La leyenda negra en los personajes de la historia de España
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La leyenda negra en los personajes de la historia de España

Javier Leralta

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La leyenda negra en los personajes de la historia de España

Javier Leralta

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Un libro que explica las facetas más perversas y enigmáticas de varios personajes que han pasado a la historia. Son vidas a veces maquilladas por intereses partidistas, por la tradición y el tópico. Los acontecimientos de la historia y el paso del tiempo acomodaron la vida de las personas a la realidad del momento, para eso estaban los cronistas, los poetas de artificios literarios y los juglares de imaginación desbordante. Y de ello dieron fe las obras medievales, adaptadas para la ocasión, lo que ahora denominaríamos "propaganda". Es posible que la humanidad prefiera quedarse antes con la leyenda que con la verdad porque la verdad se olvida con frecuencia y la ficción se recuerda con agrado.¿Qué hay de verdad en algunos acontecimientos históricos, notables por su crueldad?, ¿realmente ocurrieron como sabemos o fueron el resultado de la fantasía o distorsión interesada de algún cronista? Muchos personajes de nuestra cultura han pasado a la historia acompañados de una leyenda negra que ha ocultado, a veces, las buenas obras realizadas. Con frecuencia el investigador tropieza con historias amañadas, difíciles de entender por la falta de documentos y a veces, cuando los encuentra, nota que el cancionero o el romanticismo de una época ha contaminado su espíritu. Dice la Real Academia que la leyenda negra es una opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI; y añade una segunda acepción de opinión desfavorable y generalizada sobre alguien o algo, generalmente infundada. Y es en este segundo supuesto donde se detiene la obra, en una selección de hechos históricos, más o menos legendarios, que bautizaron a sus protagonistas con la aureola de leyenda negra. Hechos diversos marcados siempre por la sangre, la violencia, el dolor o la excentricidad que con el paso del tiempo o por intereses varios desvirtuaron la verdad.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930082
Topic
History
Edition
1
Lugares con historia
Ruta de Alfonso VI y el Cid
La ruta cidiana o del destierro (www.caminodelcid.org) puede ser el mejor itinerario para conocer la España del Cid. Se trata de un amplio recorrido bien señalizado y con información completa por los lugares por donde pasó Rodrigo en sus dos destierros, desde Castilla (Burgos, Soria, Guadalajara) y Aragón (Zaragoza, Teruel) hasta Levante (Castellón, Valencia y Alicante). El Camino del Cid es un itinerario cultural que aprovecha viejos caminos ganaderos, jacobeos y senderos GR para recordar el destierro del caballero castellano.
En su primer destierro, Rodrigo tenía nueve días para abandonar las tierras de Castilla como le había ordenado su señor. La pena de destierro era uno de los castigos más duros que podía sufrir un caballero. El desterrado debía dejar inmediatamente a familiares y amigos y estaba obligado a abandonar las fronteras del reino en el plazo de treinta días aunque el Cid fue obligado a hacerlo en menos tiempo. Para ganarse la vida al servicio de otro señor se le permitió ir acompañado de sus vasallos más próximos como así hizo. Según el Poema de Mío Cid, Rodrigo salió de sus tierras de Vivar en el verano de 1081 y tras atravesar los campos burgaleses de San Pedro de Cardeña –donde la leyenda asegura que fue enterrado su caballo Babieca–, Covarrubias, Silos y Caleruega, llegó a las tierras sorianas de San Esteban de Gormaz, la “buena ciudad” del Cantar, cerca ya de la frontera con la taifa de Toledo. El Cid, en compañía de trescientos caballeros, cruzó las tierras frías de Soria y Guadalajara en dirección a la sierra de Miedes, próxima a Atienza. Lo hizo por la noche para evitar el sobresalto de las gentes del lugar.
El Camino del Cid se puede completar con aquellos lugares que conservan la memoria de ambos personajes y el aroma medieval de aquella Castilla del siglo XI. De todos los posibles lugares es interesante visitar algunos de los poderosos monasterios del reinado de Alfonso VI. Uno de ellos, el de San Salvador de Oña (www.turismoburgos.org), fue fundado en 1011 por el conde García Sánchez cuando Castilla era un condado independiente. Al lado del altar mayor se encuentra el cuerpo de Sancho II entre otros reyes y condes. Los panteones son góticos, únicos en Europa por su rareza ya que están construidos en madera de nogal y boj, un arte funerario que siempre se hacía en piedra cuando se trataba de enterramientos nobles. Aunque el actual recinto es posterior a la época cidiana, algo queda en su interior que atrapa la atención de los visitantes. De aquellos primeros tiempos llama la atención la belleza de los dos ventanales laterales exteriores de la fachada principal y la hermosa reja situada en el claustro perteneciente al sepulcro del obispo González Manso, fechada en 1068, una curiosa joya ensamblada con abrazaderas. Igual de interesante resulta observar parte de la mortaja del conde castellano Sancho García, un tejido de lino, seda e hilo de oro elaborado en el siglo X. Imprescindible.
Pero el principal monasterio que guarda el recuerdo cidiano es el de San Pedro de Cardeña (www.cardena.org), cerca de Burgos, donde el Cid ejerció de procurador del cenobio y donde pasó la primera noche de destierro según el Poema gracias a la amistad que le unía con el abad del lugar, el cual desoyó la orden real de no alojar al desterrado. Según la tradición, a este lugar fue trasladado su cuerpo desde la iglesia de San Esteban de Valencia (www.valencia.es) cuando los almorávides se hicieron con el control de Levante. Y allí, en una capilla de la iglesia cisterciense se encuentran los sepulcros primitivos del Cid y Jimena acompañados de otros familiares. En el claustro aún pueden verse algunos elementos constructivos de la primera época del cenobio, arrasado por las tropas de Abderramán III. Me cuentan que Rodrigo fue enterrado con el crucifijo de madera policromada y cobre dorado que siempre llevaba en el pecho, incluso en las batallas, una pieza de incalculable valor que fue a parar a la catedral de Salamanca y hoy puede verse en la Sala de la Bóveda de las torres medievales, dentro del recorrido turístico Ieronimus, nombre latino de Jerónimo de Perigueux, curiosamente capellán del Cid y obispo de Valencia (www.ieronimus.com).
Las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza (www.arlanza.com) requiere otra parada por su importancia en los inicios de Castilla y porque fue uno de los centros religiosos más importantes de la España de Alfonso VI; allí fueron a parar los restos del conde castellano Fernán González y el Cid lo visitó en sus viajes de Burgos a Silos. En el Museo Arqueológico Nacional se conserva la portada románica del cenobio y en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (www.mnac.cat) se conservan algunas pinturas del monasterio, fechadas poco después de la muerte de Rodrigo. Precisamente el monasterio de Santo Domingo de Silos (www.abadiadesilos.es) fue muy querido y frecuentado por Rodrigo al tener propiedades cerca de la abadía. La visita a estos dos últimos lugares se completa con un paseo por las calles de la vecina Covarrubias, donde la Castilla del Cid sigue viva gracias a la autenticidad de su urbanismo y arquitectura. Termina el recorrido monástico en las abadías riojanas de San Millán de la Cogolla (www.monasteriodeyuso.org), el célebre monasterio de Suso de donde salieron las primeras letras castellanas que conserva elementos mozárabes del siglo X, y el monasterio de Santa María de Nájera (www.santamarialareal.net), consagrado en 1052 y anexionado a Castilla por Alfonso VI.
La fortaleza soriana de Gormaz (www.castillosdesoria.com), cercana a El Burgo de Osma –por donde pasó el Cid camino del destierro–, es otro lugar impregnado por el paisaje castellano del siglo XI. Se trata de uno de los castillos más grandes de Europa (1.200 metros de perímetro, 446 metros de largo y lienzos de muralla de diez metros), atacado por una razia toledana, lo que empujó al Campeador a invadir tierras del reino musulmán de Toledo provocando a su vez la tragedia del destierro. La fortaleza toledana de Consuegra es uno de los recintos más antiguos de la Península, posiblemente de tiempos del caudillo Almanzor (938-1002), y lugar muy vinculado a la vida del Cid porque en la defensa de la plaza contra los almorávides murió su hijo Diego, en 1097. El castillo fue reformado después por la Orden de los Hospitaleros de San Juan y aún hoy luce ese aire distinguido y militar (www.aytoconsuegra.es)
Otra fortaleza de aquellos tiempos, cuyos restos son aún visibles, es la de Rueda de Jalón (www.castillosdearagon.es) donde Alfonso VI sufrió una histórica emboscada cuando iba en ayuda del alcaide del recinto, primero amigo de Castilla y luego aliado del emir de Zaragoza, circunstancia desconocida por el monarca. El rey envió una delegación de tres hombres al castillo –entre ellos al infante Ramiro de Navarra– para conocer la situación pero, al atravesar la puerta, fueron asesinados por los musulmanes que esperaban la presencia de Alfonso. Aquel suceso, ocurrido el 6 de enero de 1083, pasó a las crónicas castellanas con el nombre de la Traición de Rueda. Mucho mejor conservada se encuentra la alcazaba murciana de Aledo (www.regmurcia.com), levantada sobre un espigón rocoso que transmite las dificultades que debieron tener los hombres del rey cristiano para tomar el lugar en 1086. La fortaleza fue un punto estratégico dentro de la política de Alfonso VI al controlar los movimientos almorávides por las tierras de Alicante, Murcia, Granada y Jaén.
De las grandes ciudades del momento conviene detener los pasos en la colegiata de San Isidoro de León (www.sanisidorodeleon.net), la Capilla Sixtina del románico español, donde se custodian las reliquias de san Isidoro, trasladadas en tiempos de Fernando I de Castilla. En el crucero de la catedral de Burgos (www.catedraldeburgos.es) se encuentran los cuerpos del héroe castellano y de su mujer Jimena, además de otros recuerdos legendarios como el famoso Cofre del Cid con su noble historia. Merece la pena acercarse al Museo de Burgos (www.museodeburgos.com) para ver la célebre espada del Cid, la Tizona, adquirida por la Junta de Castilla y León. El Museo del Ejército de Toledo cuenta con una buena reproducción de la misma. Y no hay que olvidar la iglesia burgalesa de Santa Gadea o Águeda, donde la tradición sitúa la ceremonia de la Jura como muy bien recuerda una placa; ni del lugar conocido como Solar del Cid donde estuvo su casa y nació el Campeador según la inscripción del monumento y la leyenda burgalesa. Otro importante escenario que Rodrigo debió recorrer con frecuencia fue el palacio de la Alfajería de Zaragoza (www.cortesaragon.es), uno de los principales monumentos islámicos del país junto con la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada. Entre 1081 y 1086 el Cid estuvo al servicio de Al-Mutamin, reyezuelo de la taifa de Zaragoza, y de aquellos tiempos se conserva una parte de la esencia constructiva del arte musulmán con su rica ornamentación repartida por las estancias primitivas.
Sobre la ambientación de la Jura de Santa Gadea recomiendo dos interesantes pinturas historicistas del siglo XIX. Una del artista Marcos Hiraldez Acosta (1830-1896) que cuelga de las paredes del palacio del Senado, y la otra del pintor cubano Armando Menocal (1863-1942) conservada en el ayuntamiento de la localidad valenciana de Alfafar (www.alfafar.com) En la Real Armería de Madrid se conserva una hoja de espada de gran valor atribuida al Cid, perteneciente en su día al Tesoro Real del alcázar de Segovia.
En Zamora (www.conocerzamora.com) aguantan el paso del tiempo sus robustas murallas que certifican el apodo urbano de “la bien cercada” y dentro de ellas se encuentra el legendario Portillo de la Traición perteneciente al primer recinto, por donde huyó el traidor Vellido Dolfos tras asesinar al rey Sancho. Se localiza entre la iglesia de San Isidoro y la catedral. Según la tradición popular, la puerta vieja de la Bisagra de Toledo (www.toledo-turismo.com) recibe el nombre de Alfonso VI porque por ella entró el rey cuando conquistó la ciudad imperial, aunque investigaciones posteriores defienden la teoría de que debió hacerlo por la de Alcántara, del mismo periodo, el principal acceso de la villa. Toledo recuerda a su libertador cristiano con una estatua ecuestre situada en la entrada norte de la ciudad y con un buen puñado de leyendas. Por cierto, según la tradición, en el castillo de San Servando, al otro lado del río, junto a la Academia de Artillería, veló armas el Cid antes de su reconciliación con el rey.
Hay que referirse a dos lugares más: a la villa jacobea y cortesana de Sahagún (www.aytosahagun.es), en León, íntimamente ligada a Alfonso VI, donde está enterrado y que tanta importancia alcanzó en el siglo XI gracias a los beneficios reales y al apoyo dado al Camino de Santiago. Su cuerpo, junto con el de sus esposas, se encuentra a los pies de la capilla del monasterio de Santa Cruz. Inicialmente fue sepultado muy cerca, en el monasterio de San Facundo, ahora en ruinas. Cierra el periplo cidiano el pueblecito burgalés de Vivar del Cid, cuna del Campeador según su segundo apellido, acontecimiento recordado en un conjunto escultórico. En el pueblecito se encuentra el convento de Nuestra Señora del Espino, de monjas clarisas, que hasta mediados del siglo XVIII custodió el manuscrito original del Poema de Mío Cid dentro de un baúl expuesto en el pequeño museo ubicado junto al torno de los dulces donde, además, se muestran otros documentos de mucho interés, entre ellos una copia del Cantar y de sus espadas. Al parecer la obra literaria fue sacada de su caja en 1776 por Eugenio Llaguno, secretario del Consejo de Estado, con el fin de publicarla y después pasó por varias manos hasta que fue adquirida finalmente por la familia de Ramón Menéndez Pidal, uno de los grandes investigadores del documento. Ahora la obra se encuentra bien guardada en la Biblioteca Nacional de España en cuyo Museo se expone una edición facsímil de la publicación además de otra reproducción muy interesante del Códice de Fernando I y doña Sancha, llamado Beato Facundo por el artista que lo ilustró, fechado en el siglo XI. La obra nos da una idea de lo bien que se trabajaba en los talleres monacales (scriptorium) dedicados a copiar e iluminar los Beatos.
Por cierto, detrás del convento del Espino, en Vivar, se encuentra el kilómetro cero del Camino del Cid, junto al mesón Molino del Cid, comercio adornado con múltiples recuerdos de su figura y leyenda. Allí podrá recoger el Salvoconducto del Cid, un documento parecido a la Compostela jacobea que acredita, una vez sellado, haber pasado por los diferentes lugares de la ruta del destierro. El Museo Arqueológico Nacional conserva una pieza única, el precioso crucifijo de marfil y azabache de Fernando I y doña Sancha. El Museo de Historia de Valencia (www.mhv.com) también es un buen lugar para seguir de cerca los pasos de Rodrigo por tierras levantinas.
Sobre los recuerdos de Fernando I conviene echar un vistazo a un valioso lienzo hispanoflamenco de Bartolomé Bermejo (1440-1498) y Martín Bernat (¿1454-1497?) en la sala 51A del Museo del Prado donde aparece retratado el rey castellano recibiendo a santo Domingo de Silos en las puertas de Burgos, huido del monasterio de San Millán por enfrentarse al rey García de Nájera. La pinacoteca nacional también muestra un interesante lienzo historicista de gran belleza plástica firmado por Dióscoro Puebla (1832-1901) que recoge el momento del abandono de las hijas del Cid por parte de los infantes de Carrión. La Universidad Central de Barcelona tiene en depósito un lienzo muy descriptivo de Juan Vicens Cots (1830-1886) relacionado con la leyenda del héroe castellano y la degollación del conde Lozano en venganza por una afrenta que tuvo con su padre Diego Láinez.
Se puede encontrar más información de la época y de los personajes e...

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