Dios también usa a los débiles
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Dr. Carlos J. Correa Bernier

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Dr. Carlos J. Correa Bernier

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Dios también usa a los débiles, del Dr. Correa Bernier es el fruto de la obra de una vida de trabajo en pro de la justicia social y la erudición de la interpretación bíblica contemporánea. El libro es uno sencillo y accesible que llevará a los lectores a reconocer a su autor como un guía que tiene el control del proceso exegético y quien, a su vez, es capaz de destilar sus reflexiones hasta hacerlas accesibles para una audiencia general. Correa Bernier navega con maestría los problemas comúnmente planteados sobre las historias bíblicas. Las anécdotas incluidas en este volumen son exaltadas de manera desafiante, pero sin perder de vista la importancia de la solidaridad con todo lo que define la totalidad de la experiencia humana. Esta colección de reflexiones es presentada como una invitación abierta, sin la precondición de un proceso de conversión o proselitismo supuestamente necesario para lograr que el lector se sienta parte del elenco de los personajes incluidos en cada una de las historias consideradas.

Con lo mejor que el Dr. Correa Bernier tiene para ofrecer, estas interpretaciones teológicas podrían servir como una colección de lecturas devocionales diarias, especialmente, para los que ya están familiarizados con las habilidades y dones del autor. También serán útiles para todos los que estén interesados en identificar una lectura que pueda guiarlos hacia una conciencia más profunda acerca de sí mismos y de su misión en la vida.

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Information

Year
2020
ISBN
9781648710414
CAPÍTULO UNO
Enriqueciendo nuestras relaciones
Estaban desnudos y sin vergüenza. En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse. Y el Señor Dios hizo ropas de pieles de animales para Adán y su esposa.
(Génesis 2:25; 3:7; 3:21)
IUC | Tucson | Arizona
Se me ha encomendado hablar sobre las relaciones significativas tratando de responder dos preguntas: ¿Qué es una relación significativa?, y ¿por qué tenemos que relacionarnos?
Me he hecho ambas preguntas en muchas ocasiones a lo largo de la vida y, al conversar con otras personas, he notado que otros se han formulado preguntas similares.
La primera vez que me hice estas preguntas fue cuando un grupo de niños de mi barrio decidió rechazarme como miembro de su “corillo” o grupo de amigos. Con una crueldad única, me rodeaban con sus bicicletas para cantarme la canción de Oscar Mayer, pero con un mensaje didiferente: "Yo no quisiera ser un tipo como Carlos, eso es lo que no quisiera ser, porque si yo fuera como Carlos, nadie me tendría que querer". Recuerdo lo devastador de aquellas palabras y cómo me hacían regresar a casa entristecido prometiéndome que jamás me relacionaría con gente como ellos. Pero, ¿qué es una relación?, ¿por qué tenemos que relacionarnos?
Más adelante, cuando estaba en la escuela intermedia, conocida como “Junior High School” en Estados Unidos o escuela secundaria en América Latina, mi identidad había sido definida por mi aprovechamiento académico pero, en realidad, lo que deseaba era ser músico. Queriendo hacer mi sueño realidad, le pedí a mi mamá que me comprara un bajo de $99 dólares para poder ser parte del grupo musical de la iglesia a la que asistía. Un día, el grupo se reunió sin mí y dictaminaron que no deseaban que yo siguiera siendo parte de la banda pues no contaba con las habilidades musicales que ellos creían necesarias. Una vez más, regresé a casa, triste, repitiendo en mi cabeza las mismas preguntas: ¿Qué es una relación? ¿Por qué tenemos que relacionarnos?
Jamás olvidaré la primera vez que me enamoré, la chica que me gustaba me dijo que ella no estaba interesada en mí. Recuerdo, como si hubiera sido ayer, cuánto me dolió. Y un año después tuve que enfrentar la noticia de la muerte repentina de mi abuelo. ¿Qué es una relación? ¿Por qué tenemos que relacionarnos?
De igual forma, al estar ya casado, una noche mi esposa y yo dormimos por primera vez espalda contra espalda. ¿Usted sabe de lo que estoy hablando, no? Recuerdo la frialdad, la distancia y decepción que ambos vivimos. Entonces me volví a preguntar: ¿Qué es una relación? ¿Por qué tenemos que relacionarnos?
Recuerdo cómo muchas de mis supuestas amistades desaparecieron de nuestro círculo cercano cuando el matrimonio se estaba deshaciendo, como si mi ex esposa y yo sufriéramos de algún tipo de virus súper contagioso. Y recuerdo haberme hecho ambas preguntas cuando tuve que salir de Chicago, la ciudad donde había establecido amistades profundas, y mudarme a una ciudad que detestaba, inhóspita, abiertamente racista y sin diversidad cultural. Al llegar a esta otra ciudad me encontré pensando que ya no tenía la energía para comenzar de nuevo. ¿Qué es una relación? ¿Por qué tenemos que relacionarnos?
Así que, cuando hablo del tema de las relaciones significativas, no lo hago utilizando los resultados de un ejercicio cerebral simple o como el centro de un discurso teológico o sermón religioso. Cuando formulo tan importantes preguntas lo hago partiendo de mi propio peregrinaje, y estoy seguro de que ha sido parte del de ustedes también. Existe la posibilidad de que se encuentren hoy donde yo estuve, y estoy convencido de que algún día se encontrarán donde estoy hoy. Las experiencias humanas son cíclicas y universales, todos las experimentamos en diferentes momentos.
Quizás, como yo, ustedes han sido heridos, lastimados, fracturados y tratados como nadie merece ser tratado. Como yo, es posible que ustedes también lleven en el alma las marcas, cicatrices y angustias profundas que surgen como resultado de cargar el peso causado por los dolores relacionales a los que comúnmente estamos expuestos. Es por esta razón que concluí que si vamos a hablar de las relaciones significativas, lo primero que tenemos que hacer es tratar de entender qué es una relación y por qué no podemos evitar relacionamos.
No hablo de las relaciones casuales, presentes en las interacciones con conocidos o socios de negocios. Tampoco me refiero al tipo de comunicación que deberíamos mantener con nuestros vecinos o compañeros de gimnasio. Cuando les hablo acerca de las relaciones significativas, hablo del tipo de relaciones que se distinguen por ser emocionalmente riesgosas, a veces atemorizantes y, en ocasiones, hasta vulnerables.
Para contestar ambas preguntas consideraré tres escenas bíblicas con las que espero podamos construir un álbum que nos ayude a encontrar las respuestas. Pero antes, creo que es importante saber la razón o razones por las que debemos arriesgarnos a ser parte de una relación significativa y qué características debe tener para ser una relación saludable.
En resumen, por qué buscamos volver a relacionarnos después de haber sido lastimados, decepcionados y hasta traicionados. ¿La respuesta? Porque para eso fuimos creados, es nuestra naturaleza.
Yo sé que la respuesta inicial es un tanto simple y no satisface al alma. Pero, para hacer honor a la verdad, tenemos que aceptar que no hay ninguna otra forma de describir la esencia y naturaleza de nuestra humanidad: somos seres gregarios, relacionales. Fuimos creados, o hemos evolucionado (depende de la perspectiva), en comunidad. Somos quienes somos en relación a alguien más. Es como si nos preguntáramos por qué los aviones vuelan, por qué las flores tienen aroma o por qué el sol calienta. Por que esa es su función, su naturaleza.
En ocasiones, cuando veo los aviones en desuso como decoración en algunos aeropuertos o parques, no he podido evitar pensar que el avión, incapacitado, perdió su esencia. No es normal que un avión no vuele, y cuando no lo hace pierde su “avionidad” (palabra inventada por mí). Así que, cuando, después de haber sido relacionalmente lastimados, nos prometemos que no lo volveremos a intentar, lo que estamos haciendo es poner en riesgo nuestra esencia, nuestra humanidad. Como muchos de ustedes, yo me lo he prometido: “No volveré a relacionarme jamás”, solo para más adelante ver que me estoy relacionando pues no puedo evitar hacerlo. Esa es mi naturaleza. Como ustedes, soy un ser naturalmente relacional. No se trata de evitar las relaciones, más bien se trata de identificar y promover relaciones sanas. Hacia el final de esta reflexión les daré las 5 características de una relación saludable que pueden ser fácilmente integradas a nuestro perfil relacio- nal. Pero primero veamos cómo es que somos seres naturalmente relacionales:
Escena número 1: Génesis 2:25.
Los primeros capítulos de la Biblia hablan de un Dios "creador", un ser sobrenatural y esencialmente relacional. Permítanme hacer un paréntesis para clarificar que estoy consciente de que no todos los que estamos aquí creemos exactamente lo mismo acerca de la Biblia como libro y texto sagrado. Sin embargo, les pido que por algunos minutos consideren el contenido de la historia que estamos proponiendo.
De acuerdo con la historia bíblica, Dios se tomó el tiempo necesario para establecer un lugar que es descrito como un lugar fantástico, hermoso, perfecto. Un resort como ningún otro. En éste, la historia añade, Dios creó a dos personas: un hombre y una mujer. Ya ubicados, Dios procedió a darles instrucciones con la expectativa de que lograran conectarse entre ellos. La historia parece asumir que la pareja contaba con las habilidades necesarias para lograr una conexión profunda. Al momento de detallar la calidad de la conexión de la pareja, la descripción no podría ser más categórica: “Estaban desnudos y sin vergüenza”.
Cuando trabajaba en esta presentación pensé en ponerle como título: “Cómo desnudarse”. Estoy seguro de que hubiera atraído a más personas de las que estamos aquí. De haber utilizado ese título, la grabación sería un best seller.
La clave del versículo está en la expresión: “sin vergüenza”. Estaban desnudos sin sentir la más mínima vergüenza. Desnudos y sin preocupaciones. No se sentían mal por el tamaño de sus panzas, sus estrías o su celulitis. ¡Nada! No sentir vergüenza en medio de la desnudez significa que estaban emocionalmente completos, sin nada que tuvieran que esconder, puros, sin malicia, sin malas intenciones, sin asuntos inconclusos. ¡Inocentes! Como personas diáfanas, no había nada oculto dentro de lo que era evidente a simple vista.
Estaban físicamente desnudos, pero también lo estaban emocional, relacional y espiritualmente. Si ustedes se entregan a la narración por unos minutos, notarán cómo la historia se va entregando a ustedes, permitiéndoles sentir las maravillas de una desnudez integral. Fuimos creados, para estar desnudos.
Estos dos modelos de humanidad eran libres, seguros de sí mismos, se sentían significativos, sabían que eran importantes para alguien no por lo que veían sino por el contenido de su carácter. El hombre y la mujer de esta historia vivían plenamente en conexión con su sensualidad, conscientes de sus cuerpos y de la sexualidad que los definía. Para eso hemos sido creados. ¡Esa es nuestra naturaleza!
A medida que avanzamos en la historia, notamos que entre los capítulos 2 y 3 del Génesis, parece haber un interludio. Mientras la pareja vivía en armonía con Dios, todo parecía ir muy bien. Como parte del equilibrio rela- cional entre ellos estaba incluido el mantenerse en armonía con la fauna y la flora del entorno. La pareja es presentada como dos personas que vivían sin sospechas o temores el uno del otro. Ambos parecían moverse en la misma dirección. Sus actividades diarias, pensamientos y sentimientos estaban saludablemente sincronizados. Sin embargo, de repente y sin anuncio previo, la pareja exhibió un cambio en su actitud y en su toma de decisiones, produciendo una ruptura relacional entre ellos y el creador. El nuevo estado de consciencia es descrito de la siguiente manera: "Y sus ojos fueron abiertos y supieron que estaban desnudos y tomaron hojas de una higuera y se hicieron vestidos y delantales”. Cuando la divinidad se les acercó para pedir cuentas de lo que había sucedido, en respuesta el hombre introdujo un término nunca antes considerado en la experiencia humana: “Te escuché y tuve miedo”.
Todos sabemos lo que significa tener miedo. El miedo es, en ocasiones, la causa fundamental de las desconexiones internas, en otras es el resultado inevitable de las desconexiones que nos toman por sorpresa. No me refiero al pavor o asco que algunos le tienen a las cucarachas, ratones u otras fobias. Me refiero al estado emocional experimentado por la pareja después de haber cometido aquel histórico error.
El miedo parece haber sido resultado de este comportamiento. El texto nos ubica por primera vez ante el potencial autodestructivo de nuestras predilecciones. En las palabras de Adán visualizamos el terror que experimentó al no saber cómo reaccionaría Dios ante sus acciones. ¿Y qué hicieron Adán y Eva al momento de enfrentar su nuevo estado de conciencia y la incertidumbre ante las posibles consecuencias? Se protegieron: “Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse” (Génesis 3:7).
Estoy seguro de que ninguno de los que estamos aquí hemos intentado ocultar nuestros errores de manera artificial. Todos hemos enfrentado nuestras respectivas “metidas de pata” con valentía, asumiendo la debida responsabilidad por nuestros actos y decisiones (estoy siendo sarcástico, por si no se ha notado). Así, esta historia nos muestra una de las tendencias más primitivas de la naturaleza humana: cuando tenemos miedo, nos escondemos, nos refugiamos, aún cuando nuestro intento por hacerlo sea tan ridículo como el de la pareja, que intentó esconderse de Dios, su Creador.
Reflexionemos sobre las respuestas ofrecidas ante el interrogatorio divino: ninguno asumió responsabilidad, Adán terminó echándole la culpa a Dios y a su compañera, la misma que había llamado “carne de mi carne, hueso de mis huesos” (Génesis 2:23). Adán, parecía tener miedo de que Dios le pidiera que se quitara las hojas ridículas con las que se estaba cubriendo. Ante el terror del rechazo, decidió acusar a Eva, quien, decepcionada y confundida por la situación, ya había acusado a la serpiente, autora intelectual del error.
Esto es lo que sucede cuando el miedo y la sospecha definen el estado de nuestras relaciones: todo comienza a deteriorarse progresivamente hasta llegar a la desconexión. Y ante la desconexión emocional en una relación, nadie sale ileso, todos terminan pagando las consecuencias de la ruptura emocional. Este cuadro es la antítesis de lo que se nos había presentado al inicio de la historia.
En la primera escena vimos a la pareja desnuda y sin vergüenza: conectados. En la segunda escena encontramos a la misma pareja pero vestidos y con vergüenza: desconectados.
Evitemos irnos por la tangente tratando de racionalizar el contenido de la historia con la intensión de calificarla como real o como una simple fábula. Nos conviene recapacitar sobre la moraleja de la narrativa, pues cada uno de nosotros hemos sido, estamos siendo o algún día seremos, relacionalmente hablando, Adán o Eva, exhibiendo los mismos tipos de polaridades: la inocencia y seguridad contra la inmadurez y la imperfección. Y es precisamente la parte considerada como la más imperfecta y grotesca en nosotros la que solemos proteger utilizando diferentes tipos de coberturas. La diferencia entre los protagonistas del Génesis y nosotros está en el tipo de “hojas” con las que nos protegemos. Aunque hoy no utilizamos hojas de higuera para cubrirnos, sí utilizamos otro tipo de protectores que son mucho más difíciles de remover.
¿A qué me refiero con esto? Hablo de todo aquello con lo que cubrimos nuestras imperfecciones, errores, traumas o luchas internas. Todo lo que hacemos para que los demás no vean qué es lo que nos causa vergüenza o malestar emocional. Las maneras como evitamos exponer la totalidad de quienes somos pues le tememos a la reacción que otras personas podrían tener al entender nuestra realidad.
No me malinterpreten, la verdad es que no había nada malo con las hojas de higuera seleccionadas por la pareja para cubrirse. El único problema era que no habían sido diseñadas para utilizarse como vestidos o como mecanismos para restablecer las conexiones estropeadas. Las “hojas” que usamos hoy son más sofisticadas, pero las seguimos usando con las mismas intensiones: cubrir la polaridad que consideramos como la más débil o defectuosa en nosotros.
Permítanme darles unos cuantos ejemplos de las hojas más utilizadas hoy en día. El trabajo; muchos de los que estamos aquí somos expertos en la confección de coberturas, trajes de gala construidos con inmensas “hojas” de laboriosidad y provisión. ¿Hay algo malo con trabajar? Absolutamente, no. Es a través de nuestro trabajo que aseguramos el bienestar personal, el de nuestras familias, ciudades, estados y países. El trabajar es una actividad honrosa.
El problema con este atuendo construido a partir de “hojas de trabajo” es que, para muchos de nosotros, no importa lo que hagamos o cuánto produzcamos, nunca llegaremos a sentir que es suficiente. En el proceso de trabajar en exceso nos desconectamos de quienes verdaderamente somos hasta dejar de funcionar como seres humanos para transformarnos en haceres humanos. Y lo hacemos porque el trabajar en exceso tiende a hacernos sentir que somos buenos proveedores, que nos estamos sacrificando con un propósito claro en mente: el futuro de los nuestros. Y esta vestimenta es tan preciada que los que nos ven no pueden evitar admirar la excelencia y calidad de nuestro saco o vestido construidos con “hojas de productividad y laboriosidad”. Se siente tan bien el material de esta cubierta que, desde muy temprano, comenzamos a vestir las inseguridades de nuestros hijos e hijas con el mismo material, elevando lo que hacen mientras minimizamos quienes son.
Otros construyen sus vestidos utilizando “hojas de las funciones y responsabilidades parentales”. Para estas personas, todo gira alrededor de sus hijos. Estas son las personas que se esconden detrás de “hojas de ser papá y mamá” mientras ignoran el debacle relacional que enfrentan en su hogar y matrimonio. Detrás de los pequeños esconden el pavor que produce una relación marital o familiar sin contenido. En el proceso de las decepciones acumuladas, aprenden a “utilizar” a los niños como analgésicos o distracciones que los mantienen lejos de la verdad relacional que tarde o temprano tendrán que enfrentar.
Otros se cubren con ejercicios y la apariencia física. De esta manera evitan exponer la parte vulnerable que los define, la lucha continua y campal que enfrentan con su físico a través de los años.
Otros se toman el tiempo para tejer trajes y coberturas hechas con hojas de ser “súper buenas personas”. Conocemos muchos de estos modelos. Hablo de quienes tienen el cuidado de hablar de manera políticamente correcta, de quienes son increíblemente gentiles, los que nunca se enojan y se distinguen por mantener una sonrisa en los labios. Mientras tanto, estas son las mismas personas que viven sintiéndose continuamente sacudidas por inseguridades y temores. Le tienen pavor a la posibilidad de ser abandonados por su temperamento. Estas son las personas que decidieron desde muy pequeños que el coraje y la ira no serían parte de su humanidad, sin tomar en consideración que el enojarnos es parte normal de la experiencia humana.
Estos modelos son algunas de las opciones de los vestidos y coberturas de hojas que utilizamos en la actualidad. Es a través de estas estrategias superficiales que mantenemos y ocultamos la desconexión entre nosotros y la gente a nuestro alrededor. Y es posible que muchos de ustedes estén pensando y concluyendo que nada de esto les aplica pero, si me lo permiten, quisiera decirles que la negación es uno de los modelos más comúnmente utilizados cuando deseamos desasociarnos de la realidad en la que vivimos. El fenómeno de la desconexión es uno paulatino e inconsciente.
De hecho, cuando comenzamos a utilizar estas cubiertas emocionales, lo hacemos como Adán y Eva lo hicieron: a escondidas. Y, ¿cuáles son los síntomas de estar viviendo a escondidas?
Primero, nos sentimos afectados por una soledad crónica. No estoy hablando de aislamiento, todos, en algún momento y a diferentes niveles, necesitamos de vez en cuando tiempo para nosotros, distanciarnos del bullicio y de la actividad, aislarnos para poder sincronizarnos con la totalidad de quienes somos y con lo que está sucediendo a nuestro alrededor. De lo que estoy hablando es de la soledad, esa realidad interna que en ocasiones nos perturba y tiende a perpetuar los sentimientos de desvalorización y abandono. Me refiero al profundo sentimiento de ausencia aun cuando, intelectualmente hablando, sabemos que estamos rodeados de gente que nos conoce y nos ama. Cuando hablo de la soledad, me refiero al más crónico ...

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