Emperatriz Matilda de Inglaterra
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Emperatriz Matilda de Inglaterra

Laurel A. Rockefeller, René E. Galindo Almendariz

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Emperatriz Matilda de Inglaterra

Laurel A. Rockefeller, René E. Galindo Almendariz

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¡La leona rugiente de Inglaterra!
Nacida en 1102 del rey Enrique I de Inglaterra y la reina Matilda de Escocia, la herencia real única de Matilda, normanda, sajona y escocesa fue destinada a unificar a una Inglaterra todavía dividida por las conquistas de su abuelo en 1066. Cuando en 1120, el Desastre del Barco Blanco la hizo la única hija sobreviviente de sus padres y Matilda se volvió la heredera al trono inglés en un tiempo en el que el viejo Witan sajón y no la voluntad del rey decidían la sucesión.
Descubre la verdadera historia de la primera mujer en reclamar el trono de Inglaterra por su propio derecho e inspírate.
Incluye el árbol genealógico de Matilda, una línea del tiempo detallada y lecturas sugeridas para que puedas seguir aprendiendo.

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1. Capítulo Dos: Sacra Emperatriz Romana

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La plaza de San Pedro murmuraba mientras miles de personas de todos los rincones del mundo occidental se reunían para escuchar la misa de Pascua del Papa Pascual II. Aunque el sermón no fue nada fuera de lo común, Matilda notó una oscuridad en la actitud de Heinrich que él trató de esconder de ella, una solemnidad que ella no podía atribuir solo a la seriedad de la coronación.
“¿Heinrich?” preguntó Matilda mientras lo observaba silenciosamente salir de los alojamientos preparados para ellos. “¿A dónde vas?”
“No te preocupes por mí. No tardaré mucho”, respondió el Káiser tranquilamente.
“¿Estás buscando la comodidad de alguna mujer para esta noche? ¿Te he ofendido de algún modo?”
“Eres demasiado joven para ofenderme del modo en el que estás pensando.”
“Pero soy joven y aún no puedo ofrecerte ciertas comodidades.”
Heinrich se inclinó suavemente hacia ella y la sostuvo, “No es eso y no, no estoy buscando ese tipo de conforto. No he buscado ese tipo de cosas desde que te conocí.”
“¿Por qué? ¿Por qué no? Eres un hombre y nuestro emperador.”
“Tal vez mi corazón ya está en otra parte, en el lugar donde debería de estar.”
“¿Estás diciendo que me amas?”
“Si. Te amo Matilda. No es tu cuerpo lo que deseo – no todavía – pero te amo y se que podría herirte si yo tomase una amante para satisfacer mis deseos carnales. Por lo mismo no lo he hecho y no tengo intención de hacerlo. Así como tú necesitas esperar a crecer para mí, he decidido esperar por ti. No quiero estar con nadie más – solo contigo. ¿Te gustaría eso?”
Matilda asintió, “Mucho. Danka!” Heinrich la avecinó a él y le besó la frente. Matilda lo miró a los ojos, “Entonces, ¿a dónde vas?”
“A rezar.”
“¿Para preparar tu alma a recibir la corona?”
“No.”
“¿Entonces para qué?”
“Has vivido en mi corte por un año. ¿Qué es lo que has observado sobre los sucesos a tu alrededor?”
“No lo sé. La gente parece molesta por algo. Pero nadie dice nada.”
“Ellos están muy molestos, así como yo.”
“¿Por qué no me lo has dicho?”
“No quiero molestarte todavía. Cuando seas Kaiserin podrás sentarte y observar mientras yo trabajo, mientras los reportes llegan y yo tomo decisiones, pero en estos momentos necesitas estudiar y aprender. Tu alemán ha mejorado mucho, pero aún no es lo suficientemente fluido para entender los detalles de lo que sucede en torno a mí. Sí, llegarás a ese punto, pero en este momento no puedes sentarte a mi lado antes de nuestra boda y los príncipes no lo aprobarían. Si de verdad deseas ayudarme, entonces debo pedirte que trabajes muy duro en tus estudios de modo que estés lista tan pronto como yo ponga la argolla en tu dedo.”
“Lo haré; lo prometo. Pero eso no explica porque te escabulles en la noche.”
“Me encuentro demasiado agitado para dormir en estos momentos, Matilda. Puede que no lo veas, pero el Papa Pascal y yo somos enemigos.”
“¿Por qué?”
“Porque él quiere controlar la riqueza y el poder de la Iglesia en nuestro imperio, sus diferentes estados, siervos y riquezas y yo siento que nuestro imperio y toda la gente que vive dentro de él deben obediencia a mí y no a él. Siento que los príncipes y emperadores deben de controlar lo que sucede en el mundo terreno con nuestro pueblo. Creo que los poderes del Papa deben de ser solo de manera espiritual – no material”. Explicó el Káiser Heinrich.
“¿El Papa no es solo nuestro líder espiritual?”
“No, Matilda, no lo es. Él es un príncipe rival, especialmente en Italia, un príncipe que va a la guerra contra nosotros para quitarnos nuestras tierras y a nuestra gente. El clama ser ‘rey de reyes y señor de señores’ sobre nosotros.”
“¡Pero ese es el título que debe pertenecer solo a Jesucristo nuestro Señor!”
“Exactamente. Y es porque él mezcla sus intereses personales como príncipe secular y sus poderes espirituales como cabeza de la Iglesia que es frecuentemente una amenaza para todos los príncipes, reyes y emperadores de la Cristiandad. Esta coronación no es solo una coronación, Matilda. Es un compromiso político, un tipo de tratado entre él y yo.”
“¿Pero no es frecuente que los tratados se hagan y luego se rompan?”
“Sí. Y con ello puedes ver porque mi corazón se encuentra ansioso esta noche.”
“Si vas a rezar, ¿no puedo acompañarte y orar contigo – como tu futura consorte?”
“¿Quieres venir?”
“Sí Heinrich.”
Heinrich la abrazó. “Entonces vístete apropiadamente, te esperaré y luego rezaremos juntos.”
Once días pasaron. En una bella y elaborada ceremonia que se remontaba al tiempo de la coronación de Carlomagno por el Papa León III, trescientos once años antes, el Papa Pascal II coronaba a Heinrich como Heinrich V, Imperator Romanorum. Finalmente, y después de una vida dedicada a asegurar su trono, Heinrich era finalmente el gobernante indiscutido de su imperio.
“Yo Matilda te tomo a ti Heinrich para ser mi esposo. Prometo amarte, cuidarte, obedecerte y servirte con mi mente, mi corazón, mi cuerpo y mi alma desde este día hasta que la muerte nos separe”, dijo Matilda en el altar de la catedral de San Martín en Maguncia. Sonriente, el Káiser Heinrich deslizó una argolla real en el dedo de Matilda y besó sus labios mientras el arzobispo los bendecía en latín. Matilda correspondió el beso, sus ojos brillaban de amor.
Mientras la feliz pareja emergía de la iglesia ante los vítores de la multitud reunida para verlos, la Kaiserin Matilda notó una ligera nieve que comenzaba a caer alrededor de ellos, “¡Hiciste nevar otra vez Liebling!”.
Heinrich ayudó a Matilda a entrar en el carruaje real cerca de la entrada de la catedral, “Es una nevada bellísima, ¡pero no tan bella como mi princesa!”
“La nieve es una buena señal de Dios. ¡Somos bendecidos tú y yo!”
Heinrich se unió a ella en el carruaje, “Me he de sentir aún más bendecido si esta noche podemos oficializar nuestro matrimonio completamente. ¿Puedo soñar con ello? Todavía no tienes la mayoría de edad sino hasta tu cumpleaños el mes que entra. ¿Aun así me corresponderás?
“Lo recibiré esta noche Imperator Romanorum. Mi cuerpo está listo para recibirlo tal y como una mujer recibe a su marido”, sonrió Matilda.
“¿Y usted se encuentra lista para completar todos los deberes de mie Imperatrix?”
Matilda se sonrojó, “Sí. Apresúrate esta noche a colocarme a tu hijo si así lo deseas. Estoy lista.”
Tres años sin hijos pasaron para Heinrich y Matilda. Aunque reconocida completamente en Alemania como Kaiserin, el Papa Pascal rechazó las peticiones de Matilda para ser coronada Imperatrix Romanorum tal y como su esposo había sido coronado seis años antes. Finalmente, el permiso fue dado por parte de su esposo para que ella regresara a Roma para la tan esperada coronación.
“¿A qué te refieres con que el Papa no me coronará?” preguntó una furiosa Matilda. “Si no es por mi coronación como Imperatrix, entonces, ¿por qué me encuentro aquí?”
“Su Majestad será coronada como lo planeado – solo que no por el Papa”, replicó el legado papal enviado a Matilda y a Heinrich.
“El Papa la debe coronar”, exclamó el emperador Heinrich, “de otro modo la coronación no será considerada válida a lo largo de nuestro imperio y del mundo cristiano. ¡Es un insulto hacia mí y hacia mi pueblo por parte del Papa al rechazarnos!”
“Exactamente”, sonrió el legado papal.
“El año pasado condenó mis nombramientos dentro del clero alemán. ¿Es acaso esto algún tipo de venganza hacia mí?” preguntó Heinrich, mientras contenía su temperamento dentro de él, como un volcán listo para hacer erupción.
“¿Por qué Su Santidad haría eso?”
“¡Porque no es tan Santo como el título sugiere! ¡Es un viejo cerca de la muerte!”
“Exactamente Imperator. Él ya no os teme. Se encuentra ya preparado en el regazo de nuestro Señor Jesucristo. ¡Ya no puedes tocarlo!”
Matilda miró al legado pontificio de manera atenta, “Supongo entonces que nada de lo que mi padre haga o diga lo toca. Cuando mi padre se entere de este grave insulto, ¿cree que él no hará nada?”
“¡Enrique de Inglaterra es incluso menos importante para el Papa que tu marido, niña!” respondió el legado.
“¿Niña?”
“¿Le ha dado ya un hijo a vuestro esposo Kaiserin?”
“¿Usted cree que mi esposa es una niña solo porque no hemos comenzado una familia todavía?”
El legado encontró los ojos del emperador de manera descarada, “No, ¡yo creo que Dios os ha juzgado como un pecador por atreverse a casarse con ella antes de que tuviera la edad adecuada!”
“Si yo soy un pecador, entonces mis pecados son lavados por la preciosa sangre de Jesucristo”, respondió Heinrich. “Y si casarme con mi esposa algunos días antes de su doceavo cumpleaños me hace indigno del reconocimiento papal de mi esposa como Imperatrix tal vez el Papa deba mirar con más atención al interno de su propia alma y considerar sus razones para negarnos. Porque lo que yo he hecho lo hice por amor. Amo a mi esposa tal como Cristo ama a la Iglesia. Pero el Papa es un príncipe terrenal actuando por odio y venganza. Jesús nos enseñó a amar. ¡Lo que el Papa está haciendo ahora viene del odio que es reino del diablo!” declaró decididamente el Káiser Heinrich.
“El Papa se equivocó al perdonarlo y levantar las sanciones hacia vuestro reino”, gruñó el legado.
“Ya he sido excomulgado una vez y no temo ser excomulgado nuevamente. ¡Dile al Papa que no abandonaremos este lugar hasta que mi esposa sea coronada como es su derecho!”
Una frustrante semana después, el legado papal llamó a Heinrich, Matilda y sus invitados a la Basílica de San Pedro. Ahí, frente al altar el arzobispo portugués Bourdin coronó a Matilda Imperatrix Romanorum, un título que Matilda utilizaría hasta el final de sus días.
El verano dio paso al otoño y el otoño al invierno. Yule llegó a Alemania, esta vez sin la belleza de una blanca Navidad. Felizmente, Matilda presidía sobre las festividades mientras ella y Heinrich recorrían los principados occidentales tanto para celebrar las fiestas como para renovar la fidelidad de sus príncipes y obispos. Poetas y músicos alemanes llamados “” cantaban canciones sobre la belleza de su Kaiserin tanto en alemán como en latín. Monjes y monjas de las abadías cercanas cantaban música sacra en honor al nacimiento de Jesucristo. Príncipes ofrecían sus mejores vinos, hidromiel y cervezas al Káiser y a la Kaiserin junto con una selección de pasteles y pan dulce en busca de asegurar el favor real. Todo era brillante y hermoso.
En privado el médico real le daba a Matilda las noticias que tanto tiempo había esperado: ¡Finalmente esperaba un hijo! Y para hacer su felicidad completa Matilda descubrió que la gente – desde el más humilde mendigo hasta el más rico de los nobles – la adoraba. Era un amor y adoración que ella nunca sintió en Inglaterra donde frecuentemente se sentía como la inconveniente primogénita de una reina a la cual el rey prestaba poca atención. Y, ¿por qué el rey Enrique de Inglaterra debería amar a su esposa trofeo y sus dos hijos, sus únicos herederos, cuando había muchas delicadezas entre sus súbditos y vasallos de las cuales elegir y disfrutar?
Mientas las fiestas terminaban y primero el invierno, luego la primavera llegó al reino donde Matilda se regocijó de que el rey Enrique se interesara tan poco por ella. Pues de haberla amado verdaderamente, puede ser que nunca la hubiese enviado tan lejos de casa para casarse con el emperador, un hombre que amaba y adoraba.
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“Noticias desde Inglaterra”, dijo el heraldo mientras recorría los salones del castillo de Hamburgo, sus botas estaban cubiertas de lodo. Después de diez minutos, finalmente encontró a la emperatriz y se inclinó delante de ella.
“Was ist los?” preguntó Matilda en alemán, su herencia inglesa era invisible en su voz.
“Os traigo noticias muy graves, Su Majestad”, respondió el heraldo en inglés, su acento londinense contrastaba fuertemente con el de ella.
Matilda luchaba para responder en inglés, “¿Cuáles noticias? ¿Qué podría ser tan grave en un cálido día de primavera?”
“Vuestra madre, la reina, ha muerto”
“¿Qué?”
“Matilda, reina de Inglaterra y hermana del rey David de Escocia ha muerto.”
“¿Cuándo?”
“Hace una semana el día primero de mayo.”
“¿Mi padre solicita mi retorno a Inglaterra?”
“Si el rey solicita vuestro retorno, no me ha dicho nada en particular.” Respondió el heraldo.
“Ya veo.”
“¿Qué es lo que ves?” preguntó el Káiser Heinrich mientras se acercaba a Matilda. Matilda lo abrazó calurosamente y lo besó antes de decirle tranqui...

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