El sueño del amor
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El sueño del amor

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El sueño del amor

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About this book

"El sueno del amor" es una novela total, en la que historia y mito, relato y teoría, personajes y narrador intercambian sus señas de identidad y entablan un diálogo fértil y abierto. Ileana H., Julieta, E/e. Pierluissi, Amparo, Iris, Tatiana son las voces que desgranan esta valiente, fascinante exploración de un yo múltiple y de una realidad que esconde, bajo su aparente confusión, una profunda y secreta coherencia. Con un estilo rico, sugerente, de una gran plasticidad y una escritura que abarca diversos géneros y modos –narración, ensayo, poesía, diálogo, aforismo–, la autora narra una original educación sentimental a imagen y semajanza de sus pasiones: el Caribe, la revolución, los mitos griegos, las amistades, los viajes. Todos los viajes, los que nos llevan a descubrir el mundo, y también la jubilosa aventura intelectual que nos hace próximas, íntimas las ideas. Todo ello bajo el signo de "los amores difíciles", los únicos capaces de hacernos vivir "la simultaneidad de lo sucesivo, la confirmación de lo contrario".Iris M. Zavala (Ponce, Puerto Rico) ha publicado novelas y poesía, y es autora de una importante obra crítica que incluye más de veinte volúmenes y abarca numerosas disciplinas: teoría literaria, historia de las ideas, historia política.

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Information

Image 1
E L S U E Ñ O D E L A M O R
I R I S M . Z A V A L A
E L S U E Ñ O D E L A M O R
I R I S M . Z A V A L A
M O N T E S I N O S
Primera edición: Noviembre, 1998
Literatura y Ciencia, S.L.
Obra coeditada con la Editorial de la
Universidad de Puerto Rico
I.S.B.N.: 0-8477-0293-6
Diseño: Elisa Nuria Cabot
I.S.B.N.: 84-84-89354-72-3
Depósito legal: B-22148-98
Imprime: Novagràfik, S. A. Barcelona
Impreso en España
Printed in Spain
El amor es dar lo que no se tiene Lacan
Como riñas entre amantes son las disonancias del mundo.
En la disputa está latente la reconciliación, y todo lo que se separa vuelve a encontrarse.
Hölderlin
I
LOS AMORES DIFÍCILES
Todo amor es, naturalmente, sensual. Se ama un cuerpo, cuyas partes traducen cuanto deseamos tocar, sentir a nues -
tro lado; un cuerpo es aquello que nos acompaña de no -
che, aun si dormidos. Un cuerpo respira, siente, se yergue, nos susurra al oído. Explicar el amor por un cuerpo o del cuerpo nos convence a todos que vivimos y sentimos y con suerte que somos felices. La historia de los amores di fíciles es un poco otra cosa. Me desconcierto o te desconciertas si la cuento. Los amores difíciles son cuer po, claro, pero cuer pos cartográficos donde lo mas culi no o lo femenino o lo neutro no sirven como definiciones. Comienzo pues a contarte mis amores nocturnos, mis pasiones in somnes que, de alguna manera, intervienen entre mi cuerpo y el tuyo. Este cuerpo se introduce como tercero entre el mío y cuantos cuerpos relucientes amo y siento en la profun-didad de la noche.
Todavía es lo real y ya es otra cosa. La isla traduce una experiencia, pero significa más en el plano de la imagen.
Fijémonos en un personaje conocido, Fidel Castro. En el 9
año que suponemos que nació para nosotros –1959–, el universo colonial se extendía cada vez más amenazante ha -
cia el Mar de las Antillas. ¿Sería navegable ese océano más allá, podrían descender una vez más a las costas sin nin -
gún riesgo? Considerando que la tierra es redonda, se po -
dría sin duda llegar a todas estas antípodas; en aquel otro universo reinaba la seguridad de lo conocido, y para acá
–para nosotras– se extendían el misterio y el riesgo. La fe -
cha es el Alpha y la Omega.
Tú y yo nos volvimos a ver la voz que hablaba.
–Ahora habría que volver a empezar desde el principio; la paciente y prudentísima tarea se había perdido.
–Era el final.
El túnel se les vino encima. Lo que nunca hubiera debido mirar era la playa. Y la miró. Con un movimiento amo -
roso, de caricia, miró a su amiga. Ileana era joven, en aquel momento estaba totalmente carente de recursos, por lo que otros dirían que tenía exageradas ambiciones: pero nada le impedía go zar de la vida. Sobre el agua volaban las gaviotas.
–¿Has oído algo? –preguntó.
–Silencio –dije– sobre la isla hay un silencio que se oye.
En realidad, el silencio estaba envuelto en una red de menudos ruidos.
Las dos amigas se miraban sonrientes. Una era una tal E/e. Pierluissi, escritora bastante conocida; ella, Ileana H., una mujer muy valiente y guapa.
Ileana era apasionada, fanática para algunos, una admi-10
radora de los cambios radicales, que hablaba siempre con continuo tono de polémica entusiasta, no carente de hu -
mor y de risa.
–Espera –decía E/e.– Espera.
Se abrazaban. Parecía sólo entonces que Ileana se daba cuenta de lo suave y tibio que era el encuentro en Amster -
dam en ese año fatídico. E/e. a ratos se movía, se le vantaba del sofá, volvía a sentarse. No paraba, quería sa berlo todo pero siempre con rostro distraído, con la ca beza ya en otra parte.
–¿Espera qué?
No hablamos. Yo seguía el hilo de mis pensamientos, ella el suyo. Desde aquella lejana tarde en París, paseando por el parque, habían buscado una nueva imagen del mundo. Una que diera sentido a ese mundo nuestro y que sacase toda la belleza y el amor, salvándolos. “Amor, amor que malo eres...”, se le venía a los labios. Estuvimos por lo mejor y con los mejores. En realidad fuimos los mejores
–me decía. Un nuevo rostro del mundo; un nuevo mundo.
Otra cara del mundo. Sabíamos que habría problemas.
Ahora sólo era cuestión de establecer el enlace definiti-vo. Entonces, el camino trillado, mantenido como algo exclusivo de destino manifiesto, sufrió ese revés imprevis-to; la aparición de unos nombres y un barco.
En ese punto, retomo el hilo porque creo que se ha crea -
do un poco de confusión entre tú, ella y yo. Yo me eno-jaba, podíamos discutir hasta el infinito. Viéndola otra vez, me vuelve la obstinación de entonces. Quería contar-le del mundo triturado que nos circunda, y quería con -
ven cerla que no eran irregularidades aparentes. Lo que
antes creíamos entender de manera simple y normal, con riesgos, pero con esperanza, ya no tenía validez; todo era de otra manera completamente distinta. Llegamos al borde; se hubiera dicho que cada cual se avergonzaba de las viejas ideas. En la lejanía blanca, con contornos más precisos, un continente avanzaba en el vacío. Se nos viene encima. El curso normal había cambiado de pronto, densos ciclones recorrían Europa como fantasmas en ese comienzo del verano.
–La otra cara del mundo. Ves, ésa es.
Antes era peor, es cierto, pensé obstinadamente.
Ileana, E/e. y yo éramos lugares de encuentro de sueños y el riesgo que corrimos fue vivir, amar siempre. Tengo la impresión que estábamos enamoradas de la vida y de las ideas. Los amores difíciles. Fue pues un triste verano el de 1990 en Nicaragua, y era previsible. La tomé del brazo ti -
bio.
–¿Has oído algo?
Silencio
Descentramiento
Dos teatros, dos escenas imbricadas y sucesivas se enfren-taban y se oponían ahora. Todo texto sobre el Caribe se inicia con una definición del Caribe. Ileana lo había hecho: de -
finir ese Caribe nuestro, y veinte siglos después de Aris tarco de Samos, me afirmó que el Caribe es una cámara de ecos: UNOooooooooooo
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y ahora la izquierda y la derecha se invierten en el espejo
este intercambio las dejó tristes
Desde el balcón se podía ver el mar, y pensamos en el fin trágico que tomarían los sueños del amor. Fidel había rea-lizado una pasión, que en el presente les causaba un mortal desespero; algo que se sentía como una ausencia. El Gran ma había sido algo así como una excursión a un sue -
ño, sin retroceder ante lo difícil, para cambiar la imagen.
Si vuelvo hacia atrás, hacia el hilo de mi vida, y hacia atrás, retrocediendo lentamente, con nostalgia, a los años an teriores a 1959, muy anteriores, hacia 1492, o 1868, o 1898; mi niñez, la juventud de mi abuela, una isla verde y un mar azul. Si vuelvo hacia ese atrás, ¿cómo sería en -
tonces?
Miedo a perderte. Miedo a perder los sueños.
Si retomo mi relato voy hacia el lado oscuro del sueño. Ten -
go que acordarme con exactitud de tu entrada en mi vi da, y debo recordar desde que comencé a decir yo. Así es co mo se hace. Sin duda, con este miedo a perder un sueño –nues tro sueño de amor– más próximas aparecen las imá ge nes.
¡No! No podía, no quería hablar de eso.
Cuestión de heroísmo y valentía, ¿y es que las mujeres so mos valientes?
¡No!
¿No?
Tú sonreíste con tibieza.
Yo temí por el “hombre del subsuelo”.
El fantasma del miedo se había arrinconado en el pequeño espacio. Había una especie de clímax en la celebración del día: quería ser libre.
Ser libre es como ser millonario, y ser millonario es como ser eternamente joven, como en Hollywood. La au -
dacia de la libertad, como la juventud del millonario, cuenta con un tiempo ilimitado. Va de la mano en un país de celuloide, pero era algo así como el avatar de la filan-tropía de las emociones en países como éste.
–Hablar de eso, dices.
sí eso es lo que quiero decir y no quiero ni puedo.
hablar de aquello
no, no podría nunca decirlo.
Se fue caminando por las dunas (las dunas son emociones grises; y se corrigió).
Se fue caminando por la playa a pleno sol, y la radio traía noticias, en hilos tenues: –El Granma ha desembar-cado. Pero: eso no lo decía la radio, que sólo traía perfu-mes de gardenia encapsulados para que la señora no se me tiera el dedo; no se meta el dedo señora...
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Sonrió.
“Pasta de dientes Colgate.”
Ring around the collar, ring around the collar....
La programación ideológica continuaba, mientras los par tes de UP acogían con filantrópico fervor la llegada a La Habana. Se llamaba entonces Fidel Castro; no había lle gado el momento de sólo decir el nombre–Fidel. Co mo Federico, o don Antonio, o don Miguel, o Rosalía (nun ca, por suerte, Gustavo).
Por el camino seco
serpenteado
Casualmente, Ileana la tomaba del brazo; nos miramos, nos comprendimos. Yo me negaba a tener el don de la pro fecía; pero tampoco querías tú que encontráramos en nosotras mismas la causa del fracaso. El amor, al interpo-nerse de pronto, me llevó a un rincón alejado de mí, y al hacerlo toqué y traspasé la frontera tras la cual el amor cesa. No sabían ahora responderse qué se esperaba de no -
sotras; ahora no podían retroceder. Y, entonces, yo, arro -
gante, sentí que se derrumbaba mi altivez. Que había que comenzar por el principio de este amor, me lo enseñaste.
Nosotras, en aquel entonces, no teníamos miedo. ¿Quién recuerda mejor que yo como había ido soñando, cuando ni siquiera comprendía bien las preguntas? Tenía que volver, por algún sendero, a aquel camino.
La historia, tal vez.
EL ORDEN
El texto opera como una fijación ordenadora, bailando entre las cimas, con un subrepticio temor del caos. Ca da historia de Eurídice lo tematiza. Su cuerpo –el cuerpo de mujer– inscribe la forma de su propia mirada, y sus fan tasmas. Los relatos biográficos narran, cada uno de ellos, el nacimiento de un cuerpo nacido para amar, y el re ciclaje de ese amor en la representación ilusoria de sus andanzas públicas. Desde el principio. El cuerpo es un agente clasificador, y la historia la inscripción que separa y reordena el desajuste de lo “real” –ese sueño de amor. El punto que hace posible la existencia de este amor es la fi -
gura de la historia y del tiempo. Lo que procede puede leer se como un texto de educación sentimental. No sólo porque se pos tula como “documento”; la barbarie se propone como ejemplo a no seguir: el ejercicio del poder.
LA HISTORIA
–Buenos días, ¿podría darme el legajo 578?
Rechinando los zapatos y mascullando el café, salió más bien entró por los estantes, y me trajo, envuelto en hilos y rebosante de polvo, el legajo. Con suerte... así podría clarificar la turbia posición del sujeto individual en la historia. Hors livre.
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No puedo dar crédito a mis ojos: Bakunin pasó por aquí, yo no lo vi ni lo conocí, que pase que pase que pase...
Pero antes de presentar una perspectiva en la que este problema particular se convierta en un problema nacional y universal. El del parte se sentía perturbado por la afluen-cia de descamisados El florón pasó por aquí y el muy vivo se reservaba su más brillante golpe polémico recu-rriendo al utilitarismo AY Ayyyy qué vivo; la jaula de hierro del determinismo tecnológico me lo dijeron ayer .... que te casaste jase un mes... sólo contaba cabezas en una huelga que se llenó, como siempre, de rom-pehuelgas
(rompeculos, como los plátanos gordos, y sonrió) ay
ay ay le hubiera gustado cantar en jondo, pero el tono emotivo en caribe se le salía hasta por los codos. Ser caribe era algo así como una nostalgia que la envolvía eE de sentir junto a mi boca/como un sello tu respiración eE
El dilema queda intensificado contra el valor universal y aquella visión de mundo que separaba lo pú -
blico y lo privado. Ella vivía esa esfera de las viejas nuevas sociedades. Pese a sus impulsos utópicos, hablar de aquello era
pura violencia
El principio de esperanza
lo privado deja su huella
el mundo de lo imposible era la esperanza: en blues, en jazz, en bolero, en fado o en tango la esperanza Siguió pasando papeles; los informes se repetían: el cabo Or tiz le cuenta al sargento Díaz le cuenta al teniente Mar tínez le cuenta al capitán Rodríguez le cuenta al coronel que tiene quien le escriba finalmente: el capitán Ro dríguez. En los documentos de barbarie, pensó, el lector es una jerar quía cambiante de rostros, hasta alcanzar al Ros tro de los Rostros –rey, presidente, papa, dios.
El fray Luis dialógico le hizo soltar la carcajada.
Se trata ahora de recomponer los hechos del legajo 587:
El 7 de setiembre de 1871, una...

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