra debían avisar a sus contrarios de su ataque para que éstos pudieran prepararse. Los pasajeros y el resto de civiles podrían abandonar el barco antes de que se iniciase el combate. Estaba claro que si un submarino emergía a la superficie y avisaba al buque que pretendía atacar perdía toda su utilidad y ventaja. Los submarinos dejaron de avisar a los barcos enemigos de que iban a ser atacados e iniciaron una cadena de violaciones de las leyes internacionales que ha llegado hasta nuestros días.
Desde el estallido de la guerra y hasta mediados de 1915, Estados Unidos fue neutral y mostró una gran simpatía por Gran Bretaña. Así, aunque Inglaterra detenía a los buques mercantes norteamericanos si se dirigían a los puertos alemanes y también llegó a proclamar que el mar del Norte estaba minado, Estados Unidos no elevó grandes protestas.
Fue durante la segunda etapa: desde mediados de 1915 y hasta mayo de 1916, dominada por la guerra submarina alemana, cuando Estados Unidos inició el camino imparable hacia la guerra. En mayo de 1915 lo submarinos alemanes hundieron el Lusitania. A pesar de que 761 personas fueron rescatadas muchas más murieron. Unos 1.918 civiles perdieron la vida y de ellos 128 eran estadounidenses. La opinión pública de las naciones aliadas y neutrales se escandalizó por esta grave violación del derecho internacional que, de nuevo, había cometido un submarino alemán. El presidente Woodrow Wilson exigió a Alemania el abandono de la guerra submarina amenazando con la ruptura de relaciones entre Estados Unidos y Alemania. Desde ese momento, Alemania confirmó que se sometería a las demandas americanas y sus submarinos avisarían a los buques mercantes antes de atacar.
A partir de mayo de 1916, en la tercera etapa, las relaciones con Alemania fueron menos tensas, mientras que con Inglaterra se endurecieron. Wilson intentó por todos los medios lograr una paz negociada para el conflicto. En un ardoroso discurso pronunciado por Wilson tras su reelección en enero de 1917 insistía en la necesidad de encontrar una “Paz sin Victoria” para los dos grupos de naciones beligerantes. Pero muy poco después Alemania reanudaba la guerra submarina sin restricciones y Estados Unidos rompía las relaciones diplomáticas. Desde ese momento la guerra fue inminente. En febrero las autoridades inglesas interceptaban un telegrama, el telegrama Zimmermann, escrito por el ministro de asuntos exteriores alemán al Gobierno mexicano, prometiéndole los territorios que México había perdido frente a Estados Unidos en 1848, Texas, Arizona y Nuevo México, si la república mexicana ayudaba a Alemania en la guerra. La proximidad de México causó una indignación mayor en Estados Unidos.
La opinión pública estadounidense en contra de las potencias centrales crecía. La propaganda contraria a los gobiernos no democráticos era cada vez mayor. Se evocaban las raíces culturales británicas y las similitudes históricas y políticas entre los aliados y Estados Unidos. Además Gran Bretaña cada vez estaba más endeudada con Estados Unidos y sólo una victoria aliada garantizaría el cobro de los préstamos. El 3 de abril de 1917, Woodrow Wilson declaraba “He convocado al Congreso en sesión extraordinaria porque tenemos serias, muy serias decisiones políticas que tomar, y lo he hecho inmediatamente porque no está bien ni es constitucional que asuma solo esa responsabilidad (…). El mundo debe ser seguro para la democracia (…) el bien es más precioso que la paz y debemos luchar por las cosas que siempre hemos llevado cerca de nuestros corazones, (…) por la democracia; por el derecho de aquellos que están sometidos por la autoridad a tener voz en su propio gobierno; por los derechos y libertades de las pequeñas naciones…”. Estados Unidos entraba en la Primera Guerra Mundial. Muy pocos congresistas votaron en contra de la declaración de guerra, entre ellos la voz de la primera mujer en el Congreso de Estados Unidos, Jeannette Rankin que defendió su negativa a apoyar la entrada en guerra afirmando: “Que la paz es una tarea de la mujer”.
La potencia decisiva
El esfuerzo norteamericano en la guerra fue grande. Rusia había iniciado su primera revolución en marzo de 1917 y el Gobierno moderado de Kerenski había sido recibido con júbilo en Norteamérica. Pero la Revolución de Octubre, liderada por Lenin y los bolcheviques, fue percibida con temor. Lenin además había prometido abandonar la guerra de forma unilateral.
El pacto firmado entre Alemania y Rusia, y sobre todo la salida de la guerra y la cesión de territorios rusos, en 1918, incrementó mucho la fuerza de las potencias centrales. Estados Unidos tuvo que acometer un inmenso esfuerzo para lograr que las potencias democráticas ganaran la guerra. Primero se promulgó la Selective Service Act, obligando a todos los varones entre 18 y 45 años a registrarse. Más de 24 millones de hombres fueron a alistarse y cuatro millones engrosaron las Fuerzas Armadas. A Europa llegó un ejército de más de dos millones de hombres. La Armada de Estados Unidos supo enfrentarse con eficacia a la flota submarina alemana y fue muy eficiente transportando soldados, abastecimientos, y material bélico. El ejército de tierra, primero, se distribuyó entre las distintas unidades aliadas pero pronto se puso al mando del veterano de la guerra contra los indios, de la guerra Hispano-Norteamericana, y también de la persecución contra Pancho Villa, el estadounidense John J. Pershing (1860-1948) obteniendo grandes triunfos militares.
En la primavera de 1918, el ejército alemán organizó una gran ofensiva acercando el frente a pocos kilómetros de París. Los aliados pidieron una intervención del ejército americano que todavía no sufría el cansancio del combate. Primero unos 70.000 soldados estadounidenses ayudaron a los franceses a frenar el avance alemán en las batallas de ChâteauThierry y de Bellau Wood. En julio, los aliados liderados por el francés Marshall Foch iniciaron una gran contraofensiva. Los refuerzos norteamericanos empezaron a desembarcar en puertos europeos. En 1918 invadieron el frente de Mouse-Argonne. Cortaron las líneas alemanas de abastecimiento y presionaron al ejército alemán hasta su frontera. Las victorias aliadas obligaron a las potencias centrales a negociar las condiciones de paz.
La guerra en Estados Unidos
El sentimiento antialemán se extendió muy pronto por Estados Unidos. Tanto en las escuelas como en las universidades se suprimió el estudio de la lengua alemana. Así, por ejemplo, el Consejo Escolar de Nueva York prohibió la enseñanza del alemán y recomendó a todos los profesores que se formasen para enseñar otras lenguas, preferiblemente español, a partir de septiembre de 1917. Estas prohibiciones estuvieron muy relacioneadas con el reforzamiento del hispanismo en Estados Unidos. En las grandes escuelas de lenguas como la de Middlebury College, en Vermont, en donde sólo se enseñaba alemán y francés se fundaron escuelas españolas. Stephen A. Freeman, que escribió The Middlebury College Foreign Language Schools nos recuerda cómo el año de la fundación de la Escuela Española se matricularon más de sesenta estudiantes la mayoría con apellidos alemanes, que eran profesores de alemán que tenían que transformarse “por mandato” y enseñar español. Pero no sólo se prohibió la lengua. De las programaciones de conciertos desapareció la música alemana, austriaca, o húngara. En Estados Unidos se crearon asociaciones muy activas en motivar a la opinión pública. La Liga de Seguridad Nacional, la Liga Naval y el Comité de Seguridad Pública (CPI) hicieron una labor inmensa de propaganda contra Alemania. Más de 75 millones de folletos se repartieron durante la guerra exponiendo de forma panfletaria los motivos de l...

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