IX
Sacramentos de iniciación:
bautismo y confirmación
La encarnación y la redención de Cristo representan el cumplimiento de la creación y la realización de las sombras y las tipologías del Antiguo Testamento. Sin embargo, Cristo no sólo lleva a cabo la salvación, sino que también hace realidad la divinización de las creaturas, principalmente a través de la acción del Espíritu. Los eventos del bautismo de Cristo en el Jordán y su muerte en la cruz no pretendían ser momentos concretos en el tiempo, sino manifestaciones del poder que se extiende a lo largo del tiempo. Las aguas bendecidas gracias al bautismo de Cristo, así como el agua y la sangre que brotaron de su costado, son regalos que ha entregado a su esposa, la Iglesia, y a sus hijos a través de la historia. Aunque las tipologías se han cumplido, los nuevos “misterios” han sido establecidos con su poder divinizante gracias a las acciones simbólicas de Cristo. Efrén descubre en el Antiguo Testamento el establecimiento de una tradición que continúa a través de la generación de los sacramentos, como una extensión natural de la economía de la salvación en la historia. A su modo de ver, la obra de la divinización y de la salvación se mantiene como una extensión del Cuerpo de Cristo.
El misterio central es la Eucaristía, que es tanto causa como señal de la comunidad de la Iglesia. De hecho, la asamblea que se congrega para participar de la Eucaristía constituye el núcleo esencial del ser de la Iglesia. Sin embargo, sólo aquellos que, por medio de las aguas del bautismo y la unción del crisma, han sido liberados gracias al poder divinizante del espíritu de Cristo cumplen con las condiciones para participar de la Eucaristía. De acuerdo con Paul Verghese, la Eucaristía es la razón de ser del cuerpo de Cristo en el mundo del espacio y del tiempo. Todos los “misterios” se completan en la Eucaristía. Los sacramentos del bautismo, de la crismación y de la Eucaristía constituyen elementos integrales en el proceso de divinización.
Antes de discutir estos misterios individualmente, deben hacerse algunas anotaciones respecto al significado de la propia palabra “misterio” en la tradición siriaca. Como ya se ha desarrollado en el capítulo dedicado a la revelación, el término siriaco para misterio es raza, que tenía diversas aplicaciones en el siglo iv. Dicho término designaba a cualquier símbolo religioso (especialmente las “tipologías” del Antiguo Testamento), a los ritos sacramentales y, en su forma plural, a la Eucaristía.
Verghese explica que el término raza en siriaco proviene de la raíz raz, que significa “conspirar”, y que sus orígenes posiblemente se encuentran en los cultos mistéricos. No obstante, en la Siria eclesiástica adquirió un significado especial como un acto de la comunidad elegida, instruyendo a los bautizados o realizando el gran misterio del Cenáculo. Por lo tanto, un misterio puede poner al frente algún evento de significado eterno. A su vez, el “misterio” es un acto colectivo de un grupo específico, que se mantiene cerrado a los que no están incluidos en él. Es, por así decirlo, una realidad de orden eterno, que se manifiesta en el tiempo a través de una acción colectiva de la Iglesia para aquellos que, iniciados ya en el misterio, ahora viven conforme a éste.
William de Vries añade que esta noción de misterio trans-mite el significado de “símbolos misteriosos” de un mundo superior, y que logra introducirnos eficazmente en dicho mundo. Resulta particularmente claro que el bautismo, la crismación y la Eucaristía implican materia que es informada por el espíritu. Los padres describen la acción del Espíritu que “revolotea” sobre la materia o que “da vueltas alrededor” de ella. De este modo, lo divino se concreta y queda incorporado en la materia visible. Por ejemplo, Moisés Bar Kepha establece un paralelismo entre la Eucaristía y la crismación: “Comprendemos y concebimos a través de los ojos del alma que Dios el Verbo se une con el pan, con el vino, y con el aceite del crisma”. En la tradición litúrgica siriaca, el agua y el crisma del bautismo se consagran con una epíklesis, al igual que el pan y el vino de la Eucaristía. Pasan a ser materia “dinamizada”.
Joseph Lécuyer percibe este modo de entender el misterio reflejado en la liturgia. Explica que al comienzo de la anáfora los fieles han de creer, trascendiendo las apariencias sensibles y los signos terrenales de la liturgia, que se está realizando una realidad invisible y celestial. Cada misterio es una indicación de señales y símbolos de cosas invisibles e inefables. Para Juan Crisóstomo, si bien la Eucaristía es un sacrificio que acontece en la tierra, la realidad que contiene es toda ella celestial. “Estar presente en el sacrificio es estar presente en un espectáculo celestial.” Nuestro altar es una mesa celestial que recibe los dones de la tierra y sobre la que se lleva a cabo un intercambio admirable entre los cielos y la tierra; su presencia es doble, “establecida en la tierra, y cercana al trono celestial”.
Bautismo
La iglesia siriaca considera el bautismo de Cristo como el evento central que instituyó el sacramento del bautismo. A través del bautismo en el río Jordán, Cristo consagró todos los ríos del mundo. El cumplimiento de la acción bautismal de Cristo tiene lugar en la cruz, cuando brotaron sangre y agua del costado de Cristo. Sin embargo, en relación con el bautismo, la tradición más temprana no enfatizó la noción de “morir y resucitar”; más bien entendía el bautismo como un nuevo seno que daba a luz a nuevos hijos portadores de la imagen del nuevo Adán, revestidos nuevam...