El dilema humano
eBook - ePub

El dilema humano

Del Homo sapiens al Homo tech

Joan Cwaik

Share book
  1. 224 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

El dilema humano

Del Homo sapiens al Homo tech

Joan Cwaik

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

¿Quién tiene el poder en el siglo XXI? ¿Estamos ante una crisis del capitalismo? ¿Qué lugar ocupan los medios de comunicación en el universo articulado por las redes sociales? ¿Cómo serán los humanos del futuro? ¿Vivimos una batalla tecnológica invisible? ¿Amenaza o salvación? ¿La humanidad está en jaque? La revolución tecnológica que transita la humanidad ha producido un movimiento sísmico radical en todos los planos de la vida; el trabajo, la educación, las fuentes de información, el entretenimiento, los vínculos, son solo algunos de los ámbitos en los que los paradigmas tradicionales han dejado paso a nuevas maneras de ser humano en un mundo de datos y algoritmos. Por eso, en medio de esta transformación vertiginosa, resulta importante detenerse a reflexionar acerca de la tensión humano-tecnológica que abre una serie de temas clave para comprender el presente del futuro. Esta es la tarea de El dilema humano que, a lo largo de sus siete debates, analiza las luces y sombras de una relación crucial de cara a los nuevos tiempos. Con un estilo directo y ágil, y dejando en claro su rol reconocido como divulgador tecnológico, Joan Cwaik invita al lector a pensar juntos para entender el nuevo mundo que habitamos, sin caer en distopías ni en utopías solucionistas, y recorrer el camino que va del Homo sapiens al Homo tech. El momento llegó. Da vuelta el libro, y sumate a El dilema humano.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is El dilema humano an online PDF/ePUB?
Yes, you can access El dilema humano by Joan Cwaik in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Business & Industria informatica. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Year
2021
ISBN
9789505568130
Ilustración
Desde tiempos inmemoriales, el poder ha sido la gran obsesión de los seres humanos. Emperadores romanos, faraones egipcios, los Sith y los Jedi, empresarios y políticos. Todos han luchado de una u otra forma para obtener ‘el poder’, entendido este como la capacidad de actuar e influir en las actitudes de las otras personas.
La forma en que usualmente representamos el poder cuando somos chicos (y no tan chicos), tiene que ver con la fuerza física. De ahí que todos los superhéroes de nuestra infancia tienen poderes y habilidades que van más allá de la capacidad humana. De la misma manera que Hércules o Superman son poderosos porque su fuerza les brinda talentos especiales que les permiten actuar —casi— como quieran e influir sobre el resto, entendemos que el Estado que logre desarrollar un ejército más numeroso, moderno y mejor equipado, será el que tenga más poder. Es bien conocida la respuesta que dio el entonces gobernante soviético Iosif Stalin a Winston Churchill cuando este último le sugirió invitar al Sumo Pontífice a las negociaciones de paz que pondrían fin a la segunda guerra mundial: “Ah… El Papa… ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”.
Pero, más allá del debate sobre el poder papal, resulta evidente que el poder trasciende la fuerza física y material. Claro que, como decía Stalin, el Papa no tiene divisiones, pero ¿cuánta capacidad de influencia tiene el Sumo Pontífice cuando alrededor de un sexto de la población mundial es católica?
En el primer episodio de la primera temporada de Black Mirror, titulado The National Anthem (SPOILER ALERT!), el Primer Ministro británico es despertado en medio de la noche con la noticia de que un miembro de la familia real ha sido secuestrado. Pero lo que en principio podía ser un tradicional ejercicio de negociación con delincuentes o terroristas, se convierte rápidamente en un escándalo de proporciones inimaginables cuando los secuestradores establecen sus condiciones: para liberar a la princesa Susannah, exigen que el premier mantenga relaciones sexuales zoofílicas con un cerdo, y que esta dantesca imagen se transmita por televisión y mediante las redes sociales con una serie de especificaciones técnicas particulares. Como imaginarás, el escándalo empeora cuando resulta evidente que los captores no estaban haciendo una broma de mal gusto. Más bien todo lo contrario. Tras las presiones de la prensa, la familia real, y hasta de su propio partido, el Primer Ministro no tiene más remedio que ceder ante la alocada petición de los secuestradores. A pesar de contar con uno de los mejores ejércitos del planeta, y con uno de los sistemas de seguridad más sofisticados del primer mundo, el poder del mandatario británico quedó reducido y humillado frente al de una banda de secuestradores con un poco de ingenio.
Volviendo a la pregunta planteada en este debate —¿Quién tiene poder en el siglo XXI?—, es posible identificar al menos tres respuestas. En primer lugar, lo que se podría llamar la respuesta Social Dilemma, que pone el foco en un reducido y selecto grupo de compañías tecnológicas que consolidan su poder mediante la concentración de información personal de millones de individuos. En segundo lugar, la respuesta stalinista, que todavía se concentra casi exclusivamente en el poder físico y coercitivo de los Estados; y, por último, la respuesta individualista, que entiende que, en el siglo XXI, y en gran parte gracias a la tecnología, los individuos nos hemos empoderado considerablemente frente a otras entidades que tradicionalmente han tenido poder, como los Estados y las empresas. ¿Cuál de las posturas tiene razón? Tal vez este libro nos ayude a responderlo.

EL PODER DE LOS DATOS

“La información gobierna el mundo.”
WINSTON CHURCHILL
Los datos están en todas partes. De hecho, los seres humanos en el siglo XXI nos hemos vuelto prácticamente máquinas productoras de datos. Podríamos afirmar que casi todas las acciones que realizamos, desde elegir una película hasta scrollear en una red social mientras esperamos nuestro turno en un consultorio médico, genera algún tipo de dato, que luego será utilizado de alguna manera. La famosa enunciación del epígrafe, que suele atribuirse a Thomas Hobbes, no es solo una simple frase hecha. La información es poder, y los datos pueden (o no) convertirse en valiosa información.
Además de que el poder no es solo físico, como ya hemos observado en el apartado anterior, también podríamos afirmar que no siempre es tan visible como parece. La idea del poder detrás del poder o el poder en las sombras suena un poco a teoría conspirativa, pero es algo recurrente en la historia de la humanidad. Los masones, los templarios, las sociedades secretas, el poder económico, las grandes empresas o los servicios de inteligencia siempre han sido señalados como ‘el verdadero poder’ por su capacidad de influir en la toma de decisión, tanto o más que los gobernantes de turno. La película norteamericana The Post, estrenada en 2017, relata uno de los hechos más significativos en la historia reciente de la prensa estadounidense. El film, dirigido por Steven Spielberg, se concentra en el escándalo político que provocó la filtración en la prensa de documentos secretos sobre la Guerra de Vietnam durante la década de 1970, y los esfuerzos del gobierno para evitar esas filtraciones. No es ni la primera ni la última película que tendrá como uno de sus temas destacados el poder de los medios de comunicación, temática por demás recurrente en el siglo XXI.
Pensemos ahora en la dimensión individual de esta frase. Cuando, por alguna razón, contamos un secreto muy personal a alguien, esta persona pasa a tener una suerte de poder sobre nosotros. Claro que, en una situación ideal, nunca contaremos un secreto a alguien en quien no confiemos. Pero, lamento decirte que la vida está llena de situaciones no-ideales. Pensemos, por ejemplo, ahora en alguien que sabe cuáles son tus preocupaciones, tus gustos, tus miedos, tus amigos, tu ubicación en tiempo real de manera constante y tus conversaciones personales. Definitivamente tiene que ser alguien de muchísima confianza… ¿o no?
Un estudio del instituto científico español IMDEA Networks realizado en 2017 reveló que siete de cada diez aplicaciones móviles comparten los datos de sus usuarios con terceros, generalmente con el objetivo de segmentar a los usuarios y personalizar mensajes de marketing digital. Diversos cálculos han estimado que, en un teléfono promedio, los usuarios tenemos alrededor de 25 aplicaciones, lo que querría decir que 18 de esas 25 apps están recopilando tus datos y haciendo dinero con ellos.
Pero es momento de hacer un punto y aparte para que busques tu teléfono sin culpa (aunque probablemente esté al alcance de tu mano) y corrobores la cantidad de aplicaciones que hay. La pregunta que surge ahora es: ¿cuáles son esas aplicaciones? Otro estudio, pero de la Universidad de Oxford, descubrió que casi el 90 % de las empresas que compartieron sus datos lo hicieron con empresas de Alphabet Inc., como Google o Youtube. Otras de ellas fueron Facebook o Twitter. Ahora bien, seamos sinceros con nosotros mismos: ¿cuántas veces hemos leído los términos y condiciones de alguna red social? Según un estudio de la consultora Visual Capitalist, el 98 % de las personas de entre 18 y 34 años no lee los famosos términos y condiciones. Es decir que prácticamente nadie está al tanto del contrato que acuerda respetar con las aplicaciones con las que convive casi todo el día. Pero no se trata solo de una cuestión de falta de interés. De acuerdo al mismo estudio, para leer todos los términos y condiciones de Spotify, una persona promedio necesita 31 minutos, mientras que para hacer lo propio con TikTok necesitaría 35 minutos. Para graficarlo, el artista y diseñador Dima Yarovinsky realizó una muestra en 2018 que bautizó I agree. En ella, imprimió en rollos de colores tamaño A4 estándar los distintos contratos de términos y condiciones de uso de empresas como Snapchat, Facebook o Tinder, y los pegó en la pared de la Academia de artes y diseño Bezalel en Jerusalén. La mayoría de esos rollos se extendían también por el suelo, y tenían una altura dos o tres veces superior a la media de los visitantes.
Lo más curioso en este caso, y a diferencia de lo que podría suceder con un ‘secuestro digital’, es que aceptando los términos y condiciones (que no leemos), nosotros no estamos entregando todos nuestros datos por coacción, sino que más bien lo hacemos por propia voluntad. O, mejor dicho, por nuestra propia voluntad, hasta ahí. Esa voluntad surge muchas veces de una necesidad imperiosa de pertenecer (a una determinada red social, a un grupo de amigos o a un entorno laboral). Podríamos decir entonces que estamos prácticamente ante un destino inevitable: ¿estamos obligados a compartir nuestros datos personales?
Esto conduce a un primer interrogante: ¿tendríamos que borrar todas las aplicaciones para proteger nuestros datos personales? ¿La forma de recuperar el control sobre nuestra privacidad es volviendo a una realidad en la que no existan las redes sociales?
No es extraño que ante las características negativas que experimentamos por los avances tecnológicos, nuestra primera reacción sea intentar evitar su uso, como si eso solucionara el problema. Así, una vez que nos enteramos de todo esto, para cuidar nuestros datos personales o los de nuestros hijos, nuestra primera reacción puede ser desinstalar Facebook, Instagram y Spotify durante unos días, hasta darnos cuenta de que ya nos hemos acostumbrado demasiado a estas comodidades del siglo XXI. Probablemente esta no sea la solución, así como para evitar las muertes por accidentes de tránsito tampoco se opta por prohibir la circulación de automóviles.
El capitalismo del siglo XXI está mutando a gran velocidad hacia una economía basada en los datos, y una vuelta atrás es algo virtualmente imposible. Pero esto será tema de otro debate.
El gran desafío de nuestra generación es pensar mecanismos que permitan resguardar la privacidad de los individuos, reduciendo la vulnerabilidad de personas, compañías y gobiernos ante ciberataques, y permitiendo que estos modelos económicos basados en los datos continúen existiendo.
Sin embargo, como decíamos al inicio del capítulo, la información (y no los datos) es poder. La diferencia es sutil, pero sumamente importante. Los datos ‘puros’, sin ser tamizados y analizados, no son más que un conjunto casi infinito e incomprensible de números.
En su libro Borges, Big Data y yo, Walter Sosa Escudero ilustra este concepto de manera muy sencilla a partir del cuento Funes el memorioso del célebre escritor argentino. En el relato, se narra la historia de Ireneo Funes, un joven uruguayo que tenía el don (o más bien, la maldición) de recordar absolutamente todo, lo que le valió el apodo de “El memorioso”. Para responder a la pregunta sobre qué había hecho en un día, Funes no tenía más opción que pasarse 24 horas relatando cada detalle de lo realizado, revelando una cantidad innecesaria y absurda de datos que no servían para nada. La gran moraleja de este cuento es que pensar es olvidar diferencias, es generalizar y abstraer. Si no abstraemos, somos solamente un conjunto de detalles. De datos. La capacidad de vincular esos datos y transformarlos en un insumo valioso —de marketing, de estrategia militar, de extorsión, o de comunicación política—, es un factor fundamental de lo que llamamos ‘Poder’, con mayúscula. Funes no era poderoso, pero Google sí. Y la diferencia entre ambos es que Google utiliza los datos para transformarlos en información que resulta valiosa para empresas y gobiernos.
Cuando decimos ‘Google’, no estamos hablando solamente de la compañía subsidiaria de Alphabet Inc., sino más bien del modelo económico que representa y que se extiende a muchas otras (como Spotify, Snapchat, Facebook, Netflix, por mencionar algunas): la monetización de los datos. O, mejor dicho, de la información. Es decir, aquel modelo que ha depositado cada vez más poder de manera silenciosa en un conjunto no demasiado grande de compañías que han hecho de los datos de todos los habitantes del mundo su gran mina de oro.

EL PODER DE LOS ESTADOS

En el pasado, el poder estaba mucho más asociado a la fuerza física y al territorio. Michel Foucault lo define como “el poder soberano”, y lo relaciona directamente con un elemento como la espada, ya que esta permite ilustrar a la perfección la idea de poder sobre la vida y la muerte que se utilizaba hasta hace no mucho tiempo. Básicamente, quien tenía poder era quien decidía sobre la vida y la muerte de los demás. De hecho, y volviendo al ejemplo de Stalin con el Papa, el Sumo Pontífice sí supo tener sus buenas divisiones en su momento. Tomemos por ejemplo el caso de Alejandro VI, sucesor de Pedro entre 1492 y 1503, que de ‘Padre’ tenía mucho (tuvo ocho hijos reconocidos), pero de ‘Santo’ bastante poco. Roderic Llançol I de Borja (Alejandro VI para los amigos) logró consolidar un temible ejército que comandaba uno de sus hijos, Cesar Borgia. En ese entonces, el papado no sólo contaba con influencia moral o espiritual, sino también con una considerable suma de territorios a lo largo de la península italiana y el sur de Francia. Como en una especie de TEG global, los Estados en sus distintas formas —Principados, Reinos, Repúblicas, Imperios, etc.— buscaban conquistar distintos territorios, que a su vez permitían engrosar sus ejércitos y brindarles recursos de todo tipo que hacían posible acrecentar su poder. Sobran ejemplos de guerras surgidas por motivaciones de esta clase en la historia mundial.
Siguiendo el pensamiento de Foucault, a partir de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el poder deja de ser un poder soberano que decide sobre la vida y la muerte, y pasa a ser un poder disciplinario. El objetivo es entonces controlar al sujeto y volverlo obediente, pero no terminar con su vida, y para tal fin existen instituciones como la escuela que fue concebida primordialmente para disciplinar. Pero, a pesar del cambio de la naturaleza del poder, este continuaba residiendo básicamente en los Estados nacionales. Solo que si antes decidían quién vivía y quién moría, ahora se dedicaban a disciplinar para engrosar y mantener dicho poder.
El gran cambio sobreviene a partir del siglo XXI, cuando se vuelve cada vez más evidente que los Estados nacionales han perdido progresivamente el poder, especialmente si lo comparamos con otras instituciones y organizaciones: desde empresas privadas hasta gobiernos locales y supranacionales. De hecho, podríamos decir que el movimiento es exactamente el inverso al que se produjo en la era contemporánea. Si entre 1750 y 1970 los Estados Nación fueron incorporando paulatinamente más prerrogativas frente a las instituciones religiosas, familiares o privadas (Fuerzas Armadas, seguridad, educación, salud y registro civil de la población, entre otras), desde 1970 en adelante se fueron perdiendo muchas de esas facultades, como en un movimiento pendular. El columnista del New York Times y ensayista Thomas Friedman, definió este movimiento en 2005 como un proceso de “aplanamiento de la Tierra”. En su ya célebre libro The World is Flat (La Tierra es plana), el autor norteamericano defiende la idea de que el mundo se va aplanando a medida que las barreras económicas y las fronteras físicas se van desplomando, gracias a la globalización y la hiperconectividad que experimentamos en el siglo XXI.
Lo más curioso —y también lo más cuestionable— del pensamiento de Friedman es que, a diferencia de la mayoría de las visiones que abundan sobre la globalización y sus consecuencias, él entiende que, a escala mundial, se está construyendo un terreno de juego bastante bien nivelado, en el que individuos y empresas de muchos países pueden competir en igualdad de condiciones. Es decir que este proceso también tiende a empoderar a los individuos y a las empresas, quienes incrementan su poder en términos relativos frente a los colosales y omnipotentes Estados del siglo XX. Desde luego, esta mirada generó más de una reacción. Para otra corriente de pensamiento, aquellos que se olvidan de la geografía nunca podrán derrotarla. Y este es el mantra que alienta al libro La venganza de la Geografía de Robert Kaplan. Para el analista político norteamericano, la geografía es un telón de fondo indispensable para comprender el drama humano de las ideas, la voluntad y el azar. Su mirada retoma nociones básicas de la disciplina geopolítica, que tuvo su pico de popularidad a principios del siglo XX, cuando los Estados nacionales también se hallaban en pleno auge.
Pero, si bien el pensamiento de Kaplan podría parecer en principio demodé, no lo es necesariamente. ¿Por qué tenemos que pensar en los mapas como si fueran una representación de la Tierra y no de las personas? Las redes sociales y los flujos de datos masivos nos ofrecen, como ya veremos más adelante, la posibilidad de ver y representar las interacciones humanas como nunca lo habíamos hecho antes. Así, podemos crear mapas basados en las transacciones financieras o en la interacción mediante redes sociales, donde probablemente los grandes centros urbanos del mundo estén más conectados entre sí, que con la periferia rural que los rodea. Así, por ejemplo, mediante el programa Google Flu Trends podríamos trazar un mapa de los brotes de enfermedades controlando el momento y el lugar en el que enfermos incipientes realizan una búsqueda de los síntomas de la gripe. Y donde los Estados nacionales también tendrían menos posibilidad de actuar por separado. Como hemos visto, durante todo el 2020, a pesar de que los países hayan intentado cerrarse, la COVID-19 no respetó fronteras ni limitaciones geográficas, y entonces, ¿por qué deberíamos hacerlo los humanos?
Sin embargo, más allá de este debate, que tiene profundas raíces filosóficas y hasta antropológicas, hay una idea que podemos identificar con claridad, y que implica profundas consecuencias para los humanos del siglo XXI: el poder es cada vez más difuso, y se ha vuelto más difícil de identificar. Si miramos la arquitectura de cualquier ciudad europea con raíces medievales, vamos a observar cómo el poder de entonces residía en aquellas imponentes y monumentales catedrales que representaban a la Iglesia Católica. De la misma forma, contemplando el Palacio de Versalles, sabremos del poder de las monarquías en el siglo...

Table of contents