El ayuno escogido por Dios
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El ayuno escogido por Dios

Arthur Wallis

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El ayuno escogido por Dios

Arthur Wallis

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Un manual práctico que trata de los pasajes importantes de las Escrituras sobre el ayuno. También trata de las normas prácticas envueltas en dicho tema. El ayuno es importante. Es una ventana que abre nuevos horizontes en el mundo invisible. Es una arma espiritual provista por Dios para ayudarnos a "derribar fortalezas."

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2014
ISBN
9780718023812
1
¿POR QUE AYUNAR?
Por espacio de casi un siglo y medio el ayuno ha estado fuera de “moda”, al menos en las Iglesias de Occidente. La misma idea de que en realidad hoy día alguien ayune parece extraña a la mayoría de los cristianos de este siglo XX. Lo asocian con el cristianismo de la época medieval o quizá con prácticas relacionadas con el sector conservador de la Iglesia Anglicana. Es indudable que muchos tienen presente que dirigentes, políticos, Mahatma Gandhi entre ellos, se han valido del ayuno como un arma de resistencia pasiva. Como ejercicio espiritual pensarían que está limitado a los creyentes que tal vez sean un poco extremos o fanáticos en su manera de ser.
Hay otros cuyo recelo se fundamenta en el aspecto práctico. Para los tales el ayuno y el estar hambrientos son términos sinónimos y temen que debe ser perjudicial por cuanto “nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida”. Efesios 5:29. En forma casi instintiva se oponen al ayuno.
—Tenga cuidado— dicen —puede perjudicar seriamente su salud. Con una vida tan agitada como la suya no puede debilitarse.
¿Por qué semejante actitud frente a una práctica que resulta tan obviamente espiritual? Una razón es que el ayuno era una de las características dominantes del ascetismo que apareció en la era post-apostólica y que se hizo extremo, en cuanto a forma como extendido en influencia durante la época medieval. Luego el péndulo osciló hacia el otro extremo cuando se puso en contra de todo lo que tuviera visos de asceticismo. En la actualidad la Iglesia sufre las consecuencias de esa reacción. Todavía no hemos recobrado el equilibrio espiritual del cristianismo del Nuevo Testamento.
Hace un tiempo tuve oportunidad de escuchar a un excelente expositor bíblico en una conferencia en la que llamaba a la reflexión sobre la contestación que diera el Señor cuando le preguntaron respecto del ayuno, a lo que había respondido: “¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo?” Esas palabras del orador fueron de ayuda, no cabe duda, pero ni una sola vez se refirió al ayuno ni explicó si el mismo tenía algún lugar en la economía de la vida cristiana hoy día.
Cuando nuestra mente está condicionada por el prejuicio o paralizada por los puntos de vista tradicionales, podemos estar confrontados con una verdad bíblica vez tras vez sin que la misma siquiera nos roce. Nuestra inhibición espiritual en lo que concierne a esta verdad nos deja ver pero no percibir. La verdad permanece latente. La asimilamos mentalmente pero no la aplicamos espiritualmente. Esto es particularmente cierto con el ayuno.
Sin embargo, cuando tal verdad es encendida primero por el Espíritu Santo, de inmediato surge un conflicto en la mente de la mayoría de las personas. La realidad es que de pronto la Biblia se ha vuelto “viva y poderosa”, y surge una acometida contra nuestras actitudes y prejuicios tradicionales.
El resultado de este asalto revela si es que estamos abiertos para recibir y obedecer esta nueva luz de Dios o no, y de este modo crecer en el conocimiento de la verdad. El propósito de este libro es el de confrontarnos con el hecho de si estamos preparados para someter nuestra actitud presente respecto del ayuno (o nuestra falta de ayuno) a la prueba ácida de la Palabra de Dios, y luego a “no pensar más de lo que está escrito”. 1 Corintios 4:6.
En uno u otro lugar en este libro se tratan la mayoría de las referencias bíblicas sobre el ayuno. Es probable que el lector se sorprenda, como realmente le sucedió al autor, al comprobar que la Escritura tiene tanto para enseñarnos por medio de preceptos y ejemplos respecto del valor de esta práctica. En sus páginas se encierran también advertencias, ya que el ayuno tiene sus peligros, los que he tratado de señalar.
Entre los grandes santos de Dios que ayunaron, y de quienes leemos en las páginas sagradas están Moisés, el legislador; David, el rey; Elías, el profeta; y Daniel, el vidente. En el Nuevo Testamento tenemos el ejemplo de nuestro Señor y de sus apóstoles. Es evidente también que el ayuno tenía su lugar en la vida de la Iglesia Primitiva. Esta práctica bíblica no estaba limitada sólo a los hombres. En el Antiguo Testamento hallamos el nombre de una mujer llamada Ana, y en las páginas del Nuevo encontramos a otra mujer también llamada Ana, que entran en la categoría de aquellos intercesores que ayunaron tanto como oraron.
Algunos de los grandes hombres en la historia de la Iglesia también acostumbraban a ayunar y dieron testimonio de su valor. Entre ellos se puede mencionar a grandes reformadores como Lutero, Calvino y Knox. Esta práctica no estaba limitada a ninguna escuela teológica en particular. Encontramos al calvinista Jonatán Edwards colaborando con el arminiano Wesley y a David Brainard confraternizando con Carlos Finney.
Esos nombres representan a grandes eruditos y predicadores, ministros y misioneros, predicadores que llamaban a un avivamiento y a evangelistas. En la lista de los que ayunaron podemos encontrar el nombre del pastor Hsi, de China y el del pastor alemán Blumhardt, hombres a los que Dios usó hace un siglo en sus respectivos campos de labor para la liberación de gente oprimida por Satanás. El tiempo no alcanzaría para referirnos al creciente número que Dios está levantando y usando hoy día en este mismo ministerio a través del ayuno y la oración.
Las obras de los grandes casi no pueden pasar desapercibidas. Sus cuerpos aún no se han enfriado en sus tumbas cuando los historiadores ya están hurgando en busca de sus apuntes personales y sus diarios privados. Solamente cuando en aquel día se abran los registros celestiales quedará al descubierto el gran número de santos anónimos, que no han legado ningún diario personal y de los que no se ha ocupado ningún historiador; sino que fueron hombres que oraron con ayuno al Dios que ve en secreto. Con seguridad que ellos también brillarán en el firmamento de aquellos ilustres santos “como las estrellas a perpetua eternidad”.
En la época del Nuevo Testamento el ayuno era un canal de poder. A medida que la espiritualidad menguaba y la mundanalidad florecía en las iglesias el poder y los dones del Espíritu fueron desapareciendo.
Con la pérdida del poder interior, los hombres tuvieron que aferrarse tan sólo a lo que les quedaba: la forma externa. Se dio más y más énfasis a actos externos tales como el ayuno, aunque carente del espíritu interior que solamente podría darle valor. El asceticismo llegó a ser una señal de piedad y espiritualidad. Las palabras de Pablo sobre la “apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”, 2 Timoteo 3:5, se cumplían.
Pero, loado sea Dios que está amaneciendo un nuevo día y una renovada sed por el Espíritu está empezando a sacudir a la adormecida Iglesia. Es un día de renovación espiritual. Por doquier se pueden apreciar la búsqueda y la inquietud, las cargas y los anhelos. El clamor de la Iglesia está ascendiendo al cielo. El Espíritu de Dios se mueve. ¿Qué es esto sino los primeros dolores del parto de la nueva era que pronto verá la luz?
Dios está resuelto a conseguir una Iglesia sin mancha y sin arruga, una esposa ataviada para su amado Hijo. Personalmente, tengo la convicción de que en los dolores de parto que llevarán al alumbramiento, descubriremos uno de los secretos de la Iglesia Primitiva y que se había perdido: el poder que es liberado a través de la práctica verdaderamente bíblica de ayunar para Dios.
2
EL AYUNO NATURAL
Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
Mateo 4:2
Hay personas a las que, cuando no les agrada el exacto sentido literal de algo que se encuentra en la Biblia, se sienten tentadas a espiritualizarlo, restándole así su fuerza. Luego que la verdad se convierte en algo nebuloso, deja de tener aplicación práctica. Su filo ha sido embotado y ya no puede cortar. En general esto es lo que la iglesia profesante y en particular, los evangélicos, se han inclinado a hacer con la enseñanza bíblica relativa al ayuno.
—Ayunar— dicen los tales —no es simple ni necesariamente abstenerse de comer sino de cualquier otra cosa que impida nuestra comunión con Dios—. O bien señalan: —Ayunar significa pasarse sin algo, practicar la negación del yo—. Basta ampliar el significado lo suficiente para hacer que desaparezca su filo.
Es cierto que además de la comida hay muchas cosas que pueden impedir nuestra comunión con Dios. También es verdad que necesitamos practicar el renunciamiento a nosotros mismos. El hecho es, empero, que “ayunar” en primer lugar significa no comer. 1 Notamos que en los tiempos bíblicos tenían lugar tres formas principales de ayuno, pero que cada una involucraba una abstinencia literal. Si en ocasiones la palabra puede ampliarse para incluir otras maneras de autonegación esto no altera su significado básico.
Por razones de conveniencia al primero y al más corriente lo llamaremos el ayuno natural. Lo que está involucrado en este tipo de ayuno puede notarse con toda claridad en la primera mención que el Nuevo Testamento hace del ayuno: Jesús ayunó . . . y después tuvo hambre. Esto significa que se abstuvo de toda clase de comida, ya fuera sólida o líquida, pero no de agua. A través de los detalles que tenemos resulta claro que el ayuno de nuestro Señor fue de esta clase.
La Escritura nos dice que “no comió nada”, Lucas 4:2, pero no se refiere a que no bebiera. Y continúa el relato bíblico: “tuvo hambre”, pero no menciona que tuviera sed. Aunque los dolores provocados por la sed son más intensos que los producidos por la necesidad de comer, Satanás no lo tentó para que bebiera sino para que comiera. Todo ello nos sugiere que su ayuno fue de abstención de comida, pero no de líquidos. Es más, nuestro organismo no podría sobrevivir cuarenta días sin ingerir líquidos a no ser que fuera sustentado en forma sobrenatural.
No hay nada que nos sugiera que el verdadero ayuno implique también el no dormir. Dios puede llamarnos a que no durmamos por un breve espacio de tiempo, tal como pasar una noche sin dormir. Pablo se refiere a “desvelos” como algo distinto de “ayunos”, 2 Corintios 6:5; 11:27. Si el no dormir fuera esencial para el ayuno, no sería posible llevar a cabo un ayuno prolongado a no mediar una intervención sobrenatural. El cuerpo reclama dormir antes que beber, y de no hacerlo, tarde o temprano sucumbiría y así, aunque involuntariamente, terminaría el ayuno.
El ayuno natural, por lo tanto, involucra abstenerse de toda forma de comida pero no de agua y debe distinguirse de las otras dos clases de ayuno, el total y el parcial, los que consideraremos en los próximos capítulos.
1 En griego nesteuo, de ne, un prefijo negativo y esthio, comer.
3
EL AYUNO TOTAL
Estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
Hechos 9:9
En la Escritura contamos con unos pocos ejemplos de lo que hemos llamado ayuno total, es decir, del ayuno con abstención tanto de comida como de bebida. Por lo general este tipo de ayuno no duraba más de tres días, quizá porque de hacerlo por más tiempo podría resultar perjudicial para el organismo. Este puede pasar períodos más o menos largos sin recibir alimentos, y sacer ventaja de esto, pero en cambio no puede pasar mucho tiempo sin tomar agua.
Leemos que Esdras “no comió pan ni bebió agua, porque se entristeció a causa del pecado de los del cautiverio”. Esdras 10:6. Estaba abrumado por el pesar y estupefacto frente a la vergonzosa componenda del pueblo, en la cual los sacerdotes, levitas y oficiales, marchaban a la cabeza. Esdras señaló: “rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo”. Esdras 9:3. Tanta era la preocupación que lo agobiaba que no comió ni bebió.
La reina Ester le dio instrucciones a Mardoqueo, señalándole: “Ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día: yo también con mis doncellas ayunaré igualmente.” Ester 4:16. Una crisis grave en extremo amenazaba con exterminar a toda la raza judía. Ni la misma Ester, pese a que era la reina, podía esperar salvarse de la muerte. Fue entonces que ordenó este ayuno total a causa de la crítica situación por la que atravesaba su pueblo. Situaciones críticas hacen necesario que se tomen medidas de este calibre.
Saulo de Tarso arribó a Damasco aturdido y desesperado luego de su encuentro con el Cristo resucitado. Allí “estuvo tres días, sin ver, y no comió ni bebió”. Hechos 9:9. La revolución espiritual que había ocurrido en el joven fariseo serviría no sólo para alterar el curso de su vida, sino también para dar forma a la Iglesia cristiana. Tal vez el impacto que recibió entonces fue tan tremendo que ni se acordó de comer o de beber.
Las Escrituras hacen referencia a ayunos totales que sin duda fueron sobrenaturales en carácter a causa de su duración. En dos ocasiones, y por espacio de cuarenta días y cuarenta noches cada vez, Moisés estuvo en la presencia de Dios y no comió ni bebió, Deuteronomio 9:9, 18; Exodo 34:28. La primera fue cuando Dios le dio los Diez Mandamientos y la segunda ocasión inmediatamente después, cuando se encontró con que el pueblo estaba adorando el becerro de oro, quebrantando así la Ley aun antes de haberla recibido formalmente. Estos dos ayunos se sucedieron virtualmente sin intervalo y si se los une constituyen lo que es sin lugar a dudas el ayuno más largo de toda la Biblia; ochenta días sin comer o beber.
También el viaje que Elías realizara a Horeb parece haber sido iniciado durante un ayuno total. De ser así, el mismo debe haber sido sobrenatural. Debajo del enebro donde se encontraba durmiendo luego de escapar de manos de Jezabel, el profeta fue despertado por un ángel que le ofreció una torta cocida sobre las ascuas y una vasija con agua. Por dos veces el ángel lo instó para que comiera y bebiera y “fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios”. 1 Reyes 19:8.
Un viaje de semejante duración a través del ardiente desierto, si es que concluyó sin más alimentos, como implica la Escritura, constituye un ayuno total tan sobrenatural como los de Moisés. Si así fue, tenemos otro paralelo sorprendente entre estos dos destacados representantes del Viejo Pacto; Moisés, el dador de la Ley, y Elías, su restaurador, Malaquías 4:4-6; Marcos 9:12, por cuanto ambos concluyeron su vida terrena en forma milagrosa y asimismo reaparecieron sobrenaturalmente con Cristo en el monte de la transfiguración.
Aunque dejemos de lado ayunos como ésos, que hicieron época, llegamos a la conclusión de que el ayuno total es una medida extraordinaria para una situación fuera de lo común. Por lo general es algo reservado para emergencias de orden espiritual. Se sabe de casos...

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