¿Cómo salgo de mis deudas?
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¿Cómo salgo de mis deudas?

Andrés Panasiuk

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¿Cómo salgo de mis deudas?

Andrés Panasiuk

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Cómo salir de deudas parecer ser algo que está en la mente de todos. En este libro, ¿Cómo salgo de mis deudas? el escritor Andrés Panasiuk examina las causas de que tantos estén endeudados, y ofrece consejos prácticos sobre cómo salir de deudas y no volver a caer en lo mismo.

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2003
ISBN
9781418535407
1
¿Por qué nos
endeudamos?
Nadie se convierte en un esclavo de las deudas y de los acreedores por voluntad propia. En general, uno comienza a endeudarse de a poco y casi sin quererlo. Ocurren ciertos eventos en nuestra vida que nos llevan a tomar préstamos porque creemos que no hay ninguna otra opción. No vemos otro camino, y para cuando nos damos cuenta, estamos casi al borde del precipicio, si es que ya no hemos caído.
En general, hay varias razones por las que nos endeudamos, y después de tantos años de viajar por el continente y de hablar con miles de familias e individuos, creo que las más comunes son:
· Violamos los Principios de la Prosperidad.
· No ahorramos con regularidad.
· Vivimos en un estatus social al que no pertenecemos.
· No confiamos en Dios.
· Nos rebelamos contra la voluntad de Dios y su provisión.
Aquí voy a hacer una aclaración: cuando enumero estas razones, no estoy incluyendo las calamidades, el robo organizado ni el abuso y malversación de fondos a nivel del gobierno, que en algunos casos, como en Argentina, Brasil, Ecuador o México ha causado a los ahorristas la pérdida repentina de grandes sumas de dinero.
Sin embargo, yo creo que si uno pone en práctica los principios y valores que compartiremos a continuación y hace un serio esfuerzo por vivir una vida libre de deudas durante la época de las vacas gordas, cuando vengan los tiempos de las vacas flacas va a estar mucho mejor posicionado para sobrevivir al desastre.
LOS PRINCIPIOS DE LA PROSPERIDAD
«¿Ques el hombre...?
Lo hiciste señorear sobre las obras de Tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies…»
—REY DAVID2
Una de las primeras actitudes que debemos cambiar en nuestra vida es la forma en la que nos vemos a nosotros mismos en relación con las cosas que nos rodean. Para eso es importante contestar a la pregunta filosófica de por qué existimos y cuál es nuestra tarea en el mundo.
Obviamente, esa pregunta es demasiado abarcativa para un libro tan pequeño como éste. Sin embargo, en cuanto al área de manejo económico, es interesante saber que de las tres religiones monoteístas con más extensión del planeta —la de los pueblos cristiano, musulmán y judío—, todas tienen la misma respuesta para esta pregunta: existe un Creador, y nosotros, sus criaturas, hemos sido colocados en este mundo para administrarlo.
Sea usted religioso o no, es sugestivo que este principio de administración se encuentre tejido en nuestra humanidad como una fibra que tenemos en común más allá de las culturas y trasfondos sociales. Este es un Principio con mayúscula. El primer Principio de la Prosperidad.
A lo largo de los años he notado que la capacidad de una determinada persona para verse a sí misma como administrador, gerente o mayordomo de las cosas que posee es determinante en el proceso de tomar las decisiones adecuadas para alcanzar la prosperidad integral.
Cuando se encuentre frente a una casa que quiere comprar, o a un automóvil que está pensando adquirir, esta actitud hacia la vida será determinante para que lleve a cabo esa transacción con éxito o que fracase en el proceso.
Permítame aclararle el concepto con un ejemplo…
Suponga que tengo un amigo que se llama Roberto. Vive en Venezuela y lo han elegido gerente general de una cadena de supermercados. Esta empresa tiene más de 50 negocios en todo el país. Al llegar el fin de año Roberto nota que uno de los supermercados en Maracaibo no está andando bien. Tiene pérdidas desde hace 3 años y a pesar de los esfuerzos hechos para reavivar el negocio en esa zona de la ciudad, este año ha cerrado nuevamente con pérdidas. Entonces, ¿qué es lo que debe hacer Roberto como gerente de esa cadena de supermercados? Probablemente debe cerrar ese negocio con problemas y estudiar la posibilidad de abrir otro en alguna otra parte, ¿no es cierto?
Por otro lado está Federico. Vive en Puerto Rico. Tiene una tienda que fundó su abuelo. El abuelo se la dio en heredad a su padre y este se la pasó en herencia a él. El problema es que en los últimos tres años el negocio no ha andado muy bien. El año pasado dio serias pérdidas y este año no mejora.
La pregunta clave, ahora, es: ¿a quién le va a costar más, emocionalmente, cerrar el negocio? ¿A Roberto o a Federico?
Si bien Roberto debe manejar una suma millonaria de dinero para cerrar el supermercado en Maracaibo, probablemente no va a sufrir emocionalmente tanto como sufrirá Federico en el proceso.
¿Por qué? Porque Roberto es simplemente un gerente, un administrador de una cadena de negocios. Para él la decisión ha sido clara y la ha tomado con la cabeza fría. Tendrá problemas, será complicado, pero la historia con Federico será muy, muy diferente. La diferencia está en que la tienda de Federico es de él, él es el dueño.
Esa es la gran diferencia entre ser dueños y ser administradores. El primer principio que debemos aplicar a nuestra vida es que nosotros tenemos que aprender a ser administradores de las cosas que tenemos, NO dueños. La mayoría de la gente se ve a sí misma como dueña.
El dueño está emocionalmente apegado a sus posesiones. El administrador está emocionalmente desprendido de las cosas materiales que maneja.
El dueño tiene dificultad en tomar las decisiones difíciles que se necesitan tomar y, muchas veces, las toma demasiado tarde. El administrador sabe que las posesiones que maneja no son suyas y, por lo tanto, despegado de las emociones, puede tomar las decisiones difíciles fríamente y a tiempo.
Esta, a veces, es la diferencia entre la vida y la muerte económica.
A veces la gente me dice: «Andrés, teníamos tantas deudas que perdimos la casa». A lo que me gusta contestar: «¿Sabes por qué la perdiste? ¡Porque era tuya!» Si uno no se siente dueño de la propiedad, nunca la puede «perder». Simplemente está transfiriendo un activo a un pasivo: tenía una propiedad y la vendió para saldar una deuda. Fue una transacción económica hecha con la cabeza fría.
Si usted no puede mirar las cosas materiales que tiene con la cabeza fría, entonces debe tener mucho cuidado en la forma en que arriesga su capital. Recuerde que uno debe morir para vivir, dar para recibir y perder para ganar. Es importantísimo vernos a nosotros mismos como administradores de las cosas que Dios ha puesto en nuestras manos y no como dueños de ellas3.
Creo que el desprendernos emocionalmente de las cosas materiales que tenemos es el primer paso en la dirección correcta para disfrutar de lo que he llamado en otros libros la prosperidad integral.
Aprenda el arte del contentamiento
«No hay crimen más grande que el tener demasiados deseos; no hay un mayor desastre que el no aprender a estar contento; no hay una peor desdicha que el ceder frente ala codicia».
—TAO TE CHING4
El segundo Principio de la Prosperidad es el Principio del Contentamiento. Este principio nos enseña que debemos aprender aestar contentos y adisfrutar de la vida sin importar el lugar en el que estemos colocados en la escala social.
Hay que notar que he dicho contentos y no conformes. Hay una importante diferencia entre la persona conformista —que puede llegar a tener tendencias de haragán—, y aquella que ha aprendido a ser feliz en el nivel social en el que se encuentre, gane 100, 1.000 o 10.000 pesos por mes. Uno debe tener el profundo compromiso de hacer las cosas con excelencia y de avanzar económicamente en la vida. Pero, al mismo tiempo, debe aprender a disfrutar con intensidad del lugar en el que se encuentra hoy.
Una buena cantidad de problemas que la gente sufre como resultado de haber adquirido una gran cantidad de deudas proviene porque han hecho una mala inversión en alguna compra mayor —casa, auto, etc.— o porque están insatisfechos con el nivel de vida que le proveen sus ingresos.
Esa gente, en algún momento, pega un salto en la escala social comprando una casa más grande de la que puede pagar, un auto más caro que el que debería tener o mudándose a un barrio más costoso del que le convendría vivir. Ese salto, con el tiempo, le trae serios problemas porque sus recursos económicos no le alcanzan para sostenerse en el nuevo nivel social y hacer un mantenimiento preventivo de sus finanzas, como por ejemplo ahorrar con regularidad.
Muchos en nuestro continente creen que, aunque el dinero no hace la felicidad, al menos ayuda. Eso lo decimos porque, en general, los latinoamericanos no vivimos en una sociedad de abundancia como la europea o la norteamericana.
Si lo hiciéramos, nos daríamos cuenta de que esta idea, a veces citada en un contexto un tanto jocoso, proviene de una premisa equivocada, de un paradigma erróneo: la creencia de que los bienes materiales pueden satisfacer nuestras necesidades emocionales y espirituales como, por ejemplo, la necesidad de la alegría, del amor o de la paz. Esa es la base filosófica de lo que comúnmente llamamos el materialismo.
Es cierto que tener dinero es más divertido que no tenerlo. Ahora que tengo amigos de muchos recursos económicos me doy cuenta de lo divertido que es tener dinero: uno puede comprarse las cosas que siempre le han gustado, puede vivir en la casa de sus sueños, puede viajar con regularidad y puede entretener y hacer fiestas para sus amigos. Sin embargo, es importante notar la diferencia entre diversión y felicidad. Son dos cosas realmente diferentes.
Con dinero se puede comprar una casa, pero no se puede construir un hogar; se puede pagar una educación, pero no se puede adquirir sabiduría; pueden facilitarse los medios para un trasplante de corazón, pero no proveernos de amor.
A lo largo de los años he notado, contrariamente a las creencias populares, que no es la pobreza la que desintegra a las familias. Desde el punto de vista económico, son las malas decisiones financieras y las deudas acumuladas las que crean tensiones tan altas que, eventualmente, terminan en el rompimiento de la relación matrimonial.
Cuando uno es pobre —y mi esposa y yo somos testigos de ello—, la pareja se une más y trabaja duramente para lograr la supervivencia de la familia. Cuando uno acumula deudas y maneja incorrectamente su dinero, los fondos empiezan a faltar y las acusaciones comienzan a hacerse oír más frecuentemente. Luego siguen los insultos, los maltratos y, finalmente, la separación.
La vida abundante, otra de las formas de llamar a la prosperidad integral, no depende exclusivamente de nuestra capacidad económica. Depende de la forma en la que elegimos vivir cada día y tiene más que ver con una actitud del corazón que con el estado de una cuenta bancaria.
Jesús nuestro Señor dice en el capítulo seis del Evangelio según San Mateo: «¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?»
Algo muy importante para recordar, entonces, es que la tarea más importante en la vida es, justamente, vivir. Donde vivir significa mucho más que meramente existir. Significa dejar de correr detrás de las cosas materiales y superficiales y comenzar a perseguir las cosas más profundas de la vida.
Tengo un examen para probar nuestros conocimientos sobre este tema.
En un interesante estudio realizado recientemente por la televisión educacional estadounidense sobre el consumismo en aquel país y publicado en Internet,5 se descubrió que el porcentaje de estadounidenses que contestó diciendo tener vidas muy felices llegó a su punto más alto en el año… (elija una de las siguientes fechas):
A) 1957 B) 1967 C) 1977 D) 1987
La respuesta correcta está en la letra «A». La cantidad de gente que se percibía a sí misma como muy feliz llegó a su pico máximo en 1957, y se ha mantenido bastante estable o a declinado un poco desde entonces. A mí me resulta interesante notar que la sociedad estadounidense de nuestros días consume el doble de bienes materiales de los que consumía la sociedad de la década del 1950. Sin embargo, y a pesar de tener menos bienes materiales, aquellos se sentían igualmente felices.
Entonces, el tamaño d...

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