El franquismo
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El franquismo

José Luis Ibáñez Salas

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El franquismo

José Luis Ibáñez Salas

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La intención de este libro es explicar qué fue el franquismo; cómo nació, en medio de una guerra civil, para negar la reconciliación nacional y para llevar a cabo la represión de cuanto se oponía a su razón de ser; cómo se desarrolló navegando a través de la supervivencia internacional hasta creer que su legitimidad provenía de sus logros, y no de su aplastante victoria inmisericorde en aquel conflicto; y cómo murió en la cama de un hospital sin conseguir que aquello que había construido el régimen dictatorial del general Franco fuera capaz de perpetuarse.También pretende ahondar en la idea de que nada ni nadie ha impedido jamás, desde que acabara la dictadura franquista, escribir la historia de un pasado que nunca podremos ni deberemos olvidar. De hecho, este libro es el fruto de la obra de una pléyade de historiadores que nos han enseñado, en medio de la más libérrima facultad investigadora y editorial, cómo los españoles hemos llegado hasta aquí.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930198
Edition
1
Capítulo segundo
Institucionalización del Nuevo Estado (1938-1959)
“Los pájaros de acero dibujan en el cielo el nombre del Caudillo de España”.
Jaime de Andrade [trasunto de Francisco Franco], Raza, 1942.
“No ha llegado la paz, ha llegado la Victoria”.
Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano, 1977.
Ya vimos hace algunas páginas que Franco había formado su primer Gobierno en enero de 1938, pero… ¿y si nos preguntamos ahora la razón del levantamiento antirrepublicano, al menos la del ya dictador y la de muchos como él? Responderlo nos ayudará a situarnos en el escenario del nuevo tipo de Estado que se edificará en la España salida de la Guerra Civil.
Movimiento Nacional es una expresión sobre la que ya hemos hablado. No solo será la manera con la que el régimen se referirá al partido único y a las actividades propias de ese su crisol totalitario, sino que asimismo es la forma originaria con la que los sublevados hablarán de su alzamiento liberador, la expresión justificativa por antonomasia de su propia rebelión. Ellos, los sediciosos militares, se rebelaron porque encauzaban un movimiento nacional. ¿Pero qué era lo que pretendía ese movimiento nacional? Defenderse, pretendía defenderse. Sí, defenderse del desorden público, de la ruptura territorial de España, de los ataques a la dignidad del Ejército que Franco escenificara en la carta a Casares, del desprestigio de la ley, del maltrato popular a las instituciones públicas. Y, por supuesto, de la bestia negra de los juramentados: la inminente revolución comunista. Defenderse atacándola. Esa era la argumentación del texto escrito en Santa Cruz de Tenerife un día antes y difundido por Franco, a las seis de la mañana del 18 de julio de 1936, desde la Comandancia Militar de Las Palmas de Gran Canaria para justificar la proclamación del estado de guerra.
Y aquel primer día de octubre del año 36 en el que hemos considerado que se producía el comienzo del franquismo, cuando el general gallego asumía la jefatura militar y política de la zona arrebatada a los leales, se dio el primer paso encaminado de forma decidida a construir un nuevo Estado, lo cual era uno de los dos objetivos de tal encumbramiento. El otro era ganar la guerra que Franco y los suyos habían provocado más que probablemente sin querer precisamente para sustituir no ya a la deriva revolucionaria del régimen de abril sino al propio parlamentarismo liberal.
Las conclusiones a las que el historiador español Juan Carlos Losada llegó en un jugoso análisis del ejército sublevado durante la Guerra Civil nos son de una enorme utilidad. Leámoslas.
“El franquismo no se entiende sin la guerra civil y sin el ejército que la ganó. Durante casi tres años se forjaron unas fuerzas armadas fanáticamente politizadas, profundamente antidemocráticas y que eran el crisol de todo el pensamiento reaccionario español. Ese Ejército fue la columna vertebral […] sobre la que se construyó el franquismo. Sin aquellos miles de cuadros que se formaron en la guerra, sin aquel innumerable personal político que, salido del Ejército, copó la mayor parte de la administración civil, no cabe comprender la naturaleza del Régimen ni la adhesión, más o menos activa, de la que gozó de buena parte de la población hasta la muerte del dictador”.
1. El primer Gobierno de Franco
“En Franco influyeron [en un primer momento] su ministro y cuñado Ramón Serrano Suñer, la Falange y sobre todo los consejos que, a través de Serrano, recibía de Hitler, Mussolini y su yerno Ciano, que opinaban que los monarcas son siempre refractarios a los dictadores y que hacen lo posible por su fracaso”.
Francisco Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, 1976.
Así que ya podemos situarnos definitivamente en el comienzo de 1938, el día 30 del mes de enero, cuando aún no ha acabado el conflicto pero el Nuevo Estado avanza con paso firme desde la prehistórica Junta Técnica de Estado hasta el verdadero primer Gobierno presidido por el caudillo Francisco Franco, desde lo que llamara el historiador español Javier Tusell, recogiendo la expresión acuñada por Serrano Suñer, el Estado campamental hasta la institucionalización provisional del nuevo régimen: desde los primeros meses en que el hermano de Franco, Nicolás, es el hombre fuerte o mano derecha, bien poca cosa teniendo en cuenta las habilidades políticas (que no las sociales, donde al parecer iba sobrado a juzgar por sus tejemanejes de personal enriquecimiento); hasta la llegada del cuñadísimo y su arrolladora presencia de riguroso y ascético hombre de Estado convencido de cumplir una misión rehuyendo la autocomplacencia.
Ese primer gabinete franquista reunió un elenco de ministros cuya adscripción abarcará el arco político consentido por el régimen, consentido por Franco. Esa sería “una de las constantes del régimen”, como afirma entre otros Saz Campos:
“eje de la vida política y escenario del compromiso autoritario, sería un gobierno de coalición en el que todas las sensibilidades estarían representadas. Por supuesto, era Franco quien decidía quién era el representante de cada sensibilidad”.
Como siempre, integrado, aunque no únicamente por militares, añadió esta vez sí dicho Gobierno a destacadas personalidades de las tres principales fuerzas sustentadoras del bando rebelde: falangistas, carlistas y alfonsistas.
De entre los militares elegidos por el dictador destacará Francisco Gómez-Jordana, a quien Franco reservó nada más y nada menos que la Vicepresidencia del Gobierno y el Ministerio de Asuntos Exteriores, después de que en junio sustituyera al general Dávila como presidente de la Junta Técnica del Estado. Conde de Jordana desde 1926, Gómez-Jordana ya había formado parte del Directorio Militar primorriverista.
Los otros dos generales que acompañaron a Gómez-Jordana y a Franco en el primer ejecutivo de Franco fueron Severiano Martínez Anido, que ya fuera ministro con Primo de Rivera y venía de formar parte de la Junta Técnica en calidad de responsable de un departamento ligado a la jefatura del Estado (Seguridad Interior, Orden Público y Fronteras), y desempeñó el cargo de ministro de Orden Público; y Dávila, ministro de la Defensa Nacional.
Dos personas muy allegadas a Franco fueron en ese gabinete Juan Antonio Suances, que recibió el encargo de encabezar el Ministerio de Industria y Comercio, y el concuñado del autócrata, a quien ya conocemos, el excedista y reciente falangista de pro Ramón Serrano Suñer, ministro de Interior, secretario del Consejo de Ministros y para muchos hombre fuerte en aquel primer Gobierno franquista, que además añadiría la cartera de Martínez Anido tras el fallecimiento de éste en diciembre de ese mismo año.
Serrano Suñer había logrado escapar de las cárceles republicanas madrileñas y llegado a la zona nacional el 20 de febrero de 1937. Ya en Salamanca, participó codo con codo con el marido de la hermana de su mujer, el Caudillo, en la creación del Nuevo Estado hasta convertirse en el auténtico integrador del efervescente falangismo en el entramado nacional-militarista que sustentaba las acciones de su concuñado.
Sigamos con la alineación de aquel gabinete primigenio del franquismo. Como forma de dar representación gubernamental al carlismo, Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno −más dócil que el ampliamente contrario a la política de Franco y anterior máximo dirigente carlista, Fal Conde− fue ministro de Justicia; y para hacer lo propio, el falangista Raimundo Fernández-Cuesta, responsable del Ministerio de Agricultura y de la Secretaría General del Movimiento, ocuparía uno de los huecos reservados al partido fundado por José Antonio Primo de Rivera; en tanto que el escritor y político Pedro Sainz Rodríguez fue el más relevante alfonsista en el ejecutivo franquista y se situaría como responsable del Ministerio de Instrucción Pública, que cambiaría bajo su mandato su nombre por el de Ministerio de Educación Nacional.
Ministro de Hacienda fue Andrés Amado Reygondaud −antigua mano derecha del asesinado y protomártir franquista José Calvo Sotelo−, que ya presidió la Comisión de Hacienda de la Junta Técnica. El ingeniero Alfonso Peña Boeuf disfrutaría por su parte del cargo de ministro de Obras Públicas, y sería de los pocos miembros del primer Consejo de Ministros franquista que no representaba a fuerza política ninguna, junto a Suances.
Por último, el ministro designado por Franco para los asuntos relacionados con el mundo del trabajo fue Pedro González-Bueno, como Amado Reygondaud dirigente del Bloque Nacional de Calvo Sotelo y más tarde, con la guerra ya empezada, sobrevenido falangista. Al frente del Ministerio de Organización y Acción Sindical, denominación momentánea del que tendría siempre la palabra Trabajo en su sintagma, GonzálezBueno sería el responsable de la redacción de la primera pieza del peculiar entramado constitucional del franquismo: el Fuero del Trabajo. Entramado que conformaría poco a poco las llamadas Leyes Fundamentales, sobre las que hablaré a menudo en esta obra.
En efecto, menos de dos meses después de la formación del primer Gobierno de Franco, el 9 de marzo de 1938, éste promulgó el Fuero del Trabajo, un texto legal corporativista que intentaba dotar de la ideología falangista a las relaciones sociales y económicas de forma que sirviera para modelar la política social y económica del régimen. El Fuero le daba carta de naturaleza al nacionalsindicalismo, es decir a la organización sindical del franquismo, si bien no sería hasta dos años después cuando se instituiría de forma explícita el sindicalismo vertical, propio de la autocracia del bando que ya había vencido en la Guerra Civil, por medio de dos normas: la Ley de Unidad Sindical, de 26 de enero de 1940, y la Ley de Bases de la Organización Sindical, de 6 de diciembre del mismo año. Lo que significaron el Fuero y la legislación que lo desarrollaba en los ámbitos de acción sindical fue la inclusión de todos los trabajadores españoles en un único sindicato integrado en el partido único del Movimiento Nacional, FET y de las JONS. Ni más ni menos. Aunque los ropajes son los del corporativismo parafascista, los del nacionalsindicalismo, Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga no han dejado de ver en él, como otros autores, la legitimación de “las aspiraciones tradicionales del empresario español, dando la prioridad absoluta al desarrollo de la producción sobre la calidad de las relaciones laborales”.
Añaden ambos autores: “en la práctica, el Fuero del Trabajo se transformó en el del capital”.
El mismo día en el que daba forma a su primer Gobierno en 39 años, el 30 de enero de aquel año 1938, Franco promulgó la Ley organizando la Administración Central del Estado, que venía a acabar con la provisionalidad meramente administrativa de la organización estatal fundamentada en la Junta Técnica; a instituir, a restituir de alguna manera mejor dicho, al Consejo de Ministros (aunque la Ley hablaba de Departamentos Ministeriales) como máximo órgano colegiado de gobierno hasta el punto de que éste acabó por ser a lo largo de todo el franquismo el “verdadero órgano de poder del régimen y la única institución con la que Franco contaría verdaderamente”, en palabras de Fusi; y, asimismo y sobre todo, a otorgar al caudillo el poder absoluto. El Consejo de Ministros fue para este historiador el “verdadero instrumento de gobierno” del general, en el cual los ministros contaban con una auténtica autonomía en el ejercicio de su cargo, autonomía por supuesto tutelada y pilotada con la máxima autoridad por el propio Franco, quien no dudará en sustituir a su antojo a quienes le causaran problemas. Los gobiernos del régimen fueron en definitiva gabinetes de concentración franquista en los que aparecían representados mejor o peor los intereses de los alzados en julio de...

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